Angie se ha puesto ropa cómoda y zapatillas deportivas para conocer
el nuevo parque forestal de su barrio. Rodeada de cientos de árboles
como en el mismo edén, tiene una regresión. De un rincón de su memoria
emerge una escena infernal.
«¿Ves aquella loma? Pues eso ardía como la fumarola de un volcán, porque allí echaron los restos de un laboratorio químico».
En aquella loma ahora crecen pinos jóvenes y salen conejos de las
madrigueras, pero hace 20 años era el vertedero ilegal más grande de la
ciudad. Angie ha sido partícipe de esta milagrosa transformación. Ella y
muchos vecinos del barrio de Las Cárcavas (en el distrito de
Hortaleza), situado entonces en los confines de Madrid,
batallaron contra la incesante caravana de camiones que, cascote a cascote, formaron montañas de escombros
al lado de sus casas, en unos terrenos rústicos donde soñaban una
segunda casa de campo al noreste de la ciudad. Ahora han tenido el
merecido privilegio de visitar el nuevo parque forestal de Valdebebas
meses antes de su inauguración.
Con Nuria Bautista, una de las diseñadoras del parque (junto al
fallecido Federico Sepúlveda) como anfitriona y cicerone, una quincena
de vecinos deambuló toda la mañana del lunes por sendas de un terreno
conocido, pero que ha quedado irreconocible.
«Se han removido más de seis millones de metros cúbicos de tierra para sellar los vertederos
y asentar la vegetación», explicaba la guía, que dibujó este vergel en
forma de árbol, como se puede comprobar desde las alturas, aunque su
extensión lo hace inabarcable a la vista humana, incluso desde el
torreón de madera ubicado en su zona central donde los trabajadores
siguen lijando travesaños.
Allí, mientras la funcionaria explicaba las variedades de frutales
plantados en terrazas o la elección de especies vegetales ibéricas,
la nostalgia se apoderaba del grupo de vecinos.
Como Antonio, de 61 años, que se veía de adolescente recogiendo
almendras por las antiguas veredas de la zona. Entre tanta reciente
arboleda, identificaba unos robustos pinos como a un viejo amigo.
«¡Son Los Cenagales!», exclamaba con emoción otra de las visitantes
tras toparse con un manantial que hace décadas era lugar de
esparcimiento para el barrio.
«Lo hemos dejado mejor de lo que estaba, porque de ahí se han sacado hasta neumáticos», explicaba Nuria. «Pero yo nunca dejé de beber agua cada vez que lo visitaba», replicaba con orgullo un vecino.
400 hectáreas para su entero disfrute
Bajo la mirada de jardineros poco acostumbrados a los intrusos y con
más de 400 hectáreas para su entero disfrute (el parque forestal de
Valdebebas abrirá sus puertas en abril de 2015), el veterano Donino, de
73 años, recordaba a su compañero de batallas Ricardo, que falleció este
año sin poder ver el fruto de aquellas protestas contra los vertidos
ilegales.
«Ha costado mucho conseguirlo, pero merece la pena».
La financiación del parque ha corrido a cuenta de la Junta de Compensación de Valdebebas,
el barrio que emerge al este de este inmenso pulmón verde, más grande
que El Retiro, regado con agua de lluvia y donde sólo falta el
mobiliario y la señalización. «Porque en esta fase pensábamos introducir
a la fauna, pero ha venido sola», apuntaba la funcionaria, con las
perdices correteando tras los jardines de madroños.
Sorteando un búnker de la Guerra Civil que ha sobrevivido a las
excavadoras y siguiendo el trazado del antiguo camino de Burgos, la
visita finaliza con el grupo más que satisfecho tras comprobar que las
reivindicaciones no fueron en balde. «
Aunque no nos gusta nada esa idea que tiene Botella de llamar a esto parque Felipe VI, ¡qué tendrá que ver el rey con esto, si lo hemos conseguido los vecinos!», sentenciaba una voz al final del paseo.
TITULO: Un país mágico -Educar con pictogramas ,.
El sabado -9- Marzo a las 18:30 por La 2, foto.
Educar con pictogramas,.
En
el aula hay cinco niños de siete y ocho años: Javi, Diego, Silvia, Hugo
y Sebas, que llegan de una actividad extraescolar. Cada uno lleva un
'comunicador' encima: puede ser un iPod en una riñonera o, como en este
caso, un cuaderno de imágenes dentro de un bolso que cuelga de uno de
sus hombros. Cuando tienen dificultades para expresarse, los alumnos del
centro de educación especial de la Fundación Autismo Calidad de Vida
(Aucavi), en Getafe, recurren a esas imágenes. Entran y saludan. Uno de
ellos hace cariños a otro con una pluma; otro se coloca unos grandes
cascos que le ayudan a sobrellevar su hipersensibilidad a los ruidos.
