jueves, 27 de febrero de 2014

LA LIBRETA Y EL DIARIO, La tierra prometida,./ MORTADELO Y FILEMÓN, Film quaalude,./ LUKE, LUKE,Cocaína, putas y mucho dinero

TÍTULO: LA LIBRETA Y EL DIARIO, La tierra prometida,.

La tierra prometida-fotos, libreta y el diario,.

Nebraska como mcguffin perfecto, redondo y apetitoso. Se lo sirven en bandeja a Alexander Payne, en un guión que parece escrito sobre pentagrama, con cada nota en su sitio,  todo bien modulado y acompasado. Quizá un traje hecho demasiado a medida, que incide en su particular forma de entender el cine pero también de entender su país, Estados Unidos, a través de personajes en conflicto, contradictorios, muchas veces ridículos, en fuga, casi siempre hacia alguna clase de redención tragicómica. 
Nebraska es el destino final del personaje protagonista, un lugar de resonancias springsteenianas y raíces profundas, ahora reducido a su acepción menos mitológica. Se trata de llegar hasta allí para cobrar el dinero de un premio, aunque desde el principio de la película sabemos que en realidad no hay tal premio sino uno de esos timos promocionales a los que estamos acostumbrados. Su hijo se lo advierte en la primera secuencia y aún así decide acompañarlo en coche, atravesando el imaginario norteamericano por carreteras infinitas y paisajes hermosos y desoladores. Es la excusa perfecta para pasar un tiempo juntos y saldar algunas cuentas pendientes: entre ellos, con el resto de la familia y con la vida en general. 
El padre sufre todos los achaques propios de la vejez y parece haber perdido la razón, pero se permite una clase de lucidez que solo está al alcance de los locos. Hay momentos en los que parece un quijote salido de alguna novela norteamericana. Pero la picaresca española adquiere resonancias aún más cercanas. Viendo Nebraska pensé en El cochecito, de Marco Ferreri, escrita por Rafael Azcona. Y recordé una entrevista con Alexander Payne en la que nos sorprendía hablando de su admiración por Rafael Azcona. Payne estudió Filología Hispánica, pasó por la universidad de Salamanca y tiene un conocimiento de nuestro idioma y de nuestro cine del que no creo que puedan presumir otros directores de Hollywood. El viejo que encarna Bruce Dern, aferrado a su obsesión del falso premio para comprar una camioneta, recuerda poderosamente a Pepe Isbert reclamando su cochecito. 
Aquella España negra resuena en Nebraska, donde se acaba pintando una Norteamérica grisácea a través de un blanco y negro metálico y sucio, a ratos torpe y poco de postín pero que sirve a la causa. No se trata tanto de una nueva reinterpretación del imaginario norteamericano, sino de la demolición del mismo hecha a conciencia. Una de las tesis que deja caer la película a lo largo de su desarrollo es que hay una gran parte de estadounidenses abocados sin remedio al alcoholismo a causa del aburrimiento y su modo de vida; y creo que ninguna otra película había ilustrado esta idea de forma tan contundente. 
Payne se adhiere a una ya larga tradición de cineastas norteamericanos que en algún momento necesitan hablar de esa otra América, pero lo hace sin renunciar a su particular sentido del humor y a su talento para construir personajes y situaciones incómodas, produciendo risas teñidas de vergüenza ajena y propia. Algunas secuencias de esta película son memorables sin asomo de duda y confirman a un cineasta que posee un estilo único, construido a base de una personalidad propia que le permite dotar a todas sus películas de un tono muy particular y precioso, heredero de la mejor tradición de la narrativa norteamericana pasado por el filtro de la comedia italiana y, por qué no, española. Honra decirlo. 

TÍTULO:  MORTADELO Y FILEMÓN, Film quaalude,.

  MORTADELO Y FILEMÓN-foto,.

