martes, 19 de noviembre de 2019

CAFE BAR DAVID - El talento florece en el Valle ,./ 52 Minutos - Destino Talayuela , Canal Extremadura,.

TITULO: CAFE BAR DAVID -  El talento florece en el Valle ,.

 CAFE BAR DAVID -   El talento florece en el Valle ,. fotos,.

 

El talento florece en el Valle,.

Resultat d'imatges de el talento florece en el valle

Un grupo de 56 emprendedores del Programa Explorer del Banco Santander visita Silicon Valley. Los jóvenes han presentado sus proyectos y han hablado con compatriotas que ya trabajan allí,.


Resultat d'imatges de CAFE BAR DAVIDHace frío en Palo Alto. En los porches de las viviendas unifamiliares se desinflan las calabazas gigantes bajo brujas voladoras, arañas y bichos oscuros que tanto juego dieron la víspera del 1 de noviembre. Delante de uno de esos pequeños jardines está prohibido aparcar. Es una casa más, con su césped, sus arbolitos y su garaje. Pero en ese garaje, uno como otro cualquiera, hace 80 años germinó lo que hoy se conoce como Silicon Valley, la mayor concentración de talento tecnológico del mundo. Y allí, con la sonrisa colgada del rostro, un grupo de 56 veinteañeros tira un selfi tras otro como si así honraran la memoria de William R. Hewlett y David Packard, los fundadores de HP, el punto de partida de esta larga historia de emprendedores que acabaron convertidos en multimillonarios.
En Silicon Valley, una vasta extensión de terreno al sur de San Francisco, está todo. De Apple a Google y de Facebook a Airbnb. Y hasta allí, como un premio a su talento, les ha llevado el CISE, la rama de emprendimiento del Banco Santander, a través del Programa Explorer. Los ganadores de cada universidad fantasean con montar su 'startup', una empresa emergente con contenido tecnológico. Como Miguel San Antonio, que ya ha comenzado a negociar con algunos clubes de fútbol de Primera para que incorporen Gopick, la aplicación que permitirá a sus espectadores pedir una cerveza y una hamburguesa y recibirla poco después sin moverse de su butaca. O como José Rodríguez Gago, un obsesivo estudiante de Medicina que un día asistió a una operación abdominal con algunos de los mejores expertos. «La operación fue perfecta, pero días después la paciente murió por una infección postquirúrgica».
En Silicon Valley, una vasta extensión de terreno al sur de San Francisco, está todo. De Apple a Google y de Facebook a Airbnb
Eso le espoleó para crear BactiDec, el proyecto que ha ganado esta edición –le ha reportado 30.000 euros– y que ya ha comenzado a vender en los hospitales. Su dispositivo detecta en tiempo real el número de bacterias presentes en la herida quirúrgica. Esto facilita el diagnóstico precoz y adelanta el tratamiento. Este pontevedrés ha aprovechado cada segundo de Explorer y en su visita a la Universidad de Stanford logró que una investigadora española le ofreciera, cuando acabe la carrera, un hueco en su laboratorio dedicado a estudiar el cáncer pediátrico.
Un éxito que llegó después de impregnarse del espíritu emprendedor de Silicon Valley, donde todo el mundo recomienda a estos jóvenes que aborden a cualquiera, que se atrevan a explicarle su proyecto, a explicitar la cuantía de la inversión que necesitan para ponerla en marcha. Les piden que sean emprendedores todo el día.

Teslas y 'homeless'

