Maneras de educar - SABADO -12- ENERO,.
Programa que descubre los proyectos educativos más
innovadores del país de la mano del profesor James Van der Lust. El
espacio recorre diferentes colegios . El sabado -12- ENERO a las 10:15 por La 1, etc.
El botellón sigue más arraigado en la región,.
foto / El consumo de alcohol entre la población
española de entre 15 y 64 años ha disminuido en los últimos años, aunque
sigue estando en «niveles altos» tal y como aseguró la ministra de
Sanidad. Es, de hecho, la droga legal más consumida en España y también
en Extremadura. El 69,4% de los extremeños encuestados en el último
estudio del ministerio reconoce que ha bebido alcohol en el último año,
en comparación con el 71% que lo hacía en el 2015, según el anterior
informe. No obstante, el número de consumidores de bebidas alcohólicas a
diario ha crecido en la región en los últimos años, pasando del 53,9%
al 55,6%. En ambos casos los datos son inferiores a la media del país,
donde el 62,7% de los españoles reconoce beber diariamente. Pero en este
capítulo del estudio, Extremadura destaca también como la segunda
autonomía donde el botellón sigue siendo más frecuente. «La prevalencia
del botellón en los últimos doce meses entre la población de 15 a 64
años alcanza el 14,3% en Extremadura frente al 9,4% de España». Es la
tercera región española con el dato más elevado.
También
se supera ampliamente la media en lo que la encuesta denomina binge
drinking (tomarse cinco copas o más en dos horas), con un 21,3% de los
encuestados extremeños que se pegan el atracón frente al 15,1% en el
conjunto del país. En este parámetro Extremadura tiene la segunda mayor
prevalencia del país, solo por detrás de Navarra. Y hablando de
atracones, el 6,8% se ha emborrachado en los últimos 30 días, algo menos
que la media del país (7,1%). G. M.
España a ras de cielo es un programa de televisión emitido por TVE y se estrenó el 17 de septiembre de 2013. Desde el primer programa, está presentado por Francis Lorenzo. Martes a las 22h30,.
El programa permite conocer lugar de España desconocidos y ya conocidos desde otro punto de vista. , etc.
PLANETA CALLEJA - DOMINGO -13- ENERO ,.
Planeta Calleja es un programa de televisión de España que se emite cada domingo a las 21:30, en Cuatro de Mediaset España,. Jesús Calleja enfrentará a rostros conocidos a vivir experiencias únicas e irrepetibles fuera de su contexto habitual y en los lugares más remotos y fascinantes ., etc.
La vida secreta de Louis Armstrong,.
La Casa Museo del trompetista ha digitalizado sus colecciones, revelando facetas desconocidas de Satchmo / foto,.
Pocos artistas han sufrido los equívocos que rodean a Louis Armstrong
(1901-1971), alias Satchmo. Su imagen pública era la del negro risueño,
cantando con boca grande y dientes blanquísimos, tocando luego ráfagas
de trompeta y secándose el sudor con un pañuelo. Omnipresente durante
cinco décadas, incluso tuvo números uno en los sesenta con canciones
amables como Hello Dolly y What a Wonderful World. Y
sin embargo, en su tiempo fue tan revolucionario como Jimi Hendrix: con
sus grabaciones de los años veinte, convirtió una música grupal (el hot, el primer jazz) en expresión de solistas intrépidos, de grandes poderes físicos e inventiva inagotable.
Tan blanda ha terminado siendo su reputación que provoca cierta sorpresa comprobar que detrás había una persona peleona y curiosa. Algo sabíamos, gracias a su extensa bibliografía, pero ahora podemos ver sus afanes, a qué dedicaba Louis Armstrong su tiempo libre. Su Casa Museo ha digitalizado cartas, fotografías, manuscritos, collages, partituras, libros de recortes y otros documentos a los que se puede acceder desde cualquier rincón del mundo (https://www.louisarmstronghouse.org/).
