Ya es la séptima edición de la Concentración Motera en la localidad de Castuera (Badajoz), y como en ediciones anteriores vendrá de la mano de su Motoclub La Serena, teniendo lugar en el recinto ferial en los días 18 y 19 de octubre 2014.
Hay que destacar que el sábado por la tarde sobre las 18:00 horas tendrá lugar la presentación oficial de “Femotex” (Federación de Motoristas de Extremadura), que ya lleva unos siete meses de andadura entre nosotros, pero que aún parece no terminar de arrancar. Al igual cabe destacar la ruta de antorchas por la localidad en la noche del sábado al domingo.
Dentro del programa tienen preparado:
- Zona de acampada gratuita.
- Duchas con agua caliente.
- Ruta de las antorchas.
- Gogos / pases eróticos.
- Regalos.
- Rutas por pueblos y pantanos.
- Actuaciones en directo.
Saludos y ráfagas.
TÍTULO: LIGA FUTBOL,. TERCERA, GRUPO 14, Extremadura-6- Castuera-0-,.
Extremadura-6- Castuera-0-,Resultado Final,.
El Castuera
El técnico del CD Castuera-Subastacar, Antonio Riballo
'Tato', ha querido quedar claro que el equipo está ilusionado ante el
reto de medirse al potente Extremadura, etc,. foto,.TÍTULO; REVISTA MUJER HOY, DE CERCA, PORTADA, Charlize Theron: la mujer de oro,.
La
belleza se alía con la inteligencia y el talento en una actriz que
desafía los clichés de Hollywood. Una madre sola por elección, que
apuesta ...foto,.
La belleza se alía con la inteligencia y el talento en una
actriz que desafía los clichés de Hollywood. Una madre sola por
elección, que apuesta por papeles arriesgados y ha enamorado al huidizo
Sean Penn, uno de los tipos duros del cine. No está mal para aquella
chica de campo, que nació en una granja sudafricana y que cumple una
década como imagen del perfume J’adore, de Dior.
Se le nota que lleva años empeñada en demostrar que no es solo una cara bonita, un prejuicio basado en su currículum como modelo de pasarela y el hecho de que su vocación de actriz fuera solo el “plan B” de su carrera de bailarina. De hecho, lejos de conformarse con encajar en los clichés de Hollywood, se ha lanzado sin red a los papeles más dramáticos, torturados y (digámoslo) carentes de atractivo físico que le han puesto por delante. Fue Aileen Wuornos, la prostituta y asesina en serie con 15 kilos extra, cejas afeitadas y dentadura amarillenta de Monster, que le hizo ganar su Oscar.
En En tierra de hombres fue Josey Aimes, una minera sudorosa y en En el valle de Elah, una detective que pasaba de maquillaje, con indumentaria masculina y eterna coleta. “Si me siento a esperar a que me llegue un buen relato que además sea glamuroso, probablemente no trabajaré nunca porque, sinceramente, ¿cuántas grandes historias se pueden contar con un vestido alta costura? Me involucro en proyectos con buenos guiones y buenos directores. Cuál será mi aspecto en la película es lo último en lo que pienso”. “Yo crecí en una granja en África…”, suele decir Charlize Theron para explicar mucho de lo que ella es hoy. Una mujer fuerte e independiente que ha salido ilesa (y feliz) de una infancia tormentosa con un padre alcohólico y violento, y del drama de presenciar, con 15 años, cómo su madre acababa matándolo en defensa propia. “Hay situaciones en las que hay que elegir entre nadar o ahogarte. Y muchas veces nos sorprendemos a nosotros mismos cuando empezamos a nadar y vemos lo bien que podemos hacerlo”. Un hijo, una aventura
