Mi casa es la tuya',.
Este viernes -20- Septiembre a las 22.00, Telecinco emite una nueva entrega de 'Mi casa es la tuya', con Bertín Osborne charlando con Miguel del Arco,.
Miguel del Arco,.
El club de Ricardo,.
foto , Miguel del Arco dirige a Israel Elejalde en 'Ricardo III', de Shakespeare, a partir del 10 de octubre en el Pavón,.
"Ahora que nadie nos oye”, ríe Miguel del Arco, “yo creo que Ricardo III
tiene pasajes que rozan el desastre, pero su protagonista es
auténticamente deslumbrante, tanto que justificas el ardor con que Antonio Rojano
y yo nos hemos lanzado sobre la versión, tan libre que así lo hemos
hecho constar. Sin embargo, para entrar juntos en Shakespeare, Nuria Espert me propuso en su día La violación de Lucrecia,
como si me desafiara diciéndome: ‘Querido, ¿por qué montarlo más fácil
si podemos hacerlo más difícil?’. Mucha gente me pregunta si lo que me
atrae en Ricardo III es la comedia negra —sigue— y en gran
medida es verdad, pero también enlaza con la incapacidad actual de
ponernos de acuerdo en lo que tenemos a nuestro favor”. Es significativo
que la función empiece en paz, “bajo este sol de York”.
El
taimado rey Ricardo es un personaje “tan potente que opaca todo lo que
hay a su alrededor”, considera Del Arco: “Cuesta encontrarle un familiar
decente, aunque sea metafóricamente: todos se le arriman a cambio del
sillón”. Israel Elejalde,
que encarnará al protagonista a partir del 10 de octubre en el Pavón,
le define certeramente como “un prodigio echado a perder”. Lo
interesante, para Elejalde y Del Arco, es “establecer cuánto de Ricardo y
de los demás hay en nosotros: eso mismo es lo que nos planteamos, por
ejemplo, en el montaje de Jauría”. Desde los primeros ensayos, Del Arco
me decía: “Ricardo III te gana porque es un hijo de puta
rebosante de humor negrísimo. Los villanos nos atraen como los
accidentes: siempre queremos mirar. Ricardo no tiene ni idea de qué
hacer con el poder: quiere el poder a secas. Y con las ideas geniales de
Shakespeare: hacer reír al público con sus propias ideas terribles y
que además nos las comenten”. La compañía cuenta con siete intérpretes: a
excepción de Israel Elejalde, el resto se multiplica: Álvaro Báguena,
Óscar de la Fuente, Alejandro Jato, Verónica Ronda, José Luis Torrijo y
Manuela Velasco.
Cuando Del Arco acabe con el montaje shakespeariano, le sigue (el 10 de diciembre) La señora y la criada, un Calderón muy poco conocido (“y burbujeante: me sacó tres carcajadas en la primera lectura”) que dirige para la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, por encargo de Helena Pimenta en su última temporada. “Sucede en Italia”, señala su director, “y voy a localizarla en los años cincuenta, con música de la época, pero sobre todo me hizo pensar en Goldoni: trabajamos con banda sonora de la canción ligera a lo Festival de San Remo, en versión de Julio Escalada”. Habla también de una serie de la que ya ha entregado el piloto, coescrito con Carlos Martín: su protagonista es un transexual fascinante del siglo XVI. Y Del Arco acaba con esta frase un tanto enigmática: “Hay mañanas en las que me levanto y me siento capaz de llegar a todo en el teatro, y por la tarde pienso que debería poner una charcutería”.
TITULO:
Pekín Express - El brillo de la muerte ,.
Cuando Del Arco acabe con el montaje shakespeariano, le sigue (el 10 de diciembre) La señora y la criada, un Calderón muy poco conocido (“y burbujeante: me sacó tres carcajadas en la primera lectura”) que dirige para la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, por encargo de Helena Pimenta en su última temporada. “Sucede en Italia”, señala su director, “y voy a localizarla en los años cincuenta, con música de la época, pero sobre todo me hizo pensar en Goldoni: trabajamos con banda sonora de la canción ligera a lo Festival de San Remo, en versión de Julio Escalada”. Habla también de una serie de la que ya ha entregado el piloto, coescrito con Carlos Martín: su protagonista es un transexual fascinante del siglo XVI. Y Del Arco acaba con esta frase un tanto enigmática: “Hay mañanas en las que me levanto y me siento capaz de llegar a todo en el teatro, y por la tarde pienso que debería poner una charcutería”.
