EL SILECIO POR FAVOR - DESAYUNO - DOMINGO - LUNES -DAVID GISTAU - SUPERMIRAFIORI,./ LA COCINA DOMINGO - LUNES - LA SAGA DE EUSTAQUIO,.

TITULO: EL SILECIO POR FAVOR - DESAYUNO - DOMINGO - LUNES - DAVID GISTAU - SUPERMIRAFIORI,.

DAVID GISTAU - SUPERMIRAFIORI,. foto.

El otro día me acordé del primer cuento que me propuse escribir. Lo iba a titular: Supermirafiori. Por el modelo de Seat que tenía la familia en los años setenta, esos meses de los que tengo un recuerdo confuso y que van de la muerte de Franco al tiovivo en el que me subí durante el cierre de campaña del PSOE en las primeras elecciones. El Supermirafiori, que tenía unas conchas de mar en el pomo de la palanca de cambios, casi le costó la vida a mi padre una vez que salió a correr por El Pardo, cerca de la entrada a Zarzuela, y al regresar se encontró encañonado por metralletas de la Guardia Civil. Resultó que su hijo, o sea yo, había olvidado una pistola de juguete en el asiento trasero.
El cuento iba a narrar el regreso a casa de un hombre. Al personaje iba a colocarlo en la redacción del diario Pueblo, que estaba en la calle Huertas, al lado de una comisaría en la que el hijo del hombre una vez se quedó impresionado porque vio entrar a un tipo que se sujetaba la mejilla demediada por un navajazo. El personaje iba a trabajar en Pueblo hasta tarde, hasta el cierre de la segunda edición. Todas las noches, emprendería viaje en el Supermirafiori hacia la casa familiar ubicada en los bloques recién construidos, todavía blancos, de la Ciudad de los Periodistas, pasado el Barrio del Pilar, ya casi en Mirasierra. Hablamos de una época en la que allí todavía pastaban ovejas. El hombre tendría que remontar entonces el paseo del Prado, Cibeles, Recoletos, Colón, Castellana, en fin, todas las demás plazas que atraviesa esa avenida/espinazo hasta que sale por el norte de la ciudad. Un camino largo. Un tipo solo en el coche. Tiempo para pensar.
Tenía decidido que el hombre subiera al coche con el ardor de un whisky improvisado con algún reportero rezagado en la propia whiskería de Pueblo. En las primeras estaciones del camino, en los primeros semáforos en rojo, quería describir su monólogo interior sobre asuntos domésticos. Iba a comer un chicle para no molestar a su esposa con el olor del whisky en el momento de meterse en la cama. Iba a comprobar que en la guantera estaban los cromos de fútbol que el hijo se encontraría por la mañana al levantarse a desayunar. Iba a tramar algún viaje de fin de semana, por ejemplo a Londres, con el que compensar a su esposa de algún enfado reciente. Se iba a proponer llevar él a los niños al cole, aunque le supusiera madrugar. Últimamente los veía poco y de mal humor. Necesitaba dormir hasta muy tarde y los ruidos se le hacían insoportables.
Quería hacer algo técnicamente complicado. Dar la impresión de que otros pensamientos se le colaban como una interferencia en un teléfono según se acercaba al estadio Bernabéu. En aquella época, la golfería madrileña iba a lo que se dio en llamar la Costa Fleming, por la calle del Doctor Fleming y todos los neones que refulgían en sus alrededores. Casi a su pesar, como si intentara borrárselos de la frente, al hombre se le infiltrarían de repente el pub Acuario, donde a esas horas los atorrantes del periódico estarían calentando para la noche, y otros muchos clubes en los que al personaje lo saludaban por su nombre. Quería describir una tensión que los dibujos animados resuelven colocando al personaje un angelito en un hombro y un demonio en el otro. El hombre de verdad pretendería llegar a casa, besar a su mujer, dejarle al hijo los cromos junto a la almohada. Sabría que no podía permitirse una cagada más sin destruir cuanto tenía en casa. Pero, al mismo tiempo, sentiría una inercia poderosa, casi la llamada de un tam-tam, que lo reclamaría en la Costa Fleming justo cuando las hogueras empezaban a arder.
El clímax iba a ubicarlo en la calle Félix Boix. Si sigue derecho, el hombre atraviesa plaza Castilla y está salvado. Pero pega un volantazo a la derecha y se pierde en las profundidades de aquella otra Via Veneto de Mastroiani.
Iba a hacer que, por la mañana, la esposa mintiera a los hijos explicándoles que papá llegó tarde y aún duerme.

