Juan Manuel de Prada. Esclavitud. llave ... El replicante de Blade Runner decía que la esclavitud consiste en vivir con miedo; y mucha gente ...
Esclavitud
Hace unos días, el diario ABC publicaba la carta de
un lector llamado Juan Antonio Rodríguez García, que celebraba un
artículo mío en el que discurría sobre las tribulaciones de los
empleados de la limpieza de Madrid, por entonces en huelga. Fue
una carta que agradecí inmensamente, pues en estos últimos años he
dedicado toneladas de artículos a reflexionar sobre la naturaleza del
trabajo -tan pervertida en nuestra época- y sobre los derechos de los
trabajadores; y siempre había percibido hasta entonces con tristeza y
desencanto que tales artículos caían en saco roto, pues a la mayor parte
de la gente le basta con formarse unos prejuicios sobre uno y
aplicarlos luego a machamartillo en sus juicios o exabruptos. En los
prejuicios o exabruptos que circulan sobre mí debe de contarse que estas
cuestiones sociales me son indiferentes; o incluso que miro con
desprecio la tribulación del trabajador; o que defiendo las medidas
'flexibilizadoras' que al gobierno (a los sucesivos gobiernos) le dicta
la plutocracia internacional. Desde que supe que algún tarado
había propalado con éxito el infundio de que a mi apellido había yo
añadido la preposición 'de', para que así sonase de más encumbrada
prosapia, nada ya me espanta; o me espanta, pero me resigno a vivir en
este cotidiano espanto donde triunfan los prejuicios de los malvados y
de los necios.
Hemos, en efecto, reflexionado mucho sobre la naturaleza del trabajo, causa eficiente primaria de una economía sana y mero instrumento al servicio de la producción allá donde la economía está degenerada, como ocurre en nuestra época. En alguna ocasión hemos señalado que el principal error del economicismo clásico consiste en afirmar que el egoísmo es el motor de las relaciones económicas; y que la mera agregación de egoísmos personales garantiza, cual mano invisible, el funcionamiento del mercado. En esta doctrina subyacen dos errores concurrentes: uno de raíz teológica, que concibe la naturaleza caída del hombre como naturaleza incapacitada para obrar generosamente, ejerciendo su libre albedrío; el otro puramente empírico (o tal vez un alarde de cinismo), pues lo que demuestra la experiencia es que la mayoría de las personas que concurren en el mercado (o, al menos, la mayoría de los trabajadores encargados de abastecerlo) no lo hacen movidas por el egoísmo, sino más bien por el miedo. Y ese miedo que se ha convertido en la sombra del trabajador lo impulsa a aceptar trabajos cada vez más miserables, condiciones de contratación cada vez más leoninas y tratos cada vez más envilecedores, porque sabe que la cola del paro es muy larga. El replicante de Blade Runner decía que la esclavitud consiste en vivir con miedo; y mucha gente compara, en efecto, sus condiciones laborales con las de los esclavos.
Creo, sin embargo, que el símil no es del todo afortunado, puesto que compara cosas de naturaleza diversa. Para que la comparación en términos estrictamente laborales sea honesta, deberíamos sacar de la ecuación el prestigioso elemento de la libertad, que siquiera en su acepción originaria, no corrompida por las ideologías que la exaltaron hasta la demencia es «uno de los más preciados dones que a los hombres dieran los cielos»; libertad de la que carece el esclavo, aunque en su fuero interno pueda gozar de una mayor libertad que el heraldo más desgañitado de la misma. Si comparamos la situación del esclavo en la Roma clásica y la de un trabajador en la España hodierna, ateniéndonos estrictamente a las condiciones en las que ambos desempeñan su trabajo, descubriremos que el esclavo gozaba de una estabilidad hoy impensable para cualquier trabajador (y quimérica para los más jóvenes); también que el esclavo tenía asegurados -porque la ley así obligaba a su amo- alojamiento, manutención y vestido, un lujo inalcanzable para muchos trabajadores de nuestra muy progresada civilización occidental (cada vez más progresada, al parecer, a medida que tritura más almas), a quienes ya no se asegura ni siquiera el mantenimiento del poder adquisitivo de sus salarios, cada vez más menguados. Podrá decirse, por supuesto, que aquellos esclavos de antaño eran sometidos por sus amos a una vida oprobiosa; pero sospecho que las diversiones -¡a granel, para que se embrutezca más rápidamente!- que hoy puede permitirse un trabajador no merecen otro epíteto. También que los amos de antaño vivían a todo trapo, ignorantes de la laceria de sus esclavos, a los que torturaban a mansalva; pero decir eso en un país en el que, a la vez que se adelgazan los sueldos, las grandes empresas defraudan 250.000 millones de euros anuales es, en verdad, un chiste indecoroso.
