Paloma González Rubio es Licenciada en Filología Semítica y fue solista del cuarteto de música sefardí
Simane. En los años ochenta, escribió letras de canciones y, a
través de la Literatura, descubrió que podía contar y expresar aquello
que le importaba. Dentro del mundo editorial, ha sido correctora,
traductora y editora. En 2007, obtuvo el primer Premio de Relato José
Saramago, concedido por un jurado compuesto por Luis Mateo Díez,
Fernando Marías, José Ovejero y Emilio Gavilanes y publicado por
Ediciones La Discreta, en 2008, dentro de un volumen que reunía los dos
relatos premiados y los finalistas.
Como escritora de Literatura Juvenil, ha participado en
Aurora o nunca (2018), libro incluido en la prestigiosa lista
White Ravens, de la Biblioteca Internacional de Münich
(Alemania), en la que se incluyen aquellas obras de Literatura Infantil y
Juvenil que presentan características destacables según su temática,
originalidad, estilo..., siguiendo el criterio de más de veinte
profesionales de la Literatura. En 2019, fue la ganadora del XVIII
Premio de Narrativa Juvenil Alandar, de la editorial Edelvives, con su
novela
João. También es autora de
Antípodas (2019), una novela en la que Nerea, la protagonista,
descubre que Antípodas nos es el nombre de un reino mítico, sino un
lugar móvil, que se encuentra en el extremo opuesto al lugar que se
ocupa en el mundo. Allí es donde tiene que viajar, junto con su familia,
para acabar descubriendo cuál es el verdadero sentido del viaje.
Además, Paloma González Rubio ha publicado dos novelas para adultos
tituladas
Epitafio (2010) y
El delito de la lluvia (2014), donde se encuentran dos personajes
sin aparente conexión, solos y aislados, cuando se avecina el fin del
mundo: un hombre que se inspira en el personaje principal de una saga
policíaca y una lectora de las novelas de las que él es protagonista. El
único lazo que parece unirlos es la Literatura −¿podrá acaso ser la
única que les salve la vida?
Ventanas
fue Finalista del XVIII Premio Anaya de Literatura Juvenil, XIII Premio
El Templo de las Mil Puertas a la mejor novela nacional independiente y
elegida uno de los mejores libros del año por El País. La tinta se
asoma a los diferentes tipos de «ventanas», contenidos en la propia
novela, para que su creadora, Paloma González Rubio, nos oriente en el
viaje al interior del sinsentido de la guerra y sus víctimas.
- «Esta novela, basada en una
anécdota real, es una denuncia de la indefensión de la infancia en los
conflictos armados y el drama que convierte a los niños en soldados».
¿Cuál es ese hecho real en el que has basado tu novela?
Mi
familia materna estuvo muy ligada al activismo durante la República.
Las hermanas de mi bisabuela, Claudina y Luz García Pérez, se integraron
en comités que denunciaron las condiciones de las trabajadoras de la
aguja. Claudina llegó a formar parte de las listas electorales por
Palencia. A fuerza de significarse, fueron perseguidas en la posguerra.
Una de mis tías abuelas, Esther, me contó, en una comida familiar, la
anécdota que dio origen a Ventanas: detuvieron a los hombres en sus
centros de trabajo, luego acudieron a la casa donde mi bisabuela y una
de sus hermanas cosían y se las llevaron, dejando a los niños solos. La
diferencia entre la anécdota real y la historia del libro reside en que a
mí me lo contaron como si fuese algo divertido. Los niños pidieron
dinero a los compañeros de sus padres, compraron chucherías, hicieron
una pequeña fiesta y, cuando mi bisabuela regresó a casa, se los
encontró a todos empachados de comer caramelos. Mi tía abuela no lo
relataba como una tragedia, a mí, en cambio, me pareció brutal y de ahí
surgió la idea.
