¿Dónde está Wally? - ME RESBALA - Si mi voz muriera en tierra , fotos.
Si mi voz muriera en tierra,.
Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombardla capitana
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!
Rafael Alberti, Marinero en tierra (1924)
- Tema:
- Descripción:
- Código poético:
TITULO:
¡ QUE GRANDE ES EL CINE ! - AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - Juan de Mairena,.
¡ QUE GRANDE ES EL CINE ! ,.
¡Qué grande es el cine! fue un programa de cine dirigido por José Luis Garci y emitido por Televisión Española por su cadena La 2.
El programa comenzaba con una presentación de la película que se
emitía esa noche, posteriormente esta película se emitía y acababa con
una tertulia entre Garci y los invitados del día sobre ella.1 El programa comenzó a llevarse a cabo en enero de 1995 y comenzó sus emisiones el 13 de febrero del mismo año., etc.
AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - Juan de Mairena,.
Juan de Mairena,.
foto / Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo) es
una obra escrita por Antonio Machado y publicada, por primera vez, en
el año 1936. El protagonista de la misma, ficticio poeta y docente,
heterónimo del autor sevillano, se dedica a meditar con sus
alumnos sobre la sociedad, el arte, la cultura, la literatura, la
política y la filosofía, temas que son planteados con una encomiable
variedad formal y una insobornable originalidad esencial. El
desarrollo y estructura de las reflexiones es inclasificable, pues éstas
van desde el más clásico aforismo, hasta la más somera sentencia,
pasando por el diálogo, la introspección, el comentario erudito o el
análisis del refrán popular. Hablamos, por tanto, de un variopinto
escaparate de ideas de todo viso y carácter que, al estar expuestas con
ironía, ingenio, preclara inteligencia y buen humor, apelan con hondura a
nuestra facultad de inteligir y, no menos, a nuestra capacidad de reír y burlarnos sanamente del ser humano, sus creaciones teóricas y su comportamiento moral y político.
Así, el libro está vertebrado por una sopesada y sutil vertiente
crítica que fija una incisiva distancia respecto a lo que sabemos, lo
que creemos saber, lo que hacemos y lo que consideramos que debemos
hacer; nos sitúa en una atalaya desde la que observar(nos) con quietud y
retranca.
No
podemos introducir la cuidadosa selección de textos de este volumen que
hemos llevado a cabo sin afirmar una diáfana verdad que, con
frecuencia, solemos rehuir; a saber: en España se hace- y se ha hecho- filosofía de muchos quilates. El volumen que nos ocupa es una excelente muestra de esa reivindicable realidad. Pasen, lean -sin prisa- y disfruten:
–
Vivimos en un mundo esencialmente apócrifo, en un cosmos o poema de
nuestro pensar, ordenado o construido todo él sobre supuestos
indemostrables, postulados de nuestra razón, que llaman principios de la
lógica, los cuales, reducidos al principio de identidad que los resume y
reasume a todos, constituyen un solo y magnífico supuesto: el que
afirma que todas las cosas, por el mero hecho de ser pensadas,
permanecen inmutables, ancladas, por decirlo así, en el río de
Heráclito. Lo apócrifo de nuestro mundo se prueba por la
existencia de la lógica, por la necesidad de poner el pensamiento de
acuerdo consigo mismo, de forzarlo en cierto modo, a que sólo vea lo
supuesto o puesto por él, con exclusión de todo lo demás. Y el
hecho – digámoslo de pasada- de que nuestro mundo esté todo él cimentado
sobre un supuesto que pudiera ser falso, es algo terrible, o
consolador. Según se mire. Pero de esto hablaremos otro día.
-Nadie
debe asustarse de lo que piensa, aunque su pensar aparezca en pugna con
las leyes más elementales de la lógica. Porque todo ha de ser pensado
por alguien, y el mayor desatino puede ser un punto de vista de lo real.
Que dos y dos sean necesariamente cuatro, es una opinión que muchos
compartimos. Pero si alguien sinceramente piensa otra cosa, que lo diga.
Aquí no nos asombramos de nada. Ni siquiera hemos de exigirle la prueba
de su aserto, porque ello equivaldría a obligarle a aceptar las normas
de nuestro pensamiento, en las cuales habría de fundarse los argumentos
que nos convencieran. Pero estas normas y estos argumentos sólo pueden
probar nuestra tesis; de ningún modo la suya. Cuando se llega a una
profunda disparidad de pareceres, el onus probandi no incumbe realmente a nadie.
–
Al fin sofistas, somos fieles en cierto modo al principio de
Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas”. Acaso diríamos
mejor: el hombre es la medida que se mide a sí misma o que pretende
medir las cosas al medirse a sí misma, un medidor entre
inconmensurabilidades. Porque lo específicamente humano, más que la medida, es el afán de medir. El hombre es el que todo lo mide, pobre hijo ciego del que todo lo ve, noble sombra del que todo lo sabe.
-La
vida, en cambio, no es- fuera de los laboratorios- una idea, sino un
objeto de conciencia inmediata, una turbia evidencia. Lo que explica el
optimismo del irlandés del cuento, quien, lanzado al espacio desde la
altura de un quinto piso, se iba diciendo, en su fácil y acelerado
descenso hacia las losas de la calle, por el camino más breve: “Hasta
ahora voy bien”.
– Uno
de los medios más eficaces para que las cosas no cambien nunca por
dentro es renovarlas -o removerlas- constantemente por fuera.
Por eso – decía mi maestro- los originales ahorcarían si pudieran a los
novedosos, y los novedosos apedrean cuando pueden sañudamente a los
originales.
– Aprendió tantas cosas -escribía mi maestro, a la muerte de un amigo erudito-, que no tuvo tiempo para pensar en ninguna de ellas.
–
Cuando los hombres acuden a las armas, la retórica ha terminado su
misión. Porque ya no se trata de convencer, sino de vencer y abatir al
adversario. Sin embargo, no hay guerra sin retórica. Y lo característico
de la retórica guerrera consiste en ser ella la misma para los dos
beligerantes, como si ambos comulgasen en las mismas razones y hubiesen
llegado a un previo acuerdo sobre las mismas verdades. De aquí deducía
mi maestro la irracionalidad de la guerra, por un lado, y de la
retórica, por otro.
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