Ser soltera en el año 2014 no
es un problema, sino un estado
civil. Según el Centro de
Investigaciones Sociológicas
(CIS), el 27,3% de los españoles
lo son y la cifra no ha parado
de aumentar en las dos últimas
décadas. Según la Encuesta
de Población Activa, de los
15 millones de solteros, separados,
divorciados y viudos
que existían en 2005 hemos
pasado a poco más de 17 millones.
Y los que han roto con
la pareja han aumentado un
54% y representan ya al 5,5%
de la población española (2,1
millones de personas). foto,.
La situación arrastra, además,
un boyante negocio para
dar respuesta a las necesidades
de los que viven solos.
Ni siquiera el lenguaje es el
mismo: se llaman “singles” o
impares; ya no hay solterones.
Pero las cosas no siempre fueron así. Seguro que todavía
muchas hemos escuchado expresiones como “quedarse para
vestir santos”, “se le ha pasado el arroz”, “es una solterona”…
Hubo un tiempo en que no casarse era una maldición para las
mujeres. Hoy hablamos del reloj biológico, el de la maternidad,
precisamente porque las mujeres hacen muchas cosas antes
de pensar en casarse o tener hijos: estudiar, viajar, desarrollar
su carrera profesional, tener muchas relaciones…
La salvaguarda del matrimonio
Pero en la época de nuestras abuelas –e incluso de nuestras madres— una mujer sin novio a los 25 años era un caso perdido. Las solteras no solo no tenían futuro como mujeres –sin hijos, en un tiempo en el que la maternidad era imprescindible–, tampoco capacidad de supervivencia: era frecuente que dependieran económicamente de otros parientes, porque nadie educaba a las chicas para que tuvieran una profesión. El matrimonio era una salvaguarda. Lo más a lo que podían aspirar era a ser institutrices, maestras o subalternas en el servicio doméstico. Y en otras ocasiones, su papel era de cuidadoras de todos los miembros de la familia que envejecían o enfermeban. Las novelas de Jane Austen, las hermanas Bronté, Clarín o Benito Pérez Galdós están pobladas de estos personajes llenos de patetismo, descritos a menudos con crueldad, que inspiran conmiseración y simbolizan lo que ninguna mujer quería ser.
Sin embargo, la presión por encontrar pareja ha quedado marcada a fuego en la identidad de muchas mujeres: la idea de que las solteras eran pobres y feas, que tenían algo de criaturas desnaturalizadas, poco femeninas, sumidas en una existencia gris alejada del placer, la sensualidad y la atención masculina, siguen aterrorizando a muchas chicas. “Para algunas mujeres, su identidad femenina depende aún de la mirada masculina. Si un hombre no mira, es como si ellas no existieran”, asegura la psicóloga Mariela Michelena, autora de Me cuesta tanto olvidarte (Temas de Hoy).
La independencia es soledad y la temen más que a la muerte. Por eso, buscan como sea, evitar, primero, la ruptura, y luego estar sin pareja. Enlazan una relación con otra. O soportan relaciones inanes, dañinas; se engañan con una atracción que, en realidad, no sienten, con tal de no deambular por ahí por sí mismas.
Sin embargo, hay varios tipos de alérgicas a la soltería y esta incapacidad, supuestamente una decisión voluntaria, para ser “single”, esconde gran número de matices y conflictos, a veces difíciles de sacar a la luz sin un análisis profesional. Están, en primer lugar, las que comenzaron su relación siendo adolescentes con el compañero de colegio y, 20 años y varios hijos después, siguen aparentemente igual de enamoradas. Aparentemente. Porque, sí, hay parejas que evolucionan al mismo ritmo, seres que encuentran esa “media naranja” a la primera y llegan a los 90 con ella.
Pero, en general, cabría preguntarse si un novio adolescente se transforma con tanta facilidad en una pareja adulta y compenetrada cuando la niña que éramos se ha convertido en una mujer hecha y derecha. Y si ambos caminan por el mismo carril, al mismo ritmo y con los mismos objetivos. El segundo prototipo es el de aquellas chicas que afirman que “tienen una necesidad enorme de afecto” y no se recuerdan solas salvo un corto intervalo de unos meses. “En cuanto siento que mi relación se tambalea, me pongo manos a la obra, casi de manera inconsciente, para encontrar otra”, confiesa Natalia, de 32 años. Muchas presumen, además, de conservar lazos estrechos (incluso con derecho a roce) con sus ex. Más que encadenar, acumulan relaciones. ¿Cómo si necesitaran estar rodeadas de una cohorte de admiradores?