- Los diecisiete capítulos, que
conforman la novela, reciben nombres –como «Tragaluz», «Mirillas»,
«Gatera», «Vidriera», «Respiradero», «Claraboya», «Troneras», entre
otros−, que son los espacios de paso de los personajes, pero que también
representan, simbólicamente, lugares inhóspitos, crueles, opresores…,
convirtiéndose así en «los otros» protagonistas de la obra, en
ocasiones, incluso, más que los personajes «de carne y hueso». ¿Qué has
querido transmitir en los títulos de los capítulos? ¿Fuiste consciente
de su relevancia, ya desde el propio título de la novela? Tus obras
suelen tener títulos cortos, pero muy significativos, ¿por qué?
Una
de mis muchas excentricidades a la hora de escribir es que, para no
contaminarme con otras voces narrativas, durante el proceso de escritura
de una novela, leo, de manera infatigable, tratados de arquitectura. La
idea de titular el libro Ventanas ya estaba desde el principio, porque,
de pequeña, yo veía desde un lugar prohibido para los niños, al que
llamaban «El terraplén», ese incendio de las ventanas del edificio en
que vivía al anochecer. Cuando la idea de la novela me rondaba, vi una
imagen idéntica, desayunando en la cocina de mi casa, y supe que ese
sería el motivo central. Esa misma mañana escribí el primer capítulo y,
de forma natural, se me ocurrió que el título de cada capítulo fuese una
alegoría sobre la luz que una ventana deja entrar, la exposición de los
personajes a los ojos de los demás, el aire que circula o se
enrarece...
En cuanto a los títulos cortos de mis
novelas, es cierto que tengo tendencia a concebirlos de ese modo,
ciñéndome al motivo central. Es una forma de mantener siempre en mente
lo esencial de la historia que abordo, porque tengo tendencia a
dispersarme y he de echar mano de recursos que me pongan límites.
-
Al principio de la novela se narra que «desde el fin de la contienda se
había prohibido el uso de cerrojos en las puertas. Las ventanas no
podían ser cubiertas con visillos o cortinas. La ordenanza contenida en
el discurso de proclamación del nuevo estado decía literalmente: «Atrás
quedaron los días de las balas perdidas que podían alcanzar a los
ciudadanos inocentes cuando se apostaban en sus ventanales […]. Se acabó
el oscurantismo y el miedo. Os hemos traído un nuevo amanecer». Las
ventanas de todas las viviendas de la ciudad eran una pantalla
panorámica que mostraba el interior de las estancias. […] Los ciudadanos
estaban obligados a no tener nada que ocultar, ni siquiera su propia
desnudez». Después de haber pasado una pandemia, inmersos en una guerra
en Europa, viviendo en países con gobiernos frágiles y, en ocasiones, no
demasiado competentes, ¿el estar constantemente alertados, dentro y
fuera de nuestras casas, por nuestros móviles, por cámaras de
vigilancia, nos está convirtiendo en seres vulnerables, a pesar de que
lo que se nos quiera «vender» es seguridad y transparencia?
El
fragmento que citáis es una crítica a cómo el poder, sea cual sea su
signo, nos vende sus consignas, su forma de concebir la ejemplaridad.
Justificar que todo el mundo exponga su vida a los vecinos con la excusa
de que ya no hay que esconderse porque no hay «balas perdidas» es casi
tan escalofriante como la posibilidad de que pueda haberlas.
Una vez concebida la estructura de la
novela, resultó inevitable dar vueltas a la idea del panóptico de
Foucault, a la exposición de nuestras vidas, al control mediante todo
tipo de dispositivos: tarjetas de bonificación, que radiografían nuestra
forma de vida a través de nuestras compras o de los lugares donde las
usamos, nuestros dispositivos, las páginas de internet que visitamos y,
obviamente, lo que mostramos en nuestras redes, de forma totalmente
irreflexiva. Efectivamente, creo que vivimos en un sistema que nos hace
pagar por la seguridad con servidumbre y que aceptamos, con muchísima
ligereza, dar una información excesiva de nuestras vidas a cambio de
bagatelas.
- El «Nuevo Amanecer», que se ha
instalado en el mundo de los protagonistas −los hermanos Bruno y
Silvina, y sus primos Pablo, Martina y Mateo−, es tan inhóspito como
cruel, máxime cuando apresan a sus padres y tienen que enfrentarse
solos, siendo apenas unos niños, a la vida desalmada que les espera sin
sus progenitores. ¿Son la infancia y la adolescencia las únicas que
pueden cambiar el estado de excepción de tu novela, frente al mundo de
los adultos? ¿Son también las únicas esperanzas posibles para cambiar el
mundo actual?