Aunque San Francisco, tras su famoso puente colgante, les muestre con toda su crudeza que la vida no solo está compuesta de éxito. Y la imagen de los mendigos, a cientos, a miles, deambulando por las calles como zombis de 'Walking Dead' paraliza de golpe esa lengua excitada por la edad y el entorno. Porque ni el enjambre de 'teslas' que circula a diario por las cuestas de la ciudad de la niebla es capaz de eclipsar la realidad de una urbe marcada por la riqueza y la pobreza, en un contraste tan salvaje, tantos ricos, tantos pobres, que duele. Y ni el más triunfador de los triunfadores en esta tierra abonada por los bombazos tecnológicos puede esquivar el rastro de miseria que ha marcado la ciudad entera. De punta a punta.
Iker Jamardo, un vitoriano de 42 años, abre la puerta de Google a los 'explorer'. Porque en Silicon Valley puede darse la fantasía de que busques en Google dónde está Google. O que entrar en Facebook signifique entrar en la sede de Facebook. Pues muchas de las grandes empresas del siglo XXI están allí, como se apresuran a recordar en la Universidad de Stanford, que presume de que un país ficticio formado por la suma de las multinacionales que han creado los estudiantes salidos de allí les convertiría en la novena potencia mundial.
Esta selección de talentos españoles se relame escuchando las maravillas del famoso buscador, un enorme cerebro disfrazado de letras de colores. Porque allí, en su campus, uno piensa que, en realidad, no es necesario dar mucha información: Google ya lo 'sabe' todo de ti. Has llegado con sus mapas, podrían amenizarte la espera poniéndote esas canciones de La Bien Querida que llevas días escuchando y hasta podrían permitirse un comentario picarón sobre tus fantasías más secretas. Por algo debe ser la herramienta más usada por el hombre en este siglo.
Los emprendedores, en Silicon Valley.
Los emprendedores, en Silicon Valley.
Jamardo se mudó a Bilbao con 20 años para estudiar en la Universidad de Deusto porque le encantaban los videojuegos. Con 14 años ya programaba y al acabar la carrera le surgió la oportunidad de trabajar en una empresa de videojuegos de Bilbao. Pero también le gustaba la docencia, a la que dedicó diez años y a la que espera volver en un futuro no muy lejano. Su compañero de piso era Eneko Knörr, un conocido emprendedor que le contrató en su equipo de ingenieros, el mismo que se llevó a San Francisco años después. Allí trabajaron para Disney, Nickelodeon o Samsung. Eneko se volvió. Íker no.
El vitoriano se quedó a buscarse la vida. «Ya había dejado los videojuegos y me dedicaba a la realidad virtual. Un fin de semana participé en un 'hackatón', un evento de dos o tres días en el que la gente se junta, hay una temática y se desarrolla un proyecto tecnológico. Me presenté con un tema de realidad virtual, combinándolo con realidad aumentada, y gané. Una empresa me contrató y pude quedarme más tiempo en el país».
Porque allí, en su campus, uno piensa que, en realidad, no es necesario dar mucha información: Google ya lo 'sabe' todo de ti
Jamardo se hizo un nombre y eso le llevó a convertirse en un 'googler'. Porque en Google tienen su propia jerga: 'noogler' es el que lleva menos de un año allí, 'googler' el que ya ha pasado ese tiempo y 'xoogler', el que ya se marchó. Y todos necesitan ser muy 'googleyness', algo así como atesorar diversión, humildad y osadía, entre otras virtudes.
Las que posee Lucía Fontes, una valenciana de 28 años que siguió un camino mucho menos canónico hasta Google. Lucía, de Jávea, no estudió ninguna carrera. Se metió en un ciclo superior de gestión comercial que le despertó su pasión por el marketing y la publicidad. Ella, que era de Ciencias e iba para bióloga marina, acabó trabajando en Londres para Amazon. «Ahí me di cuenta de mis fortalezas, mis puntos fuertes. Pero Amazon no me gustó: su cultura de empresa es muy agresiva». Y se marchó.
Lucía cuenta su historia con llamativos problemas para expresarse en castellano. Está acabando de comer en una mesa al aire libre en el inmenso campus de Google, donde los 'explorers' se han quedado con la boca abierta al ver el fastuoso comedor donde uno puede comer hasta hartarse todo lo que pueda imaginar: pizza, sushi, burritos... Cuando ya tenía decidido irse a Australia, recibió la llamada de esta empresa con más de cien mil empleados y ahora cuenta con pasión que su trabajo consiste en conocer las peculiaridades culturales de países donde Google no es el rey: China, India, Singapur...
«'Noogler' es el que lleva menos de un año allí, 'googler' el que ya ha pasado ese tiempo y 'xoogler', el que ya se marchó»
Iker y Lucía están encantados de haber llegado al cogollo de la meca tecnológica, aunque cuentan con la boca pequeña las dificultades para vivir en una ciudad como San Francisco, la más cara de los Estados Unidos desde hace un lustro. Allí es imposible sobrevivir sin un salario que supere los seis mil dólares mensuales. Porque un apartamento corriente con una habitación absorbe más de la mitad de ese dinero. O porque cenar en un restaurante y tomarte dos copas de vino cuesta 150 'bucks'.
No es oro todo lo que reluce al norte de la soleada California. Los investigadores españoles que trabajan en la despampanante Universidad de Stanford, salpicada por decenas de esculturas de Rodin y edificios majestuosos, se lo advierten a su joven auditorio, donde también están los ganadores del Explorer de Coimbra y Buenos Aires. «Los mejores investigadores de Stanford podrían vivir en Chicago en una mansión con cuatro perros», pero eligen esta universidad porque allí están los mejores y lo mejor. En sus laboratorios abundan aparatos, a los que ponen nombres, que cuesta encontrar en España. Y pasan por ahí los cerebros más privilegiados. «Por eso hay niños de 13 años que en verano, en vez de irse de vacaciones, piden venir a hacer una investigación en Stanford».