¿O porque solo se sienten a gusto en plena efervescencia pasional, y cuando esta desaparece, huyen? Hay un tercer tipo basado en la permanente relación “ni contigo, ni sin ti”, que nunca acaba, nunca mejora, pero siempre sobrevive a lo largo de los años. Y, por fin, un cuarto, quizá el más problemático: las mujeres que tienen pavor a estar solas. “Este miedo tiene un nombre incluso: los expertos lo llaman “anuptafobia”, explica el psicólogo Yvon Dallaire. Más allá de la soledad, temen el abandono. Por eso, permanecen en pareja por defecto o se lanzan a los brazos del primero que aparece, para huir de una situación que no pueden soportar. En el origen de estos miedos puede haber una ruptura familiar o una separación vivida de forma traumática. En estos casos es necesario ayuda profesional, para objetivar ese miedo y salir de la dependencia.
Necesidad de seguridad
Es cierto que nos movemos en un mundo de parejas. Parece que vivir solo no tiene buena fama. Los expertos le atribuyen a la pareja ventajas sobre la salud, la felicidad, la estabilidad emocional y la esperanza de vida. Vivir en pareja es también más “barato”, aunque este no sea un argumento romántico y no funcione como motor de una relación, pero es posible que sí otorgue cierta tranquilidad en el trasfondo de nuestra mente, conectada con una necesidad de seguridad más profunda. La clave, una vez más, está en elegir libremente. Nada hay más dañino para la salud y la felicidad que una relación aburrida, agresiva o llena de hipócritas convencionalismos. Vamos, aquello que nuestras abuelas, abocadas al matrimonio sí o sí, expresaban con el clásico “más vale solo que mal acompañado”.
¿Por qué siguen unidas las parejas?
“Para que el amor se produzca hay que haber recorrido un proceso determinado y tener una maduración psicológica que no se da de entrada”, dice la psicoanalista Isabel Menéndez, en su libro La construcción del amor (Espasa). Estos son algunos elementos necesarios para mantener una relación de largo aliento: Que una pareja dure no es cuestión suerte. Se trata de sacar adelante un proyecto común, basado en una misma filosofía de vida. Son necesarias cualidades relacionadas con la madurez emocional: sentido de responsabilidad y cierta inteligencia emocional. La pareja genera crisis y nos enfrenta a problemas que tienen que ver con la forma de ser del otro. La convivencia a lo largo plazo es un desafío y es necesario tener destreza y capacidad para superar las pruebas: perdonar, transigir, ceder… Hay que tener sentido de equipo y saber negociar.
De la depresión al sentido del humor
Existe un grupo especialmente vulnerable a la depresión entre las mujeres mayores de 40 años, en ocasiones con hijos pero sin pareja estable, aunque sean independientes económicamente y hayan desarrollado una carrera profesional con éxito, según aseguran desde la Asociación de Mujeres para la Salud, especializada en la atención psicológica desde la perspectiva de género. Muchas de esas mujeres son profesionales que postergaron la creación de una familia, pero otras muchas son divorciadas o separadas, que tomaron la iniciativa en romper con su pareja y viven solas por primera vez.
La presión social sigue funcionando en este aspecto: separadas o solteras suscitan cierta admiración por su independencia, pero no pueden librarse de su propia autocrítica, en un caso por no haber sido capaces de fundar una familia y tener hijos (“tenerlo todo”) y en el otro, por una sobrecarga de responsabilidades familiares, al ocuparse de sus sus hijos y sus padres. Además, aunque hayan tomado la decisión de romper un matrimonio que no les satisfacía, siguen considerando la soledad como fracaso. Muchas tienden a encadenar relaciones poco enriquecedoras para su autoestima, sin tener tiempo de pararse a pensar y cuidarse. Junto a esta realidad, surge un tipo de mujeres cuya arma es el sentido del humor.
Es el caso de la empresaria y conferenciante estadounidense Melanie Notkin, de 50 años. Su blog, publicado en el Huffingtonpost norteamericano, ha dado la vuelta al mundo. “Sé lo que estás pensando –escribe–, puedo leerlo en tu cara… Estás tratando de averiguar si hay algo malo en mí. La pregunta que te has hecho cuando has descubierto que era soltera y que no tenía hijos es: ¿Qué problema tendrá?”.
TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO,. DE VUELTA CON MAMA,.
Pero en la época de nuestras abuelas –e incluso de nuestras madres— una mujer sin novio a los 25 años era un caso perdido. Las solteras no solo no tenían futuro como mujeres –sin hijos, en un tiempo en el que la maternidad era imprescindible–, tampoco capacidad de supervivencia: era frecuente que dependieran económicamente de otros parientes, porque nadie educaba a las chicas para que tuvieran una profesión. El matrimonio era una salvaguarda. Lo más a lo que podían aspirar era a ser institutrices, maestras o subalternas en el servicio doméstico. Y en otras ocasiones, su papel era de cuidadoras de todos los miembros de la familia que envejecían o enfermeban. Las novelas de Jane Austen, las hermanas Bronté, Clarín o Benito Pérez Galdós están pobladas de estos personajes llenos de patetismo, descritos a menudos con crueldad, que inspiran conmiseración y simbolizan lo que ninguna mujer quería ser.
Sin embargo, la presión por encontrar pareja ha quedado marcada a fuego en la identidad de muchas mujeres: la idea de que las solteras eran pobres y feas, que tenían algo de criaturas desnaturalizadas, poco femeninas, sumidas en una existencia gris alejada del placer, la sensualidad y la atención masculina, siguen aterrorizando a muchas chicas. “Para algunas mujeres, su identidad femenina depende aún de la mirada masculina. Si un hombre no mira, es como si ellas no existieran”, asegura la psicóloga Mariela Michelena, autora de Me cuesta tanto olvidarte (Temas de Hoy).
La independencia es soledad y la temen más que a la muerte. Por eso, buscan como sea, evitar, primero, la ruptura, y luego estar sin pareja. Enlazan una relación con otra. O soportan relaciones inanes, dañinas; se engañan con una atracción que, en realidad, no sienten, con tal de no deambular por ahí por sí mismas.
Sin embargo, hay varios tipos de alérgicas a la soltería y esta incapacidad, supuestamente una decisión voluntaria, para ser “single”, esconde gran número de matices y conflictos, a veces difíciles de sacar a la luz sin un análisis profesional. Están, en primer lugar, las que comenzaron su relación siendo adolescentes con el compañero de colegio y, 20 años y varios hijos después, siguen aparentemente igual de enamoradas. Aparentemente. Porque, sí, hay parejas que evolucionan al mismo ritmo, seres que encuentran esa “media naranja” a la primera y llegan a los 90 con ella.
Pero, en general, cabría preguntarse si un novio adolescente se transforma con tanta facilidad en una pareja adulta y compenetrada cuando la niña que éramos se ha convertido en una mujer hecha y derecha. Y si ambos caminan por el mismo carril, al mismo ritmo y con los mismos objetivos. El segundo prototipo es el de aquellas chicas que afirman que “tienen una necesidad enorme de afecto” y no se recuerdan solas salvo un corto intervalo de unos meses. “En cuanto siento que mi relación se tambalea, me pongo manos a la obra, casi de manera inconsciente, para encontrar otra”, confiesa Natalia, de 32 años. Muchas presumen, además, de conservar lazos estrechos (incluso con derecho a roce) con sus ex. Más que encadenar, acumulan relaciones. ¿Cómo si necesitaran estar rodeadas de una cohorte de admiradores?
¿O porque solo se sienten a gusto en plena efervescencia pasional, y cuando esta desaparece, huyen? Hay un tercer tipo basado en la permanente relación “ni contigo, ni sin ti”, que nunca acaba, nunca mejora, pero siempre sobrevive a lo largo de los años. Y, por fin, un cuarto, quizá el más problemático: las mujeres que tienen pavor a estar solas. “Este miedo tiene un nombre incluso: los expertos lo llaman “anuptafobia”, explica el psicólogo Yvon Dallaire. Más allá de la soledad, temen el abandono. Por eso, permanecen en pareja por defecto o se lanzan a los brazos del primero que aparece, para huir de una situación que no pueden soportar. En el origen de estos miedos puede haber una ruptura familiar o una separación vivida de forma traumática. En estos casos es necesario ayuda profesional, para objetivar ese miedo y salir de la dependencia.
