Sonados los tres cuartos para las dos de la tarde, hora de
Nueva York, -foto,.un coche se paró casi abruptamente en una zona de
aparcamiento estrictamente prohibido, junto a la acera de la catedral de
San Patricio -donde suelen ponerse los vendedores ambulantes de
perritos calientes- y justo enfrente de la plaza del Rockefeller Center,
que ya tenía abierta su pista de hielo para patinadores debajo del
grandioso y espectacular árbol que debía encenderse el jueves siguiente,
fiesta del 'thanksgiving', el Día de Accion de Gracias, que marca
siempre el comienzo de la temporada de Navidad.
El coche era grande, por supuesto, lustroso, cromado, con
asientos de cuero blanco y faros traseros con forma que decíamos de
aleta de tiburón. Muy propio de los años sesenta, quizá sería un
Cadillac. Aunque era últimos de noviembre -un viernes y 22, por cierto-,
no hacía mucho frío y no nevaba ni llovía como suele ocurrir en Nueva
York por esas fechas del año. Así que el conductor llevaba las
ventanillas abiertas y se podía oír la radio que tenía encendida. De
pronto, el conductor, con gestos de grandes nervios, hizo señas a las
gentes que por allí pasaban para que oyeran lo que él estaba oyendo. Y
algunas gentes se acercaron. Y luego más y más. Y todos se quedaron como
transfigurados por lo que alguien contaba por la radio, que era más o
menos esto: «Se han disparado tres tiros contra el coche del presidente
Kennedy que se encuentra de visita en Dallas, Texas. Al parecer, el
presidente ha sido herido, es posible que gravemente herido». Entre las
personas agrupadas en torno al coche se escucharon gritos ahogados,
alguien salió corriendo y alguien, tal vez un católico como Kennedy,
entró en la catedral para rezar. Seguramente a esas horas todo el país y
otros muchos lugares en el mundo sabían que algo terrible había
ocurrido.
Y las gentes de todo el país y otros muchos lugares del
mundo contuvieron la respiración durante algo más de cuarenta y cinco
minutos esperando lo mejor y temiendo lo peor. Pero a las dos y treinta y
ocho minutos lo peor presentó su cara devastadora: el presidente había
muerto, según un anuncio oficial, media hora antes. Aquellos tres
disparos habían resultado fatales.
Apenas cuatro horas antes Kennedy, en el salón de baile de
un hotel de Fort Worth, una ciudad muy cercana a Dallas, había
pronunciado un discurso -que luego resultó su último discurso en vida y
que ahora nos puede sonar a profecía- en el que dijo algunas cosas como
estas: «Estamos en un mundo peligroso e incierto y nadie puede esperar
que la vida nos sea fácil. Probablemente no lo será». El tiempo, su
muerte y las consecuencias de aquellos disparos le han dado la razón.
Incredulidad y dolor
Al principio, nada más conocerse la noticia del asesinato,
la única palabra que se oía, aparte del sonido silencioso de las
lágrimas, era: «Increíble». Fuera de toda imaginación, fuera de todo
sentido y fuera de toda comprensión. ¿Por qué lo han matado? ¿quién lo
ha matado? ¿para qué lo han matado? Pero cuarenta y ocho horas después,
el domingo 24 de noviembre del año de desgracia de 1963, lo increíble
pasó a ser inquietante, angustioso, sospechoso y alucinante. Lo
increíble daba ya miedo y ponía a Norteamérica al borde de un ataque de
nervios colectivo. Porque ese domingo, a la misma hora en que dos días
antes había muerto Kennedy, todo el país pudo contemplar en directo por
televisión cómo el presunto aunque oficialmente inculpado asesino del
presidente, Lee Harvey Oswald, moría también asesinado. Y, además, moría
a manos de un conocido dueño de cabaret de 'streaptease' del que se
decía que estaba relacionado con la mafia. ¿Qué estaba pasando? ¿qué iba
a pasar?
Pero ese domingo los sentimientos del horror hicieron una
pausa o se mezclaron con los sentimientos del dolor cuando se vio a la
viuda del presidente asesinado, Jacqueline Bouvier Kennedy y a su hija
Carolina subir las solemnes escalinatas del Capitolio en Washington y
entrar en la rotonda en la que, bajo la espectacular cúpula, habían
puesto el ataúd cubierto con una bandera norteamericana y colocado sobre
el mismo catafalco que se había utilizado cien años antes en la capilla
ardiente de Lincoln, otro presidente que también murió por las balas de
un asesino. Y lo mismo ocurrió el lunes, día del entierro, por la noche
y con el frío cuando en el cementerio de Arlington se encendió la llama
que ha alumbrado la sepultura de Kennedy durante cincuenta años y que
sigue encendida todavía.
