lunes, 16 de marzo de 2015

LA CHICA DEl tiempo, con Laura Madrueño,./ SUDOKU, LAS CLOACAS DEL SEXO,.

TÍTULO: LA CHICA DEl tiempo, con Laura Madrueño,,.
 

LA CHICA DEl tiempo, con Laura Madrueño, foto,.
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 Fin de semana y vuelta al invierno. Hasta una media de 10 grados descenderán los termómetros por lo que habrá que sacar los abrigos del armario. Además, nevadas en el nordeste y lluvias en el norte y este peninsular.
 Se intensifica el viento en el Estrecho, las Baleares y el área pirenaica. Mañana predominarán los cielos despejados pero las temperaturas descenderán de forma generalizada y especialmente en la Meseta Sur. Tan solo tendremos algunas nubes en las islas Baleares y el área del Estrecho,.
 Aumenta la nubosidad en el norte de la península y los cielos continuarán poco nubosos en el resto. De cara al viernes se experimentará un descenso acusado de las temperaturas. Las nevadas llegan a los Pirineos.

 
TÍTULO: SUDOKU, LAS CLOACAS DEL SEXO,.

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Lima cobra alrededor de un euro por cada servicio en su pequeño cubículo.Lima cobra alrededor de un euro por cada servicio en su pequeño cubículo. 

  • Son niñas encerradas en cubículos donde reciben a catorce clientes al día por 1,2 euros el servicio. "Solo espero que no me maten de una paliza y no contraer el sida". Prostitutas de Bangladesh cuentan su vida,

