sábado, 18 de abril de 2015

MUNDO, SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO, NIÑOS ABANDONADOS,./ NOCHE LARGA, SEGUIR BAILANDO,.

TÍTULO: MUNDO, SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO, NIÑOS ABANDONADOS,.

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En estos tiempos en los que sigue arreciando la polémica sobre el derecho a tener un hijo (un derecho que se hace extensivo a cualquier persona y a cualquier precio), nadie habla ya de la adopción. En mi país, por culpa de la crisis, los enrevesados trámites burocráticos y el visto bueno a los bancos de inseminación artificial, las adopciones han caído en picado. Sin embargo, hay en el mundo en torno a 165 millones de niños abandonados, una cifra escandalosa, que casi triplica la población italiana. No parece que todas estas criaturas, que languidecen en los orfanatos del mundo entero soportando una tremenda falta de cariño, sean de la incumbencia de nadie. Todas las miradas están puestas en esas maravillas de la ciencia y la tecnología que nos permiten llevar a cabo lo que antes solo nos reportaba el escalofrío de lo inimaginable.
No hace mucho supimos de aquel chico inglés homosexual que recurrió a la fecundación in vitro, disponiendo luego que el embarazo corriese a cargo de la futura abuela de ese niño, es decir, su propia madre. Por supuesto que tener un bebé en casa, que comparta contigo sus primeras sonrisas y sus primeros pasos, debe de ser algo precioso. Sin embargo, tal vez mucha gente no ha caído en la cuenta de que ese nene no va a ser toda la vida un niño pequeño, y de que llegará un día en que empezará a formularse una serie de preguntas: ¿quién es, en realidad, mi madre?; ¿y mi padre?; ¿dónde está aquella mujer que, quizá en un suburbio cualquiera de Calcuta, me llevó en su vientre durante nueve meses?
Al contrario que los cachorros de otros animales, a los que ofrecemos nuestro amor para que nos correspondan con la perseverancia de su cariño, los cachorros humanos poseen algo más, y ese algo más se llama memoria. Los genes (léase: saber de dónde venimos, para bien o para mal) son la base del equilibrio emocional humano. De hecho, los niños que han sido adoptados se angustian muy a menudo por no conocer el origen de su llegada al mundo. Pero hay una sutil diferencia (que explica por qué, para mí, es mucho más humanitaria y deseable la adopción): los niños que esperan una acogida ya están aquí, ya existen, y nosotros somos quienes podemos darles el calor de una familia y la opción de una vida menos desesperada.
Por el contrario, en el caso de los niños concebidos gracias a los prodigios de la técnica (ya sea recurriendo a un banco de semen o un vientre de alquiler), lo que estamos haciendo es privar a ese niño, desde su mismo nacimiento, de una parte de su memoria. ¿Será suficiente el afecto, que también se transfiere en el proceso, para rellenar ese hueco? ¿O bien llegará un día en que esas criaturas dóciles se rebelarán pidiendo a gritos una explicación de su discapacidad?
Creo que lo que hay detrás de ese encargar un hijo 'a la carta' es el deseo de no arrastrar, en el futuro, los problemas que con mucha frecuencia generan los niños adoptados. Pero ¿estamos seguros de que va a ser así? He conocido familias con hijos propios que, al crecer, han resultado ser un auténtico desastre, una fuente de sufrimiento y quebraderos de cabeza para sus progenitores; igualmente, también he conocido a niños que fueron adoptados y que, con el tiempo, se convirtieron en unos hijos maravillosos.
Es evidente que la paternidad no puede pretender que haya ningún tipo de garantía. Por eso, pienso que la pregunta que debemos hacernos es, sobre todo, una: ¿es el niño una propiedad, sobre la que ejercemos un derecho inalienable, o hablamos más bien de la relación que se establece con un ser frágil, en la que siempre ha de brillar la libertad del amor que le entregamos?

 TÍTULO: NOCHE LARGA, SEGUIR BAILANDO,.
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Cuando no tenía ni veinte años, Germán se dio cuenta de que lo que lo que más amaba en el mundo era la escritura, tomar un portalápices de mina gruesa y emborronar cualquier trozo de papel. Germán trabajaba en la ferretería que ahora era de su padre, que antes fue de su abuelo y que, con toda certeza, iba a ser suya en un futuro no muy lejano. Pero a Germán no le apasionaban los tornillos. Y eso que parece perfectamente normal en cualquier otra persona de cualquier otra familia era una fuente de disputas en la suya.
 Siempre quise volar, pero debí acostumbrarme a vivir entre las nubes. Cuando nací, no se quién tuvo la genial idea de llamarme Viento. Viento, si. Viento como el viento. ¿Y quién le explica a una niña que se llama Viento que no puede volar? Siempre fui un poco rara, cuando era pequeña siempre me andaba quejando de que me dolía el corazón. Pero cómo te va a doler el corazón, hija –me decía mi abuela- eso es imposible. Y qué sabría ella… me pinchaba, me estrujaba, se me abría un hueco de dolor cuando algo me daba pena. Mi abuela siempre decía que yo era muy sentida. La única cosa en el mundo que calmaba mi angustia eran los caramelos. Si, los caramelos. Y mira que me gustaban, eh, pues puedo contar con los dedos de una mano los que me comí en toda mi infancia. Siempre los regalaba. Los llevaba en cualquier bolsillo y los regalaba cuando me dolía el corazón, cuando algo me daba pena. Lo que fuese. Yo regalaba muchos caramelos. Se los regalaba a los árboles que perdían sus hojas, a los niños que se caían en el parque, a las nubes que lloraban y mojaban mis zapatos con sus lágrimas. También se los regalaba a mi abuela, porque mi abuela lloraba muchas veces, aunque ella nunca dejaba que sus lágrimas mojaran mis zapatos.

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