Aurora Carbonell: "Quiero seguir creyendo en la justicia. Sigo teniendo esperanza"
La viuda de Enrique Morente exige
justicia. Desde hace tres años, reclama que se reconozca que su esposo
falleció por una negligencia médica. Esta bailaora de raza que lo dejó
todo por seguir al maestro, ha volcado su rabia y su dolor en unos
lienzos que ahora expone como parte de un gran homenaje al cantaor.
Hablamos con ella en su casa de Granada.
Pocas familias gitanas tienen más pedigrí flamenco que la de Aurora Carbonell. Una saga de tres generaciones de guitarristas procedentes de Valladolid que se instalaron en el rastro de Madrid. Su
padre, Jose Carbonell Montoyita, era el guitarrista de Marchena,
Caracol y Lola Flores; su hermana, la Globo, y ella, bailaoras; su
hermano Antonio, cantaor; su otro hermano, Montoyita, y su hijo, Monti,
acompañan con la guitarra a Estrella; sus primas, Las Negri, son «las
Supremes del flamenco»... Y luego, y por encima de todos,
Enrique Morente, su marido. El gran ausente, que en diciembre de 2010
entró en un hospital con lo que parecía un dolencia tratable y nunca más
salió.
XL. De niña ya pintaba...
A.C. Me compraba mis cuadernos y mis lapiceros. Nunca estudié en ninguna escuela y mis padres simplemente me dejaban a mi aire. Ya cuando me casé, Enrique me dijo que pintaba muy bien. Me regalaba lienzos y estuches y, mientras él se sentaba con sus libros y su guitarra, yo pintaba.
XL. Enrique ha contado que la primera vez que la vio fue en el reflejo de un espejo mientras bailaba en un tablao.
A.C. Yo tenía 16 años cuando lo conocí. Enrique era muy apuesto. Empezamos a salir a escondidas. Mi familia no nos dejaba ser novios porque yo era gitana y él, no. Entonces, Enrique me dijo que tenía un viaje a Granada y me fui con él con lo puesto. Mi familia me iba a matar. Llegamos a Granada y me dijo que me iba a enseñar el sitio más bonito del mundo. Me llevó de noche al bosque de la Alhambra y nos sentamos en un banco de piedra. Él se quedó dormido con su cabeza en mis piernas y, cuando empezó a clarear, vi el amanecer más bonito de mi vida. Cuando descubrí esa Alhambra rojiza con mi amor en el regazo, nunca más he podido moverme de aquí. Llevo 35 años en Granada y ya no me mueve nadie.
XL. En sus conciertos y en sus discos parece que Enrique Morente necesitaba el riesgo cada vez más.
A.C. Sí. Él decía que se aburría con la monotonía. Tenía la necesidad de probar cosas nuevas. Por eso, una misma soleá no la cantaba dos veces igual. Siempre decía que tenían que suceder cosas, que no era bueno apalancarse con lo mismo. Era un permanente innovador, en búsqueda continua. Si no, era imposible que se produjera la chispa de la magia.
XL. ¿Cómo es una gitana del siglo XXI?
A.C. Respeto las leyes de mi raza, pero hay cosas que cambiaría. Tenemos que avanzar y evolucionar. Los hombres y las mujeres deben ser iguales. Ya hay mujeres gitanas valientes que quieren avanzar y no limitarse a casarse y criar niños. Yo he tenido mucha suerte porque con mi marido la relación siempre ha sido de iguales. El tema de la virginidad no me parece importante. Lo importante es el día a día con tu compañero y el respeto mutuo. Esa es la verdadera honra.
XL. ¿Cómo va el pleito por la muerte de Morente?
A.C. No he hecho, ni tengo intención de hacer, declaraciones sobre este delicado asunto. No es el momento porque ahora estamos con el alma y el corazón volcados en el memorial de Morente. Estamos con el cariño de la gente y tenemos que corresponderlo. Lo único que puedo decir es que quiero seguir creyendo en la justicia. Sigo teniendo esperanza.
XLSemanal. ¿Cómo se encuentra tras tres años de dolor?
Aurora Carbonell. Ha
sido una sacudida muy fuerte y, aunque ahora vamos respirando un
poquito, cuesta. Pero me encuentro con ganas de tirar hacia delante y
seguir con el proyecto que empecé con mi marido, que es el de llevar a
nuestros hijos por el mejor camino, y ese camino es el del arte, la
bondad y la humildad.
XL. ¿El dolor ha tomado otro color?
A.C. El dolor no tiene colores. Cuando es tan fuerte, es una grieta en el corazón y en el alma.
XL. ¿Qué fue lo último que pudo hablar con Enrique?
A.C.
Estuvimos toda la noche en vela en la habitación del hospital y
hablamos de muchos temas. De todos los proyectos que él tenía en la
cabeza. Y me dijo una cosa muy importante, me insistió en que no dejara
de pintar, que pintara por encima de todo, y que no dudara en mostrar mi
arte.
XL. En pocos días va a presentar
una exposición de pintura y escultura con obras creadas tras la muerte
de Morente. ¿Ha sido el arte su terapia para sobrellevar el duelo?