Me gustaría pensar
que sí. Me encantaría recuperar la confianza que tenía cuando era
adolescente en que es posible un mundo mucho mejor, que no es tan
difícil, que el obstáculo son solo los individuos de las generaciones
que nos preceden, pero no puedo recuperar esa fe en el cambio, porque
percibo que el utilitarismo del actual sistema educativo es un escollo
para fomentar el pensamiento crítico. El ocio pasivo y las relaciones
virtuales, a través de dispositivos individuales, tampoco ayudan a
generar ideales colectivos o una clara voluntad por salir de la zona
cómoda.
La única esperanza está en las nuevas
generaciones, pero sin educadores comprometidos que fomenten el debate,
el altruismo, que muestren los aspectos de la realidad que nos esconden,
es muy difícil que las nuevas generaciones se conviertan en agentes de
ese cambio.
- El ocaso que implanta el nuevo
orden de la novela, después de la guerra sufrida, pretende controlar a
sus ciudadanos a través de sus ventanas: «En el interior de las casas se
prenden luces mortecinas que alumbran vidas miserables, visibles desde
las ventanas desnudas. […] La vida de cada vecino, sobre todo en las
plantas bajas, es visible hasta en sus más mínimos detalles. Sus
habitantes se esfuerzan por revelar costumbres ordenadas: todas las
superficies están pulidas y limpias. […] Nadie quiere estar en boca de
nadie por salirse de la norma, no hay nada que ocultar ni de lo que
avergonzarse. Todo está a la vista». ¿Por qué crees que existe esa
necesidad de conocer la intimidad de las personas y tenerla como medio
efectivo de control? ¿Somos cada vez más exhibicionistas dentro de
nuestra intimidad?
Es una pregunta
interesantísima para la que no tengo una respuesta. Como escritora, me
limito a consignar una mirada, a contar lo que aprecio en una historia y
su contexto. Soy mirona por naturaleza, así que no me extraña esa
tendencia que casi todos los humanos tenemos de mirar a los demás.
Aprendemos mirando, conocemos distintas formas de desenvolvernos por
medio de la observación. Luego, cada uno hacemos un uso distinto de esa
mirada. En mi caso, la vuelco en la escritura. Comprendo el afán de
mirar, lo que no comprendo es el exhibicionismo, el ofrecerse para ser
visto, que ha acabado devorando el sentido de compartir, porque el
exhibicionismo no se dirige a las personas más cercanas, a las más
próximas, sino a absolutos desconocidos. Imagino que cada exhibicionista
tiene una motivación diferente para mostrarse y su talón de Aquiles
particular.
En Ventanas ese afán por mostrarse ejemplar
se debe al miedo, a un miedo real a significarse, a ser delatado, la
ejemplaridad mercantil de las redes sociales, que muestra comidas en
restaurantes exclusivos, prendas de ropa de vértigo...
- Uno de los protagonistas, Bruno,
de apenas trece años, tiene que tomar las riendas de su mermada familia:
«No puede dar rienda suelta a su impotencia, a su miedo. […] Siente
deseos de sollozar, de llorar y gritar para liberar la opresión que se
le ha instalado en el pecho, pero no puede hacerlo. No puede demostrar
que se siente desamparado». ¿Hay infancias cada vez más cortas? ¿Qué se
pierde con ello?
Me resulta muy
difícil responder a esta pregunta, porque «infancia» me parece un
concepto muy abstracto. ¿De qué infancia hablamos: de la de los niños
del Tercer Mundo, de la infancia del mundo occidental en las ciudades o
de la infancia en el mundo rural? Creo que, en general, al menos en
Occidente, hemos perdido de vista la importancia del juego. Las familias
son cada vez más reducidas, pasan mucho menos tiempo juntos y los niños
están sobrecargados de deberes, de actividades... Los juegos suelen ser
más domésticos que al aire libre y en grupo. Claro que con este sistema
de vida se pierde mucho: la sensación de pertenencia a un colectivo, el
de los chicos de tu barrio, la libertad de jugar «a tus anchas», sin la
vigilancia estricta de un adulto. En una situación de excepción, la
infancia es corta por necesidad; en un clima de prosperidad, la infancia
está ahogada por la sobreprotección.