Ocho jóvenes emprendedores en la capital tecnológica del mundo ,.

 

Dos de los estudiantes. /
Dos de los estudiantes.

Gracias al apoyo del Banco Santander estudiantes españoles han podido cumplir su suelo de formarse en Silicon Valley,.


Su brillantez académica se ha visto recompensada con una oportunidad única: forjar sus carreras en la Silicon Valley, la capital tecnológica del mundo. Esta es la historia de ocho jóvenes españoles llamados a destacar en cada una de sus disciplinas.
Karim Belhaki.
Karim Belhaki.
Karim Belhaki
Murcia

El joven que ve en la apicultura la herencia de su familia

La vida en su familia muchas veces se resume a una disyuntiva: o encuentras a la abeja reina o tienes un problema. Esa es la encrucijada en la que se ha visto Karim Belhaki en más de una ocasión. Hijo de padre marroquí y madre española, este estudiante de la Universidad Politécnica de Cartagena también es descendiente de la tradición apícola de su familia. A menudo va a ayudar a su progenitor con las colmenas y constata que, con la edad, cada vez le cuesta un poco más encontrar a la reina en medio de tamaño enjambre. Así que decidió tirar de tecnología para echarle un cable y acabar de una vez con el dichoso problema.
Por eso nació Apicultura 4.0. «Surgió de la necesidad de ayudar a mi padre; siempre acabo buscando yo a la abeja reina porque en el campo no es fácil por los contrastes de luz o porque hay miles de abejas que quieren ir a por ti. Es difícil encontrarla entre las 40.000 abejas que componen una colmena», explica. Su idea consiste en colgarle algo así como una 'mochila' a la 'jefa'. «Estamos en proceso, pero la idea es que nuestro producto permita localizarla sin necesidad de tener un contacto visual, acotando el área de búsqueda en caso de necesitar encontrarla», expone este joven de 24 años de Mazarrón.
El emprendimiento le viene de una curiosidad innata. «Atendiendo a la representación de emprendedor que nos han comentado unos investigadores de la Universidad de Stanford, yo siempre soy el que pregunta en clase, el que a veces pone en un compromiso a los profesores porque enlazo una idea con otra, y así aprendo o asimilo mejor las cosas», explica Karim, quien se ve en el futuro no ya ligado a la apicultura sino con varias empresas en diferentes ámbitos laborales.
Belhaki es de uno de los 'explorer' que más ha disfrutado con las charlas que han recibido en las diferentes empresas tecnológicas de Silicon Valley que han visitado durante una semana: Google, Facebook, Salesforce... «Es lo que me llevo de aquí. Las experiencias personales son algo que no se puede pagar y que aprovechamos interactuando con los ponentes, con las personas que nos han recibido. Son experiencias buenas y malas, de las que aprender, muy válidas para aprender nosotros«.
Iraitz Cordero.
Iraitz Cordero.
Iraitz Cordero
País Vasco

«Me dijeron que no sería capaz de hacer Teleco»