A.C.
Ha sido mi salvación. Porque me estaba ahogando. Me encerré en mi
estudio y no salía ni para beber agua. Tampoco quería comer. Necesitaba
pintar sin cesar. Y pensaba si se podía sacar algo bello de este
desastre. Porque para mí se había acabado todo. La alternativa era
volverme loca y hacer cualquier disparate. XL. De niña ya pintaba...
A.C. Me compraba mis cuadernos y mis lapiceros. Nunca estudié en ninguna escuela y mis padres simplemente me dejaban a mi aire. Ya cuando me casé, Enrique me dijo que pintaba muy bien. Me regalaba lienzos y estuches y, mientras él se sentaba con sus libros y su guitarra, yo pintaba.
XL. ¿Busca con la pintura y el arte comenzar una carrera profesional y alcanzar reconocimiento artístico?
A.C.
No estoy en esto para que me den una palmadita en la espalda. Esta
exposición sale del corazón. Mi interior me estaba diciendo que sacara
fuera tres años de silencio, ausencia y dolor. Si no haces nada, te
pudres en esa cárcel de sufrimiento. Todas las obras han salido de mis
entrañas. Solo quería aliviar las penas. Para bailar y cantar, no tenía
ánimo.XL. Enrique ha contado que la primera vez que la vio fue en el reflejo de un espejo mientras bailaba en un tablao.
A.C. Yo tenía 16 años cuando lo conocí. Enrique era muy apuesto. Empezamos a salir a escondidas. Mi familia no nos dejaba ser novios porque yo era gitana y él, no. Entonces, Enrique me dijo que tenía un viaje a Granada y me fui con él con lo puesto. Mi familia me iba a matar. Llegamos a Granada y me dijo que me iba a enseñar el sitio más bonito del mundo. Me llevó de noche al bosque de la Alhambra y nos sentamos en un banco de piedra. Él se quedó dormido con su cabeza en mis piernas y, cuando empezó a clarear, vi el amanecer más bonito de mi vida. Cuando descubrí esa Alhambra rojiza con mi amor en el regazo, nunca más he podido moverme de aquí. Llevo 35 años en Granada y ya no me mueve nadie.
XL. Después se fueron de hippies a las Alpujarras.
A.C.
Nos fuimos a vivir a los montes. Fue una época muy divertida: nos
poníamos muchos collares y yo llevaba una melena por debajo de la
cintura. Nos compramos una casa que nos costó muy poco dinero y en
verano dormíamos en el tejado mirando las estrellas. Fue una etapa muy
hermosa.
XL. Y de muchos cambios...
A.C.
Sí. Veías a mucho chalado divertido. Pero sobre todo eran unos tiempos
en los que no hacía falta mucho para vivir. ¿Para qué tener tantas cosas
si lo bonito es disfrutar de la luz, de tu familia y de tus amigos? En
una ciudad, te metes en un quinto piso de diseño y no te enteras de
esto. Hay que saborear lo que la vida te regala.
XL. Dejó de bailar para dedicarse a sus hijos y apoyar la carrera de su marido. ¿Eso se le hizo cuesta arriba?
A.C.
No se me hizo nada duro, porque estaba al lado de un ser divertido y
genial que me dio tres hijos maravillosos. Lo que se hacía cuesta arriba
era la carrera de mi marido, porque él no venía de una familia de
artistas y tuvo que luchar muchísimo. Cuando tienes una familia
flamenca, todo es más fácil, pero mi marido no tenía a nadie. Le costó
hacerse un hueco.
XL. ¿Cómo fue su acercamiento al flamenco de niño?
A.C.
Repartía el pan por las casas. Durante el reparto, siempre iba feliz
cantando por las calles y en una taberna, cerca de donde vivía, lo oían y
le decían: «¡Ven, niño, vente aquí a cantar!». A los mayores les
gustaba escucharlo. Con ocho años ya cantaba; lo llevaba dentro. Se
apuntaba las letras en chuletas y, cuando su madre se las encontraba en
los pantalones, lo regañaba porque no quería que se hiciese artista.
XL. Entonces tuvo otros trabajos...
A.C.
Se hizo seise en el coro de la catedral de Granada y ya, más mayor, se
metió de botones en el hotel Victoria. Fue también albañil y hasta guía
de la Alhambra. Pero se hartó y con 14 años se fue a Madrid para ser
cantaor. Trabajó en una zapatería hasta que empezó a moverse por los
tablaos. Y en esos cuartos conoció a Pepe el de la Matrona, su maestro.
XL.
Con Enrique vivió experiencias muy divertidas. Como esa invitación a
una cena de gala en la Moncloa a la que llevaron a Estrella cuando era
muy pequeña. ¿Cómo fue?
A.C. Eso tuvo mucha
gracia. Estrella no tenía ni un año cuando nos invitaron a la cena. Yo
le dije a Enrique que no podía ir porque no tenía con quién dejar a la
niña y no tenía qué ponerme. Además, qué pintaba yo allí. Al final, me
convenció. Nos colocaron en la mesa de presidencia. Y, de pronto,
Estrella se puso a llorar. Enrique insistía en que le diese de comer.