La otra gran inspiración de su vida, junto a su tierra natal, ha sido su madre. Una mujer estricta y enérgica que todavía hoy la pone fi rme de vez en cuando. “Ella ha sido mi ejemplo. No puedo imaginar la vida sin ella. Me doy cuenta de que he sido capaz de hacer todo lo que he hecho gracias al modo en que fui educada”. Son sus reflexiones desde que se convirtió en madre en marzo de 2012, cuando Jackson, su hijo adoptado, llegó a sus brazos con escasos meses de vida. Se mira en su madre para ejercer este papel y anota un solo ingrediente en la receta de cómo hacerlo bien: el amor incondicional. “Jackson y mi familia son mi prioridad siempre. Intento encajar mi trabajo alrededor de ellos. Por suerte, es aún muy pequeño y lo llevo conmigo siempre que puedo. Así que él tiene sus propias aventuras en los rodajes. ¡Ha visto cosas alucinantes con dos años! Mi madre es genial y también viaja conmigo para echarme una mano. Hace las cosas mucho más fáciles”. Y ahora, además, trabaja al lado del también actor Sean Penn, su pareja desde principios de año. Unos dicen que las discusiones en el set de rodaje de The last face –la película que él dirige y ella protagoniza– han hecho saltar chispas, y no precisamente de pasión; otros que podrían casarse en breve, a pesar de que ha confesado en muchas ocasiones que el matrimonio no es para ella: “Nunca he soñado con el vestido blanco. Cuando veo a otra gente casarse, creo que es bonito para ellos, pero, honestamente, me canso de solo mirarlo”. Penn no había vuelto a sentar la cabeza desde que se divorció de Robin Wright en 2009. Theron llevaba “soltera” desde que, en 2010, terminó su relación de 10 años con el actor Stuart Townsend y, aunque los rumores apuntaron un breve romance con Ryan Reynolds y una amistad con derecho a roce con Keanu Reeves, no volvió a hablar de amor hasta que él llegó a su vida. O más bien hasta que, casi 20 años después de conocerse, saltó entre ellos ese “je ne sais quoi” que, de vez en cuando, convierte las viejas amistades en amor. “No lo vi venir. Simplemente, pasó. Y, antes de que me diera cuenta, me había metido en algo que me estaba haciendo la vida mejor”. Amor y compromiso
Si habrá o no habrá boda está por ver, pero lo cierto es que ambos tienen mucho en común; además de la profesión y una larga amistad, comparten su conciencia política y su compromiso social. ¿El motivo de sus inquietudes solidarias? De nuevo, África. “No sé quién sería hoy si hubiera crecido en un país diferente. En nuestra casa las noticas siempre estaban en la tele, el periódico encima de la mesa y mis padres tenían verdadero interés por la política. Muchos de mis amigos americanos vivían en un país confortable y acomodado. Yo no, y por eso necesito saber lo que está pasando, tengo interés en la política mundial… ¡Cómo puedes no interesarte! Me deja atónita que a la gente no le importe nada”. Por eso creó la organización Africa Outreach Project cuya misión es formar a los jóvenes africanos en sus comunidades para conseguir mantenerlos a salvo del sida. “El tratamiento no es suficiente, la prevención es lo más importante. Habrá una generación que será capaz de erradicar el sida en Sudáfrica”, dice pensando, optimista, en el futuro. Ese futuro dorado. 5 pistas para conocerla -Un lugar... “Me encantan las Seychelles, con sus playas perfectas. Y siempre me encanta ir a París, la cultura, la gente, su comida...”. -La máxima de su vida... “Sé bueno contigo mismo, hazlo lo mejor que puedas y trata a los demás como te gustaría que te trataran”. -Su gadget imprescindible... “Mi iPad. Finalmente logré grabar Frozen en él para Jackson, es su película favorita”. -Su deporte.... “Mi madre y yo disfrutamos haciendo senderismo en las mañanas. Hay un camino genial justo al girar la esquina de mi casa, así que vamos con Jackson y los perros. También me gusta mucho hacer yoga y spinning”. -No puede vivir sin… “¡Necesito sol! Me encantan las ciudades como París, Nueva York, Tokio… pero no hay suficiente sol para mí”. Confianza en esencia
“El olfato es muy poderoso –dice Charlize Theron–. Me gusta que un olor llegue en un momento concreto, que recuerda a una persona o a un lugar...”. J’adore evoca a una mujer fuerte, que está a gusto consigo misma, con su sensualidad, con su propia belleza: “J’adore me devuelve a momentos en los que me sentía realmente elegante, la más bella: un estreno, una sesión de fotos, una cena... Inspira sensaciones de verdadera confianza, lo que quiero sentir”, reflexiona la actriz.
