domingo, 20 de agosto de 2017

Muere la leyenda de la comedia Jerry Lewis a los 91 años,./ LA VIDA SIGUE - VOLVEREMOS A CRUZAR LAS RAMBLAS - BARCELONA ,.

TITULO: Muere la leyenda de la comedia Jerry Lewis a los 91 años,.

Jerry Lewis, foto.

Jerry Lewis
Jerry Lewis Cannes 2013 2.jpg Lewis en 2013
Información personal
Nombre de nacimiento Joseph Levitch
Nacimiento 16 de marzo de 1926 Bandera de Estados Unidos Newark, Nueva Jersey, Estados Unidos
Fallecimiento 20 de agosto de 2017 Bandera de Estados Unidos Las Vegas, Nevada (91 años)
Nacionalidad Estadounidense
Características físicas
Altura 1,83 m (6 ft 0 in)1
Familia
Cónyuge Patti Palmer (1944-1980)
SanDee Pitnick (1983-2017)
Hijos
Información profesional
Ocupación Actor, comediante, cantante, productor, director, guionista, presentador
Año de debut 1940
Año de retiro 2011
Género Pop Ver y modificar los datos en Wikidata
Discográfica(s)
Premios artísticos
Otros premios Premio Humanitario Jean Hersholt (2008)
Distinciones
Web
Sitio web

Joseph Levitch (Newark, Nueva Jersey; 16 de marzo de 1926 - Las Vegas, Nevada; 20 de agosto de 2017),2​ más conocido como Jerry Lewis, fue un humorista y actor estadounidense de origen judío.3​ Célebre inicialmente por su trabajo en pareja con Dean Martin, después logró resaltar individualmente tanto en la actuación (comedias, sobre todo The Nutty Professor, conocida en países hispanohablantes como El profesor chiflado) como en la dirección. Contribuyó también a la Asociación Norteamericana de Distrofia Muscular.

Vida familiar

Lewis se casó dos veces, la primera en 1944. Después de 38 años, el matrimonio se disolvió. Con su primera esposa, tuvo cinco hijos, y adoptaron uno más; de esa familia, su hijo Gary resalta porque durante la mitad de la década de 1960 tuvo una serie de éxitos importantes en el Hit Parade con el grupo Gary Lewis & The Playboys. Se volvió a casar en 1983, y adoptó entonces una hija.

Muerte

Falleció el 20 de agosto de 2017 a los 91 años de edad en Las Vegas, Nevada., etc.


TITULO: LA VIDA SIGUE - VOLVEREMOS A CRUZAR LAS RAMBLAS - BARCELONA ,.

Volveremos a cruzar las Ramblas, fotos.

El escritor Miqui Otero narra cómo una generación de barceloneses acudió a Las Ramblas para hacerse adulto y luego huyó de ellas para confirmarlo. Ahora es el momento de volver a esta calle, que no será la más bella del mundo, pero sí posee una cualidad que la hace única: imprime carácter


