TÍTULO: ¡ ATENCIÓN Y OBRAS ! CINE - La gloria de perder,.
¡ ATENCIÓN Y OBRAS ! CINE ,.
¡Atención y obras! es un programa semanal que,
en La 2, aborda la cultura en su sentido más amplio, con especial
atención a las artes escénicas, la música, los viernes a las 20:00 presentado por Cayetana Guillén Cuervo, etc, foto,.
La gloria de perder,.
La gloria de perder,.
Michael
Edwards, al que apodaron Eddie 'el Águila', en un entrenamiento en
enero de 1988, un mes antes de la cita olímpica en Calgary. / foto.
El
británico Eddie 'el Águila' tenía miopía y sobrepeso. Sin dinero ni
entrenador, logró colarse en unos JJ OO como saltador de esquí. Quedó el
último y se convirtió en héroe. 30 años después vive de su proeza,.
«La
derrota tiene la dignidad que la victoria no conoce», dijo el lúcido
Borges. «Lo mismo da triunfar que hacer gloriosa la derrota», fue aún
más lejos Valle Inclán. Si no fuera por la diacronía de sus existencias
con la de Michael Edwards (Cheltenham, 1963) se diría que ambos
escritores, el argentino y el compostelano, hablaban sin sospecharlo del
yesero británico que se metió a deportista de élite. La suya es la
historia de un saltador de esquí incapacitado para el triunfo que, en
contra de las fuerzas de la naturaleza (principalmente, de la suya
propia), holló la cima del éxito sin cosechar una sola medalla. Ocurrió
hace justo treinta años en los Juegos Olímpicos de Invierno de Calgary
1988. Allí firmó la peor marca, pero demostró que cualquier persona, al
margen de su estatus social y económico, podía competir al nivel más
alto. Por no rendirse ante sus propias limitaciones, por no sucumbir a
la mofa de todo un país, y, sobre todo, por no estrellarse, Inglaterra
le dispensa todavía hoy tratamiento de héroe entrañable.
Edwards
se crió en una familia modesta de Cheltenham, una ciudad balneario de
apenas 118.000 habitantes. Era un chaval feotón con cara de pocas luces.
Se daba un aire a Shaggy Rogers, el asustadizo amigo de Scooby-Doo en
los inolvidables dibujos animados de los setenta. No le gustaba estudiar
y enseguida colgó el uniforme del colegio para ponerse a trabajar con
su padre, un trabajador de la construcción. Lo que no dejó fue el esquí,
un deporte que empezó a practicar como una actividad extraescolar y que
le enganchó, hasta el punto de fantasear con los cinco aros olímpicos
entrelazados sobre su cabeza. «¿Y por qué yo no?», se acabó diciendo.
Ese día se conjuró con su chifladura. Invertiría sus ahorros en cruzar
el charco y prepararse en Estados Unidos. La aventura le duró poco. «Me
quedé sin dinero enseguida, así que decidí pasarme al salto de esquí.
Era barato y desde los años veinte no se había presentado nadie por
Inglaterra, con lo que sería un récord fácil de superar. Básicamente, yo
era un adicto a la nieve», relata a este periódico.
A su
regreso a casa nadie aplaudió el volantazo. El salto de esquí era (y
es) una modalidad prácticamente inexistente en suelo inglés. Sin
instalaciones donde practicar, Edwards tenía que volver a marcharse en
busca de nieve y rampas. «Allí todo lo que podía hacer era ensayar la
posición de salida, con las piernas flexionadas y el trasero en pompa»,
bromea. En el verano del 86, a tan solo dieciocho meses de la
inauguración de la Olimpiada de invierno, le cogió prestada la furgonta a
su madre y se lanzó a recorrer Europa para fajarse en varias
competiciones en Suiza, Alemania, Austria, Finlandia... Antes de Calgary
debía superar el campeonato mundial, para el que la Federación
Británica de Esquí le impuso un salto de 50 metros.