Armstrong vivía en una casa modesta del barrio de Corona, en el distrito neoyorquino de Queens. Su cuarta esposa Lucille, con la que convivió treinta años, hubiera preferido otra dirección más prestigiosa pero Louis apreciaba las ventajas de estar rodeado por su gente. Allí nadie se escandalizaba de que Pops, como le llamaban, fumara marihuana, un "hábito medicinal" que causaba consternación a admiradores blancos (y puritanos) como el productor John Hammond. Es leyenda que, hacia 1953, coincidió con Richard Nixon en la pista de un aeropuerto. El entonces vicepresidente le respetaba: cargó con una de sus maletas y le dirigió hacia la entrada de autoridades, evitando el paso por aduanas. Sin saberlo, Nixon había colado el contrabando de Armstrong.
Unos riesgos que Louis asumía conscientemente (sólo le detuvieron por consumo de hierba en Los Ángeles, tras el chivatazo de un competidor, y salió bien librado del incidente). Había pasado por situaciones mucho más apuradas durante los años veinte y treinta, cuando actuaba en clubes controlados por mafiosos, que -caso de Al Capone- podían apreciar el jazz, aunque exigían que los músicos se plegaran a sus exigencias. La solución fue aliarse con uno de ellos, Joe Glaser, que le representó hasta su muerte en 1969.
Louis no era tonto ni tampoco un primitivo, como creían muchos. Muy
consciente de su relevancia artística, buscaba apuntalarla redactando
sus recuerdos y opiniones. Escribir le permitía enriquecer el personaje
que presentaba en directo. Allí todo eran risas y muecas; en soledad,
reflexionaba sobre sus vivencias. Trabajador y muy exigente consigo
mismo, se mostraba tolerante con los vicios y caprichos de sus colegas.
Desarrollo una escritura que reflejaba su dominio de la jerga del mundillo del jazz y explicitaba sus creencias más profundas. Así, era un defensor de la alianza de negros y judíos, dos minorías que se hermanaron de forma armoniosa, por lo menos hasta la aparición del movimiento del Black Power. Aunque viajaba con una máquina de escribir, en su casa se grababa a si mismo con magnetofones de cinta abierta. Años después, cuando John Lennon se enteró, imitó su idea.
Armstrong pasaba a cinta muchos discos de su colección, incluyendo registros piratas de los insurgentes del be-bop; sabía que le criticaban pero no podía dejar de reconocer la intensidad expresiva de Charlie Parker y compañía. A Louis le encantaba funcionar como un locutor de radio. Un pinchadiscos erudito y vehemente: en medio del "programa", podía ponerse a discutir las afirmaciones de compañeros ya desaparecidos, como el pianista Jelly Roll Morton, formidable buscavidas que alardeaba de méritos que correspondían a Armstrong, como la popularización del scat (improvisación vocal con vocablos inventados).
También podía usar sus aparatos para grabar entrevistas con periodistas de los que no se fiaba. Recordaba experiencias ingratas con plumillas a los que había proporcionado información con generosidad (y, en algún caso, pequeñas cantidades de dinero) y que luego no habían cumplido con lo prometido. Dado que el jazz tenía una reputación dudosa (Armstrong conservaba el recorte de un diario británico donde le describían como "un gorila"), el reflejo mediático favorable era una necesidad esencial.
Con tijeras y pegamento, Armstrong elaboraba collages que revelaban sus gustos y preocupaciones. Aparecían figuras políticas que combatían el apartheid estadounidense. Tenía suficiente conocimiento de los mecanismos de Washington para entender que su simpático amigo Nixon no era el responsable de enviar tropas federales a Little Rock, capital de Arkansas, para garantizar el ingreso de escolares negros en un colegio reservado a blancos: Louis mandó un chispeante telegrama de felicitación al presidente Eisenhower, tras haber planteado en unas declaraciones que el persistente racismo sureño le hacía difícil funcionar como embajador de Estados Unidos en las giras por el extranjero que montaba el Departamento de Estado.