El horror y el dolor eran generales y sinceros. Pero más
todavía, si cabe, para millones de norteamericanos que habían
considerado al presidente Kennedy como un símbolo de algo nuevo, como
una ilusión prometedora y como un estímulo para sus vidas. Ya lo dijo un
comentarista de televisión por aquellos días: «Su presidencia fue un
regalo gigantesco y magnífico que nos han quitado antes de tiempo. Por
eso la mayoría de nosotros siempre recordaremos dónde estábamos y qué
hacíamos el día que mataron a Kennedy».
El famoso Informe Warren, dirigido por el presidente del
Tribunal Supremo que le costó al Gobierno norteamericano un millón de
dólares, no contribuyó, ni mucho menos, a aquietar los ánimos ni la
desconfianza. En el fondo se limitaba, a pesar de sus muchas páginas, a
contestar las dos preguntas esenciales: ¿quién mato al presidente? Y
¿actuó solo? Las respuestas eran tan simples como, para muchas personas,
inverosímiles: fue Oswald y lo hizo en solitario.
El informe fue disputado, contestado, debatido y rechazado
desde muchos frentes. Porque muchas de las cosas que han ocurrido
después de la muerte de Kennedy pueden tener su origen en aquel día de
noviembre en Dallas.
Para mí tengo -y es una simple opinión personal- que las
mentiras de Johnson sobre la sucia guerra de Vietnam, el rechazo a
aquella guerra, los turbios manejos del 'escándalo Watergate', los
perjurios de Clinton, el trasfondo de las dos guerras de Irak y tantas
otras cosas, salieron a la luz porque los ciudadanos y especialmente sus
medios de comunicación no estaban ya dispuestos a tapar nada sino a
buscar y encontrar la verdad de todo. Incluso para mí tengo, más
todavía, que la rebelión general de la juventud -me atrevo a decir
mundial- a partir de los años 60 fue una respuesta a la antigua ilusión
perdida. Una juventud que ya no quería saber nada de sus padres y que
vivía, vestía, actuaba y hasta cantaba de forma diferente por no
parecerse a lo que entonces ya tenían a su alrededor.
Hay un extraordinario documental sobre lo ocurrido en
aquellos cuatro días de noviembre de 1963 cuyo título lo dice todo:
'Tres disparos que cambiaron América'. Los ecos de esos disparos,
cincuenta años después, se oyen todavía y a mi entender seguirán
sonando. Como seguirán brillando los destellos de esa lámpara siempre
encendida sobre una vida que alguien definió como un breve y luminoso
momento.
TÍTULO: ZAPATILLAS VIEJAS,.
Las puertas giratorias nunca se paran
ZAPATILLAS VIEJAS,.-foto.
- El salto del sector público al privado es habitual entre los altos cargos políticos-foto.
- Los fichajes polémicos son los que han provocado el endurecimiento de las normas de competitividad
El enfrentamiento entre el Ministerio de Economía y la gran banca por la elección de José María Roldán como próximo presidente de la AEB (Asociación Española de Banca) ha vuelto a poner en evidencia la situación de puertas giratorias que se repite entre los altos cargos de la Administración y sectores como el bancario o el eléctrico.
En la patronal bancaria, los actuales cargos proceden del Banco de España, como lo hará Roldán si finalmente asume la presidencia en abril. Miguel Martín, actual presidente de la AEB, fue subgobernador entre 1992 y 2000, llegó a la patronal bancaria en 2006, tras varios años en el departamento de auditoría interna del supervisor sin ocupar puestos de relevancia. El secretario de la AEB, Pedro Pablo Villasante, fue el mismo caso que José María Roldán. Desempeñó el cargo de director general de Supervisión del Banco de España desde 2000 hasta 2006, año en el que fue nombrado secretario de la patronal tras los seis meses preceptivos desde el cese.
