domingo, 10 de noviembre de 2013

SALUD, CONOCER, CONSUMO ¿Por qué damos prioridad al dinero sobre el amor? / SALUD, CONOCER, CONSUMO,. La cara oculta de los productos BIO,.


  1. Cómo hemos podido vivir dos millones de años sin saber lo que nos pasaba por dentro? Al comienzo de todo, sentíamos lo mismo que el ...

    ¿Por qué damos prioridad al dinero sobre el amor?

    ¿Cómo hemos podido vivir dos millones de años sin saber lo que nos pasaba por dentro? Al comienzo de todo, sentíamos lo mismo que el resto de la manada a la que pertenecíamos: básicamente, hambre, sed y miedo.
    Estábamos convencidos de que todas nuestras sensaciones se activaban en el cerebro y de que todas eran concretas y fisiológicas, como el hambre o la sed. Nos era muy difícil pensar de otra manera; es decir, creer que nuestro cerebro se activaba también por razones o motivos ajenos: no solo por causas fisiológicas o concretas, como el hambre o el miedo, sino también por motivos como el sufrimiento o la soledad de los demás.
    Hace probablemente unos cien mil años empezamos a sentir la empatía, el don de saber compartir el dolor de los demás. Fue un cambio trascendental que transformó la evolución de los homínidos.
    Hasta entonces, lo que nos pasaba por dentro venía dictado por tres causas independientes: lo que llamábamos relaciones personales, movidas básicamente por la educación recibida; el afecto y el amor de los demás, que solía llenar contra viento y marea el inconsciente de la manada; y, finalmente, muy en la cola, la falta de dinero.
    Este último factor lo habíamos mediatizado siempre. Cuando la gente alcanzaba un determinado nivel de ingresos, se ponía nerviosa porque debía tomar decisiones varias en cada momento: ¿qué tipo de necesidades voy a intentar saciar en primer lugar? ¿Apuesto por el trabajo o por más placer? ¿Puedo realmente ver a más personas de las que estoy viendo, asumiendo más compromisos? Más allá del nivel de subsistencia, manejar el dinero se convertía en una tarea complicada.
    Tradicionalmente, los factores de la felicidad siempre fueron la educación, en primer lugar; el amor, en segundo y, por último, el dinero. No era fácil. Nadie medía las incidencias de la evolución dictada por cada una de estas dimensiones. La educación apenas existía y de ahí que se recalcaran, sobre todo, las relaciones personales, dictadas en el fondo por la educación recibida: unos eran más proclives al entendimiento y otros, más xenófobos.
    El amor transformaba a unos en personas que sentían mucho menos miedo que los demás, y a otros los dominaban los celos, transformardos en un sentimiento de propiedad. Para ellos era algo omnipotente que ocupaba todo el espacio disponible en la mente.
    La tercera variable apenas contaba. Es cierto que se daba siempre un porcentaje fijo de gente incapaz de ponerse en el lugar de los demás: tanto en el nivel educativo como en el del afecto o el del dinero. Tradicionalmente se los calificaba de psicópatas. Un porcentaje fijo de personas estaban fisiológicamente discapacitadas para ponerse en el lugar de los demás. Entre los presidiarios este porcentaje superaba el promedio, pero al considerar el total resultaba un porcentaje fijo de afectados. Esto no ha cambiado, a pesar de los esfuerzos para mejorar el ánimo y el estado general de la gente.
    La gran noticia apenas comentada o anotada por los observadores del quehacer social tiene que ver con la convulsión experimentada por el orden de prioridades de las dimensiones del bienestar social. Resulta que en lugar de la invariabilidad tradicional en los impactos respectivos de la educación, el amor y el dinero, este último ha dado un salto y se ha colocado en cabeza de los factores de la felicidad.
    Es un dato insospechado que el nivel educativo haya dejado de ser el primer responsable de lo que nos pasa por dentro. Y que en su lugar en estos tiempos de crisis iniciada en el año 2007 sea precisamente el dinero el principal responsable. Los políticos deberían centrar su estrategia en este cambio. 

     TÍTULO; SALUD, CONOCER, CONSUMO,.


    MITO 1Las manzanas ecológicas son más feas. La belleza no es importanteMuchos creen que en los productos bio no funcionan los ...
    Consumo,.