El eco de unos tacones resuena en la galería de los espejos del Palacio de Versalles. Son los pasos de Charlize Theron,
glamourosa y bellísima, en la
última campaña de J’adore, de
Dior, una “película” firmada
por Jean-Baptiste Mondino:
“El pasado puede ser hermoso,
un recuerdo, un sueño, pero
no es lugar para vivir. Ahora
es el momento”, dice su voz
en off mientras trepa por una
liana de seda.
“The future is gold” [El futuro
es dorado] es el lema de
la campaña y el suyo, desde
luego, parece serlo. A sus 39
años asciende peldaños en la
industria del cine ganándose
el respeto de todos como
productora mientras, como
intérprete, rueda una película
tras otra. ¿Las últimas? la cinta francesa
Dark Places; Mad Max 4, furia en la carretera;
The last face... Esta última, junto
al español Javier Bardem y a las órdenes
de su actual pareja, Sean Penn, uno
de los pesos pesados de Hollywood con
quien dicen que podría casarse pronto.
Ser muchas mujeres
Despliega para Dior todo el potencial de
una mujer hermosa que no se camufl a
en falsa modestia: “¡No tengo un cuerpo
perfecto! Pero he llegado a un punto en
mi vida donde me siento a gusto. Soy
una mujer, soy femenina y me gusta mi
cuerpo. No voy a buscar excusas para
eso”. Y, sin embargo, tampoco ha hecho
de su belleza su principal argumento. “Las
mujeres somos muchas cosas. Un día nos
levantamos y queremos ponernos unos
vaqueros y una camiseta y al siguiente
nos apetece que nos arreglen el pelo”. Se le nota que lleva años empeñada en demostrar que no es solo una cara bonita, un prejuicio basado en su currículum como modelo de pasarela y el hecho de que su vocación de actriz fuera solo el “plan B” de su carrera de bailarina. De hecho, lejos de conformarse con encajar en los clichés de Hollywood, se ha lanzado sin red a los papeles más dramáticos, torturados y (digámoslo) carentes de atractivo físico que le han puesto por delante. Fue Aileen Wuornos, la prostituta y asesina en serie con 15 kilos extra, cejas afeitadas y dentadura amarillenta de Monster, que le hizo ganar su Oscar.
En En tierra de hombres fue Josey Aimes, una minera sudorosa y en En el valle de Elah, una detective que pasaba de maquillaje, con indumentaria masculina y eterna coleta. “Si me siento a esperar a que me llegue un buen relato que además sea glamuroso, probablemente no trabajaré nunca porque, sinceramente, ¿cuántas grandes historias se pueden contar con un vestido alta costura? Me involucro en proyectos con buenos guiones y buenos directores. Cuál será mi aspecto en la película es lo último en lo que pienso”. “Yo crecí en una granja en África…”, suele decir Charlize Theron para explicar mucho de lo que ella es hoy. Una mujer fuerte e independiente que ha salido ilesa (y feliz) de una infancia tormentosa con un padre alcohólico y violento, y del drama de presenciar, con 15 años, cómo su madre acababa matándolo en defensa propia. “Hay situaciones en las que hay que elegir entre nadar o ahogarte. Y muchas veces nos sorprendemos a nosotros mismos cuando empezamos a nadar y vemos lo bien que podemos hacerlo”. Un hijo, una aventura
La otra gran inspiración de su vida, junto a su tierra natal, ha sido su madre. Una mujer estricta y enérgica que todavía hoy la pone fi rme de vez en cuando. “Ella ha sido mi ejemplo. No puedo imaginar la vida sin ella. Me doy cuenta de que he sido capaz de hacer todo lo que he hecho gracias al modo en que fui educada”. Son sus reflexiones desde que se convirtió en madre en marzo de 2012, cuando Jackson, su hijo adoptado, llegó a sus brazos con escasos meses de vida. Se mira en su madre para ejercer este papel y anota un solo ingrediente en la receta de cómo hacerlo bien: el amor incondicional. “Jackson y mi familia son mi prioridad siempre. Intento encajar mi trabajo alrededor de ellos. Por suerte, es aún muy pequeño y lo llevo conmigo siempre que puedo. Así que él tiene sus propias