Necesidad de seguridad
Es cierto que nos movemos en un mundo de parejas. Parece que vivir solo no tiene buena fama. Los expertos le atribuyen a la pareja ventajas sobre la salud, la felicidad, la estabilidad emocional y la esperanza de vida. Vivir en pareja es también más “barato”, aunque este no sea un argumento romántico y no funcione como motor de una relación, pero es posible que sí otorgue cierta tranquilidad en el trasfondo de nuestra mente, conectada con una necesidad de seguridad más profunda. La clave, una vez más, está en elegir libremente. Nada hay más dañino para la salud y la felicidad que una relación aburrida, agresiva o llena de hipócritas convencionalismos. Vamos, aquello que nuestras abuelas, abocadas al matrimonio sí o sí, expresaban con el clásico “más vale solo que mal acompañado”.
¿Por qué siguen unidas las parejas?
“Para que el amor se produzca hay que haber recorrido un proceso determinado y tener una maduración psicológica que no se da de entrada”, dice la psicoanalista Isabel Menéndez, en su libro La construcción del amor (Espasa). Estos son algunos elementos necesarios para mantener una relación de largo aliento: Que una pareja dure no es cuestión suerte. Se trata de sacar adelante un proyecto común, basado en una misma filosofía de vida. Son necesarias cualidades relacionadas con la madurez emocional: sentido de responsabilidad y cierta inteligencia emocional. La pareja genera crisis y nos enfrenta a problemas que tienen que ver con la forma de ser del otro. La convivencia a lo largo plazo es un desafío y es necesario tener destreza y capacidad para superar las pruebas: perdonar, transigir, ceder… Hay que tener sentido de equipo y saber negociar.
De la depresión al sentido del humor
Existe un grupo especialmente vulnerable a la depresión entre las mujeres mayores de 40 años, en ocasiones con hijos pero sin pareja estable, aunque sean independientes económicamente y hayan desarrollado una carrera profesional con éxito, según aseguran desde la Asociación de Mujeres para la Salud, especializada en la atención psicológica desde la perspectiva de género. Muchas de esas mujeres son profesionales que postergaron la creación de una familia, pero otras muchas son divorciadas o separadas, que tomaron la iniciativa en romper con su pareja y viven solas por primera vez.
La presión social sigue funcionando en este aspecto: separadas o solteras suscitan cierta admiración por su independencia, pero no pueden librarse de su propia autocrítica, en un caso por no haber sido capaces de fundar una familia y tener hijos (“tenerlo todo”) y en el otro, por una sobrecarga de responsabilidades familiares, al ocuparse de sus sus hijos y sus padres. Además, aunque hayan tomado la decisión de romper un matrimonio que no les satisfacía, siguen considerando la soledad como fracaso. Muchas tienden a encadenar relaciones poco enriquecedoras para su autoestima, sin tener tiempo de pararse a pensar y cuidarse. Junto a esta realidad, surge un tipo de mujeres cuya arma es el sentido del humor.
Es el caso de la empresaria y conferenciante estadounidense Melanie Notkin, de 50 años. Su blog, publicado en el Huffingtonpost norteamericano, ha dado la vuelta al mundo. “Sé lo que estás pensando –escribe–, puedo leerlo en tu cara… Estás tratando de averiguar si hay algo malo en mí. La pregunta que te has hecho cuando has descubierto que era soltera y que no tenía hijos es: ¿Qué problema tendrá?”.
TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO,. DE VUELTA CON MAMA,.
Todo sobre la vuelta al trabajo de las mamás
Desde que nació apenas te has separado
de tu hijo y aún sientes que todo el tiempo del mundo no basta para
mimarle y que con nadie puede estar mejor que contigo. Pero los meses
han pasado y te toca partirte en dos para volver al trabajo y cuidar a
tu bebé. No será fácil y puede que te sientas triste y hasta culpable.
El esfuerzo lo pones tú, pero nosotros queremos echarte una mano. foto,.
Raquel Marcos. Asesores: Luis Muiño, psicólogo, Roberto Aguado, terapeuta familiar y Marisa Díaz, pedagoga infantil.
Te miras en el espejo mientras te maquillas, algo que no
hacías desde hace meses, y apenas te reconoces. Es el primer día de
vuelta al trabajo y tienes emociones contradictorias: te sientes fatal
por “abandonar” a tu pequeño, aliviada por perder de vista los pañales,
enfadada por sentir que en tu vida hay algo que sobra, el niño o el trabajo...
“La culpabilidad es un sentimiento normal en las madres trabajadoras, al que se une el miedo a que la maternidad les deje en una vía muerta profesional. Hay que analizar estas emociones y transformar lo que paraliza y entristece”, opina el psicólogo Luis Muiño, autor del libro Guía para padres con poco tiempo y mucho cariño.