«El espíritu olímpico no consistía solo en ganar, sino en llegar hasta allí, pero aquello se acabó»
Sin dinero, sin equipo, sin
entrenador, con un sobrepeso de diez kilos y una miopía anunciada como
con luces parpadeantes de neón gracias a unas gafas de culo de vaso que
encima se le empañaban, Edwards dejó sus huesos en todas aquellas pistas
en las que volaban los primeros espadas con los que se vería las caras
en Canadá. Pero aquel hombre torpón y caricaturesco que se ataba el
casco con una cuerda de rafia nunca tenía bastante. Después de cada
caída, siempre aparatosa, volvía a reaparecer, sonriente, dispuesto a
subirse allá arriba e intentarlo de nuevo. Le rebautizaron Eddie 'el
Águila' por el modo en que aleteaba los brazos en señal de excitación
después de cada salto del que salía indemne. «En una ocasión perdí el
casco en pleno vuelo y acabó llegando más lejos que yo. Aquello me dejó
destrozado», ironiza con humor de inequívoco regusto inglés. «Me hice un
tipo popular porque, pese a todo, siempre estaba feliz y porque
transmitía ese mensaje poderoso de que lo verdaderamente importante es
intentarlo con todas tus fuerzas», cuenta con orgullo.
Durante
aquellos meses de hospitales y camaradería, Edwards se mantuvo
limpiando en hoteles y restaurantes, y durmiendo en cobertizos. «Los
colegas de otros países me daban sándwiches que sacaban a escondidas
para mí. Ellos me alimentaban y ellos me entrenaban». En Finlandia, la
cuna de los grandes saltadores, se alojó en un centro psiquiátrico,
donde le permitían pernoctar a cambio de retirar a pala la nieve de los
accesos. Allí le remitió la delegación inglesa del comité olímpico la
misiva en la que le confirmaba, a regañadientes, su selección para
representar a Gran Bretaña en los Juegos Olímpicos de Calgary. Pese al
desprecio de los suyos, que le consideraban un tipo patético que les
abochornaría, el yesero podía oler ya el aroma a chamusquina del
pebetero.
Sin equipamiento decente con el que presentarse
ante el mundo, no le faltaron patrocinadores en la sombra: el equipo
italiano le dio un casco de última generación; los austriacos, unos
esquís nuevos; los alemanes del Oeste, un mono; y los franceses, unas
botas de su talla. «Las que llevaba eran cuatro números más grandes y
tenía que ponerme hasta seis pares de calcetines para no perderlas»,
relata como si tal cosa.
Un país rezando
Cuando
su sueño cobró forma y se vio encañonado por las televisiones de todo el
planeta, Edwards sintió la presión. Debía ascender a lo alto de aquella
infraestructura angosta, encaramarse a una aguja en la que el esquiador
apenas puede mantenerse en pie y dejarse caer a casi 200 kilómetros por
hora para lanzarse al vacío. Así dos veces, desde 70 y 90
metros.«Estaba muy nervioso. No quería caerme delante de toda aquella
gente. Creo que toda Inglaterra rezó para que no me matara». Al final
pasó lo que tenía que pasar. Eddie 'el Águila' quedó en la gloriosa e
inequívoca última posición en ambos saltos. En el mejor de ellos, el de
70, alcanzó los 71 metros, 47 por detrás del ganador. Y, aun así, se
convirtió en un icono indeleble y en estampado de camisetas, gorras,
llaveros y paños de cocina.
A su regreso a casa desde
Canadá empezó a encadenar bolos: inauguró varios centros comerciales
disfrazado de águila, fue jurado en concursos de belleza, prestó su
imagen a una aerolínea, rodó varios anuncios, escribió un libro y hasta
grabó dos baladas pop, una de ellas en finés (¡en Helsinki cantó ante
70.000 personas!). La gloria de perder le llevó a conocer medio mundo y a
ganar el equivalente a un millón de euros, pero un «cowboy de las
finanzas» le llevó a la bancarrota en 1991.
Edwards tocó
tierra y se recompuso para izar de nuevo el vuelo. Hace un par de años,
el director Dexter Fletcher llevó su vida al cine con Taron Egerton como
protagonista y Hugh Jackman como su entrenador. Habitual de los
'realities' en la televisión británica, el yesero olímpico recibe
todavía hoy una media de doscientos emails diarios, realiza exhibiciones
y ofrece conferencias por todo el mundo. «El verdadero espíritu
olímpico ya no existe. Consistía en llegar hasta allí pero ahora todo es
ganar», se lamenta. «Aunque no gané nada yo siempre pienso en mí como
en un vencedor. Los perdedores son los que no lo intentan por miedo a
fracasar».
Ni siquiera una inoportuna
lesión que le garantizaba un sufrimiento extra iba a aguar a Abdul Baser
Wasiqi la electrizante experiencia de participar en los Juegos de
Atlanta 1996. El afgano puso toda la carne en el asador y allí la tuvo
durante las 4 horas, 24 minutos y 17 segundos que le costó completar la
maratón. Cuando llegó deshecho al estadio, una hora más tarde que el
penúltimo, tan solo se encontró con los operarios que montaban el
escenario para la ceremonia de clausura.