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Cada año, 1,39 millones de personas, en su gran mayoría mujeres, son sometidas a la esclavitud sexual. La periodista y escritora mexicana Lydia Cacho ha dedicado cinco años a trazar el mapa de esta lacra contemporánea para su libro 'Esclavas del poder' (Debate). De los prostíbulos turcos a las ceremonias sexuales de los 'yakuzas' japoneses, pasando por los oscuros 'desfiles de modas' de Myanmar. En este personalísimo texto exclusivo para 'El País Semanal' relata algunas de las historias que vivió en su periplo.
Cuando tenía siete años, mi madre nos advertía a mi hermana Sonia y a mí de que siempre que saliéramos a la calle evitáramos a la robachicos, una vieja conocida en el vecindario porque secuestraba niñas; las atraía regalándoles caramelos y luego las vendía a extraños. La palabra equivalente en inglés, kidnapper (robaniños), es utilizada hoy para referirse al secuestro de personas de cualquier edad. Cuarenta años después de aquellas lecciones infantiles, descubrí que lo que en mi infancia parecía una anécdota propia de Dickens, con los años se convertiría en uno de los problemas más serios del siglo XXI. La sociedad tiende a considerar la trata de niñas y mujeres como una reminiscencia de otro tiempo. Creíamos que la modernización y las fuerzas del mercado global habrían de erradicarla y que el abuso infantil en los oscuros rincones del mundo subdesarrollado habría de disiparse al simple contacto de las leyes occidentales y la economía de mercado. Mi investigación demuestra justamente lo contrario. El mundo experimenta una explosión de las redes que roban, compran y esclavizan a niñas y mujeres; las mismas fuerzas que en teoría habrían de erradicar la esclavitud la han potenciado a una escala sin precedentes. Estamos presenciando el desarrollo de una cultura de normalización del robo, compraventa y corrupción de niñas y adolescentes en todo el planeta, que tiene como finalidad convertirlas en objetos sexuales de renta y venta.
En Myanmar (Birmania), miembros del Ejército han creado campos de esclavas sexuales secuestrando a cientos de niñas y adolescentes
"Me desperté y aparecieron ante mí varios yakuzas desnudos, con una toalla a la cintura, completamente tatuados", relata la joven Rodha
"Hemos encontrado mujeres de 16 años en burdeles, con papeles falsos, y el Gobierno miró para otro lado", confiesa un policía turco
Cada año 1,39 millones de personas en todo el mundo, en su gran mayoría mujeres y niñas, son sometidas a la esclavitud sexual. Durante cinco años, mi tarea fue rastrear las operaciones de las pequeñas y grandes mafias internacionales a través de los testimonios de supervivientes de la explotación sexual comercial. Mi investigación sigue la pista concreta de un fenómeno criminal que nació en el siglo XX: la trata sexual de mujeres y niñas. La sofisticación de la industria sexual ha creado un mercado que muy pronto superará al número de esclavos vendidos en la época de la esclavitud africana que se extendió desde el siglo XVI hasta el XIX. La confrontación emocional con el hecho de ser una mujer periodista hizo más compleja esta investigación. El reto fue mayúsculo. En Camboya, Tailandia, Myanmar y Asia Central me vi obligada a emplear distintas estrategias para evitar el peligro. Enfrenté enormes frustraciones, como cuando tuve que salir corriendo de un casino camboyano operado por una tríada china en el que se efectuaba la compraventa de niñas menores de diez años.
Para alcanzar mi objetivo puse en práctica las enseñanzas de Günter Wallraff, maestro alemán de periodismo y autor de Cabeza de turco. Siguiendo sus métodos de trabajo, en mi viaje desde México hasta Asia Central me disfracé y asumí personalidades falsas. Gracias a ello pude sentarme a beber café con una tratante filipina en Camboya; entré en un prostíbulo en Tokio donde todos parecían personajes salidos de un manga; y caminé vestida de novicia por La Merced, uno de los barrios más peligrosos de México, controlado por poderosos tratantes.
Para comprender el fenómeno resultó imprescindible hacer un análisis de la postura de varios países respecto a la trata de personas y a la prostitución, examinar las ganancias que la legalización o regulación representa para los Gobiernos, y el valor cultural que sus hombres y mujeres dan al comercio sexual de personas. Me encontré con naciones profundamente religiosas, como Turquía, en donde está legalizada la prostitución. Y otras, como Suecia, que han penalizado el consumo de sexo comercial y protegido legalmente a las mujeres que son víctimas de la esclavitud sexual comercial.
Turquía. Al aterrizar en Estambul es de noche y pierdo el aliento ante la belleza del cielo estrellado con pinceladas violetas. En un taxi rumbo al hotel, bajo la ventanilla y los olores de la ciudad se revelan ante mí: el diesel, las especias, el hálito salado del mar. Cada ciudad tiene un aroma que la distingue.
