DESAYUNO - CENA - VIERNES,.
Horst: El fotógrafo que iluminó la moda -
Tan divertido...». Esas dos sencillas palabras le sirvieron a Anna Wintour para describir al fotógrafo Horst P. Horst (1906-1999), conocido ...fotos,.
Horst: El fotógrafo que iluminó la moda
Es uno de los grandes genios de la
imagen, y su rompedor trabajo desde los años cuarenta a los ochenta del
siglo pasado marcó la fotografía para siempre. Una exposición en Londres
saca a la luz el legado de un maestro que, jugando con las sombras,
consiguió dar a la moda una nueva perspectiva.
Tan divertido...». Esas dos sencillas palabras le
sirvieron a Anna Wintour para describir al fotógrafo Horst P. Horst
(1906-1999), conocido simplemente por su nombre propio: Horst. Pero la
directora de Vogue no se quedó ahí: «Tener un retrato hecho por Horst,
aseguró, significaba algo realmente».
Una exposición en el Museo Victoria & Albert de Londres, que se va a prolongar hasta enero, quiere sacar de la oscuridad a un maestro de la fotografía que, precisamente, hizo carrera creando bellas imágenes donde las sombras eran parte fundamental. Imágenes a ratos surrealistas, en ocasiones llenas de referencias clásicas y algunas de ellas clasificables como las mejores instantáneas del art déco, y cuya influencia está presente en los desnudos clásicos de Bruce Weber, Herb Ritts o Robert Mapplethorpe. Maestro del claroscuro, Horst planificaba cada escena con precisión milimétrica, obsesivamente. Podía pasar dos días estudiando la iluminación de una fotografía.
La clave de sus retratos estaba en los cuatro focos que empleaba algo inusual en la época, uno de ellos colocado en el techo y dirigido hacia el suelo. En 1942 le encargan retratar a la femme fatale Marlene Dietrich. La sesión empieza fatal. A la diva no le convence la toma. El fotógrafo quiere saltarse sus normas de cómo iluminar su rostro y Horst tiene que emplearse a fondo para convencerla de que pose ante aquella maraña de luces y sombras. Tras muchos clics y una sesión de revelado exprés, le presentan la copia a la diva. Le gusta. La usará para su propia publicidad.
Su primer trabajo como fotógrafo lo había realizado una década antes, en 1931. Fue para Vogue Paris. Tenía 24 años, apenas llevaba uno en la ciudad y ya había abandonado su idea inicial de trabajar como aprendiz del arquitecto Le Corbusier tras haber estudiado diseño y carpintería en la Escuela de Artes de Hamburgo. Horst llega a París cuando la fotografía estaba empezando a eclipsar a la ilustración como embajadora de la alta costura. Reinaban y se tiraban de los pelos y esto es literal Coco Chanel y Elsa Schiaparelli. De ambas será amigo. Es uno de los pocos que lograron no tener que tomar partido por una de ellas. En sus primeros meses en la Ciudad de la Luz conoce al ruso Hoyningen-Huene fotógrafo jefe de la edición francesa de Vogue, quien lo introduce en el ambiente bohemio, le desvela los secretos de la fotografía y lo convierte en su amante y, ocasionalmente, en su modelo. En 1935, tras la abrupta salida de este para trabajar en la competencia, Horst lo sustituye.
En el parís de los años treinta retrata a Cole Porter, Noël Coward y Bette Davis. Su círculo incluía a Jean Cocteau, Salvador Dalí, Jean-Michel Frank y Bébé Bérard. Realiza su primera exposición en 1932 en la Galería La Plume d'Or de París. La mítica corresponsal Janet Flanner lo consagra con una crítica elogiosa en The New Yorker. Se suceden los amantes, entre ellos un jovencísimo Luchino Visconti, hasta que en 1938 conoce a Valentine Lawford, un diplomático británico con quien Horst compartiría el resto de su vida y adoptaría un hijo. Antes de huir a Nueva York, en septiembre de 1939, se despide de París con una de sus obras más famosas: el corsé Mainbocher. «Mientras tomaba la fotografía, pensaba en todas las cosas que estaba dejando detrás», confesó. En los años cuarenta realiza algunas de sus legendarias portadas para el Vogue americano.
Y en 1943 adopta la nacionalidad estadounidense, pero para lograrlo este hijo de un ferretero alemán decide abandonar su apellido, Bormann el mismo del secretario de Hitler, y desde ese momento es para la historia simplemente Horst P. Horst. Después de la guerra, Horst adquiere una propiedad en Long Island que paga con la venta de un original de Picasso. Un terruño por el que corretean zorros, venados y pavos. Está a 60 kilómetros de Manhattan. Allí construye una casa y, junto con Valentine, se convierten en los anfitriones perfectos. Greta Garbo es una asidua de la casa, un sencillo edificio de estuco blanco que era una reminiscencia de las fotografiadas en sus viajes por Túnez. Se embarca en la elaboración de reportajes de viajes, exposiciones de desnudos masculinos... y deja a un lado el mundo de las pasarelas y las modelos.En la década de 1960, la nueva directora de Vogue Diana Vreeland lo rescata del olvido.