TITULO:
Pekín Express - El brillo de la muerte ,.
Pekín Express ,.
Cristina Pedroche conduce 'Pekín Express: La ruta de los elefantes', una aventura en mitad del Índico, en la que 10 parejas con perfiles muy diferentes, etc.
Cristina Pedroche conduce 'Pekín Express: La ruta de los elefantes', una aventura en mitad del Índico, en la que 10 parejas con perfiles muy diferentes, etc.
El brillo de la muerte,.
No te importaba de dónde venían los materiales a tu taller. Creíste
que aquel dedal luminoso era un tesoro y acabaste devorado por el
alcohol y la pena.
QUERIDO DEVAIR:
foto / Ahora todos hablan de Chernóbil, pero pocos recuerdan la extraña luz azul que emanaba de las piezas de tu taller de chatarrería esa tarde de septiembre de 1987. Les habías comprado los pedazos de metal a los dos recolectores de chatarra que se metieron a las ruinas de la clínica abandonada buscando cómo ganarse unos pesos, igual que tanta otra gente pobre de tu barrio de Goiânia. No te importaba de dónde provenían los materiales que traían a tu taller. Los hombres aceptaron sin regatear el precio que les ofreciste, y cuando se perdieron en la esquina empujando la carretilla estuviste seguro de haber hecho un buen negocio.
La luminiscencia te sorprendió esa noche, contenida en un enigmático cilindro del tamaño de un dedal: un tesoro en medio de la chatarra. Te pareció tan hermosa esa luz que te propusiste llegar hasta su fuente, y tú y los dos empleados de tu taller trabajasteis sin descanso hasta romper la cobertura del cilindro. Ignorabas para qué servía ese polvo que encontraste dentro de la pieza y que resplandeció la noche entera, pero habías descubierto la belleza y querías compartirla: esos días desfilaron por tu casa amigos, parientes y vecinos, y entre todos repartisteis el milagro de las sales fluorescentes. Algunos se untaban el cuerpo y la cara con la sustancia mágica, otros se llevaban los granos luminosos a sus casas. Tu sobrina Leide das Neves, de seis años, estaba tan feliz que se sentó sobre el suelo cubierto de partículas brillantes, como si estuviera rodeada de estrellas, y uno de los granitos fue a dar al sándwich de huevo que estaba comiendo. ¡Era como tragar polvo de estrellas!
A tu esposa, Maria Gabriela Ferreira, le prometiste una sortija hecha de esa sustancia: no erais ricos, pero al menos le darías el anillo más brillante, el más bonito, el más insólito. Fue ella, Devair, la que hizo la conexión cuando, uno a uno, todos los que se acercaron a la luz azul empezaron a enfermar con vómitos y diarreas. Unos decían que fue la comida, otro las fiebres tropicales. Pero Maria Gabriela tenía una sospecha y por eso colocó el cilindro en una bolsa plástica y tomó el bus hasta el hospital. Al día siguiente un físico contactado por el hospital descubrió la verdad: los granos fluorescentes eran cesio, un elemento radiactivo proveniente de un equipo de radiología desarmado por los recolectores de chatarra en la clínica abandonada. Maria Gabriela murió a las dos semanas por los efectos de la radiación, lo mismo que la pequeña Leide y tus dos empleados, Devair, uno de ellos todavía un adolescente. Tú recibiste la dosis mayor de radiación, pero sobreviviste para ver cómo tu esposa y tu sobrina eran conducidas al cementerio en ataúdes de plomo ante una multitud furiosa y asustada que les arrojaba piedras e intentaba impedir el entierro, temerosa de la contaminación.