Enrique Tierno Galván, que estaba a mi izquierda, me animó y yo me puse
de costado para darle el pecho a la niña. De repente, todo el salón se
puso a aplaudir. Me explicó el profesor Tierno que Estrella y yo éramos
una estampa de Julio Romero de Torres y que era lo más bonito que había
pasado en toda la noche. Luego, Estrella terminó en volandas por las
mesas y salió en todos los telediarios.
XL.
Su hija Soleá siempre cuenta el maravilloso ambiente que había en su
casa y que se acostumbró a estudiar con ese ir y venir de gente. ¿Cómo
eran aquellas reuniones?
A.C. Eran reuniones de
trabajo, de discos maravillosos que se cocinaban aquí, de multitud de
proyectos. En casa, nos reuníamos con artistas de todas las ramas para
llevar adelante todas esas ideas que surgían. Soleá se sentaba cerca de
nosotros con sus libros. Eso no le impidió sacarse su carrera de
Filología Hispánica. Nos llenó de alegría tener nuestra licenciada
universitaria en casa. Entre Enrique y Soleá han llenado la casa de
libros.
XL. ¿Por qué cree que su marido se convirtió en un artista tan grande y reconocido en todo el mundo?
A.C.
Porque era un genio. Era como un Velázquez o como un Picasso. Puso el
cante boca abajo. Puso dos cabezas, cuatro narices y ocho bocas al
cante. Además, era muy trabajador y muy meticuloso. Y estudió a fondo el
cante. Porque estudiar el cante es una carrera que dura toda la vida, y
él lo hizo. XL. En sus conciertos y en sus discos parece que Enrique Morente necesitaba el riesgo cada vez más.
A.C. Sí. Él decía que se aburría con la monotonía. Tenía la necesidad de probar cosas nuevas. Por eso, una misma soleá no la cantaba dos veces igual. Siempre decía que tenían que suceder cosas, que no era bueno apalancarse con lo mismo. Era un permanente innovador, en búsqueda continua. Si no, era imposible que se produjera la chispa de la magia.
XL. ¿Cómo es una gitana del siglo XXI?
A.C. Respeto las leyes de mi raza, pero hay cosas que cambiaría. Tenemos que avanzar y evolucionar. Los hombres y las mujeres deben ser iguales. Ya hay mujeres gitanas valientes que quieren avanzar y no limitarse a casarse y criar niños. Yo he tenido mucha suerte porque con mi marido la relación siempre ha sido de iguales. El tema de la virginidad no me parece importante. Lo importante es el día a día con tu compañero y el respeto mutuo. Esa es la verdadera honra.
XL. ¿Cómo va el pleito por la muerte de Morente?
A.C. No he hecho, ni tengo intención de hacer, declaraciones sobre este delicado asunto. No es el momento porque ahora estamos con el alma y el corazón volcados en el memorial de Morente. Estamos con el cariño de la gente y tenemos que corresponderlo. Lo único que puedo decir es que quiero seguir creyendo en la justicia. Sigo teniendo esperanza.
XL.
En una entrevista dijo que a veces Enrique le decía al oído que dejara
de llorar y sufrir tanto y que empezara a ser feliz. ¿Le está empezando a
hacer caso?
A.C. No voy a pasar página y nunca
voy a poder hacerlo cuando he querido a una persona tanto. Y, además, de
la forma tan antinatural y brutal en la que ha sucedido todo. Intentaré
seguir viviendo, tirando del carro, con mis hijos y mi familia. Y con
mi dolor.TÍTULO:REVISTA XL SEMANAL, PORTADA, CATE BLANCHETT, " A MIS HIJOS DA IGUAL SI HAGO DE LADY MACBETH O DE JASMINE. ELLOS LO QUE QUIEREN ES QUE SU MADRE LES PREPARE LA CENA Y LOS AYUDEN CON LOS DEBERES."
Cate Blanchett: "A mis hijos les da igual si hago de Lady Macbeth o de Jasmine. Ellos lo que quieren es que su madre les prepare la cena y los ayude con los deberes"
A sus 44 años, esta australiana tiene
todos los boletos para llevarse el Oscar a la mejor actriz. Sin embargo,
la 'nueva Meryl Streep', como la llama la crítica, intenta no pensar en
ello.
En 20 años de carrera, Cate Blanchett ha rodado ya más de 40
películas y ha ganado un Óscar como actriz de reparto. Spielberg,
Scorsese, Soderbergh, Jarmusch..., no hay director ilustre que no haya
requerido sus servicios. Ahora, gracias a Woody Allen, la
carrera de esta australiana está a punto de entrar en órbita si
consigue, como apuesta todo el mundo, esa preciada estatuilla dorada con
la que sueñan todas las actrices.
XLSemanal. Corren rumores de Óscar. ¿Qué se siente al oír todo eso en las semanas previas a la ceremonia?
