domingo, 24 de enero de 2016

DESAYUNO - CENA - DOMINGO - LUNES - ENTREVISTA PEDRO RUIZ - Presentador,./ SILENCIO POR FAVOR - Vuelve el gran azul ceramica,.

TITULO: DESAYUNO - CENA - DOMINGO - LUNES - ENTREVISTA PEDRO RUIZ - Presentador,.

Me gusta más la naturaleza que los monumentos”

Entrevista a Pedro Ruiz Entrevista a Pedro Ruiz, artista - foto,.


Es el “hombre orquesta”. Periodista, “showman”, actor, guionista, escritor, humorista, productor, provocador… Distintas facetas que él resume en una sola: artista. Haciendo honor a su recordado programa “Como Pedro por su casa”, este hombre rápido e imaginativo, de 68 años, reniega de los viajes organizados, siente atracción por el mar y valora más la naturaleza que la obra humana.
Su madre, a la que adoraba y por la que dejó de trabajar para cuidarla durante los últimos años de su vida, es la protagonista de muchos de los portarretratos que descansan sobre las mesas y estanterías de su casa madrileña. Siempre en lugar destacado. Siguiendo un orden de preferencia, aparecen distintas fotografías de Pedro Ruiz en el mar, otra de sus grandes pasiones, y algunas más con personalidades del mundo de la cultura –foto con Camilo José Cela en Estocolmo, antes de recoger el Nobel–, del espectáculo y de la farándula. Hasta el porche de su vivienda llega el rumor del agua de la piscina en la que se baña todo el año, incluso en invierno, y en el césped del jardín hay varios balones de fútbol, deporte que sigue practicando con los veteranos del Real Madrid. Desde este escenario recorre con VIAJAR los lugares que han marcado su vida.
Sus viajes de niño…
 Han sido los más bonitos de mi vida. Uno de los paraísos de mi infancia es Elciego (Álava), a donde íbamos con mi padre, que entonces trabajaba como chófer del marqués de Riscal. También recuerdo las casas de mis tíos en Soria y Valladolid, pero sobre todo Garraf, en la costa barcelonesa, en cuyas aguas están las cenizas de mi madre. Cuando estoy en Barcelona, voy todos los días a la playa de Garraf a comer y a cenar. En Elciego todavía me quedan algunos amigos que son prácticamente familia. Estas son mis primeras experiencias viajeras.
¿Hasta qué punto los viajes han cambiado su visión del mundo?
 El gran viaje es el que hacemos por dentro. Por fuera solo hacemos recados. El conocimiento de otros modos de vida, evidentemente, relativiza el tuyo, pero mi experiencia es que las costumbres se parecen mucho. Todo está cifrado en el miedo, la esperanza, el cariño, la economía… No hay mucho más. A mí lo que me conmueve es la naturaleza.
¿Le impresiona más la naturaleza que la obra humana?
 Me emociona realmente la naturaleza: los cañones, los desfiladeros, las playas, los montes, las noches, los aromas... La muralla china o la torre Eiffel las considero pequeñas obras de hormiguitas que pueblan la tierra.
¿Hay algún paisaje que le emocione especialmente?
 Los paisajes marinos. Para mí, la vida está en el mar. Siempre que puedo salgo a navegar. Mis mejores vacaciones marítimas las he disfrutado navegando por aguas de las Islas Baleares. También he viajado unas cuantas veces a Islas Maldivas; y onozco Tahití, Cuba, el Caribe... Flotar en cualquier mar es desconectar del mal rollo diario que hay en la tierra. En Madrid echo de menos el mar y siento morriña de Barcelona.
¿De dónde le viene esta vocación marinera?
 La vida arrancó en el agua. El mar es el líquido amniótico de la humanidad. En el momento en que el cuerpo se me sumerge dentro del agua, es como si estuviera naciendo y al salir me siento fresco. Por eso me baño en la piscina aunque esté nevando.
Sobre las inmersiones invernales en la piscina del jardín de su casa, cuenta Pedro Ruiz una anécdota divertida. Hace unos años, cuando salía desnudo del agua, con el césped nevado, oyó la voz de un jardinero que detrás de los setos le decía a su interlocutor: “¿Qué, te lo crees ahora o no?”.
¿Qué sitio le gustaría conocer?
 No tengo fijaciones. Eso sí, no iré en avión, salvo que haya un mar por medio. Han convertido los viajes en avión en algo enormemente antipático. No soporto los aeropuertos.
¿Aprovecha las giras artísticas para hacer turismo?
 Tampoco soy de museos, ni de visitar el monumento local. Cuando no tengo función, me voy al cine o a la playa, si hace bueno y estoy en la costa. Soy un tipo muy solitario.
¿Prefiere los pueblos aislados a las grandes ciudades?
 Por supuesto. A mí no me encontrarán nunca en Nueva York ni en Tokio. El amontonamiento de la gente me echa para atrás. No me gustan las multitudes y no tengo el menor interés en conocer Japón o China. Ni siquiera iría a verme a mí mismo al teatro si hubiera siete mil personas. Me gusta perderme por Cadaqués, por Garraf o en un pequeño pueblo marinero. Hay tres lujos en la vida: la sinceridad, el silencio y el tiempo.
¿El humor tiene fronteras?
 El sentido del humor no tiene que ver con los países; tiene que ver con las personas. El clima, evidentemente, condiciona tu planteamiento de vida, pero nada más.
¿Qué tal le sentaría un viaje organizado, con guías y horarios?
 Yo no voy a nada organizado. Y mucho menos con horarios. Busco sobre todo la paz. El verano pasado me fui a Bagur, con mi guitarra y mi bloc. Jugaba al fútbol y me bañaba por la mañana, escribía a media tarde, tocaba la guitarra por la noche... y paseaba.
¿Conoce un pueblo de Perú que se llama Pedro Ruiz?
 No lo conozco, pero sí conozco una pedanía de Fuente Vaqueros (Granada) que también se llama Pedro Ruiz y de la que soy hijo adoptivo, contra la opinión del gobierno municipal de entonces. Me hicieron el homenaje en la calle, porque el Ayuntamiento no cedió sus dependencias.
Viajamos lejos y desconocemos lo que tenemos al lado…
 Para empezar, desconocemos quienes somos nosotros mismos. Y llevamos de viaje a un desconocido como si tal cosa. Imagínese cómo es el asunto. De repente se pone de moda Bangladés o Calcuta y hay que ir a la India para ser bueno. Si para ser bueno tienes un hospital al lado de casa y un señor que no puede comer en la vivienda de enfrente… El gran viaje es por dentro, el resto son recados.
¿Qué no puede faltar en su maleta?
 Un bañador y un cuaderno, que es mi ordenador preferido. Siempre llevo conmigo un bloc como este que tengo en la mano.
Sobre la libertad y otras reflexiones
  “La vida es un paisaje transitorio”
A Pedro Ruiz le ha tocado enfrentarse a su propios fantasmas en los sitios más insospechados del planeta. “La primera vez que fui a Maldivas, coincidiendo con el barullo que montó Hacienda contra mí, estaba en la isla de Kurumba y se acercó un señor que me dijo: ‘Soy un fotógrafo de Tarragona y me llamo Josep Borrell’. Digo, pues aquí estamos”. Pedro Ruiz relativiza las presiones y silencios que soporta por empeñarse en decir lo que quería decir en cada momento. Su libertad, según sus palabras, está por encima de todo. “Mi madre, siendo yo un chaval, le dijo delante de mí a un señor esta frase que se me ha quedado grabada para siempre: ‘Mire, yo soy libre porque lo decido yo, no porque me lo permita usted’. El que renuncia a su libertad es un imbécil.” Otra reflexión de Pedro, que recuerda a las inolvidables parodias de El Séneca: “La vida es una anécdota, con unas pequeñas cabronadas y unas cuantas cosas bonitas que te ocurren a lo largo de ella, y luego nos vamos. Todo es un paisaje transitorio”. En una ocasión, en Morea (Tahití), jugando al fútbol descalzo con unos chavales, se dio cuenta que eran felices y que solo sabían de nuestra existencia por el Barça y el Madrid. No necesitaban más.

