Fue durante el siglo XVI, con Carlos I de España y V de Alemania, cuando
se afirmó la lengua castellana, por ahí afuera llamada española, como
lengua chachi del imperio. Y eso ocurrió de una forma que podríamos
llamar natural, porque el concepto de lengua-nación, con sus ventajas y
puñetas colaterales incluidas, no surgiría hasta siglos más tarde. Ya
Antonio de Nebrija, al publicar su
Gramática en 1492, había
intuido la cosa recordando lo que ocurrió con el latín cuando el Imperio
Romano; y así fue: tanto en España como el resto de la Europa que
pintaba algo, las más potentes lenguas vernáculas se fueron
introduciendo inevitablemente en la literatura, la religión, la
administración y la justicia, llevándoselas al huerto no mediante una
imposición forzosa -como insisten en afirmar ciertos manipuladores y/o
cantamañanas-, sino como consecuencia natural del asunto. Por razones
que sólo un idiota no entendería, una lengua de uso general, hablada en
todos los territorios de cada país o imperio, facilitaba mucho la vida a
los gobernantes y a los gobernados. Esa lengua pudo ser cualquiera de
las varias que se hablaban en España, aparte el latín culto -catalán con
sus variantes valenciana y balear, galaico-portugués, vascuence y árabe
morisco-, pero acabó mojándoles la oreja a todas el castellano: nombre
por otra parte injusto, pues margina el mayor derecho que a bautizar esa
lengua tenían los muy antiguos reinos de León y Aragón. Sin embargo,
este fenómeno, atención al dato, no fue sólo español. Ocurrió en todas
partes. En el imperio central europeo, el alemán se calzó al checo. Otra
lengua importante, como el neerlandés -culturalmente tan valiosa como
el prestigioso y extendido catalán-, acabaría limitada a las futuras
provincias independientes que formaron Holanda. Y en Francia e
Inglaterra, el inglés y el francés arrinconaron el galés, el irlandés,
el bretón, el vasco y el occitano. Todas esas lenguas, como las otras
españolas, mantuvieron su uso doméstico, familiar y rural en sus
respectivas zonas, mientras que la lengua de uso general, castellana en
nuestro caso, se convertía en la de los negocios, el comercio, la
administración, la cultura; la que quienes deseaban prosperar, hacer
fortuna, instruirse, viajar e intercambiar utilidades, adoptaron poco a
poco como propia. Y conviene señalar aquí, para aviso de mareantes y
tontos del ciruelo, que esa elección fue por completo voluntaria, en un
proceso de absoluta naturalidad histórica; por simples
razones de mercado
(como dice el historiador andaluz Antonio Miguel Bernal, y como dejó
claro en 1572 el catalán Lluis Pons cuando, al publicar en castellano un
libro dedicado a su ciudad natal, Tarragona, afirmó hacerlo por ser
esta parla
la más usada en todos los reinos). Y no está de más
recordar que ni siquiera en el siglo XVII, con los intentos de unidad
del ministro Olivares, hubo imposición del castellano, ni en Cataluña ni
en ninguna otra parte. Curiosamente, fue la Iglesia católica la única
institución que aquí, atenta a su negocio, en materia religiosa mantuvo
siempre una actitud de intransigencia frente a las lenguas vernáculas
-sin distinguir entre castellano, vasco, gallego o catalán-, ordenando
quemar cualquier traducción de la Biblia porque le estropeaba el
rentable papel de único intermediario, en plan sacerdote egipcio, entre
los textos sagrados y el pueblo; que cuanto más analfabeto y acrítico,
mejor. Y aquí seguimos. En realidad, la única prohibición de hablar una
lengua vernácula española afectó a los moriscos; mientras que, ya en
1531, Inglaterra había prohibido el gaélico en la justicia y otros actos
oficiales, y un decreto de 1539 hizo oficial el francés en Francia,
marginando lo otro. En España, sin embargo, nada hubo de eso: el latín
siguió siendo lengua culta y científica, mientras impresores,
funcionarios, diplomáticos, escritores y cuantos querían buscarse la
vida en los vastos territorios del imperio optaron por la útil lengua
castellana. La
Gramática de Nebrija, dando solidez y sistema a
una de las lenguas hispanas -quizá el catalán sería hoy la principal, de
haber tenido un Antoni Nebrijet que le madrugara al otro-, consiguió lo
que en Alemania haría la Biblia traducida por Lutero al alemán, o en
Italia el toscano usado por Dante en
La Divina Comedia como
base del italiano de ahora. Y la hegemonía militar y política que a esas
alturas había alcanzado España no hizo sino reforzar el prestigio del
castellano: Europa se llenó de libros impresos en español, los ejércitos
usaron palabras nuestras como base de su lengua franca, y el salto de
toda esa potencia cultural a los territorios recién conquistados en
América convirtió al castellano, por simple justicia histórica, en
lengua universal. Y las que no, pues oigan. Mala suerte. Pues no.
