El rostro de Fernando Carmona (Badajoz, 1951) es muy
popular para los aficionados al fútbol. Durante diez años fue árbitro en
Primera y colegiado internacional. Pero hace una década 'colgó' el
silbato para centrarse en la abogacía, una profesión que le permite
tener opinión propia en asuntos relevantes. «Para superar la corrupción
hay que mantener una absoluta inflexibilidad en la aplicación de la Ley.
No se puede transmitir la idea de que merece la pena engañar y robar».
-Estos días sólo se habla del Madrid-Barça, ¿pitó algún derbi?
-Un Barça-Madrid y aunque mucha gente me tenía catalogado
como un colegiado antimadrid, ese año ganó el Real Madrid después de 20
años sin vencer en el Nou Camp. Entonces no podía decirlo, pero ahora sí
puedo confesar que soy del Atlético de Madrid.
-¿Cómo entró en el arbitraje?
-Todo comenzó cuando acepté el envite de un amigo de mi
padre que me dijo que yo no tenía carácter para ser árbitro. Quise
demostrarle que no tenía razón y comencé a formarme como juez de línea
en la 2ª Regional Local. Era una liga con jugadores que estaban un poco
de vuelta y en todos los partidos pasaba el camión de las galletas.
-¿Qué necesita un árbitro para llegar a primera división?
-Creo que llamé un poco la atención porque siempre he sido una persona muy arrojada, no me amedrentan las situaciones difíciles.
-¿Cómo fue su infancia?
-Cuando yo nací, mi familia vivía en Pardaleras pero
después se fueron a la calle Luis de Miranda, en San Roque. Luego pasé
dos o tres años en la plaza de San Agustín y a partir de los 12 años
viví en la carretera de Valverde. Por eso estudié en Los Salesianos,
donde coincidí con Manolo Agujetas, que jugó en el Badajoz y en el
Atlético de Madrid. Era una época muy feliz, tengo la sensación de que
vivíamos en la calle.
-¿En qué sentido?
-Estábamos todo el día en pandilla, jugábamos al fútbol en
la zona donde hoy está la estación de autobuses. No es como ahora, que
los niños pasan mucho tiempo delante de la Play Station.
-¿En qué posición jugaba?
-De lo que nadie quería, no era especialmente bueno.
-¿Y en los estudios?¿Destacaba?
-De notable para arriba. Siempre estudié en Badajoz, pero
al terminar Bachillerato me fui a Cáceres para hacer Derecho y reconozco
que viví plenamente la universidad. No me limité a estudiar Derecho,
fui delegado de clase, delegado de la facultad y participé en el primer
Congreso de Estudiantes Universitarios de España. Había gente muy
comprometida. Aunque también es verdad que el último año me tocó vivir
la fiesta universitaria, perdí un curso.
-Un árbitro actúa como juez deportivo. ¿Tiene alguna similitud su labor con la de un juez?
-Es distinto, porque el juez deportivo tiene que tomar
decisiones inmediatas, mientras que en el mundo de la justicia existen
órganos donde apelar las decisiones que no se consideran justas.
-¿Tiene España buenos jueces?
-En líneas generales sí, aunque soy crítico con algunos
jueces que están imbuidos de aquella majestatis romana que les hace
sentir que están en un pedestal. Eso los aleja de la realidad y
perjudica cuando se imparte justicia, porque las normas deben ser
aplicadas atendiendo a la realidad social de cada momento. Esto puede
aplicarse tanto en la justicia como el arbitraje, en un partido de
fútbol la norma es clara pero tú tienes que saber leer el partido,
cuándo tienes que dejar jugar y cuándo tienes que cortar el juego duro.
-¿Le hubiese gustado ser juez?
-Mi vocación frustrada es el magisterio. A mí me gustan las humanidades, la historia, la filosofía, el derecho...
-Ese habría sido su sueño, pero últimamente le toca participar en la liquidación de empresas.