Y encarga a la pareja Horst-Lawford uno como fotógrafo y el otro como escritor un 'retrato' de las casas y los gustos de Cy Twombly, Andy Warhol, Jackie Onassis o los duques de Windsor. «Una de las razones por las que Horst tuvo una carrera de 60 años era que fue capaz de variar su estilo», dice el escritor, comisario y exeditor de Vogue Robin Muir. Horst dejó de trabajar a los 86 años, cuando la vista le fallaba. Cuando ya no podía dominar la luz. O mejor, las sombras.
-Constructor'. Lograba crear imágenes únicas combinando tanto los colores como las formas, como muestra esta foto de la modelo Muriel Maxwell, de 1939. Horst quiso ser arquitecto.
-Color. Sus imágenes, tanto en color como en blanco y negro, eran muy singulares y potentes, como este vestido de Hattie Carnegie en 1939. Al llegar a los Estados Unidos, sus imágenes se hicieron algo más alegres y frescas que las de sus trabajos anteriores.
-La estrella. Retratar a Marlene Dietrich fue su primer gran encargo... y todo un desafío. Pero la actriz alemana quedó tan satisfecha con el resultado que catapultó al fotógrafo a la fama.
-El reloj. Round the clock es una de sus obras emblemáticas. La realizó al final de su carrera, en 1987. Dos años después tuvo que dejar de fotografiar porque le fallaba la vista. La casa de subastas Christie's estima que su valor actual supera los 97.000 dólares.
-Amigos. Horst tuvo una vida social intensa y organizaba interesantes veladas en su casa de Long Island. En la imagen, con la modelo Carmen Dell'Orefice en una fiesta en Nueva York en 1992. El fotógrafo falleció en 1999.
-El corsé. Esta imagen la realizó antes de partir de París a los Estados Unidos al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Cincuenta años después, Madonna se la apropió para su tema Vogue. Horst estuvo a punto de demandarla.
Una exposición en el Museo Victoria & Albert de Londres, que se va a prolongar hasta enero, quiere sacar de la oscuridad a un maestro de la fotografía que, precisamente, hizo carrera creando bellas imágenes donde las sombras eran parte fundamental. Imágenes a ratos surrealistas, en ocasiones llenas de referencias clásicas y algunas de ellas clasificables como las mejores instantáneas del art déco, y cuya influencia está presente en los desnudos clásicos de Bruce Weber, Herb Ritts o Robert Mapplethorpe. Maestro del claroscuro, Horst planificaba cada escena con precisión milimétrica, obsesivamente. Podía pasar dos días estudiando la iluminación de una fotografía.
La clave de sus retratos estaba en los cuatro focos que empleaba algo inusual en la época, uno de ellos colocado en el techo y dirigido hacia el suelo. En 1942 le encargan retratar a la femme fatale Marlene Dietrich. La sesión empieza fatal. A la diva no le convence la toma. El fotógrafo quiere saltarse sus normas de cómo iluminar su rostro y Horst tiene que emplearse a fondo para convencerla de que pose ante aquella maraña de luces y sombras. Tras muchos clics y una sesión de revelado exprés, le presentan la copia a la diva. Le gusta. La usará para su propia publicidad.
Su primer trabajo como fotógrafo lo había realizado una década antes, en 1931. Fue para Vogue Paris. Tenía 24 años, apenas llevaba uno en la ciudad y ya había abandonado su idea inicial de trabajar como aprendiz del arquitecto Le Corbusier tras haber estudiado diseño y carpintería en la Escuela de Artes de Hamburgo. Horst llega a París cuando la fotografía estaba empezando a eclipsar a la ilustración como embajadora de la alta costura. Reinaban y se tiraban de los pelos y esto es literal Coco Chanel y Elsa Schiaparelli. De ambas será amigo. Es uno de los pocos que lograron no tener que tomar partido por una de ellas. En sus primeros meses en la Ciudad de la Luz conoce al ruso Hoyningen-Huene fotógrafo jefe de la edición francesa de Vogue, quien lo introduce en el ambiente bohemio, le desvela los secretos de la fotografía y lo convierte en su amante y, ocasionalmente, en su modelo. En 1935, tras la abrupta salida de este para trabajar en la competencia, Horst lo sustituye.