Los collages funcionaban también como su santoral musical. Incluía a instrumentistas blancos como Bix Beiderbecke, prodigioso trompetista de origen alemán que falleció con 28 años. Su presencia merece destacarse ya que Bix venía de una buena familia y eso, para Louis, suponía un inconveniente: creía que la pobreza funcionaba como acicate para la creatividad.
Sin embargo, convertido en presencia habitual en programas de televisión y comedias de Hollywood, le cayó el sambenito de Tío Tom. Sabía que era injusto y que algún día se reconocerían las particularidades de su trayectoria. Durante las sesiones para su último elepé, apareció por el estudio uno de los colegas más ariscos: Miles Davis. Pero Davis lo tenía claro: "En la trompeta de jazz, no hay nada que no venga de Louis".
TÍTULO: Ochéntame otra vez -¿Por qué nos siguen flipando los ochenta?,.
Jueves -3- de ENERO a las 22:35 en La 1, fotos. ¿Por qué nos siguen flipando los ochenta?,.
¿Qué nos pasa con los ochenta?
La nostalgia es el arma que las grandes compañías están utilizando para lanzarnos cañonazos en forma de pelis
taquilleras y obras de consumo a las que no podemos resistirnos. La más
reciente es sin duda la cinta de Steven Spielberg, basada en una novela
de Ernest Cline, que toma toda la cultura geek de la dichosa
década y la agita en una coctelera que nos entra por el gaznate con
tremenda facilidad. Mientras tanto, incluso los que no habían nacido en
los ochentas se encuentran a sí mismos sintiendo nostalgia de una época
que, en realidad, ni siquiera conocieron. Pero siendo más sinceros aún,
¿cuándo llegaron los ochentas a España? Porque la nostalgia que utilizan
estos magnates del entretenimiento echa mano de una cultura que no
vivimos en nuestro país: aunque la exportación global ya era un hecho en
la década de Ronald Reagan, en nuestro país las cosas eran muy
diferentes.
Los españoles Fourattic publicaban recientemente, de la mano de Devolver Digital, su videojuego Crossing Souls, que se define a sí mismo como una aventura entre la vida y la muerte. Pero basta un rápido vistazo a su diseño artístico; a la elección de una estética pixel art y a las múltiples referencias cinéfilas de las que goza su guión para darnos cuenta de que ataca a un público muy concreto: el nostálgico. Hoy día, el nostálgico goza de cierto desahogo económico y puede invertir en este tipo de obras: siguen siendo geeks, pero ahora tienen trabajos y no dependen de la paga de sus padres. De esta guisa se está aprovechando un mercado que no deja de demandar cultura ochentera. Quizás la misma que, por falta de apertura internacional y de recursos económicos, no gozaron tanto como quisieron de niños. Lo mismo pasa con el reciente videojuego de Square Enix Octopath Traveler, publicado para Nintendo Switch, y que hace uso de la misma estética pixel art para emular las aventuras de rol de antaño.
Pero no solo de “frikis” vive este fenómeno. Hoy día, vemos más series que películas: invertimos más en nuestras plataformas de streaming
que en el cine. No contentos con desarrollar nuevas propuestas que se
basan, sin miramientos ni excusas, en los años ochentas para establecer
un punto de partida reconocible por todos, se recuperan series que datan
de esa época, como por ejemplo Twin Peaks, de David Lynch y
Mark Frost, que estrenaba, 25 años después de su arranque, su tercera
temporada. El dominio de los ochenta llega hasta el cambio de siglo,
pues si rastreamos muchas referencias indiscutibles, no datan realmente
de la década que va de 1980 a 1990, sino de años anteriores o
posteriores. Sin ir más lejos, Twin Peaks se estrenó en 1990, pero las referencias que nos encontramos en videojuegos de corte ochentero como el ya citado Crossing Souls o el exitoso Thimbleweed Park (Terrible Toybox, 2017), la sitúan en el mismo marco cronológico. Lo mismo sucede con la serie Fresh Prince (llamada aquí El Príncipe de Bel-Air),
que lanzó al estrellato la carrera de Will Smith pero, sorpresa,
también data de 1990. Así pues, parece que los ochenta no acabaron en
los noventa.
