domingo, 13 de julio de 2014

UNA HISTORIA EN IMAGENES,.CINE,Érase una vez en América / REVISTA XL SEMANAL, PORTADA, Colombia: En el avispero de las FARC

Érase una vez en AméricaTÍTULO: UNA HISTORIA EN IMAGENES,.CINE, Érase una vez en América,.

Reparto
Robert De Niro, James Woods, Elizabeth McGovern, Tuesday Weld, William Forsythe, Treat Williams, Jennifer Connelly, Burt Young, Joe Pesci, Danny Aiello, Clem Caserta, James Russo, Mario Brega, Brian Bloom, Chuck Low, James Hayden, Larry Rapp, Richard Bright, Rusty Jacobs, Scott Schutzman Tiler,.
 
 Principios del siglo XX. David Aaronson, un pobre chaval judío, conoce en los suburbios de Manhattan a Max, otro joven de origen hebreo dispuesto a llegar lejos por cualquier método. Entre ellos nace una gran amistad y, con otros colegas, forman una banda que prospera rápidamente, llegando a convertirse, en los tiempos de la Ley Seca (1920-1933), en unos importantes mafiosos. 
 
TÍTULO: REVISTA XL SEMANAL, PORTADA,   Colombia: En el avispero de las FARC,.

Desde hace medio siglo, la comunidad de Santo Domingo en plena Amazonia colombiana vive bajo el dominio de las FARC, la más poderosa ...|fotos|,.
 