aventuras en los rodajes. ¡Ha visto cosas alucinantes con dos años! Mi madre es genial y también viaja conmigo para echarme una mano. Hace las cosas mucho más fáciles”. Y ahora, además, trabaja al lado del también actor Sean Penn, su pareja desde principios de año. Unos dicen que las discusiones en el set de rodaje de The last face –la película que él dirige y ella protagoniza– han hecho saltar chispas, y no precisamente de pasión; otros que podrían casarse en breve, a pesar de que ha confesado en muchas ocasiones que el matrimonio no es para ella: “Nunca he soñado con el vestido blanco. Cuando veo a otra gente casarse, creo que es bonito para ellos, pero, honestamente, me canso de solo mirarlo”. Penn no había vuelto a sentar la cabeza desde que se divorció de Robin Wright en 2009. Theron llevaba “soltera” desde que, en 2010, terminó su relación de 10 años con el actor Stuart Townsend y, aunque los rumores apuntaron un breve romance con Ryan Reynolds y una amistad con derecho a roce con Keanu Reeves, no volvió a hablar de amor hasta que él llegó a su vida. O más bien hasta que, casi 20 años después de conocerse, saltó entre ellos ese “je ne sais quoi” que, de vez en cuando, convierte las viejas amistades en amor. “No lo vi venir. Simplemente, pasó. Y, antes de que me diera cuenta, me había metido en algo que me estaba haciendo la vida mejor”. Amor y compromiso
Si habrá o no habrá boda está por ver, pero lo cierto es que ambos tienen mucho en común; además de la profesión y una larga amistad, comparten su conciencia política y su compromiso social. ¿El motivo de sus inquietudes solidarias? De nuevo, África. “No sé quién sería hoy si hubiera crecido en un país diferente. En nuestra casa las noticas siempre estaban en la tele, el periódico encima de la mesa y mis padres tenían verdadero interés por la política. Muchos de mis amigos americanos vivían en un país confortable y acomodado. Yo no, y por eso necesito saber lo que está pasando, tengo interés en la política mundial… ¡Cómo puedes no interesarte! Me deja atónita que a la gente no le importe nada”. Por eso creó la organización Africa Outreach Project cuya misión es formar a los jóvenes africanos en sus comunidades para conseguir mantenerlos a salvo del sida. “El tratamiento no es suficiente, la prevención es lo más importante. Habrá una generación que será capaz de erradicar el sida en Sudáfrica”, dice pensando, optimista, en el futuro. Ese futuro dorado. 5 pistas para conocerla -Un lugar... “Me encantan las Seychelles, con sus playas perfectas. Y siempre me encanta ir a París, la cultura, la gente, su comida...”. -La máxima de su vida... “Sé bueno contigo mismo, hazlo lo mejor que puedas y trata a los demás como te gustaría que te trataran”. -Su gadget imprescindible... “Mi iPad. Finalmente logré grabar Frozen en él para Jackson, es su película favorita”. -Su deporte.... “Mi madre y yo disfrutamos haciendo senderismo en las mañanas. Hay un camino genial justo al girar la esquina de mi casa, así que vamos con Jackson y los perros. También me gusta mucho hacer yoga y spinning”. -No puede vivir sin… “¡Necesito sol! Me encantan las ciudades como París, Nueva York, Tokio… pero no hay suficiente sol para mí”. Confianza en esencia
“El olfato es muy poderoso –dice Charlize Theron–. Me gusta que un olor llegue en un momento concreto, que recuerda a una persona o a un lugar...”. J’adore evoca a una mujer fuerte, que está a gusto consigo misma, con su sensualidad, con su propia belleza: “J’adore me devuelve a momentos en los que me sentía realmente elegante, la más bella: un estreno, una sesión de fotos, una cena... Inspira sensaciones de verdadera confianza, lo que quiero sentir”, reflexiona la actriz.
Audrey Hepburn, Jackie Kennedy y Wallis Simpson fueron las
mejores embajadoras del último representante de la edad de oro de la
alta costura, al que el Museo Thyssen rinde homenaje.