Cate Blanchett. Bueno, yo he actuado en una película de la que me siento orgullosa... y punto. No hay que darle más vueltas.
XL. Woody Allen nunca asiste al acto, pero como esta vez quizá gane usted el premio... ¿podría convencerlo de que esté a su lado esa noche?
C.B. Puedo intentarlo. Deje que me ocupe del asunto.
XL. Cuénteme. ¿Cómo se le queda el cuerpo a alguien cuando recibe la llamada de un director como Woody Allen?
C.B. Cuando Woody te llama, lo que tienes claro es que dirás que sí. Le dije que sí antes incluso de que me llegara el guion. Y, cuando me llegó, resultó que era la bomba y que el personaje de Jasmine era para quitarse el sombrero.
XL. ¿Le sorprendió algún aspecto de Allen en particular?
C.B. Bueno, no sé, es como si al escribir el guion ya supiera cómo dirigirá cada secuencia. Todas las pistas sobre la trama y los indicios sobre el personaje están incluidos en el ritmo de la secuencia y en las situaciones a que se ven abocados los personajes. Es muy pragmático y no pierde el tiempo.
XL. Decía Meryl Streep que en el rodaje de Manhattan, en 1979, Woody Allen la volvió «un poco más loca de lo que ya estaba» y lo definió como «un tipo muy misterioso». ¿También la ha vuelto un poco loca a usted?
C.B. A ver, la forma que Woody tiene de ver las cosas es, sin duda, un poco extrema, pero también es clara a más no poder. Mi relación con él fue muy directa en el rodaje de Blue Jasmine. Había oído que solo rueda una toma o dos, pero yo entendía que era necesario que los momentos depresivos de Jasmine, mi personaje, estuvieran bien calibrados, para que el personaje no resultara plano. Quería pulir a la perfección ciertas secuencias para que el público se identificara con ella, y por eso muchas veces le pedía a Woody: «¿Podríamos repetir esta toma? Quizá sería mejor que Jasmine se mostrase un poquitín más o un poquitín menos desquiciada». Pues bien, repetíamos la toma y después, de forma invariable, me decía que lo había hecho mejor la vez anterior. Cosa que no me hacía mucha gracia, la verdad [se ríe].
XL. O sea, siempre se sale con la suya...
C.B. Claro, pero es que él siempre sabe si lo que acabas de hacer le sirve o no. Woody tiene mentalidad de humorista de escenario y no se anda con medias tintas. Una secuencia funciona o no. Te hace reír o no. Es emocionante o no lo es. Es interesante o es aburrida.
XL. He leído que, en el rodaje, usted se repetía constantemente: «No la fastidies, Cate; no lo hagas mal». ¿Siente a menudo este tipo de ansiedad?
C.B. No es una cuestión de ansiedad, sino de simple pragmatismo. Sabía que me habían concedido una gran oportunidad y que no podía empequeñecer el personaje creado por Woody. En todo caso, es algo que me digo en todo rodaje. No soy una actriz particularmente angustiada ni necesitada de admiración. No me hace falta que el director elogie constantemente mi trabajo y me diga que nadie lo hubiera hecho mejor. No necesito ni me gusta que me halaguen. Es, más bien, mi forma de ver las cosas.
XL. Con Allen da la impresión de que muchas actrices imitan a Diane Keaton, Mia Farrow u otras de sus actrices fetiche...
C.B. ¿Eso piensa? No me pareció que Penélope Cruz o Scarlett Johansson lo hicieran.
XL. A veces recurren a ciertos trucos, lo cual no detecté en su Jasmine. ¿Quería aportar alguna particularidad al cine de Allen?
C.B. Con Woody no tienes mucho margen para jugar. Es un guionista magnífico que mete a sus personajes en unas situaciones de lo más complicado y absurdo y solo te pide que te atengas a lo que él ha escrito y que consigas que ese individuo cobre vida. O cobra vida o no lo hace. No tiene vuelta de hoja.
XL. Usted es australiana y de formación teatral. ¿Le resultó difícil integrarse en Hollywood?
C.B. Cuando se habla de Hollywood, supongo que se refiere a los grandes estudios y las grandes superproducciones... Bueno, aunque toda esa estructura ya no existe, se ha venido abajo. La crisis y la piratería han arrasado con todo, trastocando por completo la financiación de las películas. Por lo demás, no necesariamente trabajo en ese tipo de superproducciones.
XL. Bueno, ¿qué me dice de El señor de los anillos y El hobbit?
C.B. Sí, pero las hice porque me empeñé. Adoro esos libros y, sobre todo, quería trabajar con Peter Jackson.
XL. ¿Considera que el secreto para sobrevivir en Hollywood estriba en no aparecer en superproducciones?
C.B. No sabría decirle. En mi caso, nunca he tenido ambiciones desmesuradas ni me he obsesionado jamás por convertirme en una superestrella de cine. Mi propósito siempre ha sido trabajar con personas interesantes en proyectos interesantes. Y durante los últimos cinco años he disfrutado de las experiencias profesionales más interesantes a que una actriz puede aspirar al mando de la Sydney Theater Company, junto con Andrew, mi marido. He trabajado con Liv Ullmann en Un tranvía llamado Deseo; con Steven Soderbergh, con Benedict Andrews, con Isabelle Huppert... Adoro el teatro, es mágico, un arte efímero que termina cuando cae el telón; si esa noche no estás allí, pues te lo has perdido.