Los profesores nunca le auguraron nada bueno. Sus notas no eran brillantes y nadie le veía capaz de alcanzar sus retos universitarios. Pero Iraitz Cordero, guipuzcoano de Zarautz, no les hizo caso y siguió a lo suyo. Hoy está estudiando la carrera que siempre quiso, ha sido ganador del Explorer a través de la incubadora de 'stratups' BIC Bizkaia y acaba de regresar de Silicon Valley tras convertirse en uno de los 'explorer' más queridos del grupo.
Iraitz es el fundador de Totalcheck, «un sistema de detección y mejora continua de puntos críticos para la predicción, prevención y gestión de procesos en línea» que aporta soluciones de inteligencia artificial para las empresas. «En el País Vasco hay cerca de 112.000 empresas y 11.000 son del sector industrial. De esas, 1.025 corresponden a alimentación y bebidas con un sistema de producción en línea, diario e ininterrumpido. Se pierden millones de euros cada año por estos problemas a los que mi 'startup' les da una solución».
Su proyecto triunfó en el Bizkaia Explorer, otro espaldarazo a su autoestima después de una adolescencia en la que no encontró el apoyo que esperaba. «Yo de niño sacaba notazas, pero luego me relajé. No le veía sentido a estudiar tantas horas para memorizar algo que luego vas a acabar olvidando. Por eso los profesores del instituto empezaron a decirme que no iba a poder estudiar Teleco, que no estaba preparado para hacer una ingeniería. Cuando preguntaban en clase qué queríamos estudiar, todos, profesores y alumnos, se reían de mí. Y, en concreto, la profesora de Tecnología se encargó en recalcarme que nunca iba a ser capaz de hacer Teleco. Pues ya ves...».
Ahora sigue creciendo académicamente abrazado a la tecnología, pasa el año en Oporto gracias a una beca Erasmus y despunta como emprendedor gracias a Totalcheck. «Mi solución a los problemas que surgen en la producción en línea es un sistema basado en tecnología IoT (internet de las cosas), sensórica avanzada y técnicas de Big Data con Machine Learning, que va a ser capaz de realizar predicciones de posibles futuros errores para poder corregirlos antes de que ocurran y evitar pérdidas económicas a consecuencia del parón de producción», explica este estudiante de Zarauzt. Y eso que no valía para estudiar una ingeniernía en Telecomunicaciones...
Carolina Lacasta.
Carolina Lacasta.
Carolina Lacasta
Valencia

No hay problema sin solución

Su mente nunca descansa. Carolina Lacasta, del barrio valenciano de Ruzafa, siempre ha vivido obsesionada por encontrar una solución a los problemas que iban saliendo a su paso. Como la duda que asalta a todo aquel usuario que se lanza a comprar un par de 'zapas' por internet. «Nosotras (ha elaborado su proyecto con Diana Cañigral) nos dimos cuenta de que la compra online siempre genera incertidumbre y, de hecho, uno de cada tres pares de zapatos se devuelve. Por eso decidimos ofrecer a las empresas un servicio que asegure a sus usuarios que compran siempre la talla correcta». Así nació My Feeting Room, la 'startup' que le llevó hasta Silicon Valley.
Su método consiste en que el cliente le haga tres fotografías al pie con el teléfono. «A partir de ahí transformamos las tres imágenes en 2D en una reconstrucción 3D muy precisa del pie y la comparamos con las medidas del zapato para encontrar la talla exacta para cada modelo». Algunas empresas ya están colaborando con este negocio que, si termina de implantarse, cobrará 15 euros mensuales por cada modelo de zapato que tengan integrado en su servicio y 20 céntimos cada vez que un cliente use My Feeting Room.
Carolina Lacasta tiene 26 años y estudió Biotecnología, pero su espíritu emprendedor la llevó a ampliar sus conocimientos en marketing y estrategias de negocio. Siempre estuvo atenta a todos los concursos de la Universidad de Valencia y postulaba a todos los premios de ideas. Gracias a un curso de emprendimiento pasó tres semanas en Niza junto a profesores y alumnos de la Universidad de Berkeley. Ellos le despertaron el interés por Silicon Valley. Ahora, tras pasar por allí, se maravilla por esa mentalidad que les lleva al salir de trabajar a hacer 'networking' o a interesarse por otros proyectos. «Aquí somos más de irnos a tomar una cerveza...», bromea.
Javier González.
Javier González.
Javier González
Valladolid