Algunas historias que circulan en torno a El lobo de Wall Street no dejan de ser interesantes y pertinentes. Al parecer, toda la película es un empeño de Leonardo DiCaprio, que anduvo años detrás de las memorias de un estafador y célebre broker de Wall Street llamado Jordan Belfort, hasta que logró adquirir los derechos para adaptarlas al cine y convencer a Martin Scorsese para que ejerciese de director de la cinta. Belfort matiza esto y presume de haber sido él quien eligió previamente a DiCaprio para ser encarnado en la pantalla, dejando claro que Leo está lejos de parecerse a él, sobre en todo en lo relativo al consumo de drogas. DiCaprio le devuelve el cumplido e insiste en que Belfort es ahora un hombre reformado, y que todo el porcentaje de la taquilla que le correspondería en concepto de derechos de autor irá destinado a sus víctimas. Traer todo esto a colación podría parecer extra cinematográfico o amarillista sino fuera porque, mientras miro la película, me resulta muy difícil no sentir que estoy formando parte de la última gran estafa de Jordan Belfort, esta vez envuelta en forma de obra de arte. 
Es innegable el olfato de DiCaprio para encontrar una historia llamativa, a la altura de los tiempos y de su propia estatura como actor, sobre todo porque El lobo de Wall Street es el mejor vehículo posible para hacer una auténtica demostración de su talento, de camino al Oscar y a todos los premios que se le resisten. Un personaje salido de Tropic Thunder podría recordarle que hay que tener cuidado de no pasarse, porque siempre habrá otro compañero que haya medido un poco más ciertos gestos y le robe la estatuilla al final. Pero DiCaprio no escatima en gastos y despliega todo su repertorio. Incluso muestra sus dotes como contorsionista, haciendo reír en la ya mítica escena (digna del mejor Blake Edwards) en la que trata de introducirse en su coche bajo los efectos retardados de una sobredosis de quaaludes. 
Sabemos que Scorsese conoce de primera mano los efectos de esa droga, hasta el punto que ha sabido incorporarlos a su estilo como cineasta. Durante tres horas sin resuello asistimos a las peripecias de un personaje lamentable y de toda su cohorte de imbéciles al servicio de la estupidez más ramplona. Da mucho juego estético. Es como emular los cuadros de El Greco llenos de escenas inverosímiles pero al ritmo de un Jukebox que lo salpimenta todo con mucha gracia. Scorsese se muestra en forma y entrega una película que tiene algo de montaña rusa, llena de subidas y bajadas y cambios de velocidad. Sin salir del parque de atracciones, sería como un largo pasaje del terror donde se suceden los sustos y los golpes de efecto sin solución de continuidad, hasta alcanzar la salida. Así, la película funciona por anestesia general del cerebro, pues apenas te deja un segundo que dedicar a un solo pensamiento. Los primeros minutos son un cursillo acelerado de cómo funciona el negocio. Y funciona porque es más fácil de lo que pensábamos. DiCaprio/Belfort se muestra ridículamente ingenuo frente al magisterio del jefe de la manada, interpretado con mucha gracia por Matthew McConaughey. 
Cuando más adelante surge algún fleco que requeriría una explicación de calado más hondo, se despeja con un chiste eficaz a cámara que sirve como metáfora para toda la película: "¡Qué más da!" La trama no se detiene ante nada que no sea puro aquelarre o fiesta grotesca, y apenas se molestará en explicar algo de sus personajes principales; funcionan como estereotipos y casi resulta tranquilizador que se queden en eso: así debía de ser todo, o así preferimos creer que era. Será de las pocas veces en que una película de Hollywood haya dejado a un lado los manuales de guión y la creación de personajes en base a causalidades para justificar su propia vaciedad. Pero cuando se acerca el final, no falta el plano que interpone una mirada crítica y moralizante, la distancia necesaria para que luego podamos regresar a casa con la sensación de haberlo pasado muy bien, y manteniendo la conciencia tranquila. 
Pasados los efectos de este quaalude cinematográfico, empiezo a escribir estas líneas de las que ya me siento culpable.