- En la novela, el espacio interior
de las casas ya no es íntimo, pero el espacio exterior también ha
dejado de ser un espacio común, público y seguro: «Desde la guerra, han
desaparecido las farolas de la calle. Dejaron de encenderlas desde los
primeros bombardeos. Luego, la mayor parte de ellas se hizo añicos, y
aún seguía sin restablecerse el alumbrado público. ¿Qué tipo de luces se
pierden al apagarse cualquier tipo de razón o de justicia en los
enfrentamientos bélicos? Por el contrario, ¿qué luces son necesarias
encender, para sobrevivir a los mismos, para reconstruir un país y las
vidas de sus habitantes, tras el fin de los enfrentamientos bélicos?
Las
luces que se apagan son las de disponer de la tranquilidad y el ánimo
para dilapidar el tiempo, para la reflexión libre de la preocupación por
la supervivencia. Esto constriñe el pensamiento e impide disfrutar del
arte, de la cultura. Se apaga la luz de la confianza en tus
contemporáneos.
Por el contrario, creo que, para superar
una catástrofe, la luz más importante que debe encenderse es la de la
solidaridad. La historia que se cuenta en Ventanas no sería la misma de
haber encontrado esos niños una persona solidaria. Y la solidaridad
tiene muchas manifestaciones, desde la preocupación por quienes están
próximos, hasta compartir una reunión, contar historias, leer juntos,
enseñar a quienes te rodean habilidades útiles y aprender de ellos. Si
no hay reunión, comunicación, intercambio, la reconstrucción profunda,
la auténtica, que no atañe solo a lo material, no me parece posible.
- «Las patrullas que merodean por
la noche en busca de indigentes y, según dicen, de miembros de la
Resistencia, detienen a quien encuentran por la calle a deshora, lo
interrogan; cualquier individuo se convierte automáticamente en un
sospechoso». En las sociedades actuales, ¿todos somos sospechosos de
algo: de tener un virus, de ser el enemigo, de cometer delitos…, en
lugar de ser inocentes hasta que se demuestre lo contrario?
Es
curioso, pero el mismo día que me enviasteis la entrevista, antes de
abrirla, sostuve con unos amigos una discusión sobre ese asunto. Alguien
contó una anécdota sobre un hombre a la espera de un juicio, unos
minutos después salió en la conversación su hijo y… hubo un silencio.
Era como si el hijo también fuese sospechoso por su relación genética
con el inculpado, como si tuviese que ser necesariamente culpable de un
delito que estaba a la espera de cometerse. Vivimos en una sociedad en
la que la desconfianza hacia el otro nos aísla, en la que el fomento de
divergencias, de los puntos de desencuentro como seña de identidad, de
reafirmación, nos hace más débiles, más vulnerables. La Historia nos
enseña que señalar a otro, a un enemigo, nos da la falsa percepción de
estar en posesión de la verdad, en el bando correcto. Lo curioso es que
ahora fomentar la sospecha, como esa anécdota de padre inculpado e hijo
ya sospechoso, no nos hace pertenecer absolutamente a nada, ni nos
proporciona satisfacción ni consuelo, solo incertidumbre. Tal vez
deberíamos pensar si no vivimos en un mundo como el que se describe en
Ventanas.
- Siguiendo con las paradojas de la
obra, el narrador afirma: «Ahora solo se es libre encerrado en un lugar
sin ventanas. Solo se es libre en las mazmorras, donde nadie puede
espiar». Como filólogas y apasionadas lectoras, nos damos cuenta de la
cantidad de oxímoros o de contradicciones que encierran dichas
afirmaciones, que, sin embargo, contienen una gran carga significativa.
¿Eras consciente, al escribir la obra, de todo ello? ¿Qué has querido
transmitir con ello?
