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Fue el último de los malditos. Ya no los hay. O, si los hay, son tantos y tan desdibujados como si no los hubiera. La corrección política es el instrumento de su extinción. Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Van Gogh, Modigliani, Boris Vian, Genet, Bukowski y tantos otros, de haber nacido ahora, estarían entre rejas o puestos en la picota por el feroz puritanismo de quienes, al amparo del anonimato, disparan desde las trincheras de las redes contra todo lo que se mueve. Umberto Eco decía que son el multiplicador de la estupidez.
Vienen estas consideraciones a cuento de Serge Gainsbourg y de la biografía −Elefantes rosas, editada por Expediciones Polares− que Felipe Cabrerizo ha escrito sobre él. No es una casualidad que ese último maldito fuese, por encima de cualquier otra actividad, y en su vida hubo muchas, compositor, letrista, pianista y cantante... Lo digo porque el malditismo, que en el siglo XIX y buena parte del XX echó raíces y dio frutos sobre todo en el mundo de las letras y de la pintura, se refugió y se enquistó luego, a partir de mediados de los sesenta, en el de la música.
Javier Rebollo, prologuista de este libro, escribe en él: "Serge Gainsbourg escribió docenas de canciones radiantes, compuso joyas de orfebrería a las que dio formato de disco, sedujo a las mujeres más hermosas de Europa, se fumó varias toneladas de Gitanes, dejó secos decenas de bares de la rive gauche parisina, dirigió películas desconcertantes, escribió novelas que nadie entendió y emprendió una carrera de pintor a la que puso fin destrozando todos sus cuadros. Poeta maldito y provocador, vivió mil vidas en una, pero ninguna le satisfizo y decidió dejarse destruir por la fama tras cerrar una de las discografías más importantes de la historia de la música europea".
No sólo. También hizo mucho cine, algo de publicidad, escribió poesía, provocó a diestro y a siniestro, se metió en toda clase de líos y organizó monumentales marimorenas. Lo dicho: un maldito... El último de esa estirpe, sólo superado en el arte del exceso por el japonés Mishima. Tuvo suerte, buena o mala, según se mire. Nació y vivió en una época en la que aún había libertad de costumbres, en la que los inquisidores de la progresía y la burguesía no habían empuñado el timón de la sociedad y en la que el prestigio de la creación artística permitía a los artistas vivir de modo diferente al resto de los mortales. Se les perdonaba casi todo. Era, en definitiva, por parte de la sociedad, un gesto de gratitud. Otros tiempos.
De ellos, y de Gainsbourg, al que también se le llamaba Gainsbarre por su afición a quemar las noches acodado junto a una chica guapa en las barras de los bares, trata el libro de Cabrerizo. A él estará dedicada la próxima entrega de Libros con uasabi. La cita es el domingo, a la una de la tarde, en la Dos.
TITULO: LIGA FUTBOL - REAL MADRID -3- VALENCIA -2-,.
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