 TÍTULO:  LUKE, LUKE, Cocaína, putas y mucho dinero,.

foto.  LUKE, LUKE,


Adicción a las drogas. Adicción a las putas. Y sobre todo, adicción al dinero. Scorsese y DiCaprio se cuelan en el Wall Street de los 90 y muestran una bacanal diaria protagonizada por delincuentes de cuello blanco. Con poco margen para la sutilidad y menos para la imaginación, la historia real del insaciable 'broker' Jordan Belfort es un reflejo de la miseria humana vestida de Armani. Eso sí, debates éticos y morales, tras los créditos.
Excesiva y muy directa. Así es la quinta cinta de esta pareja de hecho -'Gangs of New York' (2002) los unió gracias al buen ojo de Robert de Niro y no hay manera de separarles-. Como prueba, he aquí la presentación del protagonista: "Me llamo Jordan Belfort. El año que cumplí los 26 gané 49 millones de dólares y eso me cabreó porque sólo por tres no llegué al millón a la semana". Sólo han pasado unos minutos desde el inicio del filme y al espectador le quedan pocas dudas de a qué se enfrenta.
Basada en la autobiografía de Belfort, son casi tres horas sin lugar para principios ni remordimientos. Relata sus inicios, su aprendizaje y la caída de su primer día como corredor de bolsa, el llamado Lunes Negro. Sin sobresaltos, tenía la clave: "Aquí de lo que se trata es de mover el dinero del bolsillo del cliente al tuyo", consejo de un enorme Matthew McConaughey -a pesar de sus apenas cinco minutos de actuación-. Porque en este filme todo es dinero, mucho dinero. Cuanto más, mejor.
Fortuna en mano, el nivel de excesos sólo fue 'in crescendo'. Desde su dieta diaria a base de drogas hasta sus salvajes fiestas, incluidas las celebradas en su empresa, Stratton Oakmont, donde llegó a prohibir el sexo en los baños. De hecho, estas habituales 'celebraciones' provocaron la censura de varias escenas en algunos países, entre ellos Emiratos Árabes, India, Malasia y Nepal. Como apunte: es la película de la Historia donde más se repite la palabra "fuck": 569. Reclamaciones a Terence Winter ('Los Soprano'), guionista del filme.
Gtres
A destacar, el trabajo de Jonah Hill (Danny Porush), junto a DiCaprio durante todo el filme. La admiración de este actor hacia Scorsese era tal que aceptó reducir al mínimo su salario -unos 47.700 euros- para poder trabajar con él. Y la recompensa no sólo ha sido estar bajo su batuta, ahora opta al Oscar por esta actuación.
Pero después del 'colocón', llega el bajón. Aparece en escena el FBI, de la mano de Kyle Chandler -con quien Dicaprio comparte una de las mejores escenas- y acaba con la suerte del exitoso corredor de bolsa. La cinta, que pasa muy por encima de su estancia en prisión (22 meses), no cede espacio alguna a las víctimas, a las que tuvo que compensar económicamente.
Belfort, quien ha ayudado a un sublime DiCaprio a preparar un personaje que por fin puede otorgarle la preciada estatuilla, aparece en la última escena del filme presentándose a sí mismo antes de dar una conferencia.

Anédotas de 'El lobo de Wall Street'

  • La cocaína que continuamente consumen los actores es en realidad vitamina B molida, lo que podía resultar incómodo en un primer momento, luego les dotaba de una mayor energía.
  • La especie de grito de guerra que enseña el personaje de Matthew McConaughey a DiCaprio es un ritual real que el actor sigue antes de una escena. A DiCaprio le gustó y pidió que se incluyera en el filme.
  • Jordan Belfort trabajó mano a mano con DiCaprio, enseñándole como actuaba y especialmente, la reacción de su cuerpo ante los Quaaludes -droga prohibida de la que abusaba-.

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