sábado, 18 de enero de 2014

DE CERCA, Trudie Styler: "Sting y yo todavía tenemos química. Nos gustamos"/ EN DIRECTO, ¿ Y SI ES UN NIÑO SUPERDOTADO?.

 
Trudie lleva 30 años casado con Sting, y tienen 4 hijos en común ,.
 leva más de 30 años a la sombra de una de las mayores estrellas del rock. Pero con 60 años recién cumplidos, se ha subido a las tablas de un teatro en Broadway, dispuesta a demostrar quién es la protagonista. Hablamos con ella de su sólida pareja, su dura infancia y las causas por las que lucha. Nunca me he sentido como la esposa que está a la sombra de Sting... Tengo una personalidad propia y sólida”, asegura la actriz, productora y esposa de la estrella de rock, durante una pausa en el ensayo de “La gaviota”, la obra de Antón Chéjov que interpreta desde hace unos meses en un teatro de Nueva York. “Soy igual de feliz siendo la señora de Sting que siendo Trudie Styler”. De hecho, Styler era Styler antes de que Sting fuera Sting, pues ella ya era actriz cuando él todavía era el profesor Gordon Sumner en Northumberland. “Yo tenía una carrera y ganaba dinero”, dice Styler, que apareció en la mítica serie de la BBC “Poldark” en 1977. Sting no daría el gran paso hasta dos años después, con el primer álbum de Police. 
Desde entonces, la pareja ha tenido cuatro hijos: Mickey es actriz; Jake, modelo; Coco es la vocalista del grupo I Blame Coco; y Giacomo, el menor, está en su último año de instituto. “Dejé mi carrera en segundo plano durante un tiempo, pero en realidad no dejé de hacer cosas”, comenta sobre sus dos productoras cinematográficas: Xingu Films, donde empezó Guy Ritchie, y Maven Pictures, que acaba de producir “Filth”. Esta película, con excelentes críticas, está basada en la novela de Irvine Welsh y protagonizada por James McAvoy, que interpreta a un policía bipolar, drogadicto y lleno de prejuicios. “Me encantan las pelis de chicos malos”, confiesa.
Después de un largo periodo sin actuar, Styler regresó a las tablas en 2011 con “A dish of tea with Dr Johnson” (Un plato de té con el doctor Johnson), alentada por el director Max Stafford- Clark, que la dirige ahora en “La gaviota”. En el descanso del ensayo, Styler se despoja de sus vestiduras de época y del corsé –“Ahora puedo respirar en condiciones”–, para cambiarlos por unos pantalones de yoga y unas zapatillas de béisbol. Nos dirigimos a un restaurante italiano, donde pide sopa de verduras con cebada y una ensalada de pulpo, aunque apenas prueba ninguna.
He leído mucho sobre su arrogancia, pero esos artículos no parecen encajar con la mujer afable que tengo sentada enfrente. “No quiero criticar a mi país, pero en ocasiones siento que Sting y yo hemos sido tratados injustamente [por la prensa británica]”, expone Styler, que el día de Reyes cumplió 60 años. “Aquí me siento mucho más relajada, no tengo que estar juzgándome todo el tiempo”.
Toda la familia reside en Nueva York: “Sting y yo necesitamos meditar si regresaremos a Inglaterra a largo plazo o si nos quedaremos aquí. Me gusta el optimismo de Estados Unidos, la sensación de que, hagas lo que hagas con tu vida, bien hecho está”. Cuando habla de tratamiento injusto podría estar refiriéndose a unos artículos publicados hace unos años, cuando la cocinera de la pareja ganó la demanda por despido improcedente después de perder su empleo mientras estaba embarazada. “Fue todo muy doloroso –explica Styler–. Ni siquiera me preguntaron para que pudiera defenderme, fue un juicio orquestado por un diario sensacionalista. Pero las esposas de las estrellas de rock nunca lo han tenido fácil. Con Linda McCartney fueron desagradables hasta que murió”.
A pesar de ser consciente de tener una imagen pública controvertida, se lo toma con sentido del humor. Por ejemplo, me cuenta que el presupuesto de su próxima película, “Black Nativity”, es tan ajustado que no han podido alojar a los actores en hoteles y ha invitado a Forest Whitaker, el protagonista, a que se quede con su familia. Le pregunto por el resto del reparto. “Solo tenemos una habitación de invitados –replica entre risas–. Y no me vengas con el tema de las 15 casas Lujos. Quizá no sean 15, pero sí cuentan con una buena colección; además de una en Manhattan, tienen casas en Malibú, en el Caribe, en el Distrito de los Lagos (Gales) y en Londres, por no mencionar la finca en la Toscana y la mansión isabelina de Wiltshire (sur de Inglaterra).