«Yo soy lanzador
de peso, pero en mi federación se confundieron y no pude competir en mi
categoría. Así que me apuntaron en los 100 metros». Esto es lo que
contó el samoano Trevor Misapeka -190 centímetros de alto y 140 kilos de
peso- después de pasar a la historia como el atleta más lento que jamás
haya tomado parte en esa prueba en unos Mundiales: 14,29 segundos. Aún
estaba en la línea de los 60 metros cuando el primero cruzó la línea de
meta.
TÍTULO: VIAJANDO CON CHESTER - El irreductible de Villarroya ,.
VIAJANDO CON CHESTER
Viajando con Chester es un programa de televisión español, de género
periodístico, presentado por Pepa Bueno, en la cuatro los domingos las 21:30, foto, etc.
El irreductible de Villarroya ,.
El irreductible de Villarroya,.
Salvador Pérez Abad, alcalde de Villarroya desde 1973, en la plaza del pueblo, frente a la iglesia. foto.
El
municipio más pequeño de España se resiste a desaparecer. «Nos salvamos
cuando encontramos agua», dice Salva, que lleva 44 años como alcalde de
este pueblo riojano,.
La
carretera abandona los polígonos industriales de Arnedo, en el extremo
suroriental de La Rioja, y en pocos kilómetros entra en una era
geológica distinta. Las montañas se vuelven pardas y severas, adustas,
venerables. Hay carteles que anuncian que en estas piedras antiquísimas
dejaron su firma los dinosaurios del cretácico. Un pueblo de nombre
sonoro, Turruncún, se asoma a la calzada, pero está vacío. De su caserío
en ruinas se perciben a simple vista la torre de la iglesia, el frontón
y las escuelas, que yacen nuevecitas y asombradas, como si los alumnos
las hubieran abandonado a todo correr, a lo pompeyano, sorprendidos por
alguna extraña erupción.
Un desvío a la izquierda conduce a
Villarroya. Los aerogeneradores se alinean militarmente a las faldas del
monte Gatún, pero las aspas no se mueven. Hay restos de nieve en las
zonas umbrías, aunque las temperaturas han subido de repente casi diez
grados y la dehesa se ha convertido en un pantanal. Los cronistas
detienen el coche a la entrada del pueblo. Los recibe un silencio
silbante, un silencio de cierzo y pajarillos. Caminan unos pasos, se
acercan a la plaza y un perro esbelto, con manchas de color canela, se
les acerca presuroso, más extrañado que furioso. Husmea y ladra con
desgana.
- Garzón, quieto.
Salva, que está soltero, vive todo el año en Villarroya. «Pero casi nunca estoy solo», dice
Garzón es el perro de Salvador Pérez Abad,
71 años, alcalde de Villarroya. Lo recogió hace diez años cuando
trabajaba en una viña de Grávalos, un pueblo vecino. Se lo encontró
aterido y hecho un ovillo. Era un cachorro indefinible. «Ni siquiera
sabía si era un perro o un gato». Lo montó en el coche, puso la radio y,
como estaban dando una noticia sobre el juez Garzón, le cayó en suerte
el nombre. Aquello resultó ser un perro y ahora se ha convertido en el
alguacil oficial de Villarroya: todos los días hace infatigablemente la
ronda y recorre las calles arriba y abajo, avisando a su dueño de la
llegada de intrusos.
Salva lleva 44 años de alcalde. Cogió la vara
de mando el 28 de septiembre de 1973, a los 27, en los últimos años del
franquismo, porque se lo pidió su antecesor, Daniel Pérez, y luego ha
ido ganando las sucesivas elecciones municipales, siempre en las listas
del PP. «Ahora, ya puestos, sí me gustaría llegar a los cincuenta»,
confiesa. Cuando ocupó por primera vez la Alcaldía, Villarroya tenía más
de cuarenta habitantes. Ahora, según los datos del Instituto Nacional
de Estadística, se ha convertido en el municipio más pequeño de España,
junto con Illán de Vacas (provincia de Toledo): solo quedan cinco
vecinos censados, tres hombres y dos mujeres. «Bueno; eso dicen los del
INE -responde-. Pero en muchos pueblos se empadrona gente que luego no
vive».