    -foto.La cara oculta de los productos BIO

    No todo lo etiquetado como "ecológico" es lo que parece. Tras el reclamo 'bio' en grandes letras verdes puede haber mucha letra pequeña. Tomates orgánicos, agricultura sin pesticidas, ropa de algodón ecológico... ¿Cuánto hay de cierto en todo esto? Conozca los principales mitos de los productos 'bio'. Los desmontamos.
    MITO 1
    Las manzanas ecológicas son más feas. La belleza no es importante
    Muchos creen que en los productos bio no funcionan los estándares de belleza. Sin embargo, claro que los hay. El mercado manda y parece que la manzana ecológica debe tener el mismo aspecto que la industrial: siempre igual de bonita, con las mejillas sonrosadas. Las manzanas que no son perfectas acaban convertidas en zumo o en compota... El consumidor rechaza, por ejemplo, las manzanas moteadas, y no las quiere muy pequeñas, por muy bio que sean. Por otro lado, pese a que la agricultura ecológica promueve las variedades locales, estas no siempre se adaptan al cultivo sin aditivos: suelen ser más susceptibles a enfermedades fúngicas como el oídio (que afecta mucho a la manzana y a la vid) o el moteado (muy presente en la pera y la manzana). El cultivo ecológico, como el normal, pone su acento en las especies que ya han dado buenos resultados, tanto por su productividad como por su buen sabor. Así, pese a existir miles de variedades de manzanas, siguen sonando las mismas (Golden, Reineta, Fuji, Royal Gala...), ya sea en la tienda bio o en la gran superficie. En España se están realizando estudios que buscan cómo mejorar la producción de la manzana bio. En Asturias son especialmente activos los estudios que buscan encontrar la biomanzana más adecuada para elaborar sidra ecológica.
    MITO 2
    Lo ecológico es más sano: Tiene más vitaminas y proteínas
    Escépticos y creyentes tienen estudios científicos que avalan sus teorías. Hay que recurrir pues a estudios de mayor alcance: los metaanálisis que filtran los resultados de decenas, cientos de estudios publicados en años anteriores. En septiembre de 2012, un estudio de la Universidad de Stanford dio mucho que hablar: publicado en la revista Annals of Internal Medicine, se deducía de él que en los productos bio había menor presencia de pesticidas, pero no diferencias significativas en sus cualidades nutricionales, ni en la cantidad de vitamina C ni en proteínas o ácidos grasos. Sí hallaron en la leche bio mayores concentraciones de omega 3 y de fósforo (lo que no es ni bueno ni malo, pues son raros los casos de deficiencia de fósforo). En el debate que siguió a su publicación se llegó a acusar a los investigadores de trabajar al servicio de grandes productoras: ellos aclararon que no habían aceptado ninguna subvención y que el resultado les sorprendió: «Cuando empezamos con el proyecto dijo Dena Bravata, responsable del estudio, creíamos que hallaríamos evidencias de la superioridad de los productos bio». Por otro lado, la producción ecológica tiene riesgos asociados. El estiércol de las vacas, que se utiliza como fertilizante, contiene la bacteria Escherichia coli y hay estudios que demuestran que la probabilidad de infección por esta bacteria es ocho veces mayor en los productos ecológicos que en los convencionales.
    MITO 3
    La agricultura ecolóica no usa pesticidas
    Los usa menos y de manera más controlada, como corroboran los estudios que muestran una menor presencia de pesticidas en los productos ecológicos. Este sigue siendo uno de los argumentos más convincentes a la hora de decantarse por este tipo de productos. Lo cual no quiere decir que las trazas presentes en alimentos convencionales sean perjudiciales para la salud: por eso se someten, igual que los bio, a estrictos controles sanitarios. En cualquier caso, el reglamento europeo permite el empleo de hasta 27 pesticidas de origen natural. Entre ellos figuran elementos inocuos, como el extracto de árbol de nim contra los pulgones, y otros potencialmente peligrosos, como la rotenona, un insecticida que se obtiene de la raíz de algunas leguminosas que es altamente venenoso para las abejas y que está relacionado con el desarrollo de la enfermedad de Parkinson. Se aplican tratamientos con azufre, sodio, jabón potásico... Pero el elemento más conflictivo en los campos ecológicos es el cobre: un fungicida natural tan efectivo como tóxico.
    MITO 4
    Las camisetas Bio solo utilizan algodón ecológico
    En España, según el Ministerio de Agricultura, había en 2011 solo una hectárea de producción ecológica destinada a las fibras textiles de origen vegetal. Y no se estaba cultivando. En el resto del mundo, las cosas son parecidas: en torno al uno por ciento del algodón cultivado responde a estándares ecológicos. Esto quiere decir que no se produce bastante algodón bio para que las camisetas y los pantalones que lucen el logo ecológico estén hechos, cine por cien, con este algodón. Pero sí contienen sustancias como el DDT, la aldrina, el coldrano... Las pruebas se realizan sobre el algodón en crudo, antes de cualquier tratamiento, pero hay veces en que no deben realizarse, como cuando más del 50 por ciento del algodón procede de cultivos certificados como ecológicos. Por último, la etiqueta ecológica no dice nada sobre las condiciones de los trabajadores. El silencio de algunos fabricantes es llamativo: cuando se les han pedido datos sobre esas condiciones en la India o Bangladesh, han rehusado responder.
    MITO 5
    Los cerdos de granja Bio son más felices
