martes, 30 de junio de 2015

Sexo y muerte en el mundo del futbol,./ No disparen al pianista,.

TÍTULO: Sexo y muerte en el mundo del futbol,.

Muerte en el Camp Nou / foto

Recuerdo desde niño que siempre me impresionaba cómo los pintores en las iglesias representaban a la muerte, con la figura de un esqueleto, empuñando una guadaña, a veces también con un reloj de arena. Siempre me aterrorizó.
Es la imagen que vi en el Camp Nou terminado el partido para Ancelotti. La imagen del esqueleto que le reclama  su muerte como entrenador  en el Madrid. Ancelotti ha perdido su enésimo partido importante. Por mucho que se empeñe su mentor Pérez, es una criatura que camina hacia una oscuridad escalofriante con una tea en la mano, que se le apaga o se le cae. El Madrid puede soñar con la undécima, pero el rey de los dioses Tánatos ya ha dictado sentencia.
Es una pena que el esqueleto aparezca en un partido en que el Madrid jamás mereció perder. Con una exhibición de mediocridad de nuestro ínclito Lucho Enrique rayana en el delirio. Un Barça que era como una muñeca hinchable a la que quería joder el Madrid, aunque sabía que era de plástico. Un Barça con Messi hundido o en estado letárgico y un Marcelo, como Marte. En cuanto a  Kroos y Modric, como Apolo y Neptuno, en el Olimpo futbolístico.  El Madrid debió ganar el lance ya en el primer periodo. Pero me temo que como hizo el lamentable canal de pago, con apoyo de Mefistófeles, con  el comentarista inglés al que cada día se le entiende menos, el Madrid tenía que perder, porque era el dragón de los Lannister, es decir, los ricos y los malos, el Barça era el lobo de los Stark, los nobles, los buenos, en una meningítica publicidad.
Pero apareció la importancia de no llamarse Ernesto, sino Casillas y tragarse un segundo tanto de las verbenas chinescas, con esos farolillos rojos de peligro,  que se marca el insigne capitán madridista. Sin un buen portero es imposible ganar un partido. Fíjense en el otro océano, en el de Bravo, con sus dos goles salvados a Benzema, que hizo el mejor partido en meses.

Bale es siempre el culpable de la mediocridad de Ancelotti. ¿Por qué? Porque Ancelotti sigue castigándole como un cura en un colegio franquista. Es lamentable que juegue por el lado derecho, que le exiga poder defensivo y que quiera que marque goles, más que Benzema, que ni es ariete ni media punta, como el sexo de los ángeles. Benzema es el gran disparate de esta filosofía madridista que prefiere a un mediocre Jesé que a un goleador y un enorme jugador como Morata, que encima es barato.
Qué poco hizo el Barça para ganar. Es el equipo de Messi y sólo apareció el fenómeno cuando el Madrid quedó grogui en la lona, con el gol que se tragó Casillas.  Lucho es un inútil que sólo vive como Pinocho, al que cada triunfo que miente le crece la nariz, como una marioneta que maneja Messi. Pero me sorprendió la resurrección de su equipo en los últimos 20 minutos, a pesar del desgaste con el City, mientras que el Madrid caía como gigante que había perdido las fuerzas. Porque aunque les moleste a los barcelonistas, el Madrid fue el gigante Goliat y la piedrecita de David  le tumbó en la luna, hasta casi perder la Liga salvo error u omisión.
Fue un enorme espectáculo. Pero me temo que el fútbol se haya convertido en un nido de ludópatas, con dioses de barro que sólo utilizan estos enormes eventos para incrementar su prestigio y su cuenta corriente. Desde luego, jamás piensan en los sentimientos por un equipo que ama  usted, aquel, el otro y hasta el hermano del diablo. Un hermano que apareció al final con el reloj de arena para Ancelotti y, por supuesto, para el Madrid. Ya no les queda crédito a los que elevaron a los altares al técnico italiano, tan sólo por querer hacer olvidar cuanto antes a su enemigo número uno llamado Mourinho. Es de mentes cortas, como sus mentiras. 

TÍTULO:  No disparen al pianista,.

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Bueno gente, hace bastante que no escribía. Hoy mi profesor de piano, los últimos diez minutos hablamos de cualquier cosa, y le describí una escena de Dr. House, lo que yo veía en el piano, una escena donde él esta en su casa solo y toca un fragmento de una canción clásica, y vi emoción, no se si tristeza, desesperanza u otra cosa, pero eso es lo que quería aprender del piano, llegar a un punto de hablidad de no necesitar ver el teclado para tocar, la razón era esa, poder tocar música clásica, a modo de catarsis, de tocar por sentimiento. Me contó que él cuando tocaba tenía más vida, cómo si fuera más hombre que antes. Puse este tema como piedra angular de mi relato corto. Lo empece a escribir hace un rato, pero quiero degustar y pensarlo bien. Dejo el primer fragmente de éste. 
 Los armoniosos sonidos brotaban de sus dedos en cada pulsación, en cada ráfaga de movimientos, cómo si momentos ideales de un tiempo inventado bailoteara entre sus dedos y los movieran con esa agilidad y naturaleza ya tan acostumbrada. Entre cada cascada de notas, Mariano levantaba la vista de ese piano maltrecho, ya de madera añeja y que solo mantenía vivo a fuerza de un melodioso esfuerzo, hacía su mujer, que quien ojos risueños, siempre sentada a su lado, le devolvía una sonrisa y lo observaba con un deseo de prolongación, como si el tiempo no tuviera que correr, que en ese momento el mundo era perfecto, y sería algo perverso arruinarlo con algo tan mundano como el pasar de los minutos.
Llegado un momento, a ya altas horas de la noche, él con un cariño casi humano cerraba la tapa del teclado, y todo ese armonioso momento, ese idilio frágilmente creado en un departamento alquilado que carecía de atractivo, todas esas falsas promesas de perfección y de calidez, quedaban encerradas en él, en ese piano que cualquier otro no hubiera visto dos veces en su vida, pero que si se lo escuchaba calaba tan hondo cómo solo la música puede. Vio con desesperanza y angustia como su esposo de desvestía, ya con los ojos vidriosos, volviéndose ese raro autónoma, que parecía que solo desaparecía cuando sus dedos tocaban las teclas, como un acto de rebeldía hacía sí mismo, ya vuelto para dormir y descansar para al otro día levantarse a tempranas horas y seguir en un trance del que no despabilaba en casi ningún momento del día, trabajando casi de forma inconsciente, perdiendo todo sentimiento.

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