Salva, que está soltero, sí vive en Villarroya. Todo el
año. Haga bueno, truene o caigan chuzos de punta. «Pero casi nunca estoy
solo. Siempre hay gente que viene por aquí», advierte. Hoy, por
ejemplo, le acompañan otros dos hijos del pueblo: Tomás Ezquerro, que
cumplirá 85 años en marzo, y Jesús Garrido, alias El Chato, que va por
los 69. Los tres forman tertulia al sol, mientras Garzón emprende su
tercera o cuarta ronda y un gato rubio, gordo y perezoso lo mira con
desdén. Hablan del tiempo y de las dos nevadas impetuosas y solemnes que
han caído este año. No habían visto nada igual desde que eran niños. El
Chato vive en Arnedo («cosas de la mujer», se excusa), pero se mantiene
empadronado en Villarroya y pasa en el pueblo «350 de los 365 días del
año». Cultiva espárragos y borrajas en unos invernaderos que ha plantado
en la parte baja del pueblo. «Ya hacía falta, ya, que cayera agua.
¡Años llevaban las raíces de las matas de los espárragos sin mojarse!»,
se espanta. En este momento, Estrella, una perra fugitiva y sigilosa,
con andares de espía, se mete en la casa de Tomás y sale derrapando con
media hogaza de pan en la boca. «¡La madre que la parió!», exclama
Salva. Estrella, ladrona, avispada y poco de fiar, no se parece en nada a
Garzón, que prosigue su ronda infinita con una seriedad de guardia
civil.
Los tres amigos caminan hacia la tahona. Abren la puerta.
Los goznes chirrían con un gemido espeluznante. «Ah, ese sonido me quita
ochenta años de encima», sonríe Tomás. En la posguerra, los vecinos
amasaban el pan en casa y luego, por turnos, lo cocían en el horno
municipal. En los noventa lo rehabilitaron entre todos y una o dos veces
al año, cuando llega la temporada de coger setas, organizan unas
merendolas fastuosas.
«En los 50 había bar y baile»
Salva,
Tomás y El Chato acompañan a los cronistas a dar una vuelta por el
pueblo. Los propios lugareños y sus descendientes han arrimado el hombro
para aprovechar las subvenciones y restaurar el caserío, las calles y
la iglesia sin gastarse el dinero en albañiles. Villarroya vivió su
época de esplendor en los años 50, cuando las minas de carbón estaban a
pleno rendimiento y llegó a tener casi 400 habitantes. «Venían
furgonetas de obreros de Arnedo, de Turruncún, de Muro, de Grávalos...
Aquí se cobraba a la semana, había tienda de ultramarinos y bar, y baile
todos los domingos», añoran los tres. Ahora solo queda un silencio
espeso azotado por un viento dictatorial. El carbón, que salía con mucha
mezcla de azufre, dejó de ser rentable, las minas se cerraron y el
pueblo perdió 350 vecinos de golpe. En las eras, donde antes brotaba un
fuego perpetuo que olía a infierno, ahora se respira el aire inmaculado
que corre entre el Gatún y el Moncayo.
Salva se ha construido su
casa por aquí cerca, en las afueras del pueblo. Dice que no se aburre
nunca, ni siquiera en las noches de invierno.
- ¡Pero si apenas
tengo tiempo de cuidar la huerta! -protesta-. Y eso que llevo tres días
que no puedo ni bajar a la viña del frío que hace.
- Mejor -tercia Tomás-. Entonces te sientas junto a la lumbre y chorizo va, chorizo viene.
- Ni eso puedo, que me lo ha prohibido la médica.
- Pues cambia de médica.
Tomás,
en la frontera de los 85 años, parece el protagonista de un anuncio de
pensiones: fibroso, ágil, con un hermoso pelo blanco, socarrón,
optimista, de ojillos risueños. Marchó a Logroño de joven, pero mantiene
su casa en Villarroya y conserva una memoria puntiaguda, que cultiva
con la paciencia de un notario: «Llevo escritas cuartillas y cuartillas
de cómo era la vida en el pueblo en la década de los cuarenta, por si un
día a alguien le sirve», anuncia. De momento, desgrana un avance de sus
recuerdos mientras se sienta a la mesa que ha preparado Salva. Los
forasteros, que han sacado muchas fotos y han tomado varios folios de
apuntes, ya se iban, pero sus anfitriones les conminan a picar algo
antes de coger el coche. Sobre el mantel, despliegan sin aparato cinco
vasos y dos botellas del vino que aún hace Tomás, con uvas garnachas y
tintas de la zona. En un periquete se ven involucrados en un almuerzo
riojano: mientras todos lamentan lo alto que tienen el colesterol y la
reata de pastillas que deben desayunarse, se ventilan varios platos de
panceta, chorizo, jamón, queso y lomo. Envalentonado por la camaradería,
el cronista se anima a hacer la pregunta que lleva rondándole todo el
día, desde que cogió la carretera y salió de Arnedo:
- ¿No temen que Villarroya acabe pronto convertido en un pueblo fantasma, como Turruncún?