La cita empezó con un malentendido: cuando le dijeron que “Miss Hepburn” quería verle, Givenchy pensó que se trataba de Katherine. Le costó disimular la sorpresa cuando, en lugar de la vigorosa Kate, se encontró a una muchacha morena y dulce, de inmensos ojos negros, con una sonrisa conmovedora, que le pareció “un frágil animalillo”. A pesar de la corriente de simpatía que surgió entre ambos, Givenchy le dijo que no podía encargarse de diseñar un vestuario para Sabrina porque no había tiempo. No obstante, quiso enseñarle la colección que estaba ultimando por si alguna pieza pudiera interesarle. El diseñador descubrió que aquella joven tenía un gusto excelente: seleccionó un traje de chaqueta gris oscuro –el que lleva Sabrina a su regreso de París–, un fastuoso vestido de noche blanco, con bordado floral y cola desmontable –que luce en la fiesta– y un vestido con cuello marinero y diminutos lazos en los hombros, con el que visita en su despacho al circunspecto Linus Larraby.
Todos los críticos estuvieron de acuerdo en que los vestidos de Givenchy eran esenciales para obrar la metamorfosis de Sabrina. El vestuario de la película recibió el Oscar… pero el premio lo recogió Edith Head, que fi rmaba los pichis y las camisas blancas de la protagonista antes de su aventura parisina. Head tenía demasiado peso en la Paramount y no habría permitido que un joven francés se llevase los aplausos. Givenchy guardó silencio. Ya había hecho de la elegancia una forma de vivir. Además, el ya tenía su mejor premio: la amistad eterna de Audrey.
El icono de la elegancia del siglo XX
La colaboración entre ambos dio lugar a piezas sublimes en películas como Una cara con ángel, Ariane, Charada, Como robar un millón, Encuentro en París o Desayuno con diamantes. Quizá fue en esa película de Blake Edwards donde Audrey se convirtió en el icono de la elegancia del siglo XX. Imposible olvidarla tras sus enormes gafas oscuras, comiendo un cruasán ante el escaparate de Tiffany, indiferente a su frágil belleza. Hay otras piezas magníficas, como el abrigo naranja que lleva Holly Golightly en sus paseos por Manhattan, o el trench con el que busca a su gato bajo la lluvia… pero ese vestido negro está considerado el más bello de la historia del cine.
Las mujeres favoritas de Givenchy eran del estilo de Audrey: delgadas, de huesos largos y cintura estrecha, y poseedoras de un estilo que sus creaciones acentuaban. Cuando en 1961 Jacqueline Kennedy llegó a la Casa Blanca, hizo de Givenchy uno de sus diseñadores de cabecera y confi ó en él parte de los modelos que llevó en su viaje de Estado a París. Los franceses suspiraron al verla llegar a una cena de gala en Versalles con un givenchy blanco con el cuerpo bordado. Fue tal el entusiasmo, que el presidente JFK dijo: “Soy el hombre que acompaña a Jacqueline Kennedy”. Al día siguiente, ella escribió al diseñador para contarle que incluso De Gaulle había quedado impresionado. Cuando su marido fue asesinado, Jackie le pidió un vestido para el funeral, con sus perlas cosidas al cuello. El modisto quiso saber por qué: “Quiero llevarlas, y no deseo que le golpeen cuando me incline a besar el féretro”.
No fueron las única galas de luto que confeccionó: al morir el duque de Windsor, una desolada Wallis telefoneó al creador y amigo: “David ha muerto y necesito un abrigo negro”. Solo él podía entender esa frase: el exquisito duque habría querido que su esposa fuera el no va más de la elegancia incluso en su entierro. Así que en 24 horas confeccionó una pieza sobria y hermosa que puede verse en el Thyssen.
Un regalo para Carolina
La alta sociedad internacional tenía a Givenchy entre sus favoritos. Era invitado frecuente en el palacio de Mónaco, donde un día llegó con un regalo: un vestido para la princesa Carolina, que tenía cinco años. Cuando presentó su colección en Teherán, la emperatriz Farah Diba le encargó nueve modelos. Fiona Campbell, Babe Paley, María Callas, la marquesa de Llanzol, Carmen Martínez Bordíu… todas querían ponerse en sus manos. Pero sobre todo era adorado por actrices y directores de cine, que encontraron en él un colaborador imprescindible.