Desayuno: Un vaso de leche o yogur, en definitiva, algún lácteo; y tostada o algún otro tipo de cereal; también se le puede añadir una pieza de fruta.

 Cena: Revuelto de espinacas o espárragos con huevo, y pollo a la plancha,.

TITULO:  SILENCIO POR FAVOR - Vuelve el gran azul ceramica,.

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Hay pocos rincones en la tierra donde rituales de hace siglos se sigan repitiendo día a día. Mongolia es uno de ellos, un país joven y dinámico cuya población mantiene viva la tradición de habitar la estepa de forma nómada y autosuficiente en pleno siglo XXI. Un viaje a Mongolia es una auténtica experiencia que se vive desde el momento en que comienzas a prepararlo. Al leer explicaciones de otros viajeros sobre la vida de los mongoles en la estepa aparecen ideas que pueden chocar, como “perros enormes frente a la entrada de la yurta” o “incomunicación total con la familia”. Pero habitar con una familia rural de la zona permite disfrutar de un silencio único y del “eterno cielo azul” al que el conquistador Gengis Kan y sus antepasados consideraban sagrado.
Llegamos a Ulan Bator, capital de Mongolia, tras una larga noche en tren en una de las ramificaciones del mítico Transiberiano, antes de continuar nuestra travesía a la provincia de Bulgan, al oeste de la capital.Después de cuatro horas en un autobús de color rosa, la parada en un lugar indeterminado nos hizo pensar en buscar agua. Allí estaba nuestra guía con una gran sonrisa, buscando a los viajeros de nuestra agencia, Ger to Ger. Nos invitó a subir al jeep. En la parte frontal descansaba una bolsa de la que sobresalía una pata de cabra.
Dejando a un lado la carretera, nos adentramos en caminos ondulantes que nos llevaron a una gran explanada, bordeada a lo lejos por las faldas de altas montañas. En medio de la pradera, dos yurtas (tiendas tradicionales) aisladas eran nuestro destino. Entramos en una de ellas con cuidado de no pisar el umbral y, tímidamente, nos sentamos a la izquierda. El espacio circular estaba lleno de color. Nos entretuvimos mirando las fotografías familiares, el pequeño altar budista, la especie de hule de plástico que cubría el suelo, la larga trenza que colgaba del centro de la yurta y después volvía hacia el techo. Entonces entró nuestra anfitriona, la señora Byambatogtoh, con un cuenco entre sus manos. La guía se sentó frente a nosotros, al otro lado de la yurta y esperó su turno.
Ahí estaba por fin el airak (leche de yegua fermentada) del que tanto habíamos oído hablar, llenando hasta los topes un bol de cerámica azul con los bordes plateados. Tal y como nos habían explicado, lo tomé con ambas manos y acerqué los labios con cuidado. El sabor tibio, salado y la textura espumosa no fueron tan terribles como esperaba. Después de otro sorbo de cortesía me levanté para devolver el bol a quien me lo había ofrecido.
La mujer ofreció airak a nuestra guía y ambas charlaron animadamente durante un rato. Después, la guía se despidió de nosotros y tanto ella como nuestra anfitriona salieron de la tienda. Allí nos quedamos sin saber muy bien qué hacer. Esperamos un rato antes de salir a observar el maravilloso paisaje que rodeaba las dos yurtas que serían nuestra casa por un día.

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