-
No -medita Salva-. Creo que Villarroya se salvó cuando abrimos el pozo,
encontramos agua y la llevamos a las casas. Aunque la gente vaya y
venga, no creo que deje que se muera el pueblo.
Y los tres amigos se echan un trago del vino de Tomás, como si quisieran espantar un mal pensamiento. Población. Según el padrón del INE de 2017, tiene cinco habitantes (tres hombres y dos mujeres). Localización. Se encuentra en La Rioja, a 67 kilómetros de Logroño y 14 de Arnedo. Altitud. 928 metros. Curiosidades.
En las elecciones de 2015 estableció el récord de rapidez en unas
votaciones, al cerrar el colegio electoral al minuto de abrirlo.
TITULO: ¡ BUENOS DIAS JAVI Y MAR ! CADENA 100 -«Yo quería ser el niño que tripulaba Mazinger Z»,.
¡ BUENOS DIAS, JAVI Y MAR ! CADENA 100 ,.
Lo mejor del programa ¡Buenos días, Javi y Mar! que se emite cada mañana en CADENA 100 de 06:00 a 11:00 y que presentan Javi Nieves y Mar , etc,.
«Yo quería ser el niño que tripulaba Mazinger Z»,.
«Yo quería ser el niño que tripulaba Mazinger Z»
La presentadora Carme Chaparro. /
E. C.
A
Carme Chaparro le encantaría probar la maldad retorcida de Kasper Juul
en 'Borgen'. Aún recuerda la sintonía de 'Comando G' y cree que todavía
no se ha escrito una gran serie sobre periodistas
Hemos
llamado a la sala de interrogatorios a uno de los rostros más conocidos
de Mediaset para que confiese sus gustos seriéfilos. Durante doce años
estuvo al frente de 'Informativos Telecinco' y desde el año pasado da
las noticias en Cuatro. Es autora además del libro 'No soy un monstruo',
con el que ganó el Premio Primavera de Novela.
-Se le acusa de serieadicta, ¿cómo se declara, culpable o inocente?
-Culpable. Y feliz de serlo.
«A Vasile no hace falta que le regale ninguna serie, es una de las personas con mejor olfato de Europa»
-¿Cuál es la serie que recomienda una y otra vez (con riesgo de hasta ser pesada)?
-Muchas.
¡Hay tantas series buenas! Ahora he estado enganchada a 'El accidente',
de Telecinco. Un clásico contemporáneo espectacular es 'Breaking Bad',
no solo por el argumento, sino por cómo ha roto moldes audiovisuales. Y
de las últimas que he visto, fascinantes 'Godless', 'Big Little Lies',
'Dark' o 'The Handmaid's Tale'. Siempre en versión original.
-No ha sido pesada, así da gusto. ¿A qué personaje admiraba usted cuando era niña?
-Yo
quería ser el niño que tripulaba Mazinger Z. Cuando era pequeña, el
único personaje femenino protagonista de una serie era la Abeja Maya. No
teníamos a ninguna Birgitte Nyborg. Por cierto, 'Borgen', otra serie
recomendadísima.
-La anoto en la lista también. ¿Y a qué personaje femenino admira hoy en día?
-A los que describen e interpretan a las mujeres dejando de lado los clichés.
-Lo que más rabia le da de las series es cuando...
-Alargan las temporadas y les dan tantos giros a las tramas que ya no son creíbles.
-Con lo que me ha dicho antes ya no sé si preguntarle con qué dibujo animado se ha sentido más identificada...
-Aún recuerdo la sintonía de 'Comando G'. Para que luego digan que a las chicas no nos gustan ese tipo de series.
-No es un monstruo, eso ya nos quedó claro. ¿Pero qué personaje de serie le parece más monstruoso y por qué?
-El
más fascinante -por su evolución física y mental- es Walter White, en
'Breaking Bad'. Se unieron el talento extraordinario de un actor y un
director audaz y brillante.
