Esteban Crespo: "¡He conseguido que mi corto esté en casa de Steven Spielberg!"
Nací en Madrid en 1971. Con el corto
Aquel no era yo soy el único español con posibilidades de llevarse un
Óscar este año. Por ahora tengo 97 premios, un Goya y, antes de ir a los
Ángeles, un San Pancracio.
XLSemanal. ¿Es comparable ganar el Goya con ser candidato al Óscar?
Esteban Crespo. Nada que ver. En los Goya, lo que te da a conocer es ser finalista; luego, aunque ganes, eres el menos importante. Pero los Óscar... Cuando se anunció la nominación, estuve seis horas dando entrevistas sin parar.
XL. ¿Se nota también en las llamadas de los productores?
E.C. Desde luego. Estos días estoy hablando con bastante gente de los proyectos que tengo por ahí. Sobre todo, con profesionales españoles bien establecidos en Hollywood.
XL. Adelántenos algo...
E.C. Tengo tres guiones escritos: una comedia y un par de thrillers. Y no me importaría dirigir algo que yo no haya escrito si vale la pena y puedo aportar.
XL. ¿Cómo se llega a estar entre los cinco que pueden ganar el Óscar?
E.C. Es todo un proceso. Ganar el Goya te da acceso a la primera selección, de unos 120 cortos de todo el mundo.
XL. ¿Y cómo se criban esos 120?
E.C. Treinta académicos se encierran a verlos del tirón. A los cinco minutos, si no les gusta, señalan la pantalla con un puntero láser. Si el proyeccionista ve una mayoría de punteros, pasa al siguiente. De ahí salen los cinco finalistas que la Academia distribuye en un DVD entre sus miembros. ¡Así que he logrado que mi corto esté en la casa de Spielberg!
XL. ¿Ha hablado con los españoles que ya fueron finalistas en esa categoría?
E.C. Con Juan Carlos Fresnadillo no, pero sí con Nacho Vigalondo y Borja Cobeaga.
XL. ¿Y qué consejo le han dado?
E.C. Que disfrute de la marcianada, pero que no me deje liar por lo que pase allí.
XL. ¿Con quién irá a la ceremonia?
E.C. Nos dan dos entradas y tengo el compromiso de ir con mi productor ejecutivo. Pero tenemos la posibilidad de entrar en un sorteo para conseguir otras dos; esas, pagando cien dólares.
XL. ¿A quién le apetecería encontrarse?
E.C. No soy muy mitómano, pero estaría bien saludar a Martin Scorsese...
XL. ¿Por qué eligió el tema de los niños soldados para este cortometraje?
E.C. Leí un reportaje en el que un antiguo implicado recordaba los horrores que vivió. Y pensé que era curioso que, aunque había material sobre los niños soldados, ninguna película hablaba de las consecuencias de haber llevado esa vida.
XL. ¿Y qué espera de todo esto?
E.C. Tengo la suerte de dedicarme al mundo audiovisual, hago vídeos publicitarios y otros trabajos, pero mi ambición, claro, es rodar una película.
Su desayuno: «Por el bien de la imagen de España llevo unos días desayunando solo fruta. Pero mi desayuno ideal es un café con unas porras, lo que prueba mi condición de madrileño».
TÍTULO: UN TIRO EN EL GLUTEO,.
Esteban Crespo. Nada que ver. En los Goya, lo que te da a conocer es ser finalista; luego, aunque ganes, eres el menos importante. Pero los Óscar... Cuando se anunció la nominación, estuve seis horas dando entrevistas sin parar.
XL. ¿Se nota también en las llamadas de los productores?
E.C. Desde luego. Estos días estoy hablando con bastante gente de los proyectos que tengo por ahí. Sobre todo, con profesionales españoles bien establecidos en Hollywood.
XL. Adelántenos algo...
E.C. Tengo tres guiones escritos: una comedia y un par de thrillers. Y no me importaría dirigir algo que yo no haya escrito si vale la pena y puedo aportar.
XL. ¿Cómo se llega a estar entre los cinco que pueden ganar el Óscar?
E.C. Es todo un proceso. Ganar el Goya te da acceso a la primera selección, de unos 120 cortos de todo el mundo.