XL. ¿Alguna vez ha pensado en dirigir?
C.B. Tras dejar la compañía, Andrew y yo hemos considerado esa posibilidad. La verdad es que me gustaría dirigir una película. En el teatro, si te rodeas del equipo creativo adecuado, puedes mantener una energía constante, una adrenalina que no desaparece cuando llega el estreno. En el cine, todo es más difícil. Te puedes ver obligado a trabajar con actores distintos a los que tenías en mente o te quedas sin dinero y al nuevo productor no le gusta cierto aspecto del guion... Puedes pasar años empantanada en una misma película.
XL. Soderbergh, por cierto, llegó a sentirse tan frustrado que terminó por dejar el cine para siempre...
C.B. Sí, sí. Bueno, Steven siempre está dejando el cine para siempre [se ríe].
XL. Hablando de directores, digamos, peculiares. ¿Qué tal le resultó trabajar con Terrence Malick en Knight of cups?
C.B. Distinto, muy complicado. Me encanta Terry, es una persona realmente fascinante y compleja, pero nunca terminas de tener claro si está dirigiendo una película o creando una obra teológica, poética o filosófica. Ahora bien, cuando decides trabajar con Malick, es porque ya sabes que los tiros irán por ahí, que él lo controla todo, que el resultado final solo está en su mente y en su corazón y que quizá no te explique jamás qué es lo que pretende transmitir al espectador.
XL. También ha trabajado en The Monuments men, la próxima de George Clooney. ¿Qué me puede decir de él?
C.B. Todo, estupendo. George va al grano, sin perder el tiempo en tonterías, sin ser pretencioso. Lo que quiere es que la gente trabaje como debe, que todo salga según lo previsto y, ya puestos, que todo el mundo lo pase bien durante el rodaje. George es muy listo. En otros casos, el hecho de que un rodaje haya sido agradable no necesariamente se nota en la pantalla.
XL. ¿Se refiere a alguno en concreto?
C.B. Bueno, podría referirme a cierta película que se estrelló en taquilla [se ríe]... En los rodajes hay de todo. A veces resulta muy duro e intenso, pero sientes cierto placer perverso al verte obligada a sufrir mientras trabajas. Otras, la gracia está en ser capaz de terminar una escena tras otra. En este caso, por ejemplo, no me fue fácil coexistir con el personaje de Jasmine. Era todo muy intenso.
XL. ¿Le parece que Blue Jasmine en cierta forma refleja lo que es el hundimiento psicológico, la enfermedad mental?
C.B. Bueno, Jasmine tiene serios problemas desde el principio. Está desquiciada y se autoengaña. Su forma de hablar, de moverse, su ropa..., todo señala hacia una mujer que se ha creado una nueva identidad. Si hablas con alguien que ha sufrido un colapso psicológico o una enfermedad mental de algún tipo, verás que tampoco está tan mal cuando se encuentra sumida en la locura.
XL. ¿A qué se refiere?
C.B. Un buen amigo mío tiene un hermano que sufre demencia. Este chico, que es bastante joven, me dijo que los momentos más aterradores e insoportables tienen lugar cuando hace lo posible por aferrarse a la lucidez. En cierta forma, todo le resulta más cómodo cuando se deja arrastrar por la locura, pues entonces pierde la conexión con esos terribles momentos de lucidez. Como actriz, lo más difícil fue interpretar a una mujer que sufre constantes subidones y bajones por combinar pastillas con alcohol.
XL. ¿Habló con ese amigo suyo para saber qué se siente en momentos así?
C.B. Sí, aunque la demencia es una enfermedad distinta.
XL. ¿Pudo hablar con alguna otra persona para preparar el papel de Jasmine?
C.B. La verdad es que en YouTube encuentras cosas que te dejan boquiabierta. Hay cantidad de personas que hablan del Xanax, de sus efectos secundarios y demás. Yo necesitaba saber si en una escena era conveniente que me pusiera a sudar, por poner un ejemplo. En un momento dado, Jasmine está sufriendo un ataque de pánico, aunque nadie lo diga con esas palabras. Por eso me resultó fascinante investigar este mundo, fascinante pero también chocante y conmovedor.
XL. Jasmine, cuyo marido acaba siendo un estafador de altos vuelos, es también de algún modo una víctima de la crisis económica o, al menos, de las prácticas financieras que la desataron...
C.B. En cierta forma recuerda un poco a Blanche Dubois [la protagonista de Un tranvía llamado Deseo], ya que ambas tienen que vérselas con toda la fuerza bruta del sistema capitalista estadounidense. Aunque conviene no perder de vista que toda esta situación de desmanes financieros tiene lugar a nivel global; no es algo que ocurra solo en los Estados Unidos.
