Los vikingos están de moda.
Exposiciones, series, películas... Pero, ¿qué hay de cierto en los mitos
que rodean a estos soldados llegados de la remota Escandinavia? Le
contamos las verdades y mentiras de este pueblo guerrero que cosechó una
de sus mayores derrotas en España.
Incendiaron Sevilla, saquearon Orihuela, asediaron
Santiago de Compostela, remontaron el Guadalquivir y el Ebro,
secuestraron a un rey de Pamplona... El dragón representado en
el mascarón de proa de sus naves de guerra aterrorizó a los habitantes
de la Península Ibérica entre los siglos IX y XI, un periodo en el que
fueron los señores del mar y en el que la codicia los llevó a explorar y
expoliar cuatro continentes. Los vikingos son el sinónimo de la
crueldad de una época oscura.
Pero los historiadores están
revisando algunos mitos sobre aquellos piratas llegados de la remota y
helada Escandinavia: Philip Parker acaba de publicar The northmen's
fury; el Museo Británico les ha dedicado una magna exposición; una serie
televisiva muy documentada cuenta la historia del héroe nórdico Ragnar
Calzas Peludas; y Ariel ha reeditado el clásico de historia militar de
Paddy Griffith Los vikingos. El terror de Europa. Para empezar,
no siempre eran sanguinarios. Fueron agricultores antes que
aventureros; comerciantes antes que soldados. Y cosecharon demasiadas
derrotas, especialmente en España, para que su fama de guerreros
invencibles se sostenga. Las culturas anglosajona y centroeuropea tienen
muy interiorizado su legado, pues fascinó a los románticos en el siglo
XIX y a los nazis en el XX. Pero son menos conocidas sus incursiones en
la Península Ibérica, tanto en los reinos cristianos del norte como en
al-Ándalus.
Por ejemplo, algunos de aquellos bandidos rubios y
melenudos se establecieron cerca de Sevilla, donde se convirtieron al
islam, formaron familias y se dedicaron a la fabricación de quesos.
El
problema historiográfico en el caso de España es que no hay restos
arqueológicos de ellos, y las fuentes escritas son escasas y poco
objetivas: algunas sagas nórdicas, que los ensalzan como héroes; los
escritos de los monjes cristianos, que hablan de asesinos feroces; y los
autores árabes, que son los más prolijos.
Pero se acepta que la
primera oleada documentada fue en el año 844. Los vikingos habían
convertido la ciudad francesa de Bayona en una de sus bases de
operaciones. Una tormenta desvió sus naves hacia la costa de Gijón.
Desde allí fueron costeando hasta Galicia y llegaron hasta el faro de
Hércules. Adentrándose por las rías, saquearon las aldeas que
encontraron a su paso hasta que un ejército cristiano, capitaneado por
el rey Ramiro, les presentó batalla y los obligó a retroceder,
quemándoles unas setenta naves.
El resto de la flota siguió hacia
el sur. Ya en territorio árabe sitiaron Lisboa, cuyos moradores
enviaron mensajeros al califa de Córdoba para pedir ayuda. El asedio
duró un par de semanas, pero los vikingos no tenían catapultas ni
máquinas de guerra para tomar una ciudad amurallada, así que decidieron
continuar su periplo, rumbo a Cádiz, que masacraron.
Penetraron
por el Guadalquivir y llegaron a Sevilla, ciudad que tomaron tras un par
de escaramuzas. La población huyó aterrorizada. Los caudillos árabes
estaban sorprendidos por la rapidez de desplazamiento de aquellos
enemigos que parecían estar en todas partes y que ahora, además,
disponían de caballos y se dedicaban a rapiñar las ciudades a su antojo.
Abderramán II reunió una tropa bien pertrechada que los derrotó.