El taxista, orgulloso de su patria, elige darme un paseo. Me explica que nos encontramos en la separación entre Anatolia y Tracia, formada por el mar de Mármara, el Bósforo y los Dardanelos: los estrechos de Turquía que definen la frontera entre Asia y Europa. "Estamos a punto de ser reconocidos como parte de la Unión Europea. Aquí todo es bueno", me asegura, "convivimos musulmanes, judíos, cristianos, agnósticos, protestantes. Aquí todo el mundo es respetado y bienvenido". Sonrío y pienso en los informes de PEN International ?una organización defensora de la libertad de expresión? sobre la persecución y encarcelamiento de escritores y periodistas turcos.
Pero guardo silencio, sé que el mundo no es blanco y negro y que todos los países, como las personas que los habitan, son diversos, complejos y magníficos a la vez. La hermosura de los ojos del joven maletero que me recibe en el hotel y la dulce voz de una recepcionista que habla un perfecto inglés hacen que me sienta bienvenida. Me recuerdan que la oscuridad no se ve sin conocer la luz, que la bondad está también en todas partes. Imagino que algunas de las 200.000 mujeres y niñas que han sido traficadas en los últimos cinco años a este país puente han encontrado a su paso la bondad de alguien que las ha visto como humanas.
Espero frente a la barra de un bar a mi contacto. Al poco tiempo, un hombre alto, atractivo, de tez morena clara, cabello al rape, cejas pobladas y chamarra de cuero se detiene a mi lado. Sin mirarme y aún con la nariz enrojecida por el aire helado, dice mi nombre y pide un trago.
En un francés titubeante masculla que allí no podemos hablar: "En hotel cinco estrellas, nos vemos mañana en hotel cinco estrellas". Saco de mi bolso una tarjeta de mi hotel y se la entrego. La revisa. "Ése es el barrio Taya Hatún", dice. "Sí, es un hotel pequeño, sólo turistas", insisto. "Nueve de la mañana, sólo usted, madame". Paga el trago sin haberlo probado, sale del bar y se sube al tranvía mirando a los lados.
Mahmut es policía, y uno de los buenos, según me dijo un colega corresponsal extranjero. Fue entrenado por el equipo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) para el grupo especial contra la trata de personas en Turquía. El Departamento de Estado estadounidense ha invertido aquí siete millones de dólares para luchar contra la trata, y la cooperación noruega otro tanto. Mahmut es un turco laico, un tipo culto. Él cree que la lucha contra la explotación sexual de mujeres en Turquía y en la Ruta de la Seda es una gran farsa. Por ello, después de meses de negociaciones con contactos, decidió hablar conmigo. Espero en el pequeño hotel boutique bebiendo un perfumado café turco.
Me siento en el bar. Es un lugar elegante con aire palaciego. El policía entra y el joven de la recepción apenas lo mira.
Lo invito a sentarse, mira a su alrededor y en voz muy baja me dice: "Si se enteran de que fui yo quien le dio la información, me pudriré en la cárcel si no es que me matan antes por haber violado el artículo 301 y por traición a la patria y al código policiaco".
Pedimos una jarra grande de un exquisito té perfumado con cardamomo. De pronto, él señala, en silencio, las cámaras en el techo del bar. Le digo que podemos subir a mi cuarto y acepta. Es cauteloso. La habitación es pequeña, pero tiene un sillón y una silla; le ofrezco el primero. Poco a poco se va soltando, me pregunta qué sé de la corrupción turca, de la trata de mujeres. Él pone atención a cada palabra. De pronto pide permiso para quitarse la chamarra, asiento con la cabeza y mi vista se congela ante la presencia de un arma colocada en la sobaquera de policía. Pierdo el hilo de mis ideas durante algunos segundos. Con el bolígrafo en la mano y la libreta sobre mis piernas, pienso que estoy en Turquía, en una habitación de hotel, con un hombre armado, y sólo él y yo lo sabemos. Intuye mi ansiedad y comienza a hablar de su esposa y de las mujeres admirables que ha conocido en la OIM. Hacemos un silente acuerdo de confianza, ese pacto sin el cual las y los reporteros no podríamos subsistir.
Los especialistas revelan que en la medida en que se dan a conocer más casos de trata de mujeres en el mundo, sorprende el notorio descenso de incidentes registrados por la policía turca sobre mujeres traficadas hasta Turquía desde Rusia, Moldavia, Georgia y Kirguizistán. ¿Cómo es posible que en un par de años la policía turca asegure que ha abatido en más del 50% los índices de la trata de mujeres? Mahmut advierte: "Ellos [los jefes de la policía y el ejército] ven la prostitución como un negocio, y ellos mismos son clientes. Consideran que son los norteamericanos y algunos europeos nórdicos quienes la llaman 'esclavitud sexual', pero eso es problema de otros, no nuestro. Todo es cuestión de enfoques, madame. Por ejemplo, una gran cantidad de noruegos y suecos vienen a Turquía por el turismo sexual. En su país no lo hacen, y aquí sí porque es legal y nadie los reconoce".