Y, al ritmo que vamos, tampoco en los dos mil.
Para tratar de dilucidar qué nos fascina tanto de esa época, deberemos entender en qué consistió esta década. Lo interesante del asunto es que casi unánimemente se relaciona con Estados Unidos. La tierra de las oportunidades, donde todo vale. Las cosas más alocadas y llamativas nos llegaban de allí, porque Japón (que es de donde nos llegan en su mayoría ahora) andaba sumergida en la llamada Era Showa, el boom inmobiliario, y bastante tenía con lo suyo. Estados Unidos exportaba todo lo que creaba porque aunque habían ganado la II Guerra Mundial, mantenía una guerra ideológica y fría, sobre todo fría, con la Unión Soviética. Y la propaganda en lo que ellos mismos llamaron “primer mundo”, era fundamental.
Así, el bombardeo constante de películas, libros y videojuegos crearon una generación global: aunque nació en el seno del capitalismo americano, se exportó con la eficacia de la propaganda de guerra: la llamada Generación X. Justamente esta cohorte, tiene gran parte de la culpa de este fenómeno nostálgico. Como dijo Kurt Vonnegut: “Vaya, los medios os han hecho un estupendo favor llamándoos la Generación X, ¿verdad? Os habéis puesto a dos pasos del final del alfabeto.” Por suerte, se ha demostrado que el autor tenía toda la razón: la Generación X lleva una paradoja en su propio nombre; pues esta era la última de una estirpe cuyo desarrollo tecnológico y social tocaba a su fin. En lo posterior, Internet daría un cambio radical a sus vidas: nueva música, nueva cultura, nuevos éxitos y fracasos e incluso nuevas fronteras tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría.
¿Qué se hace con una generación cuando su tiempo ha pasado?
Ahora, los nacidos bajo aquel auspicio, se encuentran en la crisis de la mediana edad, y echan la vista atrás a una época en que la vida parecía más sencilla. Muchas veces me pregunto qué hacíamos antes sin smartphones. ¿Cómo nos comunicábamos? ¿Cómo evitar la preocupación de que no todo sea inmediato? La respuesta parece simple: no existía ese agobio. Las cosas no eran inmediatas, y la espera de algo (ya fuera una carta, una llamada al fijo o el estreno de una película de la que ni el trailer habíamos podido ver) era parte de la vivencia. Tal vez este rasgo sea lo que echamos de menos al ver una serie como Stranger Things, en la que una situación se resolvería con facilidad buscando en Internet o llamando al sheriff por el móvil mientras corremos a través del bosque.
En esos momentos, una respuesta como “no lo sé”, parecía completamente lícita.
No podemos pasar por alto que muchos de los pilares culturales de esa
década (que ya ha quedado claro que no es década como tal), se están
convirtiendo en leyenda ahora. Autores y directores como Stephen King,
John Carpenter, Robert Zemeckis, están viendo ahora, con la perspectiva
del tiempo, qué tal han envejecido sus obras y cómo echamos de menos
algunos de sus planteamientos. El cine de los ochenta, sin ir más lejos
(y nos referimos, por supuesto, a los blockbusters
hollywoodienses) tiraba de una especie de inocencia típica de los
dibujos animados que, aunque nos ponía en tensión cuando la vida de los
protagonistas estaba amenazada, nunca dejaba que las cosas salieran
realmente mal. Hoy día, impactar a la generación millenial y
posteriores (a punto de darle la vuelta al alfabeto) precisa de dejar a
un lado ciertas sutilezas y volverse más explícitos que nunca. Si Regreso al futuro
(Robert Zemeckis, 1985) se hubiera estrenado hoy, habríamos tenido que
asistir a una más que incómoda escena en que Marty hace mucho más que
besarse con su madre. Garantizado.