PÉREZ, EL DETONANTE
Sin embargo, el caso que levantó auténticas chispas fue el de José Pérez, director general de Inspección del Banco de España desde 1992 hasta 1995, en que fichó por el BBV. Este movimiento tan polémico llevó al instituto emisor a establecer un periodo de seis meses desde el cese sin poder incorporarse a una entidad financiera. El resto de los bancos, entre ellos el Santander, protestó porque el responsable de la inspección del Banco de España, con información privilegiada de todos ellos, se fuese a un competidor y consideraban que seis meses no era un periodo suficiente. Otro caso es el de José Antonio Alepuz, secretario general del Banco de España desde 2002 hasta 2011, ese año fichó por La Caixa, para ocupar un cargo en Caixaholding, que agrupa las participaciones industriales de la entidad, tras la 'cuarentena' obligada de seis meses.
La puerta giratoria se da en todos los sectores. Atendiendo sólo a las asociaciones o lobbys empresariales, encontramos que la actual presidenta de Unespa, la patronal del seguro, fue anteriormente directora general de seguros; o que David Taguas, director de la Oficina Económica de Zapatero, estuvo después en Seopan, la patronal de las grandes constructoras. Como contraste, su antecesor y ex ministro de Industria, Miguel Sebastián, volvió a su plaza de profesor universitario.
El actual ministro de Economía, Luis de Guindos, o la presidenta de la Sareb, Belén Romana, también han ido del sector público al privado y han vuelto al público.
Que un director general, un secretario de Estado o un ministro pase al sector privado sobre el que ha actuado no está prohibido legalmente siempre que se respete el periodo de incompatibilidad regulado. Un plazo que es de dos años desde el cese para los altos cargos de la Administración del Estado (de directores generales en adelante) durante los cuales no pueden desempeñar sus servicios en empresas o sociedades privadas relacionadas directamente con las competencias del cargo desempeñado. Este periodo es de sólo seis meses para los directores generales del Banco de España, el puesto que ocupaba Roldán hasta el pasado mes de septiembre. La banca recalca que no hay incompatibilidad alguna en que Roldán ocupe la presidencia en abril porque el Estatuto de Autonomía del Banco de España sólo habla de trabajar en entidades de crédito, mercados de valores o instituciones financieras privadas, pero no de asociaciones empresariales y, en todo caso, ya habrán transcurrido seis meses desde el cese si finalmente asume la presidencia en abril.
Por lo pronto, el ministro de Economía ha anunciado que se reformará la ley para que se aplique también un plazo de dos años de incompatibilidades a los directores generales del Banco de España.
Por otra parte, quienes defienden las puertas giratorias señalan que es la única forma de que en la administración haya buenos profesionales; ya que si se les cercenan las posibilidades de trabajar en el sector privado en el área que dominan será mucho más difícil que quieran estar en el sector público durante un tiempo, aseguran.
Pero hay situaciones donde la actuación de los cargos públicos que pasan al sector privado levanta sospechas y llega a los tribunales. Es el caso de Juan José Güemes y Manuel Lamela, ambos ex consejeros de Sanidad en el Gobierno del PP de la Comunidad de Madrid, que han sido imputados por presuntos delitos de cohecho y prevaricación por el juzgado de instrucción número 4 de Madrid en el proceso de privatización de la sanidad madrileña.
FICHA
De lo público a lo privado
José María Aznar
Presidente del Gobierno entre 1996 y 2004, en 2011 fue nombrado asesor externo de Endesa.
Felipe González
Presidente del Gobierno entre 1982 y 1996, fichó como asesor de Gas Natural en 2010.
Pedro Solbes
Vicepresidente económico entre 2004 y 2009, es consejero de Enel y de Barclays desde 2011
Secretario de Estado de Economía entre 2002 y 2004, pasó a dirigir Lehman Brothers España
Elena Salgado
Vicepresidenta económica de 2009 a 2011, a los 3 meses fichó por Chilectra, filial de Endesa.
David Taguas
Dirigió la Oficina Económica de Zapatero, a los 4 meses presidió Seopan, el lobby constructor.
Pilar González de Frutos
Directora general de seguros de 1997 a 2002, desde 2003 preside Unespa, patronal aseguradora.
Miguel Martín
Subgobernador del Banco de España entre 1992 y 2000, desde 2006 preside la AEB.
José Pérez
Director de Inspección del Banco de España, en 1995 fichó por el BBV y 'provocó' los 6 meses.
Gloria Hernández
Directora general del Tesoro hasta 2003, año en que se fue al Banco Pastor.
Juan José Güemes
Exconsejero de Sanidad madrileño, fichado por Unilabs tuvo que dimitir. Imputado
Manuel Lamela
Exconsejero de Sanidad en Madrid. Contratado por Assignia, gestora de hospital. Imputado.
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