En el parís de los años treinta retrata a Cole Porter, Noël Coward y Bette Davis. Su círculo incluía a Jean Cocteau, Salvador Dalí, Jean-Michel Frank y Bébé Bérard. Realiza su primera exposición en 1932 en la Galería La Plume d'Or de París. La mítica corresponsal Janet Flanner lo consagra con una crítica elogiosa en The New Yorker. Se suceden los amantes, entre ellos un jovencísimo Luchino Visconti, hasta que en 1938 conoce a Valentine Lawford, un diplomático británico con quien Horst compartiría el resto de su vida y adoptaría un hijo. Antes de huir a Nueva York, en septiembre de 1939, se despide de París con una de sus obras más famosas: el corsé Mainbocher. «Mientras tomaba la fotografía, pensaba en todas las cosas que estaba dejando detrás», confesó. En los años cuarenta realiza algunas de sus legendarias portadas para el Vogue americano.
Y en 1943 adopta la nacionalidad estadounidense, pero para lograrlo este hijo de un ferretero alemán decide abandonar su apellido, Bormann el mismo del secretario de Hitler, y desde ese momento es para la historia simplemente Horst P. Horst. Después de la guerra, Horst adquiere una propiedad en Long Island que paga con la venta de un original de Picasso. Un terruño por el que corretean zorros, venados y pavos. Está a 60 kilómetros de Manhattan. Allí construye una casa y, junto con Valentine, se convierten en los anfitriones perfectos. Greta Garbo es una asidua de la casa, un sencillo edificio de estuco blanco que era una reminiscencia de las fotografiadas en sus viajes por Túnez. Se embarca en la elaboración de reportajes de viajes, exposiciones de desnudos masculinos... y deja a un lado el mundo de las pasarelas y las modelos.En la década de 1960, la nueva directora de Vogue Diana Vreeland lo rescata del olvido.
Y encarga a la pareja Horst-Lawford uno como fotógrafo y el otro como escritor un 'retrato' de las casas y los gustos de Cy Twombly, Andy Warhol, Jackie Onassis o los duques de Windsor. «Una de las razones por las que Horst tuvo una carrera de 60 años era que fue capaz de variar su estilo», dice el escritor, comisario y exeditor de Vogue Robin Muir. Horst dejó de trabajar a los 86 años, cuando la vista le fallaba. Cuando ya no podía dominar la luz. O mejor, las sombras.
-Constructor'. Lograba crear imágenes únicas combinando tanto los colores como las formas, como muestra esta foto de la modelo Muriel Maxwell, de 1939. Horst quiso ser arquitecto.
-Color. Sus imágenes, tanto en color como en blanco y negro, eran muy singulares y potentes, como este vestido de Hattie Carnegie en 1939. Al llegar a los Estados Unidos, sus imágenes se hicieron algo más alegres y frescas que las de sus trabajos anteriores.
-La estrella. Retratar a Marlene Dietrich fue su primer gran encargo... y todo un desafío. Pero la actriz alemana quedó tan satisfecha con el resultado que catapultó al fotógrafo a la fama.
-El reloj. Round the clock es una de sus obras emblemáticas. La realizó al final de su carrera, en 1987. Dos años después tuvo que dejar de fotografiar porque le fallaba la vista. La casa de subastas Christie's estima que su valor actual supera los 97.000 dólares.
-Amigos. Horst tuvo una vida social intensa y organizaba interesantes veladas en su casa de Long Island. En la imagen, con la modelo Carmen Dell'Orefice en una fiesta en Nueva York en 1992. El fotógrafo falleció en 1999.
-El corsé. Esta imagen la realizó antes de partir de París a los Estados Unidos al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Cincuenta años después, Madonna se la apropió para su tema Vogue. Horst estuvo a punto de demandarla.
Su
desayuno: Zumo de naranja; pan con aceite de oliva y unas lonchas de
pavo o jamón; y un café con leche semidesnatada. Y, a veces, queso
blanco con mermelada de naranaja amarga,.
La cena - un bocadillo de queso con pan, beber zumo de piña, postre una manzana,.
La cena - un bocadillo de queso con pan, beber zumo de piña, postre una manzana,.
TÍTULO: EL JUEGO DE LA RANA, ¿ QUE PIENSA UN BRITANICO CUANDO RECUERDA TRAFALGAR ?,.
Qué piensa un británico cuando recuerda Trafalgar?
¿Cuántas personas de las que pasan por Trafalgar Square conocen el cabo de Trafalgar, en la provincia de Cádiz, entre Conil y Barbate?-foto,.
Ayer estuve en Londres y pasé por delante de Trafalgar
Square. Recordé todas las veces que había querido evitar esta plaza.