Hemos, en efecto, reflexionado mucho sobre la naturaleza del trabajo, causa eficiente primaria de una economía sana y mero instrumento al servicio de la producción allá donde la economía está degenerada, como ocurre en nuestra época. En alguna ocasión hemos señalado que el principal error del economicismo clásico consiste en afirmar que el egoísmo es el motor de las relaciones económicas; y que la mera agregación de egoísmos personales garantiza, cual mano invisible, el funcionamiento del mercado. En esta doctrina subyacen dos errores concurrentes: uno de raíz teológica, que concibe la naturaleza caída del hombre como naturaleza incapacitada para obrar generosamente, ejerciendo su libre albedrío; el otro puramente empírico (o tal vez un alarde de cinismo), pues lo que demuestra la experiencia es que la mayoría de las personas que concurren en el mercado (o, al menos, la mayoría de los trabajadores encargados de abastecerlo) no lo hacen movidas por el egoísmo, sino más bien por el miedo. Y ese miedo que se ha convertido en la sombra del trabajador lo impulsa a aceptar trabajos cada vez más miserables, condiciones de contratación cada vez más leoninas y tratos cada vez más envilecedores, porque sabe que la cola del paro es muy larga. El replicante de Blade Runner decía que la esclavitud consiste en vivir con miedo; y mucha gente compara, en efecto, sus condiciones laborales con las de los esclavos.
Creo, sin embargo, que el símil no es del todo afortunado, puesto que compara cosas de naturaleza diversa. Para que la comparación en términos estrictamente laborales sea honesta, deberíamos sacar de la ecuación el prestigioso elemento de la libertad, que siquiera en su acepción originaria, no corrompida por las ideologías que la exaltaron hasta la demencia es «uno de los más preciados dones que a los hombres dieran los cielos»; libertad de la que carece el esclavo, aunque en su fuero interno pueda gozar de una mayor libertad que el heraldo más desgañitado de la misma. Si comparamos la situación del esclavo en la Roma clásica y la de un trabajador en la España hodierna, ateniéndonos estrictamente a las condiciones en las que ambos desempeñan su trabajo, descubriremos que el esclavo gozaba de una estabilidad hoy impensable para cualquier trabajador (y quimérica para los más jóvenes); también que el esclavo tenía asegurados -porque la ley así obligaba a su amo- alojamiento, manutención y vestido, un lujo inalcanzable para muchos trabajadores de nuestra muy progresada civilización occidental (cada vez más progresada, al parecer, a medida que tritura más almas), a quienes ya no se asegura ni siquiera el mantenimiento del poder adquisitivo de sus salarios, cada vez más menguados. Podrá decirse, por supuesto, que aquellos esclavos de antaño eran sometidos por sus amos a una vida oprobiosa; pero sospecho que las diversiones -¡a granel, para que se embrutezca más rápidamente!- que hoy puede permitirse un trabajador no merecen otro epíteto. También que los amos de antaño vivían a todo trapo, ignorantes de la laceria de sus esclavos, a los que torturaban a mansalva; pero decir eso en un país en el que, a la vez que se adelgazan los sueldos, las grandes empresas defraudan 250.000 millones de euros anuales es, en verdad, un chiste indecoroso.
TÍTULO; LA CARTA DE LA SEMANA,.EL GUERRERO URBANO,.
Esta noche ceno con tres amigos, para agradecerles un par de cosas: Jeosm, Rise y Lose. Hay deudas que uno no logra pagar en su vida, ...
El guerrero urbano
Esta noche ceno con tres amigos, para agradecerles un par de
cosas: Jeosm, Rise y Lose. Hay deudas que uno no logra pagar en su
vida, aunque lo intente, y la que tengo con ellos no podré liquidarla
nunca. Pero hago lo que puedo: las reglas son las reglas. Una de esas
maneras es juntarnos de vez en cuando, tomarnos unos vinos -menos Lose,
que no prueba el alcohol- y luego irnos a cenar y reír un rato. Yo suelo
estar callado, porque los que tienen cosas interesantes que contar son
ellos. Así que me limito a ponerlo fácil, hacer preguntas y escuchar.