En portada

Colombia: En el avispero de las FARC

Colombia se asoma a la paz. La negociación entre el Gobierno y la guerrilla parece la gran oportunidad de acabar con décadas interminables de guerra civil.
«Todos queremos la paz. Pero, aquí, la paz no se logra firmando un papelito en La Habana». Desde hace medio siglo, la comunidad de Santo Domingo en plena Amazonia colombiana vive bajo el dominio de las FARC, la más poderosa y antigua guerrilla de América Latina. La mayoría de sus habitantes, por lo tanto, no han conocido otra cosa que la ley de la guerra. Sus vidas están marcadas por la pobreza, el aislamiento y el Estado paralelo de las FARC. Por eso aquí, como expresa Carlos, uno de sus líderes comunitarios, el optimismo generalizado que rodea a las negociaciones que Gobierno y guerrilla desarrollan en Cuba desde hace año y medio brilla por su ausencia. La vida en el epicentro del conflicto armado más antiguo del mundo les ha enseñado las virtudes de la prudencia.
En santo domingo, a orillas del caudaloso Caguán un río que se extiende hasta el Amazonas y que las FARC consideran como su madriguera, el Estado colombiano dejó de existir hace tiempo. No hay infraestructuras, no se cubren las necesidades básicas y los campesinos son obligados a dedicarse casi en exclusiva a la coca; todo ello, bajo lo que se ha dado en llamar el «Estado paralelo». Esto es: la administración de las FARC en un territorio donde la droga circula con total libertad y la guerrilla ejerce el control con mano de hierro. «Para lograr la paz, no basta con acabar con la violencia prosigue Carlos. Aquí, los que mandan no están dispuestos a ceder su poder. Los grupos armados controlan un territorio con inmensas extensiones de cultivos ilícitos. Eso implica mucho dinero y no quieren perderlo. Hay muchos intereses. Ojalá esté próxima una solución real para nosotros, pero será difícil».
Su escepticismo es comprensible. Carlos ronda los 50 años, ha visto fracasar dos procesos de paz con las FARC con los presidentes Belisario Betancur y Andrés Pastrana y su vida ha discurrido paralela a la de la propia guerrilla. Su liderazgo entre la comunidad, sin ir más lejos, no sería posible sin la aprobación de las FARC. Pese a todo, celebra el actual proceso de paz porque es la única esperanza de acabar de una vez con la omnipresencia de la guerrilla en su vida. «Queremos ser parte del Estado, tener oportunidades admite Carlos, y subraya la importancia que para su gente puede tener el acuerdo, ya cerrado, sobre participación política. El hecho de que se permita que las FARC se conviertan en partido político marca una gran diferencia para nosotros. En esta región queremos una normalización del día a día. Deseamos una democratización y dejar de vivir bajo la caprichosa y cambiante voluntad de la guerrilla».
El sueño de carlos, pese a su alergia al optimismo, es el mismo que llevó a varios millones de sus compatriotas a reelegir hace unas semanas al presidente Juan Manuel Santos, artífice de una negociación que ha abierto la puerta al fin de un conflicto que se ha cobrado ya más de 220.000 vidas. El Gobierno y las FARC, de hecho, han llegado a acuerdos en otros dos puntos claves para la región. El primero, el de desarrollo agrario, que promete una reforma rural integral que reparta tierras improductivas, formalice las propiedades de miles de campesinos, impulse las infraestructuras, el agua potable, el crédito... «Será el renacimiento del campo colombiano», adelanta el Ejecutivo. Las FARC se han comprometido, además, a romper todo vínculo con el narcotráfico si se llega a sellar un acuerdo de paz e, incluso, a contribuir mediante acciones prácticas a la solución definitiva del problema de las drogas ilícitas.
Así las cosas, sobre la mesa solo quedan el trato a las víctimas, la desmovilización de los cerca de diez mil guerrilleros que componen el grupo armado y si, una vez abandonadas las armas, responderán o no por sus actos ante los tribunales. Por de pronto, Santos anunció en plena campaña electoral que las víctimas participarán a partir de ahora en la negociación, lo que implica el reconocimiento, inédito, por parte de las FARC de su responsabilidad frente a ellas.
Pero mientras todo esto se dilucida en La Habana, en las remotas selvas del departamento de Caquetá, sus habitantes prosiguen su existencia en medio de la guerra, la pobreza y la ley la ausencia de ella, más bien de la guerra. En Cristales, donde nació Gabriel, padre de cinco hijos, la propaganda revolucionaria invade cada rincón. Sus habitantes pagan a la guerrilla la famosa vacuna, un impuesto por los servicios prestados a favor de la comunidad y la revolución. Gabriel y su familia lo asumen; desde niño, él ha convivido con las estrictas normas de la guerrilla y las bombas e incursiones del Ejército. En uno de estos ataques fue detenido y acusado de colaborar con los insurgentes, aunque consiguió escapar. «Si naces aquí, estás marcado.
Todo el mundo desde fuera te ve como guerrillero, así de simple reclama Gabriel. En esta región llevamos 50 años conviviendo con las FARC, todos tenemos de una u otra forma relación con ellos, no hay otra opción. Muchos tenemos familia que forma parte de la guerrilla, pero ¿qué otra alternativa nos ha brindado el Estado, aparte de las bombas? Ninguna». Doña Laura, una anciana oculta en el interior de su casa por temor a ser vista conversando con extraños, confirma el exabrupto de Gabriel. «Aquí, no tenemos nada. El Estado y los gobiernos se han olvidado de nosotros. La guerrilla es la autoridad y mira por sus intereses, pero son los únicos que responden a las necesidades de la comunidad. Cuando les interesa...», deja caer, en voz baja.
Toda la región del medio caguán, en el suroeste de Colombia, vive bajo el estricto control de la guerrilla marxista. En esta zona está prohibido el uso de móviles con cámara, circular en moto con casco y hacerlo después de las seis de la tarde. El histórico Bloque Sur origen de la guerrilla en 1964 y uno de los siete que conforman su estructura militar actual es el dueño y señor de este territorio. Nadie entra aquí sin su autorización y sin correr el riesgo de ser acusado de colaborar con el Ejército.
Las juntas comunales son los órganos de gobierno de estas comunidades y veredas, y sus presidentes y vocales son elegidos directamente por los comandantes. Don Víctor preside una de esas juntas. «Aquí, nada se mueve sin su permiso revela, pese a no contar con autorización del comandante de la zona para hablar con XLSemanal. Todo peso que se genera en la región pasa por sus manos y todos estamos obligados a cumplir nuestras obligaciones con el movimiento. La gente está ya muy cansada, soportamos mucha presión; están perdiendo mucho apoyo».
No muy lejos de allí, en el Bajo Caguán, vive Miguel. Al igual que la mayoría de los habitantes de esta región, su familia come gracias a la coca. En su laboratorio, mientras procesan la hoja cosechada, da detalles sobre su medio de vida: «La coca aquí es un negocio de los campesinos. Tenemos la cosecha vendida de antemano. Si cultivas otra cosa, no puedes vender por falta de medios para sacar la producción. No tenemos alternativa». A su lado, Luis, un pariente miembro de las FARC, escucha y decide hacer una aportación. «Tenemos el monopolio revela Luis. Compramos la producción a los campesinos y se la vendemos a los compradores que vengan. El precio lo fijamos nosotros, y con ese dinero nos financiamos y ayudamos con lo que podemos a la comunidad».
Mientras tanto, en la Unión Peneya, en la misma región, el padre Chilatra ejerce como sacerdote entre dos fuegos. En el cementerio hoy oficia un funeral en este bastión del temido Frente 15, retaguardia del Bloque Sur que retuvo por aquí a notorios cautivos, como Ingrid Betancourt y Clara Rojas o al periodista francés Romeo Langlois. Pese a ello, desde la distancia, una pequeña delegación del Ejército vigila la escena. Al fin y al cabo, el difunto era uno de los suyos. O quizá no.Benjamín acababa de cumplir 18 años. Su familia siempre estuvo ligada al Frente 15, pero, caprichos del destino, él no pudo librarse de cumplir el servicio militar. Durante una guardia, el Frente 15 lanzó una ofensiva y Benjamín fue de los primeros en caer. «Así es la vida aquí dice el párroco. La guerra es cruel y casos como este se dan con demasiada frecuencia. Pero lo peor para los suyos está por llegar. Su familia está ahora marcada por la guerrilla y por los militares, lo más probable es que tengan que huir para salvar sus vidas».
Dos semanas después del entierro de Benjamín, durante la celebración de un bautizo en una vereda cercana a la comunidad de San Isidro, el padre Chilatra fue abordado por un grupo de hombres que descendieron armados, sin ningún tipo de distintivo, desde un helicóptero militar. Lo acusaron de colaborar con la guerrilla y lo amenazaron de muerte. Pocos días después, el párroco decidió abandonar La Unión Peneya. «Aquí, todo el mundo tiene las manos machadas de sangre. Guerrilla o Ejército, todos han realizado abusos por igual. La gente ya no puede más», subraya el sacerdote. Él, como tantos y tantos otros en la región, no ve la hora de que llegue la paz.
-Vivir entre rebeldes. El departamento de Caquetá, en la Amazonia colombiana, es la madriguera de las FARC desde hace 50 años. Nacer en esta región te marca para siempre. Los civiles viven bajo la ley de la guerrilla, estigmatizados como guerrilleros por el resto de los colombianos. Ellos se sienten abandonados por el Gobierno y, aunque lo dicen en voz baja, se confiesan hartos de su situación. Desean más que nadie que acabe la guerra.