¿Qué sentiste al ver a amigos y parientes con los cuerpos hinchados y quemados, al enterarte de los 6.500 afectados por la radiación? ¿Te consideraste responsable del estigma que recayó durante años sobre los habitantes de Goiânia, a quienes nadie se animaba a contratar? ¿Viste cómo demolían tu casa y tu vecindario para limpiar todo rastro del veneno? ¿Qué pensaste de la Comisión Nacional de Energía Nuclear, que sabía del equipo abandonado y no hizo nada? Años más tarde, devorado por el alcoholismo, la culpa y la tristeza, dirías que te enamoraste del brillo de la muerte.
foto / Ahora todos hablan de Chernóbil, pero pocos recuerdan la extraña luz azul que emanaba de las piezas de tu taller de chatarrería esa tarde de septiembre de 1987. Les habías comprado los pedazos de metal a los dos recolectores de chatarra que se metieron a las ruinas de la clínica abandonada buscando cómo ganarse unos pesos, igual que tanta otra gente pobre de tu barrio de Goiânia. No te importaba de dónde provenían los materiales que traían a tu taller. Los hombres aceptaron sin regatear el precio que les ofreciste, y cuando se perdieron en la esquina empujando la carretilla estuviste seguro de haber hecho un buen negocio.
La luminiscencia te sorprendió esa noche, contenida en un enigmático cilindro del tamaño de un dedal: un tesoro en medio de la chatarra. Te pareció tan hermosa esa luz que te propusiste llegar hasta su fuente, y tú y los dos empleados de tu taller trabajasteis sin descanso hasta romper la cobertura del cilindro. Ignorabas para qué servía ese polvo que encontraste dentro de la pieza y que resplandeció la noche entera, pero habías descubierto la belleza y querías compartirla: esos días desfilaron por tu casa amigos, parientes y vecinos, y entre todos repartisteis el milagro de las sales fluorescentes. Algunos se untaban el cuerpo y la cara con la sustancia mágica, otros se llevaban los granos luminosos a sus casas. Tu sobrina Leide das Neves, de seis años, estaba tan feliz que se sentó sobre el suelo cubierto de partículas brillantes, como si estuviera rodeada de estrellas, y uno de los granitos fue a dar al sándwich de huevo que estaba comiendo. ¡Era como tragar polvo de estrellas!
A tu esposa, Maria Gabriela Ferreira, le prometiste una sortija hecha de esa sustancia: no erais ricos, pero al menos le darías el anillo más brillante, el más bonito, el más insólito. Fue ella, Devair, la que hizo la conexión cuando, uno a uno, todos los que se acercaron a la luz azul empezaron a enfermar con vómitos y diarreas. Unos decían que fue la comida, otro las fiebres tropicales. Pero Maria Gabriela tenía una sospecha y por eso colocó el cilindro en una bolsa plástica y tomó el bus hasta el hospital. Al día siguiente un físico contactado por el hospital descubrió la verdad: los granos fluorescentes eran cesio, un elemento radiactivo proveniente de un equipo de radiología desarmado por los recolectores de chatarra en la clínica abandonada. Maria Gabriela murió a las dos semanas por los efectos de la radiación, lo mismo que la pequeña Leide y tus dos empleados, Devair, uno de ellos todavía un adolescente. Tú recibiste la dosis mayor de radiación, pero sobreviviste para ver cómo tu esposa y tu sobrina eran conducidas al cementerio en ataúdes de plomo ante una multitud furiosa y asustada que les arrojaba piedras e intentaba impedir el entierro, temerosa de la contaminación.
¿Qué sentiste al ver a amigos y parientes con los cuerpos hinchados y quemados, al enterarte de los 6.500 afectados por la radiación? ¿Te consideraste responsable del estigma que recayó durante años sobre los habitantes de Goiânia, a quienes nadie se animaba a contratar? ¿Viste cómo demolían tu casa y tu vecindario para limpiar todo rastro del veneno? ¿Qué pensaste de la Comisión Nacional de Energía Nuclear, que sabía del equipo abandonado y no hizo nada? Años más tarde, devorado por el alcoholismo, la culpa y la tristeza, dirías que te enamoraste del brillo de la muerte.
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