La
maestra llega tras ellos, se dirige a un tablón donde cada uno tiene su
espacio, marcado con su nombre en el caso de los primeros cuatro niños.
En el caso de Sebas se opta por su fotografía. Todavía no ha llegado a
comprender la abstracción de las letras y su significado. El primer paso
de comunicación se da con imágenes reales, tanto de personas, como del
alumno mismo o de lugares y actividades. El segundo nivel utiliza
pictogramas, que ayudan a organizar el día y la vida. Sebas ordena la
suya para esa jornada. Es un niño adelantado. Ya secuencia todas las
actividades que realizará este viernes. Toca cocina, sentarse a comer,
recreo, lavado de dientes, vuelta a casa. Por último, la lecto-escritura
que, sin importar la edad, en algunos casos podría no llegar a
aprenderse. Foto, imagen, texto, instrucciones visuales... Historias
mínimas que los niños con autismo trasladan a un soporte propio que
pueden compartir en casa.
Los
más avanzados del centro son un grupo de chicos -las niñas son minoría,
un 20%- obligados a llevar reloj, móvil, cartera y tableta. El reloj es
la percepción visual del paso del tiempo. Eso lo aprenden allí. Este
grupo de adolescentes son más que una clase. Son amigos. Han establecido
un vínculo real que va más allá del colegio y tienen un grupo de
WhatsApp. Se envían, sobre todo, fotos de sus actividades. La profesora
participa también. Les ha enviado una imagen con su corte de pelo. Un
cambio importante en mundos que buscan la mayor estabilidad bajo una
lógica máxima: esquiva los constructos sociales, con la que funcionan
sus entendimientos, y que dificulta la integración.
Niños como
ellos vivieron escondidos en España, dentro de sus casas y sin
escolarizar, hasta 1982, cuando se aprobó la Ley de Integración Social
del Minusválido (Lismi) y se crearon los centros de educación especial.
«Lo especial está en la respuesta flexible para adaptarse a las
necesidades de los alumnos, que cambian tal como crecen o como sea el
día», explica Luis Pérez de la Maza, director técnico de la Fundación
Aucavi, mientras al fondo el silencio de la mañana es interrumpido por
algún grito agudo esporádico o por el retumbar de golpes a una mesa.
Tras una pausa, Pérez de la Maza dice: «Gus está hoy como lo escuchas, y
ayer estaba feliz. Con grupos reducidos de entre tres y cinco alumnos
damos el apoyo suficiente para que tengan tranquilidad y se
desarrollen».
Modelos de inclusión
El autismo es un
«trastorno genético que genera dificultades de aprendizaje y
autocontrol», que se diagnostica por «conducta observada» de rasgos
concurrentes e intensos que interfieren con la vida, explica Pérez de la
Maza. Hay personas con Trastorno de Espectro Autista (TEA) que pueden
leer pero no hablar; que tienen una gran memoria pero no pueden hacer
cálculos; que se gradúan en la universidad pero son fácilmente
manipulables. «Nuestro objetivo es maximizar su independencia con
autoestima», explica.
Cada año unas 150 familias acuden a este
colegio, que tiene 51 estudiantes y 21 profesores este curso, para pedir
plaza. Sólo cuatro la consiguen. La demanda es mayor que la oferta. Las
familias de niños con discapacidad intelectual tienen también otras
opciones, como las aulas TEA en colegios públicos y concertados
ordinarios, para una educación especial o combinada.
«La gente que
trabaja en centros especiales tiene bastante experiencia», sostiene
Andreu Llorenc, director del grado de Logopedia y del máster
Dificultades de Aprendizaje y Trastornos del Lenguaje de la Universidad
Abierta de Cataluña (UOC), y que también fue profesor de un centro de
educación especial. «En cambio, en una escuela ordinaria la formación no
es tan específica. ¿Cómo podemos generar modelos de inclusión? No es
sólo hacer una ley. Hacen falta herramientas de formación, y no solo
voluntad. Los padres quieren que sus hijos aprendan, cuanto más mejor,
pero también que sean felices. Si un centro ordinario pudiera dar lo que
cada uno necesita, sería más igualitario, equitativo y beneficioso.
Pero hay que invertir mucho dinero para que haya plenitud de garantías, y
no lo veo viable».
En el pasillo, otro niño entra y sale del aula
de los más pequeños. Ha empezado a estudiar este mismo año, cuando
cumple los cuatro. Lleva una estrella de juguete cerca de la oreja, que
emite música clásica. Se acaba la pieza y se acerca a un adulto, al que
vio de lejos, más allá de sus profesores. Parece ofrecerle la estrella. O
eso cree ese adulto. Pero en realidad quiere que le dé cuerda. Pide
ayuda, y el adulto, que no tiene la formación adecuada para atender a
personas con TEA, no se da cuenta. El problema es suyo, en realidad, y
no del niño, que se aleja con su estrella musical, reactivada por su
maestra. Suena otra vez, y le tranquiliza. Al niño se le ve contento y
al adulto desconcertado.
