EL SILENCIO POR FAVOR - DESAYUNO - CENA - DOMINGO - LUNES -Hermana Col, fotos.
La historia de san Francisco de Asís y el lobo de Gubbio admite muchas interpretaciones. La resumo en un par de renglones. Un lobo tenía atemorizada la ciudad italiana de Gubbio porque, a la manera de un serial killer, daba muerte a cualquier ser vivo que se aventurara extramuros por los caminos comarcales. San Francisco lo buscó, lo llamó ‘hermano’ y, en nombre de Dios, le impuso la paz de un modo tan convincente que el lobo lo acompañó en el regreso a Gubbio y vivió allí, dócil y simpático como una mascota, los años que le quedaban de vida.
La exégesis de este mito puede discurrir por lo psiquiátrico -el inadaptado al que un medicamento mágico libera y devuelve a las relaciones sociales- y puede también compadecerse del hombre libre y estepario, jinete fronterizo, que es sometido a las leyes de la civilización a cambio de comer caliente y disponer de un techo, pero que, como diría William Munny cuando añoraba sus tiempos de asesino, se convierte en «un tipo cualquiera». En todo caso, y de ahí el término ‘hermano’ con el que el hombre se emparenta e iguala con la bestia, es un caso arquetípico de la humanización del animal que acaso constituya una de las innovaciones morales más típicas de la sociedad urbana contemporánea, hasta el punto de ir arrastrando a la clandestinidad cultural una tradición antaño tan arraigada como la tauromaquia. Hermano toro. Y hermano perro. Y hermano huevo, que diría el vegano. Hermana lechuga, a eso vamos.
No pretendo que este artículo discurra por el contexto de la guerra entre taurinos y antis. Otros ámbitos hay en los que ese debate ha sido fatigado. Pero sí digo que, a pesar de profesar un amor contemplativo por unos cuantos mamíferos y escualos de cuya vida sé por el National Geographic, considero delirante igualar en condición y derechos a humanos y animales. Ni siquiera haré un chiste con los humanos híbridos en los que sí observo limitaciones zoológicas. En general, la credencial humana se concede con demasiada prodigalidad.
Una película de dibujos de estreno reciente me hizo recordar hasta qué punto el género de los animalillos parlantes contribuyó a que ciertas generaciones fueran educadas en ese sentido del Hermano Animal, del igual. Un fenómeno, insisto, muy urbano que en realidad Evelyn Waugh ya exploró en los cementerios para mascotas de Los seres queridos. Ratoncitos con pajarita. Hienas con cuestionamientos filosóficos y ambiciones shakespearianas. Peces que buscan a un hijo perdido y se enamoran por el camino, durante el cumplimiento de su viaje ulisaico. Yo me rendí definitivamente al talento de Disney y Pixar el día que fueron capaces de humanizar y de convertir en un amigo entrañable a un animal peligroso y repugnante cuya sola visión nos provoca un escalofrío: la rata. Después de ver Ratatouille, el encuentro con una rata de alcantarilla nos habría deparado ganas de probar sus guisos, y no miedo a la peste bubónica. Una de las consecuencias de todo esto es que los niños se acercan a los leones creyendo que les dirá «buenos días» mientras se toma un ristretto.
La película reciente a la que me refiero, La fiesta de las salchichas, es una parodia del género de la humanización del animal. Se diría que, después de la rata de Ratatouille, se propusieron demostrar que prácticamente cualquier cosa es ‘humanizable’, que al espectador se le puede convencer de que hasta las verduras y los panecillos tienen alma, entidad moral propia y sentimientos. El humano, Gran Predador, devasta una nevera poblada por ‘buenos alimentos’ que son como el buen salvaje de Rousseau. Mientras una señora engulle unas salchichitas de cóctel, un tubérculo -creo- grita: «¡Están asesinando a los niños!». Y el corazón se te encoge, pardiez. No se trata ya de que en un porvenir cercano será difícil vender entradas para contemplar la muerte de un toro. Es que no vamos a poder pinchar un tenedor a una col de Bruselas sin que nos haga un escrache alguien que reparó en que esa col era Hermana Col.
Dar ejemplo - desayuno domingo y lunes ,.