Un ángel de la guarda para los obreros que más se lesionan

La idea de este emprendedor surgió de ver que en determinadas profesiones era muy común lesionarse, sufrir, perder días de trabajo y hasta tener que dejarlo siendo aún demasiado joven. Twyncare es el nombre del proyecto de este estudiante de doctorado tras acabar Telecomunicaciones en Electrónica. Javier González, vallisoletano de 26 años, ha ideado un proyecto para alargar la vida laboral de los obreros que trabajan en la industria pesada mediante un servicio de monitorización de movimientos. «Lo logramos gracias a unos sensores vestibles y actuamos desde la prevención, no desde la rehabilitación. Queremos que los trabajadores se lesionen menos y también que los puestos de trabajo se controlen de una forma impersonal y que los trabajadores de industrias como la automovilística o la alimentaria reduzcan sus lesiones».
Este estudiante de la Universidad de Valladolid desarrolló la tecnología necesaria para intentar amortiguar un problema inherente a este tipo de empleos: las lesiones. «Hemos creado unos sensores vestibles desde la fase más básica del diseño hardware y se conectan entre sí en distintas partes del cuerpo y monitorizan los movimientos. Luego envían esa información a un dispositivo, se recopila todo en una base de datos y se utilizan tecnologías de inteligencia artificial para procesar y decidir cuáles son los movimientos que están produciendo que los trabajadores se lesionen».
Javier y el resto de 'explorer' tienen el reto de convencer a posibles inversores para poder levantar el capital necesario que permita poner en órbita sus 'startups'. Este emprendedor de Valladolid concreta un motivo por el que apostar el dinero por su proyecto: «No solo es una solución que ayuda a las empresas porque reduce mucho los gastos en mutuas sino que, además, ayuda a los empleados a ampliar su vida útil y que no tengan que acabar su carrera a los cuarenta y poco por le hecho de dedicarse a un trabajo manual con mucha carga física».
El vallisoletano asegura que regresa a España marcado por «el espíritu de San Francisco, el espíritu de Silicon Valley» y con una convicción: «Si quieres un producto que cambie el mundo tiene que ser aquí. Una 'startup' necesita que crezca rápido». Para él, aquello sí es la tierra prometida: «Me vendría aquí el mes que viene. A Stanford o a una empresa».
Pablo Romero.
Pablo Romero.
Pablo Romero
Granada

El líder que usa la tecnología para soñar un mundo mejor

La verdad es que nunca tuvo alma de tiburón, pero sí iniciativa y capacidad de liderazgo. Y sueños, muchos sueños. De niño veía los anuncios de Coca-Cola que prometían felicidad y le decía a su padre que de mayor haría algo para que todo el mundo pudiera vivir mejor y ser más feliz. Su progenitor no solo escuchaba sus fantasías infantiles, también le marcó. Es informático y aquello fue calando en su hizo, quien, a su lado, descubrió el primer ordenador, aprendió lo que era un disquete –una herramienta para almacenar información que ahora parece del pleistoceno– y hasta comenzó a programar. Pablo Romero fue también el que vendía las entradas para la discoteca light, el que se encargaba de organizar el viaje de fin de curso y, por supuesto, el delegado de su clase durante los años de estudiante de ingeniería de Informática y Telecomunicaciones en la Universidad de Granada.
Aquel chico del pueblo de La Zubia acabó la carrera y el máster pero mantuvo abiertos los sueños. «Vi que la tecnología, como el internet de las cosas (IoT), tenía muchas aplicaciones para muchos sectores de la sociedad. Por eso creé con mi compañero Manuel Castro GranIoT». Al principio para geolocalizar a víctimas de la violencia de genero, después para poder socorrer al instante a corredores de montaña y finalmente volvió a pivotar, que, según la jerga, significa desviar el proyecto hacia otro objetivo, para ofrecer a sus clientes la posibilidad de captar parámetros de cualquier negocio. «Un agricultor, por ejemplo, necesita saber cuánta agua está consumiendo o cómo tiene que estar la tierra para que su cultivo crezca de forma adecuada. Nosotros captamos esos parámetros, los transmitimos y le damos una solución al cliente a través de una aplicación web o móvil donde puede ver en todo momento el estado de su servicio».
En California les han bombardeado sobre la forma de perseguir el éxito pero para Pablo muchas veces ha pensado en dejarlo todo e irse al campo. «No me está gustando el camino que está tomando lo tecnológico en el plano social. Por eso me he planteado dedicarme a otra cosa, pero lo que me da fuerza es desarrollar esa tecnología para ayudar a la gente». Porque el éxito, para él, nunca será otra cosa que poder hacer un mundo mejor. Como aquel niño que veía los anuncios en la televisión.
Alberto del Viejo.
Alberto del Viejo
Extremadura