-¿Nunca se podría enamorar de qué personaje?
-Si un personaje está bien construido, tienes que enamorarte de él, aunque sea odiándolo.
-Imagínese que tiene cita con la doctora Melfi, la psiquiatra de Tony Soprano. ¿Qué clase de terapia haría con ella?
-Para dejar de sufrir por cosas absurdas que al final no tienen tanta importancia. Sufro mucho, y muchas veces por tonterías.
-¿Qué pensaría si ingresa en un hospital y le atiende el doctor House?
-¡Que tengo lupus!
-Esa era fácil, a ver esta otra. ¿Con qué 'tensión sexual no resuelta' entre personajes de series padeció más?
-Recuerdo
ver 'Luz de Luna', de adolescente, la mítica serie de Bruce Willis y
Cybill Shepherd como detectives privados. Ella era, si recuerdo bien, la
jefa de él. Ahí fue la primera vez que leí sobre la tensión sexual no
resuelta. Al final, te acaba pareciendo un tostonazo, porque no lleva a
ninguna parte.
-Es que si se lían pierde la gracia, entiéndalo. ¿Qué giró de serie le indignó más?
-Si un giro me indigna, no tiene sentido seguir viendo la serie.
-¿En qué serie le gustaría hacer un cameo?
-Me encantaría ser Kasper Juul en 'Borgen'. Por probar esa inteligente maldad retorcida.
-¿Qué es aquello que vio en la serie 'Periodistas' y luego nunca vivió en una redacción?
-Que
pasaban muchas cosas en la redacción, incluso las noticias, todo el
mundo iba a que lo entrevistaran allí. Y, al final, en la redacción no
pasa nada. El periodismo se hace en la calle.
-Metámonos en otras redacciones de serie. ¿Qué periodista seriéfilo le hubiera gustado ser?
-Creo que aún no se ha escrito una gran serie sobre periodistas. Quizá la que más se ha acercado es 'The Newsroom'.
-Esta es difícil: ¿usted era más de Jack o de Sawyer? Mójese.
-A mí dame a la tripulación de la 'Enterprise'.
-¿De qué serie ha renegado y nadie lo entiende?
-¿Puedo hacer un llamamiento aquí para que los actores pronuncien bien? Gracias.
-Dicho queda. ¿Qué serie le regalaría a Vasile?
-No hace falta que le regale ninguna. Es una de las personas con mejor olfato y conocimiento audiovisual de Europa.
-Bueno,
a ver si pasa entonces por esta sala de interrogatorio para descubrir
sus gustos seriéfilos. ¿Qué noticia de series le gustaría dar en el
informativo que presenta en Cuatro?
-Creo que lo que contamos en el informativo a veces supera la imaginación del guionista más retorcido.
-Vamos acabando, ¿qué final le indignó más?
-El de 'Lost'. Era tan buena, y luego no supieron cómo cerrarla. No supieron encontrar una solución elegante.
TITULO: Muere una hija de Bill Cosby a los 44 años .
Bill Cosby
no está pasando su mejor momento, no sólo por las acusaciones por
agresión sexual que le han llevado más de una vez ante un tribunal, sino
por la reciente muerte de su hija Ensa, de 44 años, que padecía una enfermedad renal desde hacía ya un tiempo. No es el primer hijo que el humorista .
TITULO: LUCKY LUKE - REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS Y UN PAIS PARA COMERSELO - Una cuarta gran sala de juegos abrirá en breve en la ciudad,.
LUCKY LUKE - REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS Y UN PAIS PARA COMERSELO -Una cuarta gran sala de juegos abrirá en breve en la ciudad. , fotos.
Una cuarta gran sala de juegos abrirá en breve en la ciudad,.
En este local de grandes dimensiones abrirán una sala de juegos.
Aexjer trabaja la prevención con jóvenes en los institutos ante el auge de las casas de apuestas,.
Lo
que se construyó como una discoteca céntrica y de grandes dimensiones,
que ha pasado por periodos en los que ha estado cerrada y otros,
abierta, con diferentes nombres y propietarios, se convertirá en breve
en una sala de juegos. Será una de las salas de juegos más grandes de
Almendralejo y parece seguir la tendencia inicia desde hace poco tiempo,
pero que va en aumento sobre este tipo de salas destinadas a los juegos
de azar y, en ocasiones, a las apuestas deportivas.