Jacqueline Bisset-foto
| Jacqueline Bisset |

Jacqueline Bisset en 2007 |
| Nombre de nacimiento |
Winifred Jacqueline Franser Bisset |
| Nacimiento |
Inglaterra, Weybridge, Surrey, Reino Unido
13 de septiembre de 1944 (69 años) |
| Nacionalidad |
británica |
| Ocupación |
actriz |
| Años activo/a |
1965-presente |
| Características físicas |
| Estatura |
1,69 m |
| Familia |
| Pareja |
Michael Sarrazin
Alexander Godunov
Victor Drai |
| Ficha en IMDb |
Jacqueline Bisset (
Winifred Jacqueline Franser Bisset) (n.
Surrey,
Reino Unido,
13 de septiembre de
1944) es una
actriz de cine
británica. Ganadora de un
Globo de Oro por mejor actriz de reparto de serie, miniserie o telefilme por
Dancing on the Edge.
Biografía
Su madre, que era
francesa, ejercía la profesión de abogada. Siendo niña, tomó clases de
ballet y curso la escuela en el Liceo Francés de Londres. Cuando Jacqueline contaba 15 años, a su madre se le diagnosticó una
esclerosis múltiple que le impidió llevar una vida normal. Sus padres se
divorciaron
y ella decidió permanecer junto a su madre, a fin de poder asistirla y
cuidarla. En esa época inició sus estudios de interpretación. Al mismo
tiempo trabajaba de modelo de
fotografía.
Consiguió ser contratada para pequeños papeles en varias películas, hasta que en
1967 fue elegida para interpretar un breve papel en
Dos en la Carretera, junto a Albert Finney y Audrey Hepburn. A continuación intervino en
Casino Royale, la célebre cinta de
James Bond.
En
1968 Mia Farrow, que atravesaba una época de dificultades personales, abandonó el rodaje de
The Detective y Jaqueline obtuvo su papel. Su siguiente película fue
Bullitt, protagonizada junto a
Steve McQueen. Unos años después, en
1972, actuó bajo la dirección de
François Truffaut en
La noche americana, la cual le ganó el definitivo interés del público y de los directores de cine
europeos.
Su participación en
Abismo (1977) junto a
Robert Shaw y
Nick Nolte, le valió el calificativo de "actriz más atractiva de todos los tiempos", que le dio la revista
Newsweek a raíz de unas escenas en las que ella nadaba vestida únicamente con una camiseta.
Poco después, actuó en
Ricas y famosas, con
Candice Bergen, y
Bajo el volcán, con
Albert Finney. Por esta última, rodada en
1984, fue nominada a un
Globo de Oro, premio para el que ya había sido nominada en
1979 por
¿Quién mató a los grandes chefs?.
También fue nominada para el premio
César por su papel en la película francesa
La ceremonia dirigida por el gran
Claude Chabrol.
A lo largo de su carrera ha trabajado con directores tan famosos como el ya citado François Truffaut,
John Huston,
George Cukor y
Roman Polański, entre otros. Además de trabajar en
cine, Bisset ha actuado también en diversas películas de
televisión, sobre todo a partir de la década de
1990,
algunas de las cuales han tenido un notable éxito. Uno de los papeles
con los que se ha podido familiarizar más es el personaje de
Jacqueline Kennedy, que ha interpretado tanto en el
cine como en la
televisión.
Jaqueline Bisset es conocida como actriz que no escatima tiempo para
firmar autógrafos, incluso personalizados, para sus admiradores y
admiradoras. No ha estado casada nunca, pero ha mantenido relaciones
amorosas con varios hombres, que frecuentemente han sido ampliamente
divulgadas en los medios informativos, como por ejemplo el actor
Michael Sarrazin y el bailarín ruso
Alexander Godunov.
Jaqueline Bisset ha sido en 2010 la imagen de una prestigiada marca
de cosméticos norteamericana para el lanzamiento de un exclusivo
tratamiento antiedad para mujeres mayores de 60 años. En palabras de
Jaqueline: "
Yo no escondo mi edad, mi piel sí". Así se definía la campaña publicitaria de la marca
Avon para la línea
ANEW Platinum donde Jaqueline se define como una mujer que lleva con distinción y elegancia su edad.
Filmografía
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