Han sido víctimas y verdugos de algunas
de las mayores atrocidades de la historia. Los tártaros, que descienden
de los mongoles, fueron fieros y poderosos guerreros, pero han sufrido
todo tipo de penurias.-foto,.
Tenía ocho años cuando Stalin la deportó junto con
su familia. Sedeka Memetova lo recuerda bien. Imposible olvidar aquel
viaje en tren con otras 29 familias tártaras hacinadas en su mismo vagón
de ganado oscuro y pestilente. Sus cuatro hermanos murieron allí.
Era
mayo de 1944 y casi 200.00 tártaros fueron deportados de Crimea. Sedeka
logró llegar viva a Uzbekistán, el destino de aquel tren de la muerte.
También logró sobrevivir a las infinitas penurias que allí la esperaban:
el hambre, la sed, el frío, las enfermedades que se llevaron por
delante a la mitad de los suyos.
Cuarenta y tres años más tarde,
en 1987, decidió regresar a la tierra de la que los rusos la habían
expulsado. Sedeka es uno de los 300.000 tártaros de Crimea, una minoría
antigua que ahora vive momentos de tensión. De nuevo, Crimea está en
manos de los rusos y, otra vez, los tártaros temen por su destino. Hubo
un tiempo, sin embargo, en el que eran ellos los que inspiraban temor.
Con solo pronunciar su nombre, temblaba el mundo. 'Tártaros' es como se
ha denominado en Occidente a los mongoles. Los llamaron así porque esa
palabra se asemeja al término tartarus, una especie de infierno en la
terminología grecorromana. «A ojos de los occidentales, estos jinetes,
salvajes y crueles, solo podían haber salido del infierno mismo»,
explica el historiador Borja Pelegero, autor de Breve historia de Gengis
Kan. Tampoco contribuyó a su buena fama el haber sido los responsables
de la propagación de la peste negra por Europa en el año 1340.
Los
tártaros de Crimea luchaban contra los genoveses en Caffa [la actual
ciudad griega de Teodosia] cuando muchos de sus guerreros contrajeron la
enfermedad.
Decidieron entonces librar una de las primeras
'guerras bacteriológicas' de la historia y catapultaron hacia el sitio
de sus enemigos a sus soldados muertos de peste negra: contagiaron a los
genoveses y estos propagaron la pandemia desde Noruega hasta Egipto.
Aquellos fieros guerreros mongoles, imbatibles con el arco, jinetes de
habilidad circense, llegaron a ser dueños, bajo la autoridad de Gengis
Kan, del mayor imperio de Asia y uno de los mayores de la Historia: sus
dominios se extendían desde Corea hasta el Danubio, contenían lo que hoy
es China, Irak, Irán y otras muchas naciones; y albergaban, en el siglo
XIII, la astronómica cantidad de cien millones de habitantes.
Cuando
Gengis Kan murió, el puzle comenzó a deshacerse. Dos generaciones
después de él, el imperio mongol se desgajó en cuatro grandes kanatos:
uno abarcaba China; otro se extendía por Asia Central; el tercero se
desplegaba por Irán y Oriente Próximo, y el cuarto, llamado Horda de
Oro, dominó, hasta el siglo XV, lo que ahora es el sur de Rusia y de
Ucrania, e incluso amplió sus correrías por territorios que hoy
pertenecen a Hungría y Polonia. Los tártaros de Crimea son
descendientes de estos mongoles de la Horda de Oro, que se establecieron
durante el siglo XIII en esta península de clima suave, una zona
estratégica para el comercio.Crimea fue un kanato tártaro por poco
tiempo, solo de 1441 a 1475. Su independencia terminó con la irrupción
de los otomanos, que decidieron añadirlo a su imperio como vasallo. Esa
invasión fue una suerte para los tártaros de Crimea: los protegió de las
arremetidas de los rusos.
El resto de los kanatos acabó por
sucumbir ante la voracidad rusa, pero los tártaros de Crimea
permanecieron fuera de Rusia hasta el siglo XVIII gracias al escudo del
poderoso Imperio otomano. Con los turcos, estos tártaros se convirtieron
al islam.