Esta antigua
discoteca no es el único local que últimamente se ha reconvertido en
sala de juegos en la zona que rodea a la avenida de La Paz, donde más
establecimientos hosteleros hay concentrados. En apenas dos años, se han
instalado cuatro grandes salas de juegos en Almendralejo, la última, la
que abrirá en esta discoteca. Parece una moda dispuesta a quedarse
entre nosotros, el tema del juego en salas propias. En ella desembarcará
la mayor empresa dedicada al juego en España, Play Orenes, que ha
elegido a Almendralejo para iniciar su negocio en Extremadura, tras una
decisión empresarial de expandir el negocio en aquellas comunidades
autónomas en las que no tenía presencia.
La empresa invertirá algo
más de 70.000 euros en vaciar la antigua discoteca y habilitar las
salas para el juego. Sin embargo, en Almendralejo la tendencia
ascendente parece no tener fin y las empresas, muchas de ellas llegan de
fuera, están dispuestas de hacer grandes inversiones para un negocio
que debe ofrecer rentabilidad.
Precisamente en Almendralejo tiene
su sede una de las dos federaciones de asociaciones que luchan contra
la ludopatía en Extremadura, la veterana Asociación Extremeña de
Jugadores de Azar en Rehabilitación (Aexjer).
Según los datos
facilitados este mismo mes, hay más de 1.300 extremeños inscritos en el
Registro Autonómico de Limitaciones de Acceso al Juego. Son personas que
se han inscrito voluntariamente. Solo de esta asociación, que tiene su
sede en la calle San Roque, hay más de 522 inscritos en el citado
registro. Sin embargo, a ellos no se les impide la entrada en salas de
juego, aunque sí de apuestas, si llevan el registro oficial. Para el
presidente de Aexjer, Antonio Regalado, el problema del juego radica
ahora en los menores, dado el auge de las casas de apuestas deportivas
que hay en este momento, según indicaba hace unos días.
De ahí que
la asociación esté dedicando grandes esfuerzos a la prevención, con
charlas para chicos de 3º y 4º de la ESO en institutos.
TITULO: Campo de Estrellas Real Madrid TV - La Quinta del Buitre: Blancas pastillas efervescentes ,. El jueves -1- marzo a las 22:30 por Real Madrid TV,.
La Quinta del Buitre: Blancas pastillas efervescentes, fotos.
Escuchando ayer a Sanchís durante la transmisión de la
semifinal del Mundial de Clubes entre el América y el Real Madrid me dio
por pensar en la Quinta del Buitre. Yo los vi jugar y fueron la
generación de mi infancia. Butragueño, sobre todo, y sus “quintos”
marcaron mi madridismo a fuego después de mamar de la teta de Juanito y
Santillana. Juanito y Santillana eran unos señores mayores a los que yo
idolatraba, y entonces llegaron esos chicos que también eran mayores
pero ya no tanto. Eran esos chicos de COU que compartían patio de recreo
a los que yo observaba admirado y que además jugaban al fútbol en el
Real Madrid. Era ese chico pecoso del barrio de Salamanca que se pasaba
el balón de un pie a otro en un metro cuadrado de terreno y los rivales
no lo veían, o no lo comprendían, y marcaba goles que no se habían visto
nunca porque los marcaba vestido de uniforme colegial: con camisa
blanca, corbata azul, jersey azul con cuello de pico y pantalones cortos
grises. No ha habido Butragueños salidos de un club de Belén en otros
lugares del mundo. Sólo me sale a bote pronto Del Piero en la Juventus,
ese Butragueño italiano al que también fueron a adorar los Reyes Magos a
la lejana Turín.
Yo miraba a Butragueño. Le buscaba en el Estudio Estadio verdadero de
los ochenta donde hacían crónicas televisivas de todos los partidos de
Liga (el Estudio Estadio de hoy lo conforman mayormente un aquelarre de
brujos y brujas con verruga) y de reojo seguía a Míchel cuya figura y
tupé colgante eran el prototipo de pintón de la época. Si Butragueño
jugaba con el uniforme del cole, Michel lo hacía con el jersey Privata y
los Levi´s pesqueros que dejaban ver los calcetines de rombos envueltos
en unos zapatos castellanos negros mientras se apoyaba en el capó de un
coche rodeado por una rubia y una morena con hombreras. Míchel y
Butragueño eran el popular y el aplicado, respectivamente. Y luego
estaba Martín Vázquez que era una suerte de híbrido de los dos, tan
admirable como ellos pero con demonios que se podían ver desde la grada y
desde el televisor orbitando alrededor de su cabeza como huéspedes de
un tiburón a los que pitaba el público al tiempo que él ejecutaba
movimientos impecablemente estéticos. Lo de Sanchís era otra cosa.