Sí, fui
consciente de las paradojas que fui sembrando. Todas ellas iban abonando
la paradoja final que, por razones obvias, no podemos desvelar en la
entrevista… Me limito a lanzar la pregunta relevante: ¿quién te promete
la libertad te hace libre o te esclaviza para su causa?
- En Ventanas también hay porteros
encargados de cerrar los portales, por la noche, para que nadie se
atreva a salir, que «repasan las listas donde anotan cada día los
nombres de los vecinos a medida que llegan al edificio antes de cerrar
el portal, así como los visitantes de cada casa y si han salido o no de
ella. ¿Estos porteros recuerdan a los serenos de la Dictadura
franquista, encargados de cerrar y abrir puertas, pero, sobre todo,
grandes chivatos a favor de los Regímenes autoritarios?
Para
ser sincera, el personaje que tenía en la cabeza cuando hablaba de los
porteros en general y de Clementina en particular, fue la última portera
de un edificio en el que viví en mi juventud: no se le escapaba nada y
siempre sabía transmitirlo a la persona más inadecuada. Que la Stasi no
la reclutase fue una pérdida incalculable para la organización.
Lógicamente, un personaje así no puede sino remitirte a los soplones de
cualquier Régimen autoritario. Me guardé de utilizar la figura del
sereno. Me importaba mucho que la novela no aludiera ni a un país ni a
una guerra en particular, porque lo que representa es la indefensión de
la infancia en cualquier conflicto bélico.
- «Estar perdido no significa no
saber dónde se está. La mayor parte de las veces uno se pierde en los
lugares más familiares. Basta un cambio de ánimo, la falta de luz, la
ausencia de sonidos familiares y los lugares que se frecuentan se
vuelven irreconocibles». ¿Cómo pueden convertirse los lugares cotidianos
en espacios amenazantes?
A veces
el contexto cambia, otras, eres tú quien eres distinto. Basta un solo
minuto para que un lugar, que siempre fue para ti hospitalario,
represente una amenaza. La casa en la que los niños residen en la novela
no es la misma casa antes de la detención de sus madres que después de
esa detención; ni antes de la primera noche que pasan a solas que
después de esa madrugada. Unas veces, el cambio está en un nuevo
conocimiento adquirido, otras, en la absoluta incertidumbre.
- «Las ventanas fueron concebidas
desde la antigüedad para dejar pasar la luz. Están hechas para ver desde
dentro, no para ser vistos desde fuera. Las ventanas no solo dejan
pasar la luz, también se abren para dejar circular el aire, pero hay
ventanas que se han transformado, que no son un medio para comunicarse
con el interior, sino una forma de defenderse del exterior». ¿De qué
amenazas externas debemos defendernos desde el interior de nuestras
casas? ¿Qué nuevos aires sería necesario que circularan dentro y fuera
de nuestras casas?
Deberíamos
blindarnos contra las soflamas que hacen de nuestros vecinos «el otro»
del que debemos «guardarnos», porque dividirnos nos resta fuerza en el
día a día, y el ciudadano de a pie no vive de la división. Tendríamos
que resistirnos a pensar que otros, unas terceras personas
indeterminadas, son quienes deben hacerse cargo de los que lo pasan mal
cerca de nosotros y que, debido a ello, podemos eximirnos de nuestra
propia responsabilidad a la hora de implicarnos. Es necesario resistirse
al miedo a la incertidumbre, que nos debilita; y de todo lo que nos
invita a acomodarnos para no crecer; a volvernos ciegos y sordos al
sufrimiento de los demás. La solidaridad real, activa, nos daría el aire
necesario para respirar y restablecería nuestra confianza en el
prójimo.
- «Nunca había oído a nadie en
público mencionar la palabra guerra. Esa era una palabra reservada al
interior de los hogares, al volumen al que se susurra un secreto al
oído. Contienda era la palabra elegida para apartar del recuerdo de los
ciudadanos los horrores y los muertos». ¿Qué poder tiene el lenguaje
para cambiar o mitigar los hechos atroces que le suceden a la Humanidad?
¿Qué palabras eufemísticas son para ti, en la actualidad, terribles de
oír cuando son pronunciadas por parte de mandatarios o poderes fácticos,
por ejemplo?