XL. ¿Se lo dice a los norteamericanos? Porque los europeos, desde luego, lo saben muy bien.
C.B. Es que los estadounidenses tienen una idea fantasiosa sobre el lugar de su país en el mundo. Piense que una de las principales industrias exportadoras del país es la fantasía: las películas. La otra es la de armamento. Una combinación de lo más interesante.
XL. ¿Pensaba usted en Jasmine como una persona normal de nuestro tiempo?
C.B. Sí, claro que sí. Todas esas cosas, el hundimiento de los bancos, la crisis económica mundial, el detritus humano que de pronto aparece ante nuestros ojos... Todo eso forma parte de la experiencia personal de Jasmine. Yo creo que esa experiencia suya tiene infinidad de puntos de conexión con las de otra gente, por mucho que Jasmine en numerosas ocasiones se meta en situaciones absurdas y viva en un autoengaño de proporciones colosales.
XL. ¿El de Jasmine ha sido uno de sus papeles más difíciles?
C.B. Eso diría.
XL. Supongo que tuvo que ser un poco agotador.
C.B. Sí. Mis tres hijos estaban conmigo en San Francisco, y a mis hijos les da lo mismo el papel que una interprete, ya sea Lady Macbeth, Jasmine French o Hamlet. Lo que ellos quieren es que por las noches les hagas la cena y los ayudes con los deberes del cole. Lo que impone sus límites a tu forma de meterte en el personaje.
XL. En vista de lo complicado de su papel en la película, supongo que sería un alivio que sus hijos estuvieran tan cerca.
C.B. Bueno, un papel así te afecta a la hora de dormir; desde luego influye en la clase de sueños que tienes. Durante esa temporada no dormía bien por las noches.
Privadísimo
-Descubrió su pasión por el teatro en El Cairo, a los 18 años, cuando un cliente del hotel donde se alojaba le propuso hacer de extra en una película.
Casada desde hace 16 años con el guionista y dramaturgo australiano Andrew Upton, con quien tiene tres hijos, se declara una persona hogareña, ecologista y antibótox.
-Nació en Melbourne (Australia) en 1969. De padre estadounidense, ejecutivo publicitario, y madre australiana, maestra de escuela. Robert Blanchett murió de un ataque al corazón cuando Cate tenía diez años.
-En 2004 consiguió el Óscar a la actriz de reparto tras bordar el papel de Katharine Hepburn en El aviador, de Scorsese.
XLSemanal. Corren rumores de Óscar. ¿Qué se siente al oír todo eso en las semanas previas a la ceremonia?
Cate Blanchett. Bueno, yo he actuado en una película de la que me siento orgullosa... y punto. No hay que darle más vueltas.
XL. Woody Allen nunca asiste al acto, pero como esta vez quizá gane usted el premio... ¿podría convencerlo de que esté a su lado esa noche?
C.B. Puedo intentarlo. Deje que me ocupe del asunto.
XL. Cuénteme. ¿Cómo se le queda el cuerpo a alguien cuando recibe la llamada de un director como Woody Allen?
C.B. Cuando Woody te llama, lo que tienes claro es que dirás que sí. Le dije que sí antes incluso de que me llegara el guion. Y, cuando me llegó, resultó que era la bomba y que el personaje de Jasmine era para quitarse el sombrero.
XL. ¿Le sorprendió algún aspecto de Allen en particular?
C.B. Bueno, no sé, es como si al escribir el guion ya supiera cómo dirigirá cada secuencia. Todas las pistas sobre la trama y los indicios sobre el personaje están incluidos en el ritmo de la secuencia y en las situaciones a que se ven abocados los personajes. Es muy pragmático y no pierde el tiempo.
XL. Decía Meryl Streep que en el rodaje de Manhattan, en 1979, Woody Allen la volvió «un poco más loca de lo que ya estaba» y lo definió como «un tipo muy misterioso». ¿También la ha vuelto un poco loca a usted?
C.B. A ver, la forma que Woody tiene de ver las cosas es, sin duda, un poco extrema, pero también es clara a más no poder. Mi relación con él fue muy directa en el rodaje de Blue Jasmine. Había oído que solo rueda una toma o dos, pero yo entendía que era necesario que los momentos depresivos de Jasmine, mi personaje, estuvieran bien calibrados, para que el personaje no resultara plano. Quería pulir a la perfección ciertas secuencias para que el público se identificara con ella, y por eso muchas veces le pedía a Woody: «¿Podríamos repetir esta toma? Quizá sería mejor que Jasmine se mostrase un poquitín más o un poquitín menos desquiciada». Pues bien, repetíamos la toma y después, de forma invariable, me decía que lo había hecho mejor la vez anterior. Cosa que no me hacía mucha gracia, la verdad [se ríe].
XL. O sea, siempre se sale con la suya...
C.B. Claro, pero es que él siempre sabe si lo que acabas de hacer le sirve o no. Woody tiene mentalidad de humorista de escenario y no se anda con medias tintas. Una secuencia funciona o no. Te hace reír o no. Es emocionante o no lo es. Es interesante o es aburrida.