Lo
que quedaba de la flota vikinga en retirada llegó al Atlántico, puso
proa al norte y por el camino aún tuvieron ánimos para hacer una
incursión por el Tajo y saquear Béjar. Finalmente se les permitió
quedarse en Isla Menor (Sevilla), donde se dedicaron a elaborar
mantequilla, leche agria y quesos. El queso puro sevillano procede del
ost danés.La siguiente incursión (año 896) estuvo comandada por dos
caudillos normandos legendarios: Hasting y Bjorn Costilla de Hierro.
Desde
el principio lo tenían muy claro. Su objetivo: Santiago de Compostela,
que ya tenía fama en la cristiandad y suponían que era una ciudad muy
rica. Navegaron hacia el interior por la ría de Arosa y sembraron el
pánico, pero en Santiago se encontraron con las murallas cerradas a cal y
canto. Y en estas llegaron las huestes del rey asturiano
Ordoño I, que los derrotó.Como sucedió en la primera expedición, los
vikingos decidieron probar suerte más al sur, atraídos además por la
gran cantidad de plata islámica que circulaba. Tomaron al asalto
Algeciras e intentaron repetir la jugada de remontar el Guadalquivir y
alcanzar Sevilla, pero los árabes estaban sobre aviso. Una armada los
frenó en seco. Como siempre que encontraban rivales bien preparados, los
vikingos prefirieron huir en busca de lugares más hospitalarios o mal
defendidos.
Así que cruzaron el estrecho de Gibraltar, saquearon
algunos pueblos de la costa africana (lo que quizá explicaría que haya
bereberes de ojos azules) y remontaron por el Mediterráneo, llegando al
reino de Todmir (Murcia, Alicante y Almería).
Luego se
ensañaron con las islas Baleares y llegaron a Francia e Italia. Tomaron
Génova valiéndose de una artimaña de Hasting, que era un tipo ingenioso.
Unos emisarios vikingos engañaron a los gobernantes genoveses
diciéndoles que eran un grupo de cruzados rumbo a Constantinopla y que
su líder había muerto, pidieron que les dejasen enterrarlo en la
catedral. Obtuvieron el permiso.
Cuando el obispo que oficiaba
el funeral se dispuso a bendecir el ataúd, Hasting 'resucitó', sacó una
espada que llevaba oculta y acabó con él. La ciudad cayó, aunque los
vikingos pensaban que se trataba de Roma. La incendiaron. Y con el botín
se dirigieron de nuevo hacia el sur. Al llegar al delta del Ebro,
decidieron echar un vistazo. Y luego curiosearon por el Arga...
El caso es que llegaron hasta Pamplona, donde hicieron prisionero al
rey García Iñíguez, que tuvo que pagar un rescate de setenta mil
dinares. Hubo otras oleadas, pero cada vez menos importantes.
Algunos vikingos sirvieron como mercenarios para señores gallegos. Su conversión al cristianismo los atemperó.
En
muchos lugares acabaron mezclándose con la población local, pues en
realidad no eran ladrones ni guerreros a tiempo completo, sino
agricultores que echaban una belicosa cana al aire cuando las faenas del
campo estaban paradas. Y como expone Griffith con ironía: «Es difícil sacar adelante una granja sin una segunda fuente de ingresos».
Vikingos: una sociedad sorprendente
-¿Eran tan buenos navegantes?
No usaban brújula ni mapas, solo las estrellas y quizá también unas
extrañas piedras que captaban la luz del Sol en los días nublados. Esas
rocas cristalinas de espato de Islandia, un polarizador natural, han
sido estudiadas por la Royal Society. Cuando las nubes les impedían
orientarse, oteaban el cielo con un cristal de espato, cuyo brillo
aumentaba si lo apuntaban hacia donde estaba el Sol, y podían determinar
así la hora y el rumbo. Fueron pioneros de la globali-zación, pero sus
grandes descubrimientos geográficos, como Islandia, Groenlandia o Terra
Nova, se deben más a la casualidad y a las tormentas que a su pericia
navegando.