Los discursos, sean
del signo que sean, son impecables. Se nos olvida, con frecuenci,a que
confeccionarlos es un arte. El discurso es producto de una mirada, lo
que sucede es que, así como estamos acostumbrados a mirar, no somos tan
proclives a saber escuchar. Tendemos a escuchar solo lo que queremos
oír.
Me irrita el discurso de la segregación, el
del triunfalismo vacuo, las amenazas hacia quien disiente, que
profieren los mandatarios y los aspirantes a serlo.
- La Resistencia de la novela, que
permanece oculta y está formada por personas anónimas, son «gente que
lucha contra los vencedores de la contienda, que viven escondidos como
ratas y merodean en la oscuridad para atacar a las patrullas, para
sembrar el caos». ¿Verdaderamente, en tu novela se plasma un mundo al
revés o es, por el contrario, un mundo demasiado realista?
Más
bien diría que es realista. Traté de documentarme, en profundidad,
sobre el reclutamiento de los niños soldados en todo el mundo. No es el
gobierno en el poder quien los recluta, los gobiernos tienen la
capacidad de hacer levas entre la población más preparada, más
resistente: primero los hombres jóvenes, fuertes, luego adultos; es la
Resistencia quien tiene que resignarse con los ciudadanos que descarta
el gobierno oficial: niños, mujeres, ancianos…
- Junto con el espacio, es decir,
con lo que se ve, pero se pretende ocultar de la vista, en la narración
también son muy importantes los sonidos: «Las vidrieras de las ventanas
[…] dejan […] escapar los quejidos del insomnio: pasos, peldaños que
crujen, ventanas que se abren y se cierran, susurros, pequeños
restallidos de la madera y el ruido misterioso que todas las noches
suena en lo que fue el despacho del abuelo y los niños llaman ahora el
cuarto de las ratas». ¿En situaciones como las que viven los niños en la
obra, todo ruido es susceptible de desencadenar un peligro, un indicio
de sospecha, un aviso de algo terrible que puede ocurrir? ¿Qué «ruidos»
amenazan a las sociedades, en la actualidad?
En
la oscuridad no podemos ver. El oído y el sonido son muy importantes a
lo largo de esta historia. Lo más cruel o violento se describe a través
de los ruidos y de la representación mental de la escena que hacen los
escuchantes. El capítulo llamado «Troneras» es un episodio en el que
todos los acontecimientos que precipitan el final son auditivos. Hay un
sonido en particular, que es esperanzador y que fue el que más me costó
describir, por desgarrador, hasta el punto de que estuve a punto de
abandonar la novela a unas páginas del final.
En cuanto a los ruidos que amenazan a las sociedades actuales, a riesgo de parecer demagógica, creo que son los discursos.
- «Pese a todo, pese a que ni
caras, ni cuerpos, ni gestos son visibles a través de los cristales, su
madre y su tía se pegan a las paredes para desnudarse». Si las ventanas
que dan al patio de luces donde viven los niños, tienen cristales de
colores, ¿cómo son y qué simbolizan las ventanas que dan a las calles?
Esta
descripción de las cristaleras en los patios de luces es real. Está
basada en la casa en la que vivía mi tía abuela, la que me contó la
historia. Estaba en un edificio en el centro de Madrid. Los dormitorios
daban a esos patios de luces, eran oscuros y silenciosos. Las estancias
principales, en las que se vivía de forma colectiva: el salón, el
comedor, el cuarto de estar, daban a la fachada. No debemos olvidar que,
antiguamente, se vivía en estas estancias. Los dormitorios solo se
utilizaban para dormir, no era práctico mantener toda la vivienda
caliente, solo se calentaba la habitación en la que la familia hacía la
vida, comía, se reunía, los niños jugaban y hacían los deberes. Las
estancias interiores mantenían la temperatura más constante en verano e
invierno y, como no se vivía en ellas, las ventanas o estaban cerradas o
tenían cristaleras de colores para no mostrar la intimidad del
interior. Lo de las habitaciones exteriores y con luz es un fenómeno
arquitectónico bastante reciente.