Pero si a ejemplos de nostalgia ochentera nos referimos, todos los puntos de mira se vuelven hacia el videojuego. Mencionábamos a Thimbleweed Park, pero los que no lo conozcan deberán saber, además, que se trata del nuevo videojuego con guión de Ron Gilbert, conocido co-creador de Monkey Island y Maniac Mansion. Esto son palabras mayores, pues gracias a los desarrollos de empresas como LucasArts y Sierra, entre otras, el videojuego fue abandonando sus raíces puramente arcade para profundizar en la narración y la resolución de rompecabezas; una base que sustenta hoy día gran parte de las propuestas de una industria que mueve ya tantos activos como el cine.
¿Qué podemos extraer de todo esto?
Que la sombra de los ochentas es muy alargada: el fin de la segunda guerra mundial supuso una época de apertura, de globalización; los avances en la televisión hicieron posibles los estrenos mundiales, la distribución de películas que antes llegaban a cuenta gotas; Estados Unidos salió reforzada por todas partes gracias al fin de la Guerra Fría y los avances tecnológicos dieron como resultado la última generación que se crió casi sin cables. No sabría decir si seguimos mirando a esa época como el punto y final de algo o echamos de menos la sencillez, la inocencia, la provocación o la moda hortera. Ante su resistencia al paso del tiempo, queda claro que algo echamos de menos de los ochenta.
Tan blanda ha terminado siendo su reputación que provoca cierta sorpresa comprobar que detrás había una persona peleona y curiosa. Algo sabíamos, gracias a su extensa bibliografía, pero ahora podemos ver sus afanes, a qué dedicaba Louis Armstrong su tiempo libre. Su Casa Museo ha digitalizado cartas, fotografías, manuscritos, collages, partituras, libros de recortes y otros documentos a los que se puede acceder desde cualquier rincón del mundo (https://www.louisarmstronghouse.org/).
Armstrong vivía en una casa modesta del barrio de Corona, en el distrito neoyorquino de Queens. Su cuarta esposa Lucille, con la que convivió treinta años, hubiera preferido otra dirección más prestigiosa pero Louis apreciaba las ventajas de estar rodeado por su gente. Allí nadie se escandalizaba de que Pops, como le llamaban, fumara marihuana, un "hábito medicinal" que causaba consternación a admiradores blancos (y puritanos) como el productor John Hammond. Es leyenda que, hacia 1953, coincidió con Richard Nixon en la pista de un aeropuerto. El entonces vicepresidente le respetaba: cargó con una de sus maletas y le dirigió hacia la entrada de autoridades, evitando el paso por aduanas. Sin saberlo, Nixon había colado el contrabando de Armstrong.
Unos riesgos que Louis asumía conscientemente (sólo le detuvieron por consumo de hierba en Los Ángeles, tras el chivatazo de un competidor, y salió bien librado del incidente). Había pasado por situaciones mucho más apuradas durante los años veinte y treinta, cuando actuaba en clubes controlados por mafiosos, que -caso de Al Capone- podían apreciar el jazz, aunque exigían que los músicos se plegaran a sus exigencias. La solución fue aliarse con uno de ellos, Joe Glaser, que le representó hasta su muerte en 1969.
Desarrollo una escritura que reflejaba su dominio de la jerga del mundillo del jazz y explicitaba sus creencias más profundas. Así, era un defensor de la alianza de negros y judíos, dos minorías que se hermanaron de forma armoniosa, por lo menos hasta la aparición del movimiento del Black Power. Aunque viajaba con una máquina de escribir, en su casa se grababa a si mismo con magnetofones de cinta abierta. Años después, cuando John Lennon se enteró, imitó su idea.
Armstrong pasaba a cinta muchos discos de su colección, incluyendo registros piratas de los insurgentes del be-bop; sabía que le criticaban pero no podía dejar de reconocer la intensidad expresiva de Charlie Parker y compañía. A Louis le encantaba funcionar como un locutor de radio. Un pinchadiscos erudito y vehemente: en medio del "programa", podía ponerse a discutir las afirmaciones de compañeros ya desaparecidos, como el pianista Jelly Roll Morton, formidable buscavidas que alardeaba de méritos que correspondían a Armstrong, como la popularización del scat (improvisación vocal con vocablos inventados).