TITULO: Diario de un nómada -La pesca con dinamita y las drogas amenazan a los gitanos del mar en Birmania,.
El domingo -10- Marzo a las 19:00 por La 2 , foto.
En
las aguas turquesa del sur de Birmania, los "gitanos del mar" siguen
pescando con arpones e inmersión en apnea, como hacían sus ancestros,
aunque ahora no hay más que un cementerio de corales con cada vez menos
peces. La tribu marítima nómada de los moken practica esta espectacular
técnica de pesca desde hace cientos de años alrededor de las 800 islas
del archipiélago de Mergui, en la frontera entre Birmania y Tailandia.
El
mar siempre fue su medio y su forma de subsistencia: los peces y los
crustáceos para alimentarse, y las perlas para revenderlas a cambio de
combustible y de arroz. "Cuando éramos jóvenes, un padre podía mantener
fácilmente a su familia", recuerda Kar Shar, uno de los líderes moken de
la localidad de Makyone Galet, en una de las islas del archipiélago.
Pero
poco a poco su modo de vida se fue derrumbando, con la aparición de la
pesca intensiva, a partir del uso de dinamita o de barcos de arrastre,
que causan estragos. Pobres, apátridas y con un acceso restringido al
mercado laboral, los jóvenes moken empezaron a sumergirse para las
empresas de pesca en los años 1990. Y siguieron haciéndolo tras volverse
sedentarios, obligados por la antigua junta de esas islas.
Su
capacidad para sumergirse en apnea a decenas de metros de profundidad es
usada en la actualidad para la pesca con explosivos o para desenterrar
los pepinos de mar, exportados a la vecina China.
"La pesca con
dinamita es algo corriente", explica Jacques Ivanoff, etnólogo del Museo
del Hombre de París, que pasó varios años estudiando los moken.
"Algunos de ellos, abandonados y sin un verdadero salario, no tienen
realmente elección en la actualidad para ganarse la vida", añade. Es un
trabajo arriesgado e ilegal. Los pescadores se sitúan frente a las islas
alejadas y desérticas, donde es menos probable que sean vistos. Ahí,
los buceadores buscan los mejores lugares para hacer explotar la
dinamita.
Hay quienes usan tubos de plástico conectados a
compresores de aire, pero muchos se sumergen sin equipo. Y una gran
cantidad están ahora lisiados o no pueden caminar, como consecuencia de
los descensos o subidas a la superficie sin respetar las pausas de
descompresión. Otros, incluso, no regresaron nunca a la superficie.
Pero
sigue habiendo muchos que aceptan la inmersión, pues un buceador puede
ganar de media más de 100 dólares en una noche, mientras que el salario
diario en las islas es de unos 3 dólares.
Para soportar el estrés,
cada vez más buceadores caen en las drogas. Win Myat era apenas un
adolescente cuando su tío murió de sobredosis. Era adicto a las
pastillas de metanfetamina, conocidas como "yaba", que le ayudaban a
aguantar las largas noches.
"Gastaba todo su dinero en droga",
explicó el joven, de 20 años. "Al final estaba muy débil y se ponía muy
nervioso cuando no podía conseguir sus pastillas. Creó muchos problemas
en la familia", narró Win Myat, quien pidió que no se usara su nombre
real. La adicción al yaba, el opio o la heroína, drogas producidas en
grandes cantidades en el sur del país, son frecuentes en esta zona.
Según
expertos, la población moken se redujo a 2.000 o 3.000 personas, frente
a los 5.000 de hace algunos años, debido a las numerosas muertes por
sobredosis y los accidentes causados por la dinamita. También porque las
parejas "mixtas", en las que uno de los cónyuges no es moken, que cada
son vez más frecuentes, no se contabilizan.
La reducción drástica
de las reservas de peces también fue desastrosa para este pueblo. Según
un estudio noruego realizado en el archipiélago de Mergui, entre 1980 y
2013, un 90% de la biomasa de los peces de océano desapareció debido a
la pesca intensiva.
Ademas de los grandes barcos de pesca, en
estas aguas hay unos 8.000 de menor tamaño, según Robert Howard, quien
trabaja para la ONG Flora & Fauna International. "Si esto continúa,
la actividad pesquera podría desplomarse", advierte.
Un verdadero
peligro para los moken, entre los que cada vez hay más que abandonan su
modo de vida ancestral. Nadie ha construido un kabang, su barco
tradicional, desde hace 10 años. "Cuando vivíamos en los barcos,
podíamos movernos cuando el lugar ya no era fértil. Pero ahora ya no
podemos hacerlo", lamenta Kar Shar.