La idea de un olvidadizo para dejar de perderlo todo

Alberto del Viejo. La suya es la historia de una de esas personas que cada dos por tres está dándose manotazos en los bolsillos porque acaba de echar en falta algún objeto. Las llaves, el teléfono, la cartera... Enseres que a menudo olvida en cualquier parte. Son tan recurrentes esos despistes que Alberto del Viejo, un pacense de 21 años, se decidió a crear Reemi para ayudar a aquellos que, como él, viajan a Babia asiduamente. El proyecto que le permitió ganar en la Universidad de Extremadura y viajar a California con el resto de los 'explorer'.
«Soy muy despistado y me olvido todo en todas partes. Entonces Reemi es un pequeño dispositivo que lo puedes adherir a tus objetos personales y te avisa mandándote una notificación al móvil cuando te los has olvidado. También le hemos metido inteligencia artificial para que aprenda de tu comportamiento, de tus hábitos, y te pueda prevenir de en qué momentos te sueles olvidar más las cosas según tu comportamiento habitual», explica este estudiante de Ingeniería Informática e Ingeniería en Telecomunicaciones que todavía tiene 21 años.
La tecnología que utiliza es un chip que se cuelga de las llaves o del objeto que extraviemos con más frecuencia. Funciona mediante bluetooth y se conecta al teléfono móvil. Cuando el dispositivo queda fuera del área de conectividad, se desconecta y manda una notificación informando de su ubicación.
Alberto del Viejo solo tiene 21 años, pero ya anda con ideas para una 'startup'. Su problema es la falta de emprendimiento en Extremadura, donde es mucho más peliagudo que, no solo en Silicon Valey, en las zonas más pobladas e industriales de España. «En mi región el emprendimiento no está tan desarrollado como en Madrid, Barcelona o, más recientemente, Valencia. Cuesta más encontrar a gente como tú o inversores que apuesten por este tipo de soluciones. Es un poco más complicado hacerlo en Badajoz», explica este joven emprendedor que se ha empapado tanto de la mentalidad de los otros jóvenes españoles como de Silicon Valley, donde hay algo que le ha llamado la atención especialmente: «Lo que me llevo es la mentalidad de esta gente, algo que está en el ecosistema. Si creen en algo, van a por ello, luchan por eso. Eso es algo muy positivo que tenemos que parender los emprendedores de otras partes del mundo».
Álvaro Millán.
Álvaro Millán.
Álvaro Millán
Málaga