En el extremo opuesto están sus numerosas obras sociales, que incluyen la Fundación Rainforest, que ha recaudado millones de dólares para la protección de los bosques. “En Estados Unidos se espera que ejerzas la filantropía, pero en Inglaterra te consideran hipócrita. Debo contribuir a alguna causa porque soy una privilegiada. Pero no siempre he llevado esta vida”. Nacida en Bronsgrove, en Worcestershire, la segunda de tres hermanas, Styler se crió en una vivienda social. Su padre envasaba pantallas para lámparas en una fábrica local y su madre trabajaba de celadora en un colegio. “Mi madre tendía la ropa en la cocina y no nos permitía usar el salón porque estaba reservado para las ocasiones importantes y las fiestas. De modo que vivíamos en una sola habitación. Todavía puedo notar el agua de la colada goteándome en el cuello”.
Sus padres eran unas personas más “responsables” que felices. “Me doy cuenta ahora que tenían una relación monótona, lo normal en mi calle, donde la gente se limitaba a trabajar y a no quejarse”. En su infancia sufrió un “terrible accidente de tráfico”. Con dos años corrió a la calle mientras su madre bañaba a su hermana pequeña y la golpeó un camión que estaba dando marcha atrás. “No me arrolló con las ruedas pero me enganché la cabeza con el tubo de escape y me la abrí, mientras el camión me arrastraba por la calle”. Permaneció meses ingresada en el hospital mientras le recomponían la cara: todavía exhibe unas leves cicatrices, pero solo se le nota una encima del ojo izquierdo (Sting la llamó su “ángel herido”).
Cuando comenzó a ir al colegio se metían con ella sin piedad. “Me llamaban Caracortada”, recuerda. Libertad. Actuar fue su salvación. “Desde los 14 quise ser actriz. Cuando empecé a ser conocida por ser buena en algo, no hubo quien me parara”. Su padre no era tan entusiasta. “Tuve una enorme pelea con él. Me dijo que me largara de casa. Quería que fuera secretaria en Harris Brush Works, la fábrica local de brochas. Para él eso era un triunfo...”. Arruga la nariz al recordarlo: “Desde nuestra calle, se olían las cerdas de los puercos que utilizaban para fabricar las brochas. Era repugnante”. Styler hizo autoestop hasta Stratford-upon-Avon y encontró trabajo de niñera mientras estudiaba teatro. Después consiguió una beca para la escuela de teatro Old Vic en Bristol. “Entonces comenzó una época de auténtica felicidad”. Se mudó a Londres y, tras el papel de Emma Tregirls, la chica gitana de “Poldark”, “comenzaron a abrirse puertas”. Poco después conoció a Sting. “Yo vivía con otro hombre y Sting estaba casado. Vivíamos en dos bajos casi contiguos y teníamos un problema común con los cubos de basura: la gente de los pisos superiores quería meter sus cubos en nuestro sótano”. Así que una de las relaciones más largas de la historia del rock se fraguó entre cubos de basura. Por esa época, Sting estaba casado con la actriz Frances Tomelty y ambas mujeres se hicieron amigas y compartieron elenco en un montaje de “Macbeth” en 1980.  En 1982, Tomelty y Sting, que tenían dos hijos pequeños, se separaron. Un año después, Styler estaba embarazada de su primer hijo y de gira con Police. “Lo cierto es que nunca hablo de ese capítulo; podría comprometer a muchas personas y se debería respetar su privacidad”. Todo el mundo coincide en que son una pareja sólida. “Hay algo que funciona –dice Styler–. Está la química, eso es innegable, y todavía la tenemos. Lo quiero más cada día. Además, nos gustamos. Nuestra hija dijo en la celebración de nuestro aniversario de boda: “Se ha hablado mucho de lo enamorados que están mis padres, pero yo creo que se gustan de verdad”.  Sting y yo somos hijos de los años 50, tenemos las mismas referencias, nos hacen gracia las mismas cosas, como los cómicos Morecambe y Wise. Nos parecemos mucho: venimos de la clase obrera”. Cuando le consulto si podría hacerle unas preguntas a su marido, asiente de inmediato. Está presentando su álbum “The Last Ship” en el Public Theatre. Styler hace una llamada y me consigue una entrada de 1.000 dólares. “Tener contactos siempre ayuda”, bromea Zana, su asistente; y allí me dirijo. Es un teatro diminuto y Sting, de 62 años, aparece en el escenario con una camiseta blanca y vaqueros ajustados. Entona una serie de canciones sobre Newcastle y los astilleros intercalando anécdotas sobre sus raíces. Finalmente, surge la posibilidad de enviarle un cuestionario por correo electrónico.