    Habría que preguntárselo a ellos... En todo caso, en la ganadería bio se busca generar para el animal condiciones similares a las que tendría en estado salvaje. Las truchas nadan menos hacinadas en piscinas unas 25 por metro cuadrado, frente a las 40 del método convencional y los cerdos viven con entradas permanentes de aire fresco, con espacios donde moverse... El ideal es integrar las producciones agrícola y ganadera. Pero eso exige mucho terreno: más de dos hectáreas por cerda, que, cuando da de mamar, es la que necesita de mayor espacio vital: en torno a los 7,5 metros cuadrados. El destete bio se produce también más tarde que en la versión convencional, no antes de los 40 días de vida del lechón. Y los cuidados sanitarios se basan en la prevención, ya que todo lo anterior redunda en menos enfermedades. Pero también hay males asociados a la vida bio en la granja: mayor pérdida de peso de las cerdas durante la lactancia, mayor riesgo de mortalidad neonatal, infecciones en sistemas productivos con pasto...
    MITO 6
    En las cremas naturales no hay productos químicos
    Probado que es totalmente falso. No existe todavía a nivel europeo una regulación lo suficientemente estricta y completa respecto a la cosmética natural o ecológica. A diferencia de lo que ocurre con otros productos, no hay un sello estandarizado europeo (como existe en la agricultura y ganadería, aunque estos conviven, todo sea dicho, con una amplia amalgama de sellos estatales y regionales; basta con fijarse en cualquier envase). En muchos casos, los fabricantes convencionales ofrecen una rama 'bio', 'ecológica' o 'natural' que, sin embargo, contiene muchos elementos químicos: silicona, grasas con bases derivadas del petróleo, colorantes y conservantes artificiales...
    MITO 7
    El tomate de agricultura ecológica sabe mejor
    No necesaria-mente. Su sabor tiene más que ver con el momento de recogida del tomate que con su método de cultivo. Si se deja madurar en la mata, será más sabroso, proceda del cultivo ecológico, del convencional... ¡o incluso del transgénico! Otros factores que determinan el sabor son el terreno, las horas de sol que recibe... Además, ¿cómo se mide el sabor? Las personas que han crecido tomando sopas ricas en glutamato no disfrutarán mucho con un caldo casero, porque los productos ecológicos contienen menos aditivos (como los potenciadores de sabor) y pueden hasta resultar insípidos. De hecho, en las catas a ciegas no se aprecian diferencias importantes entre los alimentos convencionales y los ecológicos. Eso sí, ¡a ciegas! Somos muy sugestionables, y por el mero hecho de que nos digan que un tomate es de origen ecológico nos sabrá mejor. Consumir productos de temporada es la mejor manera de garantizar el sabor. Claro que esto puede implicar que el tomate haya recorrido largas distancias. España es un gran exportador de productos ecológicos, pero también los importa de Nueva Zelanda o América. Eso hace que el alimento pueda haber recorrido hasta 5000 kilómetros para llegar hasta nuestro plato. Esa huella poco bio sería menor si el plátano o la manzana o la lechuga fuese un producto más cercano y se evitase el viaje.
    MITO 8
    El pescado BIO siempre es ecológico
    Caldo natural de pescado con verdura ecológica' o 'anchoas en aceite de oliva ecológico' reza en las etiquetas de ciertos productos españoles. ¿Respetan la legislación vigente? Sí. ¿Pero a qué alude el término 'ecológico'? A las verduras, al aceite de oliva... ¿y al pescado? Nada dice sobre el 32 por ciento de rape ni del 2 por ciento de bacalao que lleva el caldo. ¿De dónde provienen? Si no dice lo contrario, del mismo lugar que la versión sin reclamos ecológicos. Otros sí añaden más datos. Una conocida firma gallega de productos ecológicos habla de atún pescado con caña (no criado en piscifactoría), lo cual no es del todo un mérito: aún no se ha logrado un crecimiento correcto y rentable del atún en cautividad. La opción de la caña potencia, en cualquier caso, la sostenibilidad: evita las capturas involuntarias. La versión ecológica de la acuicultura también existe, aunque es una modalidad joven: hasta 2010 no hubo una normativa europea y coexistían diversas reglas locales y estatales... ¡Un estudio de la Universidad de Victoria (Canadá) localizó hasta 240 normativas en 29 países! En 2009 había inscritas, según el Ministerio de Medio Ambiente, dos explotaciones de acuicultura ecológica en nuestro país. Hoy son algunas más y España cuenta con algunos ejemplos pioneros, desde el mejillón en Galicia hasta la trucha, la dorada o la lubina producidas en Guadalajara, Andalucía o Murcia. Estos modelos sostenibles reducen las sustancias contaminantes presentes en estos pescados, lo que hace que entre sus clientes estén muchos afectados por hipersensibilidad química.
    MITO 9
    En la ganadería ecológica no se emplean medicamentos
    Falso. Toda carne, provenga de la ganadería convencional o de la ecológica, necesita garantizar la prevención de enfermedades. En la cría ecológica, esta se basa según el reglamento europeo aprobado en junio de 2007 en la selección de razas apropiadas, el ejercicio físico del animal, los piensos de alta calidad y las condiciones higiénicas de la estabulación (el mantenimiento de los animales que se crían dentro de un lugar en el que están gran parte de su vida). Pero, llegado el caso de que el animal caiga enfermo, se permite y se exige un tratamiento inmediato. «Podrán utilizarse medicamentos veterinarios alopáticos de síntesis, incluidos los antibióticos, cuando sea necesario y bajo condiciones estrictas». La cita es textual, obtenida de la citada normativa. Siempre, eso sí, que el uso de productos fitoterapéuticos u homepáticos no haya resultado efectivo.
     


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