El niño curioso que siempre había querido ser inventor

La bombilla de Álvaro Millán se encendió mientras veía hacer piruetas sobre su tabla a Marcelo Lusardi, un 'skater' argentino que apenas ve unas sombras y que aprendió a patinar con la ayuda de un bastón. Ahí entendió que un ciego puede obtener más ayuda que, como suele ser habitual, la acústica. Aquel recuerdo le impulsó a crear Tuso junto a su compañera María Ruiz. «Nuestro proyecto está orientado a la ayuda en la movilidad de los invidentes utilizando el sentido del tacto como medio de transmisión de información», expone este joven de Córdoba que estudió en la Universidad de Málaga. Para ello se apoya, como el bastón de Lusardi, en la tecnología háptica –la ciencia del tacto, por analogía con la acústica, del oído, y la óptica, de la vista–, el eje de su idea.
Álvaro va por Silicon Valley con una especie de pulsera puesta. Se trata de un dispositivo que vibra sobre diferentes puntos (cardinales) del dorso de la mano. Para indicarle al invidente hacia donde tiene que avanzar. «De forma más intuitiva transmitimos información que antes no lo era para ellos. Antes, por ejemplo, buscaban una dirección escuchando en el Google Maps que tenían que girar a la derecha en cien metros, pero el invidente en realidad no sabe calcular esos cien metros. Ahora esos mensajes se transmiten a través del tacto».
Álvaro es el chico de las camisetas anchas y el ordenador lleno de pegatinas, el niño que de mayor quería ser inventor y que, ahora, convertido ya en ingeniero tras pasar por la Universidad de Málaga, se ha puesto a ello. «Sé que el día que acabe con este proyecto, me pondré con otro. Yo soy ingeniero y lo que a mí me gusta es 'prototipar', hacer pruebas, idear... Y Explorer te aporta el modelo de empresa, que ahí sí que estamos perdidos. Gracias a las charlas y a conocer gente hemos encontrado la línea de negocio que se adecua más al proyecto. A mí me gusta alimentar la curiosidad y lo consigo con proyectos como este».
El cordobés cree que, aunque emprendedores siempre ha habido, la generación de ahora es más propensa a la innovación que las precedentes. «Tenemos unas herramientas que las generaciones anteriores no tenían. Y mucha ciencia ficción que estimula la curiosidad e incluso cuestionarnos lo que se ha hecho hasta ahora y si se puede hacer mejor», explica este joven con alma de inventor.
Yiran Chen.
Yiran Chen.
Yiran Chen
Cantabria

De China a Santoña y de ahí a Finlandia

La vida de Yiran Chen, de 25 años, ya puede considerarse una historia de emprendimiento en sí misma. Porque nació en Wenzhou, una gran ciudad costera de China, y cuando tenía 14 años, con la adolescencia asomando por todo su cuerpo, su madre, maestra, decidió que se iban a España, donde vivía una amiga desde hace tiempo. Echaron raíces en la pequeña villa de Santoña, junto al Cantábrico. Allí resistió sin hablar una palabra de español y con sus ojos rasgados por delante, soportando desprecios y bromas pesadas. Una mezcla de bullying y racismo. Un día, harta, le imploró a su madre regresar a casa, pero aguantó el envite hasta que acabó encontrando su sitio en la Universidad de Cantabria, donde estudió Ingeniería Química y todo empezó a encajar. Al final, siempre al lado del mar, se instaló en Turku (Finlandia), donde está feliz haciendo el doctorado en la Abo Akademy University tras pasar un año de Erasmus.
Chen habla chino, el dialecto de su región, español, inglés, sueco y ya empieza a chapurrear algo de finlandés. Ya hace tiempo que no le teme a nada y desde el día que cumplió los 18 años comenzó a viajar por el mundo, mano a mano, junto a su hermana pequeña, que entonces tenía 12. «Mis padres dicen que, mientras siga estudiando, puedo hacer lo que quiera». Tanto mar –siempre ha vivido en ciudades costeras– terminó por hacerle pensar una solución a un problema: que en Europa haya tres veces más barcos de recreo que atraques. De esa necesidad nació BoatInn: «Una aplicación con la que facilitamos la comunicación de los puertos deportivos con los navegantes que vienen de fuera, para aumentar el ratio de utilización de los atraques y, de paso, reducir la contaminación».
Esta mujer, mitad china, mitad cántabra, en realidad universal, está enamorada de los países nórdicos, y de California, más que su espíritu, se queda con el «We can do it» que le han inculcado. Ahora ha vuelto a Turku, donde sigue formándose y dándole vueltas a la vía que quiere encontrar para «mejorar la sociedad con este espíritu de emprendimiento que nos hemos contagiado los explorer». De vez en cuando vuelve a Cantabria para visitar a su familia, que regenta varios negocios de hostelería. «No son los típicos bares de chinos sino bares de tapas al estilo santoñés».
Ocho jóvenes emprendedores en la capital tecnológica del mundoNo es una vida fácil. Los científicos no se encierran en su parcela de conocimiento sino que están aprendiendo constantemente. «Todos vivimos con el síndrome del impostor: que no se enteren de que no sé de qué va esto cuando empieza un proyecto», relata Elena Sotillo, una gallega que estudió en Pamplona. Su compañero Xavi lo explica de otra forma: «No sé de algo, pero dame tres semanas y lo sabré». La presión es enorme. Tanto en los investigadores, los alumnos que se han empeñado para poder estudiar allí o en Berkeley, como en los emprendedores que no alcanzan el éxito. Y de ahí surge otro contraste: en la tierra de los triunfadores no para de crecer la tasa de suicidios.