Lose acaba de hacerse su chapa -su metro- número 511, y esta noche es la
estrella. Él se lleva el homenaje. Pero es que, además, Lose es un
interesante personaje. Con decir que sus colegas lo definen de guasa
como «un enfermo», está dicho todo. O casi. Tiene treinta años y es
menudo, bajito, pero su aparente fragilidad engaña un huevo. Cuando se
arranca y te cuenta, crece cuatro palmos. Lose es un guerrero urbano
duro, de acero inoxidable. Siempre bromeamos sobre los macarras de
pastel y chulitos de discoteca; que no tienen media hostia, pero con los
que las nenas se licuefactan, o se licuan, o como se diga. Qué sabrán
ellas, le comento. Para leer biografías en la cara hay que tener unos
años y ser lista, y ni todas tienen los años suficientes ni todas lo
son. Tendrían que verte avanzar en la noche, saltar tapias, meterte a
oscuras por respiraderos, reptar bajo sensores electrónicos, colarte por
la cara en trenes camino de Ámsterdam, o de Berlín, con cuatro euros en
el bolsillo -llevas en el paro desde que el cabo Finisterre era soldado
raso-, dispuesto a hacerte aquel metro o aquel tren de cercanías que
viste en Internet o del que te hablan los amigos. Dormir en cajeros
automáticos o bajo cartones, pasando frío, hambre y miseria, bajo la
lluvia, al acecho como un cazador paciente. Robar unos alicates en una
ferretería de Budapest, tú que no hablas ni inglés, para cortar la
alambrada que te separa de las vías del tren con el que sueñas. Para
vivir cinco minutos de gloria. Para volar treinta segundos sobre Tokio.
Hablamos largo y estrecho mientras despachamos anchoas y fideos al horno. Él y los colegas se abren a mí con lealtad, y me enorgullece que lo hagan. Saben, porque lo hemos hablado, que no apruebo el asunto. El vandalismo que ensucia, afea y destruye. Pero también saben que respeto la parte respetable: los códigos, el compañerismo, la retorcida épica de sus incursiones nocturnas -misiones, las llaman-. De su deporte de riesgo, como dice uno de ellos. No apruebo, pero intento comprender. Y Lose es uno de los elementos claves para eso. Para penetrar lo que tienen en la cabeza. Un sujeto valioso. Con sus puntas de entrañable sociópata, desde que a los diez o doce años se puso delante de una pared virgen y mártir: «¿Artista? Yo no he sido artista en mi puta vida». Lo he visto planificar con los amigos, ejecutar, contarlo. Y, pese a la mili que llevo a cuestas, me quedo fascinado. Mirándolo. Escuchándolo. Así, comprendo el respeto con el que lo tratan sus colegas. Mi propio contradictorio y desconcertado asombro. Entiendo por qué Lose, con su metro sesenta y su engañosa sonrisa tímida, es el rey de Madrid y de allí donde se mete. Un héroe oscuro de nuestro desquiciado tiempo.
Se ríe mientras nos cuenta. Así es él. Con esa mezcla de candidez y audacia que lo hace tan singular. Hace una semana justa, a estas mismas horas, estaba corriendo con los vigilantes detrás, a ciegas en la noche, arriesgándose a romperse el alma. Iba con unos colegas, pero cuando les dieron el marrón todos los jurados se fueron derechos a él. «Como soy el más bajito, siempre se tiran a por mí. Al más fácil», comenta resignado. Estoico. Alguna vez, aunque es incapaz de hacerle daño a una mosca, Lose se lleva un nunchako de artes marciales, y cuando se le echan encima los jurados, lo saca y hace molinetes poniendo cara de loco, zas, zas, zas, para que se queden lejos y le dé tiempo de salir corriendo. Pero no siempre funciona. Anoche lo ligaron y pretendían que se comiera lo suyo y lo que no era suyo. Pero él, naturalmente, sólo pasaba por allí, y el pasamontañas lo llevaba por el frío. Y en mitad de la conversación, en plena calle, con tres policías dándole una bofetada de vez en cuando, nos tomas el pelo o qué, a su madre -que le cocina macarrones, su plato favorito- se le ocurre llamarlo por teléfono. «Oye, hijo, que ese Pérez-Reverte acaba de hablar de ti en la radio». Y Lose, con los tres maderos alrededor, los mira y responde: «Ahora no puedo atenderte, mama, que estoy ocupao».
TÍTULO; LIGA FÚTBOL, VALENCIA--REAL MADRID--21:00, CANAL 1 +.
Benzema nunca
Mestalla es coto privado de caza de Benzema. El francés ha mojado en
sus tres últimas visitas al estadio del Valencia y guarda buen recuerdo
de él, ya que nunca ha perdido con la camiseta del Real Madrid allí.