-Como experto en derecho mercantil he participado en varios
procedimientos concursales. Confío en que pronto veamos la luz al final
del túnel, aunque yo todavía no veo esa luz. Espero que sea porque
tengo problemas de vista (ríe).
-¿Quién tiene la culpa de la crisis?
-Yo pienso que las empresas no son tan malas como se dice a
veces ni los trabajadores son los culpables. Esta crisis ha venido
originada fundamentalmente por el poder financiero, por las
multinacionales, por los grandes fondos de inversión. Conozco a
muchísimos empresarios que han perdido casi todo, igual que trato con
muchos trabajadores que, teniendo todavía menos culpa, lo han perdido
todo.
-El Colegio de Abogados de Badajoz le concedió el Premio
Antonio Cuéllar Gragera por un trabajo sobre la reforma laboral de
febrero de 2012. ¿Qué conclusiones sacó al analizar esa ley?
-Es absolutamente injusta e insolidaria, porque traslada
toda la responsabilidad de la crisis a los trabajadores y concibe el
derecho del trabajo como una mera mercancía. Aquella idea del trabajo
libre y estable que permite el desarrollo de la personalidad se ha
olvidado. Hoy se pretende que el trabajador esté abierto a cambiar de
empresa y de lugar de trabajo cada vez que sea necesario.
-Los partidarios de la reforma dicen que creará empleo.
-Posiblemente las cifras de desempleo se rebajen, ¿pero a
cambio de qué? ¿Se puede llamar trabajo a trabajar 22 horas a la semana
coincidiendo con el fin de semana a cambio de 600 o 700 euros al mes?
Eso choca con mi concepción del derecho al trabajo digno. En el futuro
pienso que los trabajos serán de 500 o 600 euros, habrá que tener dos o
tres 'minijobs' para ganar 1.000 o 1.200 euros al mes.
-¿Habrá contrarreforma laboral?
-Dependerá de las nuevas generaciones. Tendrán que luchar por recuperar el estado de bienestar, que es sostenible con controles.
-De su última frase parece deducirse que hay quien se ha aprovechado de la situación.
-El grave problema que tiene nuestra sociedad es la
corrupción, que está afectando a la credibilidad del sistema. Eso afecta
desde la primera institución, que es la Corona, hasta la última. Hay
corrupción en el Gobierno, en los partidos políticos, en los sindicatos,
en la patronal...
-¿Qué solución le pondría?
-Lo primero es mantener una absoluta inflexibilidad en la
aplicación de la Ley. No se puede transmitir la idea de que merece la
pena engañar y robar. Hay que educar a la gente para que denuncie
cualquier situación de fraude que conozca. La Justicia es la institución
que más está haciendo gracias a la existencia de un cierto grado de
independencia.
-Ahora que habla de independencia, se dice que los grandes equipos compran a los árbitros.
-Tú ves que yo sigo trabajando y que echo más horas que un
reloj. A mí no me compraron..., o me pagaron muy mal (ríe). No sé si
hace 40 años, con otra situación económica, los árbitros se prestaban,
pero en mi época no era así y ahora menos.
-¿Cuánto gana un colegiado?
-Creo que 150.000 euros por temporada. En mi época tampoco
andaban mal, un árbitro internacional se podía llevar 90.000 euros,
aunque esa cantidad está sujeta a tributación. El problema es que uno se
va, como máximo, a los 45 años y a partir de ese momento tiene que
seguir viviendo.
-¿Cómo se supera la crítica cuando el árbitro sabe que ha fallado?
-La clave es asumir que el error es compañero de viaje.
-De todos los jugadores que ha tratado, ¿cuál le impresionó más? ¿Y el que le dio más complicaciones?
-Deportivamente hablando, Zidane fue el mejor. Y el jugador
con el que más cuidado debía tener cuando arbitraba era Felipe Morro,
un delantero del Sanvicenteño.
-Después de todo lo que ha vivido, ¿le queda algún reto en la vida?
-Ahora me dedico a correr maratones y medias maratones. Este domingo debuto en Badajoz. Estoy corriendo 280 kilómetros al mes.
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