XL. He leído que, en el rodaje, usted se repetía constantemente: «No la fastidies, Cate; no lo hagas mal». ¿Siente a menudo este tipo de ansiedad?
C.B. No es una cuestión de ansiedad, sino de simple pragmatismo. Sabía que me habían concedido una gran oportunidad y que no podía empequeñecer el personaje creado por Woody. En todo caso, es algo que me digo en todo rodaje. No soy una actriz particularmente angustiada ni necesitada de admiración. No me hace falta que el director elogie constantemente mi trabajo y me diga que nadie lo hubiera hecho mejor. No necesito ni me gusta que me halaguen. Es, más bien, mi forma de ver las cosas.
XL. Con Allen da la impresión de que muchas actrices imitan a Diane Keaton, Mia Farrow u otras de sus actrices fetiche...
C.B. ¿Eso piensa? No me pareció que Penélope Cruz o Scarlett Johansson lo hicieran.
XL. A veces recurren a ciertos trucos, lo cual no detecté en su Jasmine. ¿Quería aportar alguna particularidad al cine de Allen?
C.B. Con Woody no tienes mucho margen para jugar. Es un guionista magnífico que mete a sus personajes en unas situaciones de lo más complicado y absurdo y solo te pide que te atengas a lo que él ha escrito y que consigas que ese individuo cobre vida. O cobra vida o no lo hace. No tiene vuelta de hoja.
XL. Usted es australiana y de formación teatral. ¿Le resultó difícil integrarse en Hollywood?
C.B. Cuando se habla de Hollywood, supongo que se refiere a los grandes estudios y las grandes superproducciones... Bueno, aunque toda esa estructura ya no existe, se ha venido abajo. La crisis y la piratería han arrasado con todo, trastocando por completo la financiación de las películas. Por lo demás, no necesariamente trabajo en ese tipo de superproducciones.
XL. Bueno, ¿qué me dice de El señor de los anillos y El hobbit?
C.B. Sí, pero las hice porque me empeñé. Adoro esos libros y, sobre todo, quería trabajar con Peter Jackson.
XL. ¿Considera que el secreto para sobrevivir en Hollywood estriba en no aparecer en superproducciones?
C.B. No sabría decirle. En mi caso, nunca he tenido ambiciones desmesuradas ni me he obsesionado jamás por convertirme en una superestrella de cine. Mi propósito siempre ha sido trabajar con personas interesantes en proyectos interesantes. Y durante los últimos cinco años he disfrutado de las experiencias profesionales más interesantes a que una actriz puede aspirar al mando de la Sydney Theater Company, junto con Andrew, mi marido. He trabajado con Liv Ullmann en Un tranvía llamado Deseo; con Steven Soderbergh, con Benedict Andrews, con Isabelle Huppert... Adoro el teatro, es mágico, un arte efímero que termina cuando cae el telón; si esa noche no estás allí, pues te lo has perdido.
XL. ¿Alguna vez ha pensado en dirigir?
C.B. Tras dejar la compañía, Andrew y yo hemos considerado esa posibilidad. La verdad es que me gustaría dirigir una película. En el teatro, si te rodeas del equipo creativo adecuado, puedes mantener una energía constante, una adrenalina que no desaparece cuando llega el estreno. En el cine, todo es más difícil. Te puedes ver obligado a trabajar con actores distintos a los que tenías en mente o te quedas sin dinero y al nuevo productor no le gusta cierto aspecto del guion... Puedes pasar años empantanada en una misma película.
XL. Soderbergh, por cierto, llegó a sentirse tan frustrado que terminó por dejar el cine para siempre...
C.B. Sí, sí. Bueno, Steven siempre está dejando el cine para siempre [se ríe].
XL. Hablando de directores, digamos, peculiares. ¿Qué tal le resultó trabajar con Terrence Malick en Knight of cups?
C.B. Distinto, muy complicado. Me encanta Terry, es una persona realmente fascinante y compleja, pero nunca terminas de tener claro si está dirigiendo una película o creando una obra teológica, poética o filosófica. Ahora bien, cuando decides trabajar con Malick, es porque ya sabes que los tiros irán por ahí, que él lo controla todo, que el resultado final solo está en su mente y en su corazón y que quizá no te explique jamás qué es lo que pretende transmitir al espectador.
XL. También ha trabajado en The Monuments men, la próxima de George Clooney. ¿Qué me puede decir de él?
C.B. Todo, estupendo. George va al grano, sin perder el tiempo en tonterías, sin ser pretencioso. Lo que quiere es que la gente trabaje como debe, que todo salga según lo previsto y, ya puestos, que todo el mundo lo pase bien durante el rodaje. George es muy listo. En otros casos, el hecho de que un rodaje haya sido agradable no necesariamente se nota en la pantalla.