XL. ¿Y cómo se criban esos 120?
E.C. Treinta académicos se encierran a verlos del tirón. A los cinco minutos, si no les gusta, señalan la pantalla con un puntero láser. Si el proyeccionista ve una mayoría de punteros, pasa al siguiente. De ahí salen los cinco finalistas que la Academia distribuye en un DVD entre sus miembros. ¡Así que he logrado que mi corto esté en la casa de Spielberg!
XL. ¿Ha hablado con los españoles que ya fueron finalistas en esa categoría?
E.C. Con Juan Carlos Fresnadillo no, pero sí con Nacho Vigalondo y Borja Cobeaga.
XL. ¿Y qué consejo le han dado?
E.C. Que disfrute de la marcianada, pero que no me deje liar por lo que pase allí.
XL. ¿Con quién irá a la ceremonia?
E.C. Nos dan dos entradas y tengo el compromiso de ir con mi productor ejecutivo. Pero tenemos la posibilidad de entrar en un sorteo para conseguir otras dos; esas, pagando cien dólares.
XL. ¿A quién le apetecería encontrarse?
E.C. No soy muy mitómano, pero estaría bien saludar a Martin Scorsese...
XL. ¿Por qué eligió el tema de los niños soldados para este cortometraje?
E.C. Leí un reportaje en el que un antiguo implicado recordaba los horrores que vivió. Y pensé que era curioso que, aunque había material sobre los niños soldados, ninguna película hablaba de las consecuencias de haber llevado esa vida.
XL. ¿Y qué espera de todo esto?
E.C. Tengo la suerte de dedicarme al mundo audiovisual, hago vídeos publicitarios y otros trabajos, pero mi ambición, claro, es rodar una película.
Su desayuno: «Por el bien de la imagen de España llevo unos días desayunando solo fruta. Pero mi desayuno ideal es un café con unas porras, lo que prueba mi condición de madrileño».
TÍTULO: UN TIRO EN EL GLUTEO,.
Hace un par de semanas, el cantante Justin Bieber,
al que profesan amor verdadero tantas adolescentes que fantasean con que
él les arroje chinitas en el cristal de la ventana de su habitación,
fue arrestado en Miami mientras participaba en una carrera ilegal bajo
los efectos de la marihuana. Cualquier persona con espíritu
rector lamentaría el extravío de otro artista joven abocado a las
terapias de grupo. Otra víctima de la fama que, como la mantis
religiosa, primero te ama y luego escupe tus huesos, al menos cuando
careces de la madurez necesaria para gestionarla. Sin embargo, hay un
detalle muy significativo. En el retrato de la ficha policial,
Justin Bieber sonríe. Podría deberse a que no se hubiera despejado
después de fumar marihuana. Pero en esa sonrisa yo he visto satisfacción
por un logro conseguido. Como si hubiera cumplido un rito de
paso, Bieber ingresa por fin en el prestigioso mural de los artistas
fichados por la policía, donde lo aguardaban nombres tan legendarios
como los de Frank Sinatra, Mick Jagger, David Bowie, James Brown, Jimi
Hendrix o Jim Morrison, que incluso logró que la policía irrumpiera en
el escenario para llevárselo delante de su público después de mostrar el
pene, totalmente borracho (borracho él, no el pene).
Los Soprano, la extraordinaria serie sobre la mafia de Nueva Jersey, está en parte inspirada por historias reales. Una de ellas es la de un cantante de rap que, pese a su talento, no terminaba de alcanzar el éxito masivo. Como lo convencieron de que su problema era que carecía de una fama de vivir peligrosamente, el cantante contrató a un pistolero de la mafia para que le pegara un tiro cuando estuviera en público. Un disparo que no fuera letal ni provocara consecuencias irreversibles. El tiro se lo pegaron en un glúteo, y él dio las gracias, probablemente aliviado por la profesionalidad del pistolero, que no hizo una chapuza con consecuencias dramáticas.
En su tránsito desde la condición de ídolo juvenil hasta el malditismo pop, Justin Bieber parece llevar mucho tiempo buscando su propio disparo en el culo. Un poco como cuando Miley Cirus, siempre con la lengua fuera, comenzó a frecuentar un erotismo primario, muy de cabina de peep-show. La diferencia es que Justin Bieber, en lugar de contratar a un mafioso que arruinara con una cicatriz su perfección efébica, anduvo provocando a los agentes de la ley, que por fin lo han arrestado, antes de que su espiral de astracanadas se volviera tan peligrosa como para hacerse daño. Es una acepción inocua, con resultado de primera página, del suicidio por policía, diagnosticado así en la Psicología.