El escudo turco se resquebrajó cuando
el Imperio otomano se encontró frente a una zarina inteligente y
ambiciosa, Catalina II de Rusia, una princesa alemana convertida en
emperatriz de Rusia al casarse con Pedro III y que ha pasado a la
Historia como Catalina la Grande.Catalina venció a los turcos en la
primera guerra de Crimea (1773-1774). En 1783 decidió
anexionarla a su imperio, y en la primavera de 1787 emprendió un viaje
legendario para conocer sus nuevos territorios y para deslumbrar con su
poderío. Siete enormes galeras decoradas al estilo romano, seguidas de
una flotilla de ocho embarcaciones, transportaron por el río Dnieper a
Catalina y las 3000 personas de su séquito en el viaje que realizó a
Crimea.
La llegada de la reina sellaba el inicio de una nueva
etapa en la muy agitada historia de Crimea.La zarina decidió
transformarla: dio órdenes de hacer carreteras y puertos, llevó ganado y
mandó levantar astilleros para construir buques de guerra y bases
navales para la nueva flota rusa del mar Negro, que todavía sigue allí.
Ordenó también que se respetase la religión y la cultura del lugar y
levantó nuevas mezquitas.
El entendimiento duró poco.
Tras la segunda guerra de Crimea (1885-1886), los rusos acusaron a los
tártaros de haber simpatizado con sus enemigos, ingleses y franceses, y
cientos de miles de estos descendientes de mongoles tuvieron que emigrar
al Imperio otomano.
Con la revolución de 1917, su situación
empeoró. Fueron derrotados en 1918 en Sebastopol por fieros marinos
bolcheviques. Soplaban vientos cada vez menos favorables para ellos. En
1921 se creó la República Socialista Soviética Autónoma de Crimea y los
tártaros no lograron garantías de autonomía política o cultural. La
intervención de Veli Ibrahimov, líder comunista tártaro, miembro del
Comité Central, fue un respiro temporal: consiguió escuelas y periódicos
en tártaro y que se convirtiera en lengua cooficial. Pero
Ibrahimov cayó en las purgas de 1929. La rusificación, es decir, la
eliminación de «los nacionalismos desviacionistas» se puso en marcha.
Adiós a los periódicos y maestros en tártaro. «Incluso se escribieron
nuevas gramáticas de su lengua, por supuesto en alfabeto cirílico y con
palabras rusas en sustitución de términos turcos.
En 1930 sus
intelectuales fueron enviados al exilio o ejecutados. Los clérigos
también», cuenta el historiador Hasan Bülent Paksoy.Stalin fue todavía
más expeditivo. En 1944 los acusó de haber colaborado con los nazis (que
ocuparon Crimea), los metió en vagones de ganado sellados y los deportó
en masa a Asia Central.
Era parte de su inmisericorde y brutal
manera de gobernar, quería rusificar sus dominios y para lograrlo
aniquiló a pueblos que acababan de padecer la dominación alemana, como
los calmucos, ingushes, chechenos, balkares y a los tártaros de Crimea.
'Sürgün',
que significa 'exilio', es el término con el que los tártaros de Crimea
denominan aquella pesadilla: cerca de 200.000 fueron enviados a
Uzbekistán, Kazajistán y otras zonas remotas y gélidas de la URSS. Sus
gallinas, cobertizos, hectáreas de cereales, todos sus bienes fueron
requisados. El 18 de mayo de 1944 comenzó el espanto. Metieron a treinta
familias en cada vagón de tren: sin comida ni bebida, a oscuras, sin
apenas oxígeno. Solo en los convoyes que viajaban a Kirguizia murieron
26.000 personas.
Al llegar a su destino los esperaba el frío, el
hambre y el hacinamiento. En solo año y medio, la mitad de los
deportados murieron de hambre. No extraña que en 1987, cuando la URSS
vivía la perestroika, los tártaros de Crimea rugieran furiosos en sus
manifestaciones en la plaza Roja de Moscú.
«Gorbachov
les permitió regresar y se encontraron con una Crimea de mayoría rusa,
aunque entonces ya pertenecía a Ucrania porque Nikita Khrushchov le
había regalado este territorio en 1954», explica Alejandro Muñoz-Alonso,
autor de La Rusia de los zares.