Mestalla despedirá el año con un partido de traca (21.00 horas / Canal + 1, Radio MARCA y con comentarios en MARCA.com).
El Valencia, con Nico Estévez en el banquillo, recibe al Real Madrid,
que últimamente pisa ese estadio y se siente como en casa.
TÍTULO: LIGA FÚTBOL, GETAFE-2-BARCELONA-5-17:00 CANAL + LIGA,.
El Barcelona espera cerrar 2013 con un triunfo que le reafirme en el liderato y, sobre todo, que le permita alejar cualquier conato de zozobra durante las dos semanas de parón. Jugará sin Messi, Neymar, Valdés, Puyol y Xavi.
Resultado final----GETAFE-2-BARCELONA-5-
Alexis, Cesc y Pedro deberán tirar del carro
Mientras media plantilla está de vacaciones de Navidad, el Barcelona
luchará por terminar el año como líder de la Liga BBVA en el Coliseum
ante el Getafe (17:00 horas MARCA.com, Radio MARCA, Canal+ Liga y GOLT).
Hablamos largo y estrecho mientras despachamos anchoas y fideos al horno. Él y los colegas se abren a mí con lealtad, y me enorgullece que lo hagan. Saben, porque lo hemos hablado, que no apruebo el asunto. El vandalismo que ensucia, afea y destruye. Pero también saben que respeto la parte respetable: los códigos, el compañerismo, la retorcida épica de sus incursiones nocturnas -misiones, las llaman-. De su deporte de riesgo, como dice uno de ellos. No apruebo, pero intento comprender. Y Lose es uno de los elementos claves para eso. Para penetrar lo que tienen en la cabeza. Un sujeto valioso. Con sus puntas de entrañable sociópata, desde que a los diez o doce años se puso delante de una pared virgen y mártir: «¿Artista? Yo no he sido artista en mi puta vida». Lo he visto planificar con los amigos, ejecutar, contarlo. Y, pese a la mili que llevo a cuestas, me quedo fascinado. Mirándolo. Escuchándolo. Así, comprendo el respeto con el que lo tratan sus colegas. Mi propio contradictorio y desconcertado asombro. Entiendo por qué Lose, con su metro sesenta y su engañosa sonrisa tímida, es el rey de Madrid y de allí donde se mete. Un héroe oscuro de nuestro desquiciado tiempo.
Se ríe mientras nos cuenta. Así es él. Con esa mezcla de candidez y audacia que lo hace tan singular. Hace una semana justa, a estas mismas horas, estaba corriendo con los vigilantes detrás, a ciegas en la noche, arriesgándose a romperse el alma. Iba con unos colegas, pero cuando les dieron el marrón todos los jurados se fueron derechos a él. «Como soy el más bajito, siempre se tiran a por mí. Al más fácil», comenta resignado. Estoico. Alguna vez, aunque es incapaz de hacerle daño a una mosca, Lose se lleva un nunchako de artes marciales, y cuando se le echan encima los jurados, lo saca y hace molinetes poniendo cara de loco, zas, zas, zas, para que se queden lejos y le dé tiempo de salir corriendo. Pero no siempre funciona. Anoche lo ligaron y pretendían que se comiera lo suyo y lo que no era suyo. Pero él, naturalmente, sólo pasaba por allí, y el pasamontañas lo llevaba por el frío. Y en mitad de la conversación, en plena calle, con tres policías dándole una bofetada de vez en cuando, nos tomas el pelo o qué, a su madre -que le cocina macarrones, su plato favorito- se le ocurre llamarlo por teléfono. «Oye, hijo, que ese Pérez-Reverte acaba de hablar de ti en la radio». Y Lose, con los tres maderos alrededor, los mira y responde: «Ahora no puedo atenderte, mama, que estoy ocupao».
TÍTULO; LIGA FÚTBOL, VALENCIA--REAL MADRID--21:00, CANAL 1 +.
El francés marcó en sus tres últimas visitas a Valencia
Benzema nunca
falla en Mestalla
Valencia y Real Madrid despiden el año jugándosela
Ni un regalo por Navidad
TÍTULO: LIGA FÚTBOL, GETAFE-2-BARCELONA-5-17:00 CANAL + LIGA,.
El Barcelona espera cerrar 2013 con un triunfo que le reafirme en el liderato y, sobre todo, que le permita alejar cualquier conato de zozobra durante las dos semanas de parón. Jugará sin Messi, Neymar, Valdés, Puyol y Xavi.
Resultado final----GETAFE-2-BARCELONA-5-
Alexis, Cesc y Pedro deberán tirar del carro
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