- En el espacio opresivo de la
obra, en el que todo el mundo quiere pasar desapercibido, al mismo
tiempo, lograr la invisibilidad solo indica que has sido señalado y, por
lo tanto, la existencia se vuelve aún peor si cabe: «la ventaja de ser
invisible es que no importa si es de día o de noche. Si te desenvuelves
en la oscuridad o en la luz. Cuando se es invisible, se es libre y la
luz no pone freno a tus deseos ni movimientos. La invisibilidad
proporciona la misma libertad que cerrar la puerta de una habitación
privada donde es posible bailar, desnudarse sin pudor, mirarse al espejo
haciendo muecas, fingir ser un orangután». ¿En qué aspectos los
ciudadanos nos hemos convertido en invisibles para aquellos que
controlan el mundo?
Quienes
controlan el mundo se alimentan de la división, del enfrentamiento,
ponen la mirada en aquello que justifica su discurso. Cuando tenía que
decidir cuál sería el final de Ventanas me paré a pensar, por una
noticia que se hizo viral aquellos días, sobre las consecuencias del
confinamiento para la salud mental de niños y adolescentes, en cuánto
tiempo hacía que no se hablaba una sola palabra sobre los campos de
refugiados que albergaban a niños sirios. No había ni una sola noticia
desde hacía meses. Sobre niños soldados hacía más de dos años que no se
mencionaba ni una palabra en los medios de comunicación. Somos
invisibles cuando nuestra tragedia no es un instrumento útil para el
discurso imperante.
- Sin embargo, «al caminar, siente,
tras cada óculo, tras cada cristal, ventana, mirilla, respiradero o
tragaluz, lo vigilan, que es menos invisible de lo que cree». ¿Es
preferible, por lo tanto, ser invisible o bien, tenemos que luchar para
seguir siendo muy visibles?
La
desgracia de Bruno, Silvina, Pablo, Martina y Mateo es que se significan
no por ellos, sino por la detención de sus padres. Los invisibles lo
son no porque no merezcan una mirada, sino porque se los ignora de forma
deliberada. En un encuentro sobre el libro en un instituto, una alumna
me dijo que si no me parecía que había escrito una novela inverosímil,
que nadie podría ignorar la tragedia de unos niños. Le conté que habían
fingido el secuestro de un niño en una calle concurrida de Nueva York
mientras la cámara grababa las reacciones de los transeúntes. Ni uno de
ellos levantó la mirada de su móvil para socorrer al niño que gritaba y
al que introducían en un coche. Se mira lo que se quiere ver, es difícil
luchar para hacerte visible, si quien tienes enfrente no quiere verte
porque le implicaría.
- ¿Cómo podrías explicar que «la
luz no se enciende por igual para todo el mundo. Hace visibles a unos, y
resbala sobre otros sin iluminarlos»?
Una
cosa es encender la luz y otra poner el foco. El foco sobre unos es
útil, los convierte en faros, en ejemplos a imitar. Poner el foco sobre
otros es estéril, remueve conciencias, cuenta la historia de en qué
puedes convertirte, aunque hayas formado parte del sistema que te va a
dejar caer o que va a propiciar tu caída.
- Bruno «se pregunta […] si en el
resto de las casas pueden vivir porque no tienen nada que esconder y
ellos guardan secretos inconfesables y lo que les ha sucedido no es sino
el justo castigo por haber desobedecido las normas». ¿Por qué no
podemos transgredir las normas que nos parecen injustas, así como las
normas de lo que nos produce vergüenza, del qué dirán, de la lo que nos
exigimos a nosotros mismos, a veces, de forma desproporcionada?
Es
difícil salir del sistema que te ha educado en sus principios, porque
el propio sistema no fomenta el sentido crítico hacia los principios de
su funcionamiento. Cualquier sistema elabora un sistema de recompensas y
castigos para blindarse.
- ¿Cómo es posible que «debajo de cada ventana de las estancias oscuras, […] las familias no se reúnen, sino que se desunen?
Porque
es imposible vivir sin intimidad, es imposible fingir continuamente la
ejemplaridad. El conflicto privado no es ejemplar, de modo que, en un
sistema tan distópico como el que se representa en la novela, los
desacuerdos deben dirimirse a escondidas.