XL. ¿Se refiere a alguno en concreto?
C.B. Bueno, podría referirme a cierta película que se estrelló en taquilla [se ríe]... En los rodajes hay de todo. A veces resulta muy duro e intenso, pero sientes cierto placer perverso al verte obligada a sufrir mientras trabajas. Otras, la gracia está en ser capaz de terminar una escena tras otra. En este caso, por ejemplo, no me fue fácil coexistir con el personaje de Jasmine. Era todo muy intenso.
XL. ¿Le parece que Blue Jasmine en cierta forma refleja lo que es el hundimiento psicológico, la enfermedad mental?
C.B. Bueno, Jasmine tiene serios problemas desde el principio. Está desquiciada y se autoengaña. Su forma de hablar, de moverse, su ropa..., todo señala hacia una mujer que se ha creado una nueva identidad. Si hablas con alguien que ha sufrido un colapso psicológico o una enfermedad mental de algún tipo, verás que tampoco está tan mal cuando se encuentra sumida en la locura.
XL. ¿A qué se refiere?
C.B. Un buen amigo mío tiene un hermano que sufre demencia. Este chico, que es bastante joven, me dijo que los momentos más aterradores e insoportables tienen lugar cuando hace lo posible por aferrarse a la lucidez. En cierta forma, todo le resulta más cómodo cuando se deja arrastrar por la locura, pues entonces pierde la conexión con esos terribles momentos de lucidez. Como actriz, lo más difícil fue interpretar a una mujer que sufre constantes subidones y bajones por combinar pastillas con alcohol.
XL. ¿Habló con ese amigo suyo para saber qué se siente en momentos así?
C.B. Sí, aunque la demencia es una enfermedad distinta.
XL. ¿Pudo hablar con alguna otra persona para preparar el papel de Jasmine?
C.B. La verdad es que en YouTube encuentras cosas que te dejan boquiabierta. Hay cantidad de personas que hablan del Xanax, de sus efectos secundarios y demás. Yo necesitaba saber si en una escena era conveniente que me pusiera a sudar, por poner un ejemplo. En un momento dado, Jasmine está sufriendo un ataque de pánico, aunque nadie lo diga con esas palabras. Por eso me resultó fascinante investigar este mundo, fascinante pero también chocante y conmovedor.
XL. Jasmine, cuyo marido acaba siendo un estafador de altos vuelos, es también de algún modo una víctima de la crisis económica o, al menos, de las prácticas financieras que la desataron...
C.B. En cierta forma recuerda un poco a Blanche Dubois [la protagonista de Un tranvía llamado Deseo], ya que ambas tienen que vérselas con toda la fuerza bruta del sistema capitalista estadounidense. Aunque conviene no perder de vista que toda esta situación de desmanes financieros tiene lugar a nivel global; no es algo que ocurra solo en los Estados Unidos.
XL. ¿Se lo dice a los norteamericanos? Porque los europeos, desde luego, lo saben muy bien.
C.B. Es que los estadounidenses tienen una idea fantasiosa sobre el lugar de su país en el mundo. Piense que una de las principales industrias exportadoras del país es la fantasía: las películas. La otra es la de armamento. Una combinación de lo más interesante.
XL. ¿Pensaba usted en Jasmine como una persona normal de nuestro tiempo?
C.B. Sí, claro que sí. Todas esas cosas, el hundimiento de los bancos, la crisis económica mundial, el detritus humano que de pronto aparece ante nuestros ojos... Todo eso forma parte de la experiencia personal de Jasmine. Yo creo que esa experiencia suya tiene infinidad de puntos de conexión con las de otra gente, por mucho que Jasmine en numerosas ocasiones se meta en situaciones absurdas y viva en un autoengaño de proporciones colosales.
XL. ¿El de Jasmine ha sido uno de sus papeles más difíciles?
C.B. Eso diría.
XL. Supongo que tuvo que ser un poco agotador.
C.B. Sí. Mis tres hijos estaban conmigo en San Francisco, y a mis hijos les da lo mismo el papel que una interprete, ya sea Lady Macbeth, Jasmine French o Hamlet. Lo que ellos quieren es que por las noches les hagas la cena y los ayudes con los deberes del cole. Lo que impone sus límites a tu forma de meterte en el personaje.
XL. En vista de lo complicado de su papel en la película, supongo que sería un alivio que sus hijos estuvieran tan cerca.
C.B. Bueno, un papel así te afecta a la hora de dormir; desde luego influye en la clase de sueños que tienes. Durante esa temporada no dormía bien por las noches.
Privadísimo
-Descubrió su pasión por el teatro en El Cairo, a los 18 años, cuando un cliente del hotel donde se alojaba le propuso hacer de extra en una película.
Casada desde hace 16 años con el guionista y dramaturgo australiano Andrew Upton, con quien tiene tres hijos, se declara una persona hogareña, ecologista y antibótox.
-Nació en Melbourne (Australia) en 1969. De padre estadounidense, ejecutivo publicitario, y madre australiana, maestra de escuela. Robert Blanchett murió de un ataque al corazón cuando Cate tenía diez años.
-En 2004 consiguió el Óscar a la actriz de reparto tras bordar el papel de Katharine Hepburn en El aviador, de Scorsese.
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