Le pregunto cómo es Trudie. “Admiro muchísimo sus dones y su talento, tiene una energía increíble y trabaja más duro que nadie y en tantos ámbitos distintos que es difícil seguirle la pista”. Doble boda Sting tiene su versión para explicar el éxito del matrimonio: “Nuestra relación funciona porque yo tomo las grandes decisiones y ella las pequeñas. Por suerte, en los más de 30 años que llevamos juntos no hemos necesitado tomar ninguna gran decisión”. Además de su idilio, parecen compartir el sentido del humor. El año pasado Styler declaró que renovaban sus votos matrimoniales realizando una puja [acto de devoción] en Varanasi, en la India. “Se ponen velas en el río Ganges, es precioso”, cuenta. 
Lleva en la muñeca una pulsera de cuerda como recuerdo. Su contrapunto es una enorme esmeralda. “Sting me lo compró como anillo de boda. Es una sortija del siglo XV que fue a parar al fondo del mar cuando el galeón español que la transportaba se hundió... Tengo una vida estupenda y estoy muy agradecida. Me siento la chica más afortunada del planeta”.

TRES DÉCADAS JUNTOS Y UNA CAUSA EN COMÚN 
La pareja que forman Trudie y Sting es una de las más sólidas del panorama artístico internacional. Llevan juntos más de 30 años, no han tenido ninguna crisis (o al menos no públicamente) y siguen demostrando su amor incondicional en público. Además, comparten cuatro hijos y un proyecto en común: la protección de los bosques a través de la Fundación Rainforest, que fundaron en 1989.
  TÍTULO: EN DIRECTO, ¿ Y SI ES UN NIÑO SUPERDOTADO?.

En España, el 2% de los niños tienen alta capacidad intelectual, sin contar los talentos específicos,.

Nacen con un don que, para muchos, acaba convirtiéndose en un suplicio. Diagnosticarlos a una edad temprana y saber cómo ayudarlos a gestionar sus extraordinarias capacidades son las claves para que lo vivan con normalidad.
Maximilian Janisch se presentó, por pura diversión, al examen de matemáticas que los chicos suizos tienen que pasar para cursar Bachillerato. Lo más curioso no fue su nota, que también (sacó la máxima calificación), sino su edad (tiene 10 años). Sus padres, un profesor de matemáticas jubilado y una economista, estaban tan orgullosos que querían matricularlo en la universidad, pero las autoridades académicas se lo impidieron. Así que está cursando Secundaria: “En el instituto, igual que en Primaria, no hay nada que me estimule –se lamenta en una entrevista en el periódico SonntagsZeitung–. No encuentro a nadie con quien hablar de Arquímedes, y la mayoría no sabe quién es Carl Friederich Gauss”, cuenta.
Con ligeras variaciones, esto es lo que les ocurre a un 2% de los niños en España. “Aunque esta cifra solo contabiliza a los que poseen altas capacidades intelectuales, que es lo único que actualmente contempla la ley de Educación, cuando en realidad se deberían tener en cuenta también las altas capacidades en las artes, la música, la creatividad... o los talentos específicos, como el matemático o el lingüístico, lo que subiría el porcentaje a un 5% del ratio de alumnos con necesidades educativas especiales”, apunta Alicia Rodríguez, presidenta de la Asociación Española para Superdotados y con Talento (AEST).
EXCEPCIONALES. El criterio generalizado para clasificarlos como superdotados es que tengan un coeficiente intelectual de 130 o más. Con frecuencia, los primeros signos aparecen por comparación con los demás, ya en la guardería o en preescolar, pero los síntomas pueden observarse desde su nacimiento, por la manera en la que ellos perciben su entorno. “Maximilian –recuerda su padre–, cuando todavía no sabía hablar, era capaz de memorizar números complejos”. 