También podía usar sus aparatos para grabar entrevistas con periodistas de los que no se fiaba. Recordaba experiencias ingratas con plumillas a los que había proporcionado información con generosidad (y, en algún caso, pequeñas cantidades de dinero) y que luego no habían cumplido con lo prometido. Dado que el jazz tenía una reputación dudosa (Armstrong conservaba el recorte de un diario británico donde le describían como "un gorila"), el reflejo mediático favorable era una necesidad esencial.
Con tijeras y pegamento, Armstrong elaboraba collages que revelaban sus gustos y preocupaciones. Aparecían figuras políticas que combatían el apartheid estadounidense. Tenía suficiente conocimiento de los mecanismos de Washington para entender que su simpático amigo Nixon no era el responsable de enviar tropas federales a Little Rock, capital de Arkansas, para garantizar el ingreso de escolares negros en un colegio reservado a blancos: Louis mandó un chispeante telegrama de felicitación al presidente Eisenhower, tras haber planteado en unas declaraciones que el persistente racismo sureño le hacía difícil funcionar como embajador de Estados Unidos en las giras por el extranjero que montaba el Departamento de Estado.
Los collages funcionaban también como su santoral musical. Incluía a instrumentistas blancos como Bix Beiderbecke, prodigioso trompetista de origen alemán que falleció con 28 años. Su presencia merece destacarse ya que Bix venía de una buena familia y eso, para Louis, suponía un inconveniente: creía que la pobreza funcionaba como acicate para la creatividad.
Sin embargo, convertido en presencia habitual en programas de televisión y comedias de Hollywood, le cayó el sambenito de Tío Tom. Sabía que era injusto y que algún día se reconocerían las particularidades de su trayectoria. Durante las sesiones para su último elepé, apareció por el estudio uno de los colegas más ariscos: Miles Davis. Pero Davis lo tenía claro: "En la trompeta de jazz, no hay nada que no venga de Louis".
Jueves -3- de ENERO a las 22:35 en La 1, fotos.
La nostalgia es el arma que las grandes compañías utilizan para lanzarnos cañonazos en forma obras de consumo a las que no solo no podemos resistirnos sino que nos gustan,.
Echemos un vistazo a las carteleras de cine de los últimos veranos y navidades: Star Wars, Terminator, Jurassic Park,... ¿Qué está pasando? El origen de estas películas data de principios y finales de la década de los ochenta, o primeros de los noventa. Nos encontramos más de lo mismos si miramos algunas de las series que están arrasando: Glow, Stranger Things, Twin Peaks; y lo mismo pasa con la literatura, Ready Player One, y los videojuegos como Crossing Souls u Octopath Traveler.¿Qué nos pasa con los ochenta?
Los españoles Fourattic publicaban recientemente, de la mano de Devolver Digital, su videojuego Crossing Souls, que se define a sí mismo como una aventura entre la vida y la muerte. Pero basta un rápido vistazo a su diseño artístico; a la elección de una estética pixel art y a las múltiples referencias cinéfilas de las que goza su guión para darnos cuenta de que ataca a un público muy concreto: el nostálgico. Hoy día, el nostálgico goza de cierto desahogo económico y puede invertir en este tipo de obras: siguen siendo geeks, pero ahora tienen trabajos y no dependen de la paga de sus padres. De esta guisa se está aprovechando un mercado que no deja de demandar cultura ochentera. Quizás la misma que, por falta de apertura internacional y de recursos económicos, no gozaron tanto como quisieron de niños. Lo mismo pasa con el reciente videojuego de Square Enix Octopath Traveler, publicado para Nintendo Switch, y que hace uso de la misma estética pixel art para emular las aventuras de rol de antaño.