-¿Sus barcos eran invencibles? Sus
astilleros fabricaban dos tipos de navíos: el knoerr, de unos 17 metros
de eslora y vela cuadrada, era un barco mercante capaz de cargar cien
toneladas; y el temido langskip de guerra, conocido en las crónicas como
drakkar, por la cabeza de dragón que adornaba la proa. Esa pieza era de
quita y pon. Lo llevaban para asustar a los lugareños cuando se
disponían a atacar y prescindían de él cuando llegaban a un puerto en el
que pretendían comerciar en son de paz. La propulsión combinaba remos y
vela. Eran muy manejables, pero naufragaban con cierta facilidad y se
demostraron muy inferiores a las naves andalusíes.
-¿Planificaban sus expediciones?
Lo justo. Eran espíritus inquietos. La inactividad los aburría. La
oscuridad de los meses invernales los volvía taciturnos. Las costumbres
de los clanes daneses estable-cían, además, que el primogénito lo
heredaba todo, así que para el resto de la parentela convenía emigrar.
Bebían reunidos junto a un fuego. Si alguien contaba una historia sobre
lo bien que le iba a una granja vecina o la riqueza de una costa cercana
o lejana, sin pensarlo dos veces, montaban una flota. De España, por
ejemplo, les llegaron oídas de su lucrativo comercio de esclavos, en
especial eunucos. Eran castrados en Córdoba por cirujanos judíos.
-¿Eran tan feroces? Eran
mercaderes. Pero descubrieron que los pobladores de algunas regiones,
sobre todo los que vivían cerca de abadías y monasterios, eran pacíficos
y poco duchos en el manejo de las armas. ¿Y qué mejor negocio que el
saqueo? Espadas, hachas y martillos eran su armamento. Se defendían con
un escudo redondo. Pero no todos los guerreros podían permitirse una
cota de malla o el casco (sin cuernos). Sus tácticas eran terroristas.
Pero si no veían una ventaja clara o les gustaba el lugar, terminaban
diluyéndose con los oriundos. Dice un manual vikingo del siglo X: «Sé
amigo de tus amigos, devuelve regalo por regalo, sonríe donde te sonrían
y miente con disimulo».
-¿Luchaban drogados?
Unos pocos guerreros entraban en combate en estado de trance,
posiblemente por la ingestión de alguna droga o quizá autoinducido.
Ululaban y echaban espumarajos por la boca. Eran los berserker, formaban
una extraña hermandad y actuaban como una fuerza de choque con un poder
intimidador superlativo. Hasta sus propios compañeros los temían, pues
no distinguían entre amigo y enemigo. Pero en tiempos de paz no se
adaptaban a vivir en sociedad, y la población vikinga les hacía el
vacío.
-¿Era una sociedad machista? Con unos
tipos tan duros en casa, sería lógico pensar que las mujeres vikingas
serían sumisas, pero no. Acostumbradas a pasar largas temporadas a cargo
de la granja mientras sus hombres estaban lejos, no estaba mal visto
que tuviesen amantes. Y podían divorciarse si alegaban que su cónyuge
era homosexual o impotente. En ocasiones también acompañaban a las
expediciones y en algunos casos incluso guerreaban.
-¿Y ellos eran tan brutos? Podían
serlo. Pero también eran presumidos y limpios para los estándares de la
época. Cuenta un cronista medieval que «se lavan y peinan todos los
días, se bañan semanalmente y se cambian de ropa con frecuencia, así que
pueden socavar la virtud de las mujeres casadas e incluso seducir a las
hijas de nuestros nobles». Se emborrachaban con cerveza y tomaban
alucinógenos, pero también eran poetas exquisitos; sus sagas, las
narraciones familiares, eran una mezcla de periodismo y culebrón.
Crearon el primer parlamento democrático del mundo. Tenían un panteón de
dioses muy complejo, con Odín a la cabeza.