Según la responsable de la AEST, “los padres son los primeros en sospechar que son diferentes. Cuando los escolarizan, al estar con compañeros de la misma edad, observan que no comparten juegos y que sus intereses son completamente distintos”. “Da la impresión de que se interesan por todo lo que sucede a su alrededor. Son curiosos, más observadores y su mirada suele ser escrutadora”, explica Monique de Kermadec, psicóloga clínica y coautora del libro “El pequeño superdotado, de seis meses a seis años” (ed. Albien).
Mientras son bebés muestran una sensibilidad a los sonidos y a las luces más aguda que la del resto. Y, a medida que van creciendo, se pone en evidencia su gran vivacidad mental. “Como todas las personas, son diferentes, pero comparten algunas características: presentan precocidades desde pequeños, al andar o hablar; muestran una gran preocupación por las injusticias, algo que encaja poco con su edad cronológica; aprenden prácticamente solos o con poca instrucción; tienen una gran memoria; manejan un vocabulario muy rico, que, además, saben usar correctamente; suelen dormir menos de lo que les correspondería; y parecen no ser obedientes a las órdenes cuando no están razonadas. Y también tienen disincronías, normalmente en su grafía”, añade Alicia Rodríguez. Otro rasgo es su fuerte emotividad.
Los estudios neurobiológicos muestran que su amígdala, la zona del cerebro que descodifica las emociones, es particularmente vulnerable. Un hecho insignificante para otros puede producir en ellos un cataclismo. “Además –añade el psicólogo clínico, especializado en niños con altas capacidades, Pedro Fernández–, tienen una especial sensibilidad, lo que unido a sus capacidades les hace percibir la realidad con más matices”. Estas características son indicios de un diagnóstico que suele confirmarse, generalmente, después de los seis años. Pero ¿cómo hacer que estas cualidades no se vuelvan en su contra? Pediatras y psicólogos están de acuerdo en que estos niños tienen más necesidad de seguridad que de estimulación. Los padres deben intentar ser observadores y protectores, en lugar de “coaches”.
EL ASPECTO EMOCIONAL. “El objetivo, desde la más tierna infancia, es ofrecerles un contexto favorable para despertar su talento, ayudándolos a poner palabras a las cosas y a los sentimientos para que aprendan a identificar, descifrar y gestionar sus emociones y las de los demás”, explica Monique de Kermadec. No sirve de nada convertirlos en repelentes sabiondos, al contrario. Hay que intentar desarrollar en ellos la inteligencia emocional, lo que les permitirá adaptarse a las situaciones de forma eficaz. Es más importante para su bienestar y su equilibrio futuro que saber leer y escribir con dos años. De ello depende su integración y su lugar entre sus compañeros, pero también el éxito de su escolarización. Así se puede evitar que, desde la guardería, sean rechazados por sus compañeros, incluso por los profesores, exasperados por sus intervenciones incesantes e intempestivas.
Según los profesionales, los padres no deben caer en el error de poner el acento en la precocidad del niño sin tener en cuenta las consecuencias emocionales de un hecho que puede ser muy destructivo en sus relaciones con los demás, incluida la familia. “Si su desarrollo socioafectivo y cognitivo va a la par, ser superdotado, indudablemente, juega a su favor, pero si están en discordancia, va a sufrir. El factor clave, en cualquier caso, es realizar una detección temprana para poner todos los recursos que necesita a su alcance”, afirma Pedro Fernández.
FRACASO ESCOLAR. Esto significa que si el ritmo de aprendizaje es más rápido de lo normal, no tiene por qué quemar las etapas a 1.000 por hora (léase, pasar de la ESO a la facultad de Ciencias, como les habría gustado a los padres de Maximilian Janisch). Saltar de curso puede ser beneficioso para algunos, pero muy perturbador para otros, por una simple cuestión de madurez. Al igual que el resto de sus compañeros, o quizá más que ellos, necesitan sentir que conocen la materia, sin olvidar la importancia de que controlen su motricidad. Porque el gesto que hace posible la escritura puede dominarse más o menos temprano, pero la mente de los pequeños precoces a veces acostumbra a ir mucho más rápido que sus manos.