Y, al ritmo que vamos, tampoco en los dos mil.
Para tratar de dilucidar qué nos fascina tanto de esa época, deberemos entender en qué consistió esta década. Lo interesante del asunto es que casi unánimemente se relaciona con Estados Unidos. La tierra de las oportunidades, donde todo vale. Las cosas más alocadas y llamativas nos llegaban de allí, porque Japón (que es de donde nos llegan en su mayoría ahora) andaba sumergida en la llamada Era Showa, el boom inmobiliario, y bastante tenía con lo suyo. Estados Unidos exportaba todo lo que creaba porque aunque habían ganado la II Guerra Mundial, mantenía una guerra ideológica y fría, sobre todo fría, con la Unión Soviética. Y la propaganda en lo que ellos mismos llamaron “primer mundo”, era fundamental.
Así, el bombardeo constante de películas, libros y videojuegos crearon una generación global: aunque nació en el seno del capitalismo americano, se exportó con la eficacia de la propaganda de guerra: la llamada Generación X. Justamente esta cohorte, tiene gran parte de la culpa de este fenómeno nostálgico. Como dijo Kurt Vonnegut: “Vaya, los medios os han hecho un estupendo favor llamándoos la Generación X, ¿verdad? Os habéis puesto a dos pasos del final del alfabeto.” Por suerte, se ha demostrado que el autor tenía toda la razón: la Generación X lleva una paradoja en su propio nombre; pues esta era la última de una estirpe cuyo desarrollo tecnológico y social tocaba a su fin. En lo posterior, Internet daría un cambio radical a sus vidas: nueva música, nueva cultura, nuevos éxitos y fracasos e incluso nuevas fronteras tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría.
¿Qué se hace con una generación cuando su tiempo ha pasado?
Ahora, los nacidos bajo aquel auspicio, se encuentran en la crisis de la mediana edad, y echan la vista atrás a una época en que la vida parecía más sencilla. Muchas veces me pregunto qué hacíamos antes sin smartphones. ¿Cómo nos comunicábamos? ¿Cómo evitar la preocupación de que no todo sea inmediato? La respuesta parece simple: no existía ese agobio. Las cosas no eran inmediatas, y la espera de algo (ya fuera una carta, una llamada al fijo o el estreno de una película de la que ni el trailer habíamos podido ver) era parte de la vivencia. Tal vez este rasgo sea lo que echamos de menos al ver una serie como Stranger Things, en la que una situación se resolvería con facilidad buscando en Internet o llamando al sheriff por el móvil mientras corremos a través del bosque.
En esos momentos, una respuesta como “no lo sé”, parecía completamente lícita.
Pero si a ejemplos de nostalgia ochentera nos referimos, todos los puntos de mira se vuelven hacia el videojuego. Mencionábamos a Thimbleweed Park, pero los que no lo conozcan deberán saber, además, que se trata del nuevo videojuego con guión de Ron Gilbert, conocido co-creador de Monkey Island y Maniac Mansion. Esto son palabras mayores, pues gracias a los desarrollos de empresas como LucasArts y Sierra, entre otras, el videojuego fue abandonando sus raíces puramente arcade para profundizar en la narración y la resolución de rompecabezas; una base que sustenta hoy día gran parte de las propuestas de una industria que mueve ya tantos activos como el cine.
¿Qué podemos extraer de todo esto?
Que la sombra de los ochentas es muy alargada: el fin de la segunda guerra mundial supuso una época de apertura, de globalización; los avances en la televisión hicieron posibles los estrenos mundiales, la distribución de películas que antes llegaban a cuenta gotas; Estados Unidos salió reforzada por todas partes gracias al fin de la Guerra Fría y los avances tecnológicos dieron como resultado la última generación que se crió casi sin cables. No sabría decir si seguimos mirando a esa época como el punto y final de algo o echamos de menos la sencillez, la inocencia, la provocación o la moda hortera. Ante su resistencia al paso del tiempo, queda claro que algo echamos de menos de los ochenta.
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