«Café solo, huevos revueltos con aceite virgen extra, tostada de pan integral con aguacate y un puñadito de frutos secos. Es alto en grasa, pero grasa de la buena».
cena domingo y lunes - Una tortilla de Jamón, pan, ensalada de lechuga y tomate, beber agua, postre una manzana,.
TITULO: LA COCINA DOMINGO Y LUNES -LA RUTA DEL MORRO,.
La ruta del morro, foto,.
-
La casquería resiste en 10 bares de la zona turística de Cáceres,.
Hace unos meses, un grupo de turistas me abordó en la plaza Mayor de Cáceres para preguntarme por un bar donde sirvieran oreja, callos o morros y no supe qué decirles. Se quejaban amargamente: «Con esto de la Capitalidad Gastronómica, todo son carpaccios y risottos, ¿pero dónde están los platos tradicionales que siempre hemos tomado los turistas en Cáceres?. A ver si ahora solo van a hacer ustedes cocina global y van a servir lo mismo que tomamos en cualquier ciudad en lugar de cocinar los platos que les habían dado fama».
Desde esa conversación, tenía pendiente este trabajo de campo para descubrir si la casquería resiste no ya en los barrios, sino en la zona turística cacereña. El pasado lunes, día de puente, recorrí 52 bares de esa zona turística, entre San Blas y San Juan, entre el Arco de la Estrella y el parking de Obispo Galarza. Fui uno por uno, repasando las cartas y hablando con los camareros. El resultado es que la casquería resiste. Aún hay 10 bares donde es posible pedir una tapa de morros o una ración de callos.
Como curiosidad, señalar que la lengua, los riñones y el hígado han desaparecido de las cartas. No digamos la sangre encebollada, que aún se sigue sirviendo en algunos bares españoles, pero en el centro de Cáceres, no. Y bien rica que estaba. Sesos rebozados (14 euros) solo los encontramos en la carta de El Figón. De las partes menos nobles de los animales, lo que está de moda son las carrilleras y el rabo de toro, que se pueden tomar en casi todos los bares, restaurantes y taperías del centro.
Para tomar raciones tradicionales de callos con morros o de rabo de cerdo (7,50) hay que apartarse un poco de la ruta turística y subir al bar Las Cancelas, en lo alto del parking Obispo Galarza. Llevan toda la vida cocinando casquería. Paco, su dueño, nos cuenta que el bar lleva 49 años abierto. «En 2017 cumplimos medio siglo», proclama orgulloso mientras sirve un magnífico plato de callos con morros.
Descendiendo hacia la Plaza, en la calle Moret, en la cafetería del hotel Alfonso IX, Ita, que la gestiona con su hermana Beni, detalla que tienen morros, oreja, callos y mollejas guisados con tomate y morros y oreja en ensalada en verano de pincho. La tapa: 2,50 euros. Subimos por Pintores y, ya en San Juan, descubrimos que El Figón permanece fiel a la tradición con sus sesos y sus morros (14). Rafael Hernáiz, en el mesón San Juan, no traiciona las esencias y ofrece en su carta oreja empanada (7) y mollejas de cordero (11). Ya en la parte baja de la plaza Mayor, Los Arcos ofrece callos con tomate (8). Bajo la torre de Bujaco, la tapería Tal Cual tienta con unas mollejas de cordero (12).
Dejamos la plaza y nos aventuramos por General Ezponda, donde la tapería 8º Arte tiene la oferta más vanguardista en casquería: morritos al ajillo (8 euros la ración y 5 la tapa) y unos medallones de manitas gratinadas con alioli de trigueros (10 y 6). Aunque para recuperar la tradición sin ambages y a lo grande, hay que alejarse unos metros de la plaza Mayor y bajar hasta el castizo barrio de San Blas. Allí, en el Salas, sirven callos y orejas (7.20) con litro de cerveza.
Dejamos para el final el bar tres estrellas de la casquería cacereña. Es el Micro, de Francisco Moreno, 22 años ya con bar en el barrio de San Blas y una carta en la que nunca faltan los callos en salsa, los rabines de cerdo ni los morros. La ración, 8 euros. Francisco no está de acuerdo con la teoría de que el turista se tira al risotto y al jamón. «Les encanta la casquería. Acaba de irse una pareja de forasteros que han comido oreja, morros y rabines bien contentos».
No hay comentarios:
Publicar un comentario