En Bonjour tristesse, el soberbio vestuario de Givenchy es un personaje más de la trama que fi lmó Preminger sobre la novela de François Sagan. Había que retratar a una jovencita manipuladora y rebelde, Cecile (Jean Seberg), en su tránsito a una madurez dolorosa. En el primer flash back, la vemos bailando con un petite robe noir de cuello halter, hierática y lejana. Luego descubrimos a la alegre Cecile de meses antes, con juveniles vestidos de noche con bordados florales. Junto a ella, David Niven y la hermosa Deborah Kerr, que interpretaba a una diseñadora. Para ella ideó un vestido saco y trajes largos que resaltaban la madurez de una mujer de mundo.
No todas las actrices tenían el estilo de Deborah Kerr. La hermosa Liz Taylor era la primera en decir: “Soy una mujer vulgar”. Voluptuosa, rotunda, era víctima de sus redondeces y de su gusto por las joyas exageradas. Por eso, cuando Anthony Asquitt la eligió para Hotel Intercontinental, quiso atenuar sus excesos encargando a Givenchy que la vistiese. A Liz le entusiasmaron los diseños que lució en la película, en especial una capa de piel vuelta con una capucha. Eso sí, pidió al creador un vestido para llevar un desmesurado broche de esmeraldas que acababa de regalarle Richard Burton. Givenchy preparó un traje sastre de manga francesa en gris en el que aquel pedrusco resultaba hasta discreto.
También Henri Cluzot recurrió a él para vestir a Brigitte Bardot en La verité, donde interpretaba a una acusada del asesinato de su amante. Para que resultara creíble, había que apartar a BB de su imagen de french pin up. Givenchy la vistió con severos trajes negros, a medio camino entre perversa acusada y viuda doliente. Brigitte estaba encantada con Givenchy, quien le aconsejó usar aquellos pantalones pirata de cuadros vichy que se convirtieron en su seña de identidad.
Otras bellezas como Lauren Bacall, Jeanne Moreau, la modelo Capucine o Marlene Dietrich declararon amor eterno a Hubert, como tantas mujeres a las que sus diseños hacían únicas. Hasta enero, el Thyssen ofrece una muestra de su inmenso talento. Givenchy por Givenchy. Para no perdérselo.
Las vistió en su vida...
Audrey Hepburn se convirtió en una de las mejores amigas del diseñador francés y en el mejor escaparate de sus exquisitas creaciones. Jackie Kennedy, otra de sus incondicionales, deslumbró con el vestuario que le hizo para su primera visita a Francia, sobre todo con el vestido de gala, blanco y con bordados con el que acudió a Versalles. En el otro extremo, el abrigo que Givenchy creó para que Wallis Simpson (en la foto de abajo, en el centro) diera su último adiós a su esposo, el duque de Windsor.
...y en la gran pantalla
Actrices y directores encontraron en Hubert de Givenchy a un colaborador imprescindible. También se ocupó de la imagen de Deborah Kerr, que interpretaba a una diseñadora en Bonjour tristesse. Pero su traje más emblemático fue el que Audrey Hepburn vistió en Desayuno con diamantes, cuando su personaje (Holly Golightly) tomaba un cruasán ante el escaparate de Tiffany tras una fiesta. Los críticos consideran que es el más bello de la historia del cine.
Givenchy, visto por Givenchy
El propio creador participa en la retrospectiva que el Museo Thyssen le dedica, y de la que es comisario con Eloy Martínez de la Pera. Ha seleccionado las piezas (más de un centenar), ha vuelto a bocetar los vestidos y ha diseñado el merchandising. “Esta muestra es Givenchy hablando de Givenchy, y trabajar con él ha sido maravilloso. Su entusiasmo, su energía, la ilusión que pone , su generosidad”, dice Martínez de la Pera.
Dicen que,
cuando una
mujer se hacía
un vestido
de Givenchy,
quedaba fascinada
para siempre. Aquel niño que
quería ser couturier, nacido
en el seno de una aristocrática
familia, creció rodeado de
cosas hermosas que refinaron
su gusto y su intuición para la
belleza. Hubert de Givenchy
es guapo, elegante, divertido
y con una bondad con la que
se ganaba incluso a las clientas
difíciles.
