Van a nombrar a Cáceres Capital Gastronómica justo cuando acabo de
ponerme a dieta. El año pasado por estas fechas me puse el traje para
acudir a la fiesta del HOY y no me entraba. Me conjuré conmigo mismo
para adelgazar unos kilos, pero no conseguí tomármelo en serio hasta
hace unos días y toma, Cáceres Capital Gastronómica. Ahora, que ya me
entraba el traje, mi ciudad se vuelve loca y nos lanzamos a las calles a
beber, a comer y a engordar para celebrarlo.
Como venía a decir el otro día en estas páginas Marce Solís, lo de la
capitalidad cultural era algo abstracto. ¿Eso de la cultura cómo se
come? Pero lo de la capital de la gastronomía lo entiende todo el mundo.
Se trata de ir a los bares y picar algo, y en ese punto ya nacemos
aprendidos.
Así que en cuanto nos dieron el título, nadie en Cáceres tuvo dudas
sobre qué hacer: a la calle y a los bares. Riadas de ciudadanos llenaron
el centro, en las terrazas había que pugnar por encontrar una mesa
libre (yo mismo quise colarme y quitarle el velador a una jugadora del
Al-Kazeres de baloncesto) y una alegría inusitada se extendía por la
ciudad.
A las cinco y media de la tarde, la alcaldesa y su equipo aún
celebraban el título en la calle Moret tras dar buena cuenta del
bocadillo kilométrico de patatera. Una señora que pasaba por allí
resumió con una frase lapidaria la situación política. Miró a Elena
Nevado y le dijo a su pareja: «La ha venido Dios a ver».
Una de mis cuñadas, en concreto, la más Maléfica, preguntaba desde la
provincia de Badajoz en las redes sociales: «¿Pero dónde se come bien
en Cáceres?». Exageraba, pero tenía algo de razón porque en Cáceres ya
no se come, en Cáceres se tapea. En ese punto, sí que la calidad de la
gastronomía ha pegado un salto asombroso. Y lo digo precisamente porque
estoy a dieta.
Cuando sigues un plan de comidas para adelgazar, lo primero que te
quitas es el pan. Gracias a ese sacrificio, empiezas a disfrutar de los
sabores y reparas en gustos y texturas que nunca te habían llamado la
atención. Al comer sin pan, puedes distinguir mejor la calidad de las
tapas. Además, al huir de salsas, rebozados y guarniciones, has de optar
por platos sin máscaras, donde el cocinero tiene muy poco margen de
error. Resumiendo, que gracias a la dieta he descubierto el salto que ha
pegado la gastronomía cacereña de la tapa.
Hay quien razona que esta capitalidad es una bobada y que mejor sería
repartir ese medio millón de euros que se van a gastar en su promoción
en dar de comer a los hambrientos. En Cáceres somos mucho de dar pescado
en lugar de enseñar a pescar. Sucedió con el arreglo de la plaza Mayor,
cuando se razonaba que el dinero invertido en su arreglo se tendría que
haber repartido entre los parados. La derecha criticaba la plaza y la
izquierda critica la capitalidad. No se trata de ideología, se trata del
gen local del espanto ante las novedades. Y es transversal.
La plaza reformada se ha llenado de gente, la hostelería prospera y
genera empleo. Y hasta la tradicional calle de los vinos, la antigua
Empedrada, la actual General Ezponda, empieza a recobrar el ambiente de
los 70.
El medio millón de la capitalidad gastronómica es lo que hubiera
costado la aparición gratuita de Cáceres el viernes en todos los medios
de comunicación. Esa promoción es impagable y potencia la principal
fuente de ingresos de esta ciudad tras el empleo público: el turismo.
Es verdad que las ciudades modernas padecen capitalitis. Es una
enfermedad que si ganas, se agudiza. Cáceres perdió el 2016, pero ha
ganado el 2015. ¡La ha venido Dios a ver!
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