Rise like a Phoenix'. Igual que en la canción de la ambivalente
Conchita Wurst, Isabel Preysler ha vuelto a levantar el vuelo. Su
impecable presencia, el pasado jueves, en la primera recepción oficial
de los Reyes Felipe y Letizia ha sentado otra vez en el trono a la
monarca del 'cuore' y desmentido de paso los malsanos rumores que
pregonaban su decadencia. Con el rostro algo más acorde a esos 63 años
que cumplió en febrero, Preysler ya no es aquella enigmática belleza
oriental de imparable rejuvenecimiento, pero mantiene intacto su perfil
social.
En el 'who is who' de los más de 2.000 elegidos para la gloria del
primer besamanos de esta nueva era monárquica, ella sigue siendo
alguien. Toda una autoridad en lo suyo. Otra cosa sería definir qué es
exactamente lo suyo... Porque entre los asistentes a la cita palaciega,
todos (incluido su exmarido, el marqués de Griñón, o la propia Tita
Cervera) encajaban en alguna actividad profesional: empresarios,
mecenas, intelectuales, políticos, escritores, cantantes, toreros,
banqueros... Todos, menos ella. Isabel, con su premonitorio nombre de
reina, es probablemente la mujer que más dinero ha amasado en este país
sin robar ni desempeñar un oficio. Si acaso, el de artista y publicista
de sí misma.
Con más valor que Ponce y Padilla, tan actual como Alborán y Bisbal,
con más altura de miras que Pau Gasol y más popularidad incluso que
Carmen Machi, la Preysler hizo el jueves el paseíllo por el Palacio
Real, junto a estos y otros famosos, con paso decidido y sonrisa
indesmayable. Le acompañaba su natural porte de hechuras de maniquí
realzado por un entallado vestido corto sin mangas, de estampado
geométrico y tonos negro, salmón y beige. Es muy probable que detrás de
su buen ánimo se escondiera una punzada de dolor, que se sintiera un
poco viuda, sin serlo, por tener que acudir sola, sin su marido, el en
otro tiempo superministro de Economía... Pero es que Miguel Boyer a sus
75 años no está para actos sociales. Lleva casi 30 meses luchando contra
las secuelas de un derrame cerebral. «Sigue mejorando -ha explicado su
mujer-, pero ahora los cambios son muy pequeños». La vida le ha dado un
vuelco a Isabel y para mal. Pero si eso atormenta o amarga su existencia
es algo que se guarda para sí. En sus apariciones públicas, sigue
exhibiendo la dulce sonrisa de siempre; ni un mal gesto. Como reina (de
corazones), Preysler es una profesional.
La mansión se queda grande
Llevaba meses recluida en su magnífica mansión de Puerta de Hierro
que, como ella misma ha admitido, se les ha quedado grande. Pero tuvo
ocasión de foguearse ante la prensa dos días antes del besamanos real.
Fue en la recepción organizada por la revista Vogue en la embajada
italiana para premiar a las jóvenes promesas del diseño y también al
prestigioso fotógrafo Mario Testino. Isabel fue la encargada de
entregarle el premio y, con un vaporoso vestido floreado de Ferragamo de
escote bañera, confirmó su acreditada y probablemente involuntaria fama
de 'robaplanos'. Todos los flashes se centraron en ella. Y la prensa la
encontró más accesible que nunca. Será quizá que tras dos años largos
entregada a la recuperación de su esposo, viendo aumentar los gastos al
tiempo que menguan los ingresos y van borrándose las amistades mundanas,
un simple posado es de las pocas frivolidades que le regala la vida.
Diplomática sin carrera, Preysler tuvo elogios para doña Letizia, a
la que conoce desde hace diez años, pues los ahora Reyes almorzaron en
su casa poco después de prometerse. Confesó también que este verano
«difícilmente» irá de vacaciones ya que se quedará en Madrid «para
acompañar a Miguel». Animó a su religiosa hija Tamara a encontrar el
amor terrenal... «A ver si dedica más tiempo a eso». Y habló del «buen
momento» que vive su hija menor, Ana, junto al tenista Fernando
Verdasco. «Es que con Fernando es imposible no estar encantada», dejó
caer Isabel con una sonrisa nostálgica en la que se resumía todo: su
rutilante pasado como reina de la seducción, los años locos de la
'beautiful', la interminable fiesta marbellí... Todo eso ha quedado
reducido a un eco, e Isabel (lejos del cliché de frívola y calculadora),
a una abnegada mujer entregada por amor al cuidado de un marido
enfermo. Pero en el besamanos del pasado jueves la Preysler volvió a ser
una (y única) entre más de dos mil elegidos.
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