Formado en los talleres de
Schiaparelli y Jacques Faith,
bendecido por Dior y Balenciaga,
su vida profesional estuvo
marcada por su amistad
con Audrey Hepburn, que se
convirtió en el mejor escaparate
de sus creaciones. Su
primer encuentro tuvo lugar
cuando, tras el éxito de Vacaciones
en Roma, la Paramount
ofreció a Hepburn Sabrina. El vestuario sería obra de
la fi gurinista estrella de los estudios, Edith Head, pero ella dijo
que quería usar también modelos de algún diseñador. Así, en
el verano de 1953, Audrey entraba en el taller parisino de Givenchy
en el nº 8 de la calle Alfred Devigny.La cita empezó con un malentendido: cuando le dijeron que “Miss Hepburn” quería verle, Givenchy pensó que se trataba de Katherine. Le costó disimular la sorpresa cuando, en lugar de la vigorosa Kate, se encontró a una muchacha morena y dulce, de inmensos ojos negros, con una sonrisa conmovedora, que le pareció “un frágil animalillo”. A pesar de la corriente de simpatía que surgió entre ambos, Givenchy le dijo que no podía encargarse de diseñar un vestuario para Sabrina porque no había tiempo. No obstante, quiso enseñarle la colección que estaba ultimando por si alguna pieza pudiera interesarle. El diseñador descubrió que aquella joven tenía un gusto excelente: seleccionó un traje de chaqueta gris oscuro –el que lleva Sabrina a su regreso de París–, un fastuoso vestido de noche blanco, con bordado floral y cola desmontable –que luce en la fiesta– y un vestido con cuello marinero y diminutos lazos en los hombros, con el que visita en su despacho al circunspecto Linus Larraby.
Todos los críticos estuvieron de acuerdo en que los vestidos de Givenchy eran esenciales para obrar la metamorfosis de Sabrina. El vestuario de la película recibió el Oscar… pero el premio lo recogió Edith Head, que fi rmaba los pichis y las camisas blancas de la protagonista antes de su aventura parisina. Head tenía demasiado peso en la Paramount y no habría permitido que un joven francés se llevase los aplausos. Givenchy guardó silencio. Ya había hecho de la elegancia una forma de vivir. Además, el ya tenía su mejor premio: la amistad eterna de Audrey.
El icono de la elegancia del siglo XX
La colaboración entre ambos dio lugar a piezas sublimes en películas como Una cara con ángel, Ariane, Charada, Como robar un millón, Encuentro en París o Desayuno con diamantes. Quizá fue en esa película de Blake Edwards donde Audrey se convirtió en el icono de la elegancia del siglo XX. Imposible olvidarla tras sus enormes gafas oscuras, comiendo un cruasán ante el escaparate de Tiffany, indiferente a su frágil belleza. Hay otras piezas magníficas, como el abrigo naranja que lleva Holly Golightly en sus paseos por Manhattan, o el trench con el que busca a su gato bajo la lluvia… pero ese vestido negro está considerado el más bello de la historia del cine.
Las mujeres favoritas de Givenchy eran del estilo de Audrey: delgadas, de huesos largos y cintura estrecha, y poseedoras de un estilo que sus creaciones acentuaban. Cuando en 1961 Jacqueline Kennedy llegó a la Casa Blanca, hizo de Givenchy uno de sus diseñadores de cabecera y confi ó en él parte de los modelos que llevó en su viaje de Estado a París. Los franceses suspiraron al verla llegar a una cena de gala en Versalles con un givenchy blanco con el cuerpo bordado. Fue tal el entusiasmo, que el presidente JFK dijo: “Soy el hombre que acompaña a Jacqueline Kennedy”. Al día siguiente, ella escribió al diseñador para contarle que incluso De Gaulle había quedado impresionado. Cuando su marido fue asesinado, Jackie le pidió un vestido para el funeral, con sus perlas cosidas al cuello. El modisto quiso saber por qué: “Quiero llevarlas, y no deseo que le golpeen cuando me incline a besar el féretro”.
No fueron las única galas de luto que confeccionó: al morir el duque de Windsor, una desolada Wallis telefoneó al creador y amigo: “David ha muerto y necesito un abrigo negro”. Solo él podía entender esa frase: el exquisito duque habría querido que su esposa fuera el no va más de la elegancia incluso en su entierro. Así que en 24 horas confeccionó una pieza sobria y hermosa que puede verse en el Thyssen.
