sábado, 4 de abril de 2015
ENREDATE - DESAYUNO - CENA - EL TRIUNFO DE LA NORMALIDAD,./ QUE HAY DE NUEVO, 21 DIAS CON COCO,.
TÍTULO: ENREDATE - DESAYUNO - CENA - EL TRIUNFO DE LA NORMALIDAD,
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Todorov, en su definición de lo fantástico, señala que en dicha
literatura "existe siempre la posibilidad formal, exterior, de una
explicación simple". De este modo, el lingüista búlgaro acotaba el
ámbito de la fantasía, en un sentido estricto, diferenciándola de otras
zonas limítrofes: la ciencia-ficción y el género de lo maravilloso. Los
dos relatos recogidos en este volumen se incluyen sin dificultad bajo el
membrete de lo fantástico. No así El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, publicado un año más tarde, en 1886, y cuya naturaleza oscila entre lo fantasioso y la science-fiction,
tan propia del positivismo victoriano. Otro de los requisitos del
género exige un escenario normal, un hecho cotidiano, para que emerja
eficazmente lo extraño. Y eso es lo que ocurre tanto en Markheim como en Olalla. Bajo la superficie de lo habitual, se abrirá paso una oscuridad impensada.
En Markheim, tal escenario será una tienda de antigüedades, en las últimas horas del día de Navidad. En Olalla
es una zona indeterminada de la geografía española (¿Sierra Morena, los
altos del Guadarrama, las frías estribaciones de la meseta
castellana?), la que da pie a una peculiar historia de vampirismo. En
ambos casos será un hecho anodino (la entrada de un cliente en un viejo
anticuario, el descanso de un soldado herido en la Guerra de la
Independencia), la que ofrezca la posibilidad del misterio. En ambos
relatos, la vuelta a la normalidad habrá traído un singular triunfo: el
triunfo de la voluntad humana. En Stevenson, más que el dramatismo del
paisaje o la épica derivada de una geografía remota, se impone el drama
del hombre enfrentado consigo mismo. Jeckyll y Hyde es, en cierto modo,
una representación, escindida en dos cuerpos, de esta secular contienda,
luego popularizada por Sigmund Freud. Su propia vida -la de Stevenson-
es un decoroso ejemplo de esa pugna con el gravamen propio. Aun así, hay
una suerte de modernidad, un singular aplomo, que funciona en Stevenson
contra la ondulación del siglo. En 1897, Drácula significará el
peso del linaje, la oscura volición de los instintos, gravitando sobre
la paz burguesa. Y en 1886, un año después de la publicación de Olalla, El Horla
de Maupassant traerá un vampirismo hipnótico, una voz interior,
poderosa y esquiva, que llama a sus protagonistas a la predación y la
sangre. Esta subyugación al orbe instintivo, figurado como un vago
susurro de naturaleza onírica, es un lugar común de la literatura
fantástica, muy fácil de encontrar en Hoffmann, en Bécquer o en Le Fanu.
También en esa categoría romántica que señala la inspiración como un
soplo exterior al propio entendimiento. En Stevenson, sin embargo, es un
imperativo moral el que finalmente se impone. En Markheim, un hombre encontrará su salvación reconociéndose como asesino; en Olalla,
una hermosa mujer escogerá la soledad, la resignada pureza del eremita,
para borrar la huella de su propio linaje. La peculiaridad de estos
relatos radica, pues, no en un triunfo del Bien asociado a la felicidad;
sino en el fracaso del Mal, en la disipación de una amenaza, vinculada
al crimen y el infortunio.
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