- Por paradójico que pueda parecer, en la novela es más terrible lo que no se narra o lo que solo se insinúa. ¿Por qué?
Porque
lo que no se narra, lo que solo se insinúa, es la representación mental
que los personajes se hacen de una situación, lo que los empuja al
límite que no se atreven a mirar. Son nuestros propios miedos los que
nos motivan y nos conducen en una dirección que nunca habíamos
contemplado, como les sucede a estos personajes, sobre todo a Bruno.
- Especialmente, el último
capítulo, el titulado «Aspillera», contienen enunciados que nos
recuerdan a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, pues el narrador
afirma: «Una aspillera es como la mirilla de un fusil» o «Las nubes
ocultan la guadaña de la luna creciente». ¿Qué sentidos guardan estas
afirmaciones? ¿Notas la influencia de autores clásicos y/o actuales en
tu forma de narrar? ¿De quién/es?
Las
metáforas del último capítulo son una forma de dar un respiro al
lector. No fui consciente de esa resonancia a las greguerías que, como
«súperlectoras», habéis percibido, y ahora que lo ponéis de relieve me
parecen tan plausibles.
Soy una lectora voraz. Devoro libros entre
un proyecto y otro, pero me guardo mucho de leer a autores que me gustan
mientras escribo una novela. Como ya he comentado, leo tratados sobre
arquitectura, ensayos, novela negra, géneros que no tienen ningún punto
de encuentro con mi proyecto. Me gustan infinidad de autores. Es difícil
relacionar los que más me interesan porque son muchísimos: Alice Munro,
Margaret Atwood, Julian Barnes, Ian McEwan, Sarah Waters, Delphine de
Vigan, Annie Ernaux, David Foenkinos… Entre los españoles, Ricardo
Menéndez Salmón, Pilar Adón, Jon Bilbao, Emilio Gavilanes. En Literatura
Infantil y Juvenil trato de leer cuanto cae en mis manos. Me apasionan
Alfredo Gómez Cerdá, los autores partícipes del proyecto Aurora, sin
excepción, y tantos otros: Elia Barceló, Beatriz Giménez de Ory,
Patricia García Rojo, Begoña Oro… Hay tanta calidad en la Literatura
Infantil y Juvenil contemporánea española, que no puedo dejar de abrir
un libro tras otro.
- El final nos ha dejado sin palabras. ¿Habrá una continuación de la novela?
Concebí
Ventanas como una obra autoconclusiva. No proyecto una segunda parte.
Para rematar las paradojas que la obra contiene, y que habéis puesto de
relieve, a pesar de lo duro que fue escribirla, disfruté mucho con el
proceso, con la elección del lenguaje, con las imágenes que podían hacer
llevadera la lectura de una historia tan descarnada, pero, con cada
nueva obra, me planteo un nuevo género, un nuevo reto, y, si no se queda
una deuda pendiente con un personaje, mi objetivo es abordar un
proyecto que me muestre otros panoramas, que me enseñe otras formas de
narrar.
- ¿Cuáles son tus próximos proyectos literarios?
Acaba
de publicarse, en La esfera azul, mi primera novela negra, Dead Boys,
una historia para todos los públicos cuyo protagonista forma parte de
una banda juvenil y que reconstruye su historia en la hermandad tras
caer herido en una reyerta. En marzo de 2023, aparecerá mi primera
novela infantil, en la Editorial Anaya, titulada ¿Dónde están las
llaves? Los dos proyectos son todo un reto y estoy muy emocionada con su
proceso de publicación. Además, para mitigar mi impaciencia, ahora
mismo estoy proyectando una novela de terror. Era un reto que tenía
pendiente.
Estimados seguidores de @tintaentusdedos y
queridos lectores del blog latintaentretusdedos.com y de
leonoticias.com, «se supone que las ventanas están para que nos vean.
¿No hay un refrán que dice que si «Dios cierra una puerta abre una
ventana»? Asomaos a las ventanas y gritad fuerte, a todo el que pase»
que es necesario leer novelas como Ventanas, de Paloma González Rubio,
para seguir cuestionando todo que nos rodea y, en especial, aquello que
quieren hacernos creer,.
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