-La coca o la vida. La coca aquí es vida para los campesinos. Obligados por la guerrilla a dedicarse en exclusiva a su cultivo y procesamiento, muchos montan laboratorios caseros donde preparan la pasta de la droga que entregan a las FARC. Los insurgentes aguardan la llegada de los narcotraficantes para venderla al mejor postor.

-Así murió Benjamín. Benjamín tenía 18 años. Su familia siempre había estado ligada a las FARC, pero él no consiguió eludir el servicio militar. Una noche, estando de guardia, cayó bajo fuego guerrillero. Su funeral, donde se citan familiares y amigos, simpatizantes de la insurgencia y miembros del Ejército, retrata con precisión la vida en esta zona de Colombia.

-El río de la guerra. El Caguán, la gran arteria de la región, es el corazón del conflicto colombiano. Desde su primer puerto hasta su desembocadura, miles de soldados y guerrilleros llevan décadas disputándose sus orillas. En su cuenca, de 15.000 km2, han crecido docenas de caseríos donde la coca circula libremente y la guerrilla ejerce el poder con mano de hierro.

-Sueños de estado. Estos billares son la única opción de ocio en Santo Domingo. Su dueño, Carlos, es uno de los líderes de la comunidad. Ejerce como tal, eso sí, con el consentimiento de las FARC. Su sueño es que estas dejen las armas para convertirse en partido político y que el Estado vuelva a la región después de 50 años de ausencia.

-En el estado paralelo. Miguel y su hija Judith almuerzan en casa, en la localidad de Santa Elena, en Caquetá. Ninguno de ellos ha conocido otro gobierno que el de las FARC. Desde hace 50 años viven en un Estado paralelo al del resto de sus compatriotas. Del Ejecutivo apenas conocen su brazo militar, acusado de incontables violaciones de los derechos humanos en la región.

-Nada se mueve en caquetá. Un grupo de civiles viaja en el techo de un autobús. El transporte en la zona sufre serias restricciones por la ausencia de infraestructuras, tras medio siglo de ausencia de las autoridades colombianas. Todo un impedimento para los campesinos que intentan desarrollar cultivos alternativos a la coca, sin medios para llevar la cosecha a los mercados.

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