El 'explorer' que triunfó

No todo es oro en la dorada California. Aunque son necesarios programas como el Explorer, como razona Adriana Tortajada, directora global de emprendimiento de Santander Universidades: «Impulsamos el emprendimiento innovador como eje de transformación de las economías. En esta era digital, de grandes retos, que evoluciona a gran velocidad, un programa como Explorer ayuda al emprendedor universitario que se plantea generar soluciones a las grandes problemáticas y traducirlas en modelos de negocio con impactos positivos sociales y sustentables».
Vista aérea de Silicon Valley.
Vista aérea de Silicon Valley. Carlos González de Villaumbrosia espera a los 'explorers' en una antigua fábrica de chocolate en San Francisco. Allí está el 'coworking' donde se asienta su empresa, Product School. Madrileño de 34 años, está emocionado porque él también fue un 'explorer' hace nueve años, «cuando no era tan molón ser un emprendedor». El programa, entonces, se llamaba Yuzz y Carlos ganó otro viaje a Silicon Valley gracias a una plataforma para organizar eventos en universidades donde los ponentes eran referentes de los jóvenes: deportistas, músicos, directores de cine... «Descubrí que todos estaban a un correo de mí». Por la mañana estudiaba su ingeniería y por la noche montaba los saraos.
Durante el viaje a California, se escapó a Berkeley. «Allí me colé en una clase del MBA. Me volví loco: había gente de todo el mundo, aquello era una especie de debate y no había ningún profesor con bata blanca soltando un rollo». Con el dinero ganado con los eventos se pagó el máster allí. «Y volví a tener dos vidas: por el día las clases y por la noche me iba a San Francisco a un montón de eventos que no existían en Madrid». Mientras, con 25 años, expandió su empresa a Estados Unidos. Pero el dichoso visado, la cruz de los emigrantes, le obligó a volver a casa. Entonces, en plena crisis en España, montó su segundo negocio. Levantó capital aquí y en Sudamérica gracias a una aceleradora chilena, pero en menos de un año otra aceleradora, 500 Startups, le financió su regresó a Silicon Valley. Carlos acabó vendiendo su participación en la empresa y fundó Product School, una escuela donde los alumnos aprenden de 'product managers' que trabajan en Google, Facebook, Uber, Airbnb...
Españoles que han triunfado en California. Como Ione Ayestarán, una navarra que estudió en San Sebastián y que ha acabado trabajando en la poderosa Salesforce, que tiene 45.000 empleados y que, desde el día que la fundó Marc Bennioff, establece el modelo 1-1-1: dona el 1% del tiempo de sus empleados para obras sociales, el 1% del producto o tecnología y el 1% de sus ganancias anuales a obras benéficas. Porque hay otras formas de entender el éxito, como demuestra la 'explorer' de Cantabria Yiran Chen, quien, tras acabar un grasiento desayuno americano, coge los restos, se los lleva a un mendigo y, mirandole a los ojos, le dice: «Que tenga un buen día».


 TITULO:  52 Minutos: - Destino Talayuela ,. Canal Extremadura,.

 

Resultat d'imatges de 52 Minutos Destino Talayuela Canal Extremadurafoto /  En la década de los años 80, en pleno apogeo del cultivo del tabaco, miles de inmigrantes magrebíes salieron de su país en busca de un futuro mejor. En nuestra región, la mayoría fijó su residencia en Talayuela, donde aún hoy se produce más del 90 por ciento del tabaco en rama de España. El éxodo se realizó de forma progresiva, pero con el paso de los años supuso la transformación social de uno de los municipios con mayor porcentaje de población inmigrante de nuestro país. “Destino Talayuela” profundiza en la historia de un pueblo que ha logrado el milagro de la convivencia pacífica a pesar de la crisis. La progresiva mecanización de las explotaciones tabaqueras y la evolución del sector no han forzado el retorno de estos hombres y mujeres, que han visto en Talayuela un destino ideal para vivir.

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