Muchos de los tártaros que
volvieron, como Sedeka Memetova, se encontraron con sus casas ocupadas
por familias rusas. Ahora que Rusia vuelve a tener Crimea en sus manos,
renace en ellos el recelo. Es una sensación antigua que se explica en
uno de sus proverbios: «Solo existen dos cosas que un tártaro no puede
hacer: caminar sobre el agua y confiar en Rusia».
TÍTULO: ¿ CUAL ES SU MEJOR RECUERDO DE LA FIGURA DE ALDOFO SUAREZ?
No recuerdo cuándo vi a-foto- Adolfo Suárez por primera vez antes de que, en 1980, me nombrara ministro para las Relaciones con las ...
¿Cuál es su mejor recuerdo de la figura de Adolfo Suárez?
No recuerdo cuándo vi a Adolfo Suárez por primera
vez antes de que, en 1980, me nombrara ministro para las Relaciones con
las Comunidades Europeas en su último Gobierno. Me eligió pese a las
protestas de alguien bien situado que alegaba mi pasado exilio en
Londres como un impedimento para el cargo. Nadie dio
importancia al nombramiento. Se trataba de las relaciones del Gobierno
de España con la Comunidad Europea que se habían truncado con el
anterior ministro y en un momento en el que este tema no interesaba a
casi nadie, obcecados como estaban todos con la Transición a la
democracia.
El primer gran acierto de Adolfo Suárez fue
darse cuenta de que la apertura al exterior era el tema que realmente
importaba; la apertura a la democracia habría que hacerla de todos
modos, mal y transigiendo, como con la separación de poderes de
Montesquieu. El segundo gran mérito de Adolfo Suárez fue buscar contra
viento y marea salidas no exploradas todavía en el marco democrático.
Por ejemplo, tuvo el valor de mudarse de partido en un país donde nunca
nadie quiso cambiar, optando por unas siglas desconocidas como el
Centro Democrático y Social. Siempre admiré en él esa valentía en un
país anonadado por su pasado en el que, mientras los políticos al uso de
la época seguían conspirando, Suárez abría nuevos caminos.
Hay un
tercer aspecto de Suárez que merece la pena destacar: deslumbrado por
la política, nunca concedió a su vida personal el valor que merecía.
Recuerdo una conversación que tuve con él en la que le recordé la
conveniencia de atender también el consejo de unos médicos especialistas
amigos en los Estados Unidos. Su salud bien valía escuchar
otras opiniones, pero él no quiso perder ni un minuto constatando si
alguien sabía más sobre el futuro de su salud que sus allegados; lo que
le importaba de verdad, lo que lo carcomía por dentro, era la Transición
y la apertura del país al exterior.
Cuando ya estaba todo perdido quiero decir la posibilidad de confeccionar la Transición desde dentro, se
agarró a procesos diminutos y costosos como la creación de un nuevo
partido, como el Centro Democrático y Social. Recuerdo la extrañeza con
la que los demás constatamos que Adolfo Suárez había elegido el camino
más democrático, pero también el más incierto, para su futuro:
la creación de un nuevo partido cuando no había redes sociales para
innovar, recurriendo a nuevos amigos que no habían formado parte de su
pasado. Era un desafío casi descabellado si no fuera por su reconocida
valentía.
«No es normal lo que estoy haciendo, pero quiero
que te des cuenta de lo que agradezco tu prueba de confianza y de todo
lo que podemos hacer me dijo en la única e insólita visita que me hizo
en mi domicilio; no he ido a casa de nadie más para agradecerle
personalmente la decisión de estar a mi lado». A los pocos días
aparecía en toda la prensa la fotografía que representaba el pequeño y
último sueño político de Adolfo Suárez su presencia más allá de las
fronteras españolas, con los cinco candidatos al Parlamento Europeo de
su nuevo partido: Raúl Morodo, Federico Mayor Zaragoza, Eduardo Punset, Carmen Díez de Rivera y Rafael Calvo Ortega.
Aquel diminuto sueño, sin incidencia entonces en el escenario político
español, señala hoy el único ámbito del que vale la pena hablar: la
apertura al exterior y el fin del aislamiento, que tanto daño físico y
moral había causado.
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