sábado, 29 de marzo de 2014

YO PUEDO HACERLO TODO, RECIEN LLEGADA,./ TRAZOS, TOROS Lección impecable de Morante,.

TÍTULO:  YO PUEDO HACERLO TODO, RECIEN LLEGADA,.

Los salvajes, por ejemplo, tiene una vena con aquella sociedad mexicana sobrecogida por la violencia -narcotráfico, crimenes, etc.-; incluso se habla de una narcoliteratura. La virtud en los cuentos de Chimal es desde luego lo mágico –Borges, Quiroga, Cortázar-, lo mágico fantástico como en el cuento Veinte robots, y lo mágico realista como el cuento el Mogo, el mundo invisible, dividido en dos, el misterio, lo inconexo, que revelan un juego de verdad o mentira que a los niños siempre atrapa.
Con todo, La ciudad imaginada [Nightmare mix], de Alberto Chimal es un libro fino. Dice el autor que fue escrito a lo largo de varios años y de manera independiente. Es por ello su precisión, sus detalles, y es por ello el reconocimiento de su publicación en el Perú. En este mundo de novelas, con Chimal los cuentos vuelvan a una esencia mágica: volver a ser contados, como diría Ribeyro. Pues este libro también ha sido hecho para ese fin.-foto.
  1. Lección impecable de MoranteCumbre de Morante con un precioso toro de Zalduendo. Un Embajador negro girón y coletero, 485 kilos, que se avino al trato. El trato de ...

    TOROS-foto

    Lección impecable de Morante

    El torero de la Puebla firma una faena bellísima: ritmo, sencillez, imaginación, asiento, gusto exquisito. Tres notables toros de Zalduendo. Manzanares, un botín de tres orejas

    Cumbre de Morante con un precioso toro de Zalduendo. Un Embajador negro girón y coletero, 485 kilos, que se avino al trato. El trato de Morante, que fue, de nuevo, versión destilada del toreo de compás, suavidad pura, risueño ritmo. De capa y muleta. Antes y después de reunirse con el toro y durante la reunión. El toreo de capa reposado ya de salida: dibujado en solo dos lances de prueba, cosidos con dos verónicas, una por cada mano, de sencillo empaque y el vuelo preciso una y otra, y, ¡oh, sorpresa!, cosidas las dos, tan clásicas, con dos chicuelinas de frágil giro, como mecidas. Una larga por el pitón izquierdo, cuya magia fue la manera de soltarse a una mano Morante cuando parecía dicho y hecho un nuevo lance a la verónica o el apunte de media. Y la media al fin, que fue casi a pies juntos, y en vertical desmayo, un lindo monumento. Ocho lances de seda abrochados entre las dos rayas y sin levantar una mota de polvo.
    Un puyacito trasero, solo uno. Toro nobilísimo, las fuerzas justas, el son ligeramente perezoso, faltó el golpe de riñón, sobresaliente fijeza. De manera que Morante estuvo asentado y confiado desde el primer muletazo. Y hasta el último. Rendido, el toro llegó a quedársele hasta tres veces antes de tomar el engaño -el hocico en la arena, la cara descolgada- y las tres aguantó Morante sin sombra de sobresalto. Paciente en tal trance, Morante pareció insuflarle al toro el aliento que entonces le faltaba y, luego, tiró de él para llevarlo hasta final de viaje con un pulso imposible. Se vino abajo la plaza. Un clamor.
    En la faena, puro capricho, solo hubo muletazos buenos, mejores y sencillamente extraordinarios. A pies juntos por alto y a suerte cargada, que fueron los de apertura; en redondo, tres y el cambiado, con tanto ajuste como compás; con la izquierda, en una tanda impecable de cuatro abrochados con uno cambiado a pies juntos de alta escuela y un desplante genuflexo; otra con la izquierda de encaje mayúsculo pero de tal relajo que parecía irse el brazo solo detrás de las manos, y las manos detrás de los dedos, y el toro, empapado en todo esa madeja tan bien tejida. Y tan sinuosa: el toreo en semicírculo. Y el canon antiguo: toro tomado y soltado, ni un paso perdido, ligazón, algún leve enganchoncito en algún que otro remate. La compostura natural de Morante, su forma pausada de llegar al toro y de salir de la cara, la manera de plegar la muleta, su gesto solo. Las improvisaciones: una tanda de frente que al tercer muletazo ya era de dar el medio pecho, y al quinto de tanda, el molinete sevillano de El Gallo; el toreo por delante para cerrar al toro, que Morante dejó cuadrado con solo dos muletazos.
    Cuadrado el toro pero no igualado, sino abiertas las manos. Dos pinchazos, una estocada. Con la espada enterrada, el toro todavía tuvo, antes de doblar, el privilegio de llevarse de Morante tres naturales sueltos. Hubo delirio con la faena. Ni siquiera contó que faltara con la espada la firma y la rúbrica redondas. No cundió la petición de oreja, pero la ovación fue de tal calado que Morante, que saludó desde casi los medios y pareció sentirse visiblemente reconocido, no tuvo más que remedio que dar la vuelta al ruedo. La vuelta fue pura torería: claveles, abanicos, algún cigarro habano. Gorrillas y sombreros que devolvió Morante con pinturería. Porque fue faena de tirar sombreros.
    La corrida tuvo un antes y un después de esa bellísima faena de Morante. No resistieron la comparación ni el antes ni el después. Los tres toros de Zalduendo de la segunda parte fueron bastante mejores que los tres de Juan Pedro de la primera. Morante fue puro primor con el segundo de la tarde, que se acabó enseguida. Gracia repajolera, exquisitas las formas, bueno el fondo del trabajo, tan lindo, pero sin el brillo tan cegador del que vino después.
    El mejor de los tres juampedros fue un tercero acapachadito y jovenzano que remontó tras un volatín, y quiso mucho y bien. No se templó Manzanares, que solo con la mano diestra toreó sobre la inercia del toro, despegadito y rehilando pero no ligando. Una estocada tendida y trasera en la suerte de recibir bastó. Dos orejas, gratuita la segunda. De los tres zalduendos, el más completo y sencillo fue el cuarto de festejo. Un toro acochinado, enmorrilladito, corto de manos, de buen motor. Finito se embarcó en larga faena, cada vez más acoplada, de muletazos exageradamente largos y por tanto lineales. Bonitos los remates a pies juntos. Un punto errático el rumbo de terrenos. Hubo regusto bueno en el trabajo de Finito con el primer juampedro que, siendo toro pronto, fue también llorón, se soltó antes de tiempo y hasta pegó una coz. El sexto, de Zalduendo, bizco, se empleó de bravo en el caballo, tuvo codicia y gasolina. Más pronto que ninguno. Más decidido Manzanares ahora, pero pesaba como una losa la estela dejada por Morante. Desajuste con la mano izquierda, a resorte con la derecha, cierta rigidez, tiempos muertos entre tanda y tanda. Una excelente estocada a un tiempo.

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