A los barceloneses nos gusta decir que hace muchos años que no pisamos las Ramblas, aunque las hayamos cruzado anteayer. Es una forma de autoafirmarnos como barceloneses ante una avenida testaruda y promiscua que insiste en que es barcelonés todo el que la pasea.
Nosotros, los de aquí, decimos que hace tiempo que no vamos allí como alardearíamos de no llamar a una ex desde hace ya mucho, de que apenas la recordamos. Es, por usar una canción rasgueada por primera vez en un bar de una de las calles cercanas, una canción posible gracias a los discos de marines yanquis y a gitanos que llevaron telas estampadas de colores a Cuba y regresaron con fanfarria de ritmos eufóricos, nuestro “Vete, me has hecho daño”, la rumba de Los Amaya. Pretendemos ignorarla porque consideramos que la han prostituido o que no es como cuando la conocimos o que, simplemente, no nos quiere solo a nosotros.
"En la Rambla, ponía Mendoza en boca de un extraterrestre, 'confluyen razas de todo el mundo (y también de otros mundos, si se me incluye a mí en el censo)'. Supongo que esa virtud ha convocado que la eligieran para este atentado"
A las Ramblas, síntesis poética pero hiperrealista de todo lo que nos duele y enciende de nuestra ciudad, le cantaríamos con voz de Smokey Robinson e inglés sin First Certificate: “I don’t like you, but I love you”. No me gustas, pero mira, es lo que hay. No me gustas y por eso te piso. No me gustas, pero te quiero. O, en palabras de Maragall (el poeta, no el alcalde): “Tal com ets, tal te vull, ciutat mala”. Tal como eres y tal como soy, te quiero y t’estimo.
A veces ni siquiera nos pueden nuestras nostalgias, sino las heredadas. No hemos visto a Antonio Gades zapatear bajo un soportal de manguerazos, no hemos vislumbrado a aquel rockero famoso perseguir a Nico hacia la Plaza Real, no hemos conocido a copistas que redactaban cartas a marines fugados a petición de las floristas. No hemos olido allí, jamás, flores, aunque explicaba Sempronio que las Ramblas eran antes el calendario de las estaciones: mimosas y margaritas en invierno; floridas ramas de almendra en primavera, gladiolos y rosas para este verano y claveles y dalias y nardos.
El paso de las estaciones lo marca ahora el calzado de los turistas (botines o zapas o crocs) y la única flor que hemos tocado en las Ramblas es la que compramos un día borrachos a un pakistaní para reconciliarnos con nuestra novia. Y, sin embargo, nos acordamos de ella. De esa escena y de esa rosa, pésima y oportuna como la sangría que aquí se vende.
Una generación de barceloneses acudió a las Ramblas para hacerse adulto.
Una generación de barceloneses acudió a las Ramblas para hacerse adulto. Getty
Ya nadie queda en las Ramblas. No quedaba nadie en las Ramblas después del atentado. Todos quedamos en las Ramblas al día siguiente. Hoy. Quedamos donde robaba motos el Pijoaparte y trabajaba Carvallho y donde un quiosquero solía escuchar a Serge Gainsbourg y donde hay más sombreros mexicanos que en el DF y más globos con forma de genital en la cabeza (unicornios en despedidas de soltera) y más idiomas que en una cumbre de la ONU y, también, más vida.
En la Rambla, ponía Mendoza en boca de un extraterrestre, “confluyen razas de todo el mundo (y también de otros mundos, si se me incluye a mí en el censo)”. Supongo que esa virtud ha convocado que la eligieran para este atentado. Y añadía: “Es el poso de la historia el que ha formado este barrio y el que ahora lo nutre con sus polluelos, uno de los cuales, dicho sea de paso, acaba de chorizarme la cartera”.
En las Ramblas de mi adolescencia me han robado una mochila mientras, en un banco atornillado al suelo, con la obstinación de quien busca una caries con la lengua, besaba a una chica con los ojos abiertos. Me han hecho una caricatura en la que yo no era yo, pero al menos no me parecía a Ronaldo o Messi; he comprado un hámster y lo he bautizado Napoléon (tuvo un prematuro Waterloo y falleció a los pocos días); me ha explicado un pakistaní (compartiendo lata, espirales luminosas subiendo al cielo como cohetes a un euro) un viaje de año y medio para poder alcanzar la calle que pisábamos, la que denostamos tan presuntuosamente; las he subido tres días a la semana, de madrugada, con un sobre lleno de dinero después de acabar la noche poniendo música en uno de sus locales con nombre americano; he quitado el precio a los discos comprados en la calle Tallers para no pensar en su precio y sí en su valor.
Sempronio explicaba que las Ramblas eran antes el calendario de las estaciones: mimosas y margaritas en invierno; floridas ramas de almendra en primavera, gladiolos y rosas para este verano y claveles y dalias y nardos.
Sempronio explicaba que las Ramblas eran antes el calendario de las estaciones: mimosas y margaritas en invierno; floridas ramas de almendra en primavera, gladiolos y rosas para este verano y claveles y dalias y nardos. Cordon
Por todo eso me enciende no solo que ataquen las Ramblas sino a cualquiera de los que allí estaban y también a mis recuerdos. Y aún más rabia y pena me dan los que leen eso, tan duro y tan sencillo, con las gafas del conflicto de la agenda que les ocupa: el procés o el turismo o el estado de los medios o el idioma en el que informar de lo que pasa y de llorar lo que ha pasado. Es como si un médico les entregara un diagnóstico fatal y ellos se dedicaran a corregirle el idioma, a marcar erratas en el texto.
El paso de las estaciones lo marca ahora el calzado de los turistas (botines o zapas o crocs).
En mi última novela escribí: “Volveremos a cruzar las Ramblas entre tracas de rumores, estallidos de bocina y revuelo de faldas. Compro dos palas de playa en un quiosco y nos ponemos a jugar ahí mismo, entre turistas y vendedores de latas. Diana grita Out! Cuando una de las pelotas impacta en un coche de los Mossos”. Y lo escribí porque lo había vivido, un partido más importante para mí que una final en Wimbledon y que todas las nostalgias heredadas. Y si lo escribo ahora es porque es esa euforia, la que admite esa calle si buscas tu momento, la que se debe recuperar. Porque, en fin, volveremos a cruzar las Ramblas.
El paso de las estaciones lo marca ahora el calzado de los turistas (botines o zapas o crocs). Cordon

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