Tristeza y ansiedad
Según Muiño, las mujeres que se incorporan al trabajo después de la maternidad pasan por diferentes etapas:
Ten paciencia y no seas dura contigo misma. Si te sientes segura, asumirás un poco de rechazo por parte de tu hijo como parte de tu labor de madre y él sentirá que tienes en cuenta sus sentimientos. Piensa que durante el resto de su vida tu hijo desplegará la alegría que aprendió de ti y de tu pareja. Vuestra felicidad contribuirá decisivamente a la suya.
“La culpabilidad es un sentimiento normal en las madres trabajadoras, al que se une el miedo a que la maternidad les deje en una vía muerta profesional. Hay que analizar estas emociones y transformar lo que paraliza y entristece”, opina el psicólogo Luis Muiño, autor del libro Guía para padres con poco tiempo y mucho cariño.
Tristeza y ansiedad
Según Muiño, las mujeres que se incorporan al trabajo después de la maternidad pasan por diferentes etapas:
- Tristeza… o alivio. “En los días previos a la vuelta al trabajo algunas madres llegan a sufrir una depresión postparto tardía. Pero también es posible que se sientan aliviadas y consideren el trabajo como una vía de escape de una maternidad que no acaban de controlar”, explica el psicólogo, que aconseja pensar en los aspectos positivos de la reincorporación (recursos económicos, experiencias nuevas, realización personal…).
- Culpabilidad. Los primeros días, la madre siente que abandona a una criatura que depende por completo de sus cuidados. Según Muiño, “es muy frecuente que le cueste afrontar la primera despedida de su hijo. Sin embargo, debe convencerse de que el niño estará bien y decirle adiós con una sonrisa: el bebé entenderá que aunque la madre se vaya, volverá”.
- Ansiedad. La madre alimenta sus temores anticipando situaciones de desastre “¿Le tratará mal la niñera? ¿Se habrá puesto enfermo?”. “Puede llegar a llamar a casa veinte veces al día, sentir celos de la persona que se queda al cuidado del niño y hasta sufrir trastornos respiratorios o alimenticios”, dice Muiño, que aconseja organizar el tiempo con antelación y tomar las riendas de la crianza del hijo. La madre debe explicar a todos (al bebé, a la niñera, a la abuela…) que ella y su pareja son los responsables de cuidar, educar y establecer las normas.
Transmítele seguridad
El
comportamiento de tu hijo dependerá, en gran parte, de su edad. Saberlo
te ayudará a hacerle más fácil la separación, actuando según sus
necesidades:- Antes de los 8 mesesel trauma para tu bebé será menor “porque todavía es muy pequeño y le resulta más fácil quedarse con otras personas”, explica Roberto Aguado, psicólogo y terapeuta familiar. Dedica tiempo a estrechar vuestros lazos afectivos, ya que puede que al principio te rechace cuando vuelvas a casa tras el trabajo. Abrázale a menudo, mímale, procura que siga en contacto con tu piel e intenta seguir dándole el pecho para reforzar vuestro vínculo.
- Entre los 8 y los 18 meses los lazos afectivos que existen entre vosotros son fuertes y el impacto de la separación será mayor. “Pasará por una crisis y no querrá estar con nadie más que con la madre. Es normal que temporalmente duerma intranquilo, esté triste o tenga conductas agresivas”, dice Aguado. Déjale que exprese sus sentimientos y después intenta tranquilizarle y explicarle la nueva situación. Mantener las rutinas e informarle de las separaciones y los reencuentros le ayudará a comprender que su mamá volverá pronto.
- Después de los 18 meses, el vínculo afectivo entre madre e hijo es indestructible y el niño vivirá más dramáticamente la separación. “Es posible que sufra un retroceso temporal en alguna faceta de su desarrollo y retome hábitos que ya tenía superados, como hacerse pis o pedir el chupete”, explica Aguado. Es bueno que satisfagas esa necesidad temporal y que no hagas otros cambios que aumenten su inseguridad.
Ten paciencia y no seas dura contigo misma. Si te sientes segura, asumirás un poco de rechazo por parte de tu hijo como parte de tu labor de madre y él sentirá que tienes en cuenta sus sentimientos. Piensa que durante el resto de su vida tu hijo desplegará la alegría que aprendió de ti y de tu pareja. Vuestra felicidad contribuirá decisivamente a la suya.
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