-foto -1-Desayuno:domingo y lunes- sin muchas vueltas

«Con todo el arte que le pongo a mi vestuario, para desayunar lo hago fatal: un zumo de naranja y un café con leche. Nada más hasta la hora de comer».

Cena , pescado - merluza, foto -2-.

TITULO:: LA COCINA DOMINGO - LUNES -  LA SAGA DE EUSTAQUIO,.

La Saga de Eustaquio,.

Nerea Blanco, el pasado martes, en su restaurante. foto.

• En el restaurante de las hermanas Blanco se come como el Rey,.

  
  Cuatro son cuatro las hijas de Eustaquio: Yolanda, Trinidad, Nerea y Laura. Cuando Eustaquio Blanco (Cáceres, 1939-2010) decidió, a los 67 años, montar restaurante propio, sus cuatro hijas fruncieron el ceño ante tamaña aventura: su padre había sido el encargado de la cocina del restaurante más emblemático de Cáceres durante el siglo XX, El Figón, y ahora quería embarcarse en un negocio familiar de tercera generación con la responsabilidad de haber sido referencia gastronómica en la ciudad. Pero acabaron apoyando el empeño paterno y el 22 de marzo de 2007 abría, en el número 2 de la avenida Ruta de la Plata, el restaurante Eustaquio Blanco.
  «Mi padre hablaba de nosotras como de una saga. Nos educó en la cultura del esfuerzo ejemplar y en los valores del trabajo en equipo», resume Nerea (Cáceres, 1974) la filosofía de la familia. Nerea había trabajado en el restaurante El Figón y en el extranjero en hoteles. Su padre tenía confianza en ella para que fuera su mano derecha en la gestión. Hace tres años, su hermana Yolanda empezó a llevar la parte de imagen, redes sociales y comunicación. «Cuando decoramos el local, hace justo ahora diez años, nos basamos en un diseño moderno, pero nuestra sorpresa fue ver que se llenaba de mayores de 50, que habían sido siempre la clientela de mi padre», recuerda Nerea.
  «Con la crisis, nos hemos tenido que adaptar a un nuevo modo social de salir. Hemos dividido la sala en dos ambientes: una parte de restaurante y otra de tapería y eventos: graduaciones, presentaciones, reuniones... En la tapería, hay que trabajar más, con menos personal y menos ganancia, pero había que agudizar el ingenio. En el restaurante, se notó el bajón de los políticos y de las empresas de construcción, bajó el precio medio por comensal y hubo más cautela a la hora de gastar: más menú del día», detalla.
  
  El resultado es que la tapería atrae a muchos jóvenes, lo que redunda en que la media de edad del cliente baje. En cuanto al restaurante, mantienen los platos básicos de Eustaquio de toda la vida y los fieles no fallan, aunque no ha sido fácil y Nerea lo explica: «Al verte más joven, te perdonan menos los fallos. Tienes que demostrar mucho, no tanto como mujer, sino como empresaria joven. Los años de experiencia de mi padre eran un grado».
  Si hoy es imprescindible tener un sitio en las redes sociales y ser mimado por los comentarios de los clientes, el restaurante Eustaquio Blanco tiene el hándicap de que su clientela es más local que turística y son los turistas quienes más comentan en Internet. «Ahora, les entregamos una tarjeta invitándolos a que comenten en las redes», anuncia Nerea.
  La carta tiene unos platos que son la bandera del restaurante y que los clientes sigue pidiendo: las criadillas de tierra salteadas (20 euros), en revuelto (17) o con hongos, langostinos y espárragos (16.50); los boletus edulis salteados con jamón (18), las migas extremeñas con huevo frito (9), los judiones con perdiz roja (20), el solomillo de ternera a la plancha (20), la media perdiz estofada (13) o la pierna de cordero lechal asada con patatas confitadas (21).
  Desde hace seis meses, el jefe de cocina es Miguel Ángel Serrano, que ya había trabajado con el fundador y pertenece también, por tanto, a La Saga de Eustaquio. Empezaron con 15 trabajadores y ahora son 21.
  Un buen día, Nerea recibió el aviso de que una semana después comería en su restaurante el rey Juan Carlos, que disfrutó de una sopa de tomate, solomillo de ternera con verduras y bizcocho de chocolate, todo ello regado con vinos extremeños. En esta sala, han comido Ibarra, Vara y Monago, Rajoy y Alaska, Eduardo Noriega y Hugo Silva, Julio Aparicio, Manzanares, Aute y Norma Duval. Todos ellos han sentido, quizás, el toque femenino de La Saga de Eustaquio, que Nerea cree que se nota en los detalles: «Soy bastante emocional, nada jerárquica, quiero que la gente que trabaje conmigo esté feliz».