TÍTULO: ¿ QUE PAPEL JUEGA EL LIBERALISMO EN LA HISTORIA?,.
Estoy concluyendo el primer estudio de lo que han significado los liberales en el concierto político español. Lo primero que debo hacer es ...|foto|,.
Estoy concluyendo el primer estudio de lo que han significado los liberales en el concierto político español.
Lo primero que debo hacer es aceptar lo evidente: es muy difícil juzgar
el liberalismo cuando lo primero que descubres es que nunca ha existido
en ningún país un gobierno que haya querido ser liberal.
Me
he referido otras veces a este hecho, sin precedentes, de silenciar a
varias generaciones que tuvieron un inmenso poder para poner en marcha,
simultáneamente, la revolución social y un Estado preocupado por el
futuro de los más débiles. Yo nací justo cuando empezaba la más
horrenda y sangrienta guerra civil jamás padecida por este país; los que
la perdieron casi la mitad del país nunca oyeron hablar de lo que
realmente había ocurrido. Por ignorancia, por miedo, por el hecho de que
ni en la escuela ni en casa se hablaba de lo que no había existido.
Pero
volvamos al liberalismo porque no estoy seguro de que todo el mundo
pudiera explicar a sus nietos lo ocurrido. Hay tres vertientes
distintas, que dieron lugar a tres guerras liberales que es preciso
distinguir: (1) el anarquismo; (2) el liberalismo imposible; y,
finalmente, (3) el movimiento libertario. ¡Que levanten la mano, por
favor, los lectores que se identifican claramente con una de las tres
acepciones! ¿En qué se distinguen si se distinguen en algo un
anarquista, un liberal imposible o un libertario? La Historia de España
está hecha de estos ingredientes en un cincuenta por ciento. Es, pues,
muy importante.
Los primeros fueron los más consecuentes con lo
que pensaban y querían. Se trataba de emancipar a sus conciudadanos y de
ningún modo someterlos. Para evolucionar hacia un porvenir
libre y más justo, es preciso entroncar la vida de hoy con la del pasado
y la del futuro. Los anarquistas ven la revolución como un proceso
asociativo, creativo, cultural y humanista, evitando al máximo la
violencia.
Los liberales imposibles hablan de libertad
política, de libertad de pensamiento o de libertad económica temas todos
ellos que van a constituir el eje de grandes disputas internas, pero no
de Estado. Los dirigentes eran una minoría de clase media-alta muy
cualificada, pero sin osadía para enfrentarse al absolutismo. Hicieron
lo que sabían hacer: la Constitución de 1812. Está claro y lo
reconocen hasta los ultraliberales «que, por problemas de coordinación
social, mayor justicia y equidad en el reparto de la riqueza, ciertos
servicios no pueden ni deben regularse a través del libre mercado, sino
de un Estado». Lo que debe evitarse es entrar en una fase de más Estado,
sino de menos poder porque el Estado es suficientemente poderoso para
darte y quitarte todo.
Quedan los libertarios como cuna
de los liberales. El término se utilizaba en los Estados Unidos desde el
siglo XlX y se generalizó a partir de 1940. Se trata de ciudadanos que
abogan o luchan históricamente por la extensión de las libertades y los
derechos individuales, en franca oposición con los regímenes
autoritarios. Los libertarios entienden un cambio revolucionario
de costumbres y de pensamiento dirigido contra civilizaciones
apolilladas. «Changer d´abord vos moeurs, vous changerez ensuite vos
lois», decía Balzac.
El «movimiento hacia las montañas»
que hoy se observa más en plazas y calles ocurre cuando la manada ha
abandonado la esperanza de que el Estado pueda actuar como un vehículo
de reforma social. A comienzos de este siglo es decir, ahora
mismo podemos pensar que el fracaso del anarquismo no fue tal fracaso,
sino una manifestación de que ese movimiento no había llegado entonces a
su madurez.
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