En Justin Bieber es apreciable una progresión de malevo repentino que culmina con la detención de Miami. Primero buscó la compañía del boxeador Floyd Mayweather, que le dio trato de mascota, y cuyo cortejo habitual, el Money Team, es una amalgama de tipos duros y barriales cuya sola aceptación ya garantiza una reputación. Son memorables algunas salidas al ring de Mayweather, con el rapero 50 Cent a un lado y, al otro, con Justin Bieber, tocado con unas gafas oscuras y prácticamente doblado por el peso de los cinturones del campeón. Después, Justin probó con algunas travesuras de poco recorrido, tales como escupir a sus fans desde la ventana del hotel. La cosa se puso más intensa cuando comenzó a colgar en Instagram selfies en los que eran apreciables los influjos de la droga y las devastaciones de las fiestas. Íbamos bien, Justin ya casi era un destroyer homologable con el linaje del rock. Pero le faltaba el ritual del arresto. La policía tal vez le haya salvado la vida al concedérselo antes de que las tonterías se volvieran aún más temerarias. Ya puede ir tranquilamente a la clínica de desintoxicación, que es el paso siguiente según manda el reglamento de la estrella del pop.
Lo que celebro es que el periodismo no exija excesos semejantes. Francamente, no hay en mi agenda nadie a quien se le pudiera encargar con garantías un disparo en el glúteo.
Los Soprano, la extraordinaria serie sobre la mafia de Nueva Jersey, está en parte inspirada por historias reales. Una de ellas es la de un cantante de rap que, pese a su talento, no terminaba de alcanzar el éxito masivo. Como lo convencieron de que su problema era que carecía de una fama de vivir peligrosamente, el cantante contrató a un pistolero de la mafia para que le pegara un tiro cuando estuviera en público. Un disparo que no fuera letal ni provocara consecuencias irreversibles. El tiro se lo pegaron en un glúteo, y él dio las gracias, probablemente aliviado por la profesionalidad del pistolero, que no hizo una chapuza con consecuencias dramáticas.
En su tránsito desde la condición de ídolo juvenil hasta el malditismo pop, Justin Bieber parece llevar mucho tiempo buscando su propio disparo en el culo. Un poco como cuando Miley Cirus, siempre con la lengua fuera, comenzó a frecuentar un erotismo primario, muy de cabina de peep-show. La diferencia es que Justin Bieber, en lugar de contratar a un mafioso que arruinara con una cicatriz su perfección efébica, anduvo provocando a los agentes de la ley, que por fin lo han arrestado, antes de que su espiral de astracanadas se volviera tan peligrosa como para hacerse daño. Es una acepción inocua, con resultado de primera página, del suicidio por policía, diagnosticado así en la Psicología.
En Justin Bieber es apreciable una progresión de malevo repentino que culmina con la detención de Miami. Primero buscó la compañía del boxeador Floyd Mayweather, que le dio trato de mascota, y cuyo cortejo habitual, el Money Team, es una amalgama de tipos duros y barriales cuya sola aceptación ya garantiza una reputación. Son memorables algunas salidas al ring de Mayweather, con el rapero 50 Cent a un lado y, al otro, con Justin Bieber, tocado con unas gafas oscuras y prácticamente doblado por el peso de los cinturones del campeón. Después, Justin probó con algunas travesuras de poco recorrido, tales como escupir a sus fans desde la ventana del hotel. La cosa se puso más intensa cuando comenzó a colgar en Instagram selfies en los que eran apreciables los influjos de la droga y las devastaciones de las fiestas. Íbamos bien, Justin ya casi era un destroyer homologable con el linaje del rock. Pero le faltaba el ritual del arresto. La policía tal vez le haya salvado la vida al concedérselo antes de que las tonterías se volvieran aún más temerarias. Ya puede ir tranquilamente a la clínica de desintoxicación, que es el paso siguiente según manda el reglamento de la estrella del pop.
Lo que celebro es que el periodismo no exija excesos semejantes. Francamente, no hay en mi agenda nadie a quien se le pudiera encargar con garantías un disparo en el glúteo.
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