NECESIDADES PARTICULARES. Las estadísticas hablan de que el porcentaje de estos alumnos que no terminan la enseñanza obligatoria supera el 60%, y solo un tercio tienen éxito en los estudios. Pero ¿por qué se produce un nivel de fracaso tan elevado? Todos los expertos coinciden en que a las dificultades de relación que algunos tienen con los profesores y con sus compañeros de clase hay que añadir los inconvenientes que supone esta inteligencia tan especial. Al aprender deprisa y memorizar con facilidad, los pequeños genios a veces no utilizan los procedimientos adecuados, simplemente porque no los necesitan. Dicho de otra forma, no siempre adquieren el sentido del esfuerzo, ni del método. Y por esa razón es muy importante, según explica Alicia Rodríguez, “que sepan en qué consiste su diferencia con los otros para que tengan un desarrollo armónico. 
Y también resulta fundamental que se les dote de recursos suficientes para no ser “dañados” en su gran sensibilidad, mediante talleres de “emotional training” realizados con sus iguales, donde aprenden de forma positiva sus particularidades, nunca mediante terapias individuales, que solo consiguen bajarles aún más su autoestima”. De hecho, “si no logran tener habilidades sociales desde pequeños, suelen terminar bastante aislados en lo que respecta a sus relaciones de amistad y también en el ámbito profesional.
Y esta situación les lleva a ir de psicólogo en psicólogo casi de por vida”. Los niños superdotados tienen una intuición muy aguda, pero cierta dificultad para analizar de forma secuencial. Comprenden el principio y el final de un problema, sin ser capaces de explicar los caminos por los que ha discurrido su razonamiento. Lo suyo no es demostrar, argumentar ni justificar. Y esto puede ser una rémora en el futuro, partiendo de que no suelen llevar el ritmo habitual de aprendizaje. Se aburren, se sienten fuera de lugar y tienen conflictos en el colegio, porque este, por lo general, exige a los alumnos cierta homogeneidad.
De ahí que, a poco que se sientan marginados, se descuelguen e, incluso, desarrollen trastornos del comportamiento y fobias escolares. Como explica Pedro Fernández, “si cualquiera se hace preguntas, ellos se formulan muchas más. Y hacerlo en la clase constantemente puede ser un problema, porque ralentiza e incomoda. Pero es posible canalizarlo positivamente, utilizando su conocimiento a favor del grupo, como recurso para tutorizar a los otros escolares y mejorar la dinámica de estudio”.
¿SOLOS O CON LOS DEMÁS? Desorientados, muchos padres buscan colegios especiales, porque el “normal” tiene a menudo muchas insuficiencias. Y, aunque las asociaciones han conseguido que la enseñanza pública se mueva, que los profesores estén más atentos para poder reconocer a estos niños y que se tomen en cuenta sus particularidades, es difícil ofrecerles una atención personalizada. Por otra parte, los especialistas recomiendan que estudien en centros convencionales, donde pueden desarrollarse satisfactoriamente si cuentan con el apoyo adecuado. De esa opinión es Pedro Fernández: “Esto les permite aprender a vivir con la diferencia. En el mundo real no hay empresas ni familias integradas solo por superdotados. No pueden aislarse, ni construirse una realidad paralela”.

UNA CUESTIÓN DE INTELIGENCIA 
-La inteligencia se adquiere de por vida. Se puede aumentar en un contexto cultural y social favorable, pero no decrece con el tiempo, salvo si se producen enfermedades o accidentes que afecten al cerebro.
-El Coeficiente Intelectual (CI) se determina a través de tests cognitivos, que fueron inventados por Alfred Binet en 1904, y mejorados años después. Es la herramienta más utilizada para calificar el rendimiento intelectual de un individuo con respecto a la media de sus contemporáneos.
-Muchos consideran que estos tests evalúan la dimensión lógica y matemática de la inteligencia, pero no son capaces de aprehenderla en su globalidad. Por ejemplo, no miden aspectos como la creatividad.
-Desde hace 20 años, el CI compite con el Coeficiente Emocional (CE). La Inteligencia Emocional, revelada por el psicólogo norteamericano Daniel Goleman, es una forma de inteligencia que permite identificar y controlar las propias emociones, compartir las de los demás y gestionar de forma armoniosa las relaciones con el entorno.
-Estas competencias se aprenden en la vida cotidiana y no se pueden medir. Muchos investigadores creen que no hay una sola inteligencia. Howard Gardner, profesor de Educación en Harvard, distingue nueve: musical, gestual, lógico-matemática, lingüística, espacial, interpersonal, intrapersonal, naturalista y existencial.

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