Un regalo para Carolina
La alta sociedad internacional tenía a Givenchy entre sus favoritos. Era invitado frecuente en el palacio de Mónaco, donde un día llegó con un regalo: un vestido para la princesa Carolina, que tenía cinco años. Cuando presentó su colección en Teherán, la emperatriz Farah Diba le encargó nueve modelos. Fiona Campbell, Babe Paley, María Callas, la marquesa de Llanzol, Carmen Martínez Bordíu… todas querían ponerse en sus manos. Pero sobre todo era adorado por actrices y directores de cine, que encontraron en él un colaborador imprescindible.
En Bonjour tristesse, el soberbio vestuario de Givenchy es un personaje más de la trama que fi lmó Preminger sobre la novela de François Sagan. Había que retratar a una jovencita manipuladora y rebelde, Cecile (Jean Seberg), en su tránsito a una madurez dolorosa. En el primer flash back, la vemos bailando con un petite robe noir de cuello halter, hierática y lejana. Luego descubrimos a la alegre Cecile de meses antes, con juveniles vestidos de noche con bordados florales. Junto a ella, David Niven y la hermosa Deborah Kerr, que interpretaba a una diseñadora. Para ella ideó un vestido saco y trajes largos que resaltaban la madurez de una mujer de mundo.
No todas las actrices tenían el estilo de Deborah Kerr. La hermosa Liz Taylor era la primera en decir: “Soy una mujer vulgar”. Voluptuosa, rotunda, era víctima de sus redondeces y de su gusto por las joyas exageradas. Por eso, cuando Anthony Asquitt la eligió para Hotel Intercontinental, quiso atenuar sus excesos encargando a Givenchy que la vistiese. A Liz le entusiasmaron los diseños que lució en la película, en especial una capa de piel vuelta con una capucha. Eso sí, pidió al creador un vestido para llevar un desmesurado broche de esmeraldas que acababa de regalarle Richard Burton. Givenchy preparó un traje sastre de manga francesa en gris en el que aquel pedrusco resultaba hasta discreto.
También Henri Cluzot recurrió a él para vestir a Brigitte Bardot en La verité, donde interpretaba a una acusada del asesinato de su amante. Para que resultara creíble, había que apartar a BB de su imagen de french pin up. Givenchy la vistió con severos trajes negros, a medio camino entre perversa acusada y viuda doliente. Brigitte estaba encantada con Givenchy, quien le aconsejó usar aquellos pantalones pirata de cuadros vichy que se convirtieron en su seña de identidad.
Otras bellezas como Lauren Bacall, Jeanne Moreau, la modelo Capucine o Marlene Dietrich declararon amor eterno a Hubert, como tantas mujeres a las que sus diseños hacían únicas. Hasta enero, el Thyssen ofrece una muestra de su inmenso talento. Givenchy por Givenchy. Para no perdérselo.
Las vistió en su vida...
Audrey Hepburn se convirtió en una de las mejores amigas del diseñador francés y en el mejor escaparate de sus exquisitas creaciones. Jackie Kennedy, otra de sus incondicionales, deslumbró con el vestuario que le hizo para su primera visita a Francia, sobre todo con el vestido de gala, blanco y con bordados con el que acudió a Versalles. En el otro extremo, el abrigo que Givenchy creó para que Wallis Simpson (en la foto de abajo, en el centro) diera su último adiós a su esposo, el duque de Windsor.
...y en la gran pantalla
Actrices y directores encontraron en Hubert de Givenchy a un colaborador imprescindible. También se ocupó de la imagen de Deborah Kerr, que interpretaba a una diseñadora en Bonjour tristesse. Pero su traje más emblemático fue el que Audrey Hepburn vistió en Desayuno con diamantes, cuando su personaje (Holly Golightly) tomaba un cruasán ante el escaparate de Tiffany tras una fiesta. Los críticos consideran que es el más bello de la historia del cine.
Givenchy, visto por Givenchy
El propio creador participa en la retrospectiva que el Museo Thyssen le dedica, y de la que es comisario con Eloy Martínez de la Pera. Ha seleccionado las piezas (más de un centenar), ha vuelto a bocetar los vestidos y ha diseñado el merchandising. “Esta muestra es Givenchy hablando de Givenchy, y trabajar con él ha sido maravilloso. Su entusiasmo, su energía, la ilusión que pone , su generosidad”, dice Martínez de la Pera.
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