Esta observación da en el clavo del debate mundial que plantean los abolicionistas. En la medida en que la prostitución esté avalada o regulada por los Gobiernos, toda política pública para establecer una división entre víctimas y profesionales resultará infructuosa. "Hoy, más que nunca", asegura Mahmut, "las mafias albanesas y rusas cooperan con las mafias locales para el transporte de mujeres que terminan en el negocio de la prostitución. Siempre ha sucedido; la diferencia es que ahora que los países que se dicen civilizados han decidido combatir este crimen, se ha convertido en un negocio mejor para todos: los tratantes, los que hacen porno y los que simplemente venden un sueño falso a las mujeres. La llegada de los mercaderes de la guerra a Irak y Afganistán ha mejorado el negocio. Nadie habla de eso. En unos años los medios se sorprenderán ante la cantidad de dinero que han ganado los terroristas y los mercenarios norteamericanos con la venta de mujeres de la región".
El último informe del Protection Project, adscrito a la Universidad Johns Hopkins, revela que en Turquía existen, plenamente identificadas, 200 bandas de tratantes de mujeres y niñas. Según datos de la OIM, desde 1999 hasta la fecha, 250.000 personas han sido traficadas para diversos fines a través de Turquía. La mayoría son mujeres originarias de Azerbaiyán, Georgia, Armenia, Rusia, Ucrania, Montenegro, Uzbekistán y Moldavia. En comparación, las autoridades turcas reconocen oficialmente que, entre 2003 y 2008, se identificaron como víctimas de la trata sólo a 994 personas.
"El negocio de la prostitución aporta mucho, mucho dinero, madame", me explica Mahmut. "Miles de turistas vienen a la costa y a Estambul a buscar placer, claro que también hacen los tours de las bellezas históricas de nuestro país, que son muchas. Por desgracia, hay quienes explotan niñas. Hemos encontrado mujeres de 16 años que trajeron a los 14; estaban en burdeles con papeles falsos y el Gobierno miró para otro lado. Cuando los tratantes se cansan de las muchachas, simplemente llaman a la policía y las entregan. Cuando se hacen redadas, es curioso que no aparezcan los explotadores para ser arrestados. Muchas jóvenes tienen papeles auténticos pero ilegales.
El policía se refiere a lo que he descubierto en todo el mundo: servidores públicos de los Ministerios de Asuntos Exteriores, así como cónsules e incluso embajadores, se prestan a emitir pasaportes auténticos a partir de documentación falsa. Mi entrevistado evoca las complejidades de detectar a una esclava sexual cuando los papeles son legales: si los agentes de migración se basaran en apariencias o simples sospechas, las fronteras se volverían un caos y las crisis diplomáticas entre países serían irremediables. "Por ello, ante la posibilidad de equivocarse, muchos pasan por alto las sospechas". Según la organización Eliminemos la Prostitución Infantil, la Pornografía Infantil y la Trata de Niños y Niñas con Fines Sexuales (ECPAT), el 16% de las víctimas de la trata rescatadas en Turquía son menores de edad y vendidas para la explotación sexual comercial. El policía asiente a las cifras que le ofrezco. Reitera que la del sexo es percibida como una industria y no como una actividad delictiva. Asimismo coincide con los informes de Save the Children, que aseguran que allí donde está legalizada la prostitución con adultas, muchos pedófilos buscan asilo y se convierten en clientela fiel que fomenta el mercado de la explotación sexual infantil.
Las propias cifras del Ministerio de Asuntos Exteriores de Turquía son elocuentes: mientras en 2006 se reportaron 422 arrestos, en 2007 fueron 308 y a fines de 2008 sólo arrestaron a 255 hombres, en su mayoría clientes y en algunos casos víctimas consideradas por la autoridad como cómplices de la trata.
La OIM logró convencer al Gobierno turco de implementar una línea telefónica para denuncias. Desde que se inauguró, el 23 de mayo de 2005, hasta principios de 2009, fueron rescatadas 114 víctimas. El operativo de salvamento y atención está a cargo de un par de organizaciones civiles sin fines de lucro y de la propia OIM. Sin embargo, las cifras no son tan optimistas cuando logro hablar con algunas jóvenes de Moldavia y Croacia, quienes me aseguran que la repatriación es una farsa, que se trata de una vulgar deportación de mujeres que ya han estado demasiado tiempo en el negocio. Las más nuevas son las que pueden ser controladas, las que no hablan? todavía.

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