Sanchís era más o menos el Portos cuyas reglas eran otras a las de los
demás mosqueteros. Sanchís estaba siempre a salvo de todo de un modo
distinto al que lo estaba Pardeza, al que la chispa del Buitre envió a
hacer carrera a provincias lejos del relumbrón de la capital.
Eso fue hace treinta años y el madridismo de aquellos símbolos ha
evolucionado de modos tan diversos como evolucionarían los miembros de
una vieja pandilla de COU luego de salir al mundo lejos de las aulas.
Uno podía ser ingeniero y otro abogado. Y otro podía no seguir
estudiando y ponerse a currar de fontanero, incluso alguno podía darse a
las malas compañías y a los malos hábitos. Atrás quedó una época de
instituto americano en el que los niños y los jóvenes tenían a sus
ídolos de carpeta y los más viejos a unos futbolistas de la familia
estupendos que ganaban Ligas de carrerilla y apuntaron eternamente a
recuperar la Copa de Europa que sólo alcanzó la longevidad de Sanchís,
que ayer no fue Portos. Claro que tampoco era el futbolista. Seguro que
el error está en mi propia imagen, en la antigua imagen de las
antípodas, no precisamente aquellas a las que se refería aquí José María
Faerna en su bonita crónica de Yokohama sino a las antípodas de una
madurez que no se corresponde (aunque sea una impresión condicionada por
el recuerdo infantil) con el primigenio desempeño y la imagen que de él
se desprendía, acaso físicamente una camiseta blanca manchada de barro.
Yo ayer vi a Sanchís (le escuché) más bien manchando, y no de barro,
una camiseta con los tópicos académicos del aquelarre estudioestadista
del siglo XXI, algo que también he visto hacer con profusión a Valdano,
otro tótem de la época, con su plomiza maestría de poeta argentino, y
más recientemente y no menos sorprendentemente al mismísimo Raúl, el
heredero de Butragueño que a su vez fue el heredero de Santillana. Es
como si no se pudiera (¡ni siquiera ellos!) hablar como Míchel entonces
desde la banda, diciendo: “¡Me lo merezco!”. Ha pasado mucho tiempo de
aquello y a mí me sigue levantando aquella soberbia fantástica que nunca
volví a ver en el protagonista, ni en ninguno de los demás
protagonistas, fuera del terreno de juego. Qué decir del melifluo
desempeño como comentarista de Martín Vázquez. Lo extraño es que con el
micrófono nunca pareció que un día fue un jugador representativo del
Real Madrid. Ese niño que fui no puede evitar sentir cierta decepción.
Tampoco se trata de llevar una vida dedicada a una cruzada pero sí, y
seguro que el equivocado, el que no comprende soy yo, uno debe (ninguno
de ellos quizá debería) ponerse jamás del lado contrario al de la
familia como hizo ayer Sanchís participando del habitual aquelarre
antimadridista.
Pardeza calla porque siempre estuvo como ausente, y Butragueño es
otra cosa porque siempre fue otra cosa aunque pueda que sólo lo viera yo
así. Si Butragueño no dijo nunca en el campo, ni siquiera nada
remotamente parecido: “¡Me lo merezco!”, no espero que lo diga de traje y
corbata. Lo que sí hemos visto, lo que yo he visto es un irónico y
correcto apagafuegos delante de las cámaras que al menos es mejor que
cualquiera de los contubernios con los brujos y brujas de los medios
patrios mantenidos en el tiempo (el tiempo después) por figuras como
Sanchís, Martín Vázquez y en menor medida, si quieren, Míchel (la única
camiseta del Madrid que yo he tenido fue la suya), donde Xavi Hernández,
por poner un ejemplo casi estremecedor, es tenido por un interlocutor
neutral que se manifiesta extraordinariamente orgulloso del Barcelona de
forma inversamente proporcional a lo orgullosos que se muestran estos y
otros madridistas señeros disueltos, como blancas pastillas
efervescentes, en el ambiente extramuros del Madrid, donde todo parece
susceptible de olvidarse hasta que un día estuvieron aquí y dijeron y
defendieron cosas hombres como Di Stéfano y Juanito, y otros que siguen
igual que siempre, dentro o fuera, como el imponente señor que da nombre
a este sitio.