Nunca admiré aquella ruta obligada para alcanzar la National Gallery.
Todo era ruido y tránsito. Sin embargo, ayer me detuve en su centro y
pensé: «¿Cuántas personas de las que pasan por Trafalgar Square
conocen el cabo de Trafalgar, en la provincia de Cádiz, entre Conil y
Barbate?».
Cuando un británico piensa en Trafalgar, ve una batalla ganada con naves grandiosas que involucraron a toda la flota del Imperio. ¿Pero qué vinculo guarda la plaza de Trafalgar con el lugar donde acaeció esa batalla en 1805? Pensé en Mary, una amiga inglesa que, al regresar de su primera visita al cabo de Trafalgar, me contó cuánto le costó imaginar que «aquella playa con casas desparramadas había sido el escenario de batallas imperiales».
El abismo que había entre la plaza de Trafalgar de Londres y aquella playa solitaria y rocosa afectaba su percepción histórica. Aunque leyó el póster explicativo plantado en la arena de la playa, dudó de lo que relataba el texto: «¿Aquí? ¿La batalla de Trafalgar? ¡No puede ser!». Su incredulidad frente al cartel la llevó a leer la historia de la batalla de Trafalgar. «Pero lo que más me impactó siguió contándome no fue la batalla, sino las nueve epidemias de fiebre amarilla que azotaron Cádiz y Sevilla a partir de 1800. La que más menguó la población, provocando la interrupción de todas las actividades, fue la primera de una oleada ininterrumpida que duraría hasta 1819. De los 80.568 habitantes de Sevilla, 76.393 enfermaron y 14.685 murieron. Las consecuencias sobre la población obligaron a reclutar marineros en una leva que el militar José de Mazarredo describió así: «Llenamos los buques de una porción de ancianos, de achacosos, de enfermos e inútiles para la mar». Y con buques cuyo estado era tan lamentable que algunos capitanes españoles sufragaron de su bolsillo las reparaciones y la pintura de sus barcos.
Hacía más de 50 años que no se actualizaba la flota de guerra, que si bien se mantenía en pie para intentar defender el Imperio, ya no estaba en condiciones de sostener enfrentamientos a gran escala contra la más moderna de las flotas. El general Antonio de Escaño escribió: «Esta escuadra hará vestir de luto a la nación en caso de un combate, labrando la afrenta del que tenga la desventura de mandarla». No fue el único en avisar.
La derrota se reseñó antes de que esta sucediera. Algunos propusieron una estrategia de dilación en el puerto, esperando que la flota inglesa pudiera verse debilitada en la mar por las tormentas invernales. Pero al análisis cauto y realista de los españoles se contrapusieron objetivos de otra índole, los de Napoleón y de su almirante Villeneuve. Napoleón despreciaba a Villeneuve y había decidido descartarlo dejándole llevar a cabo una batalla que se daba de antemano por perdida. Por su parte, Villeneuve, que esperaba recuperar la confianza perdida con una gran victoria, no quiso retrasar la batalla. Ocurrió lo previsto. Villeneuve perdió la batalla, lo exiliaron y lo ejecutaron. Con aquella historia que me contó Mary, aprendí que la plaza de Trafalgar recuerda una batalla que ocurrió por objetivos dispares y que se llevó adelante a pesar del aviso de derrota. Tal vez por ello no recordé nada concreto cuando como esta mañana atravesé la plaza de Trafalgar para ir a la National Gallery.
TÍTULO: VIERNES CINE, El abogado del diablo,.
Cuando un británico piensa en Trafalgar, ve una batalla ganada con naves grandiosas que involucraron a toda la flota del Imperio. ¿Pero qué vinculo guarda la plaza de Trafalgar con el lugar donde acaeció esa batalla en 1805? Pensé en Mary, una amiga inglesa que, al regresar de su primera visita al cabo de Trafalgar, me contó cuánto le costó imaginar que «aquella playa con casas desparramadas había sido el escenario de batallas imperiales».
El abismo que había entre la plaza de Trafalgar de Londres y aquella playa solitaria y rocosa afectaba su percepción histórica. Aunque leyó el póster explicativo plantado en la arena de la playa, dudó de lo que relataba el texto: «¿Aquí? ¿La batalla de Trafalgar? ¡No puede ser!». Su incredulidad frente al cartel la llevó a leer la historia de la batalla de Trafalgar. «Pero lo que más me impactó siguió contándome no fue la batalla, sino las nueve epidemias de fiebre amarilla que azotaron Cádiz y Sevilla a partir de 1800. La que más menguó la población, provocando la interrupción de todas las actividades, fue la primera de una oleada ininterrumpida que duraría hasta 1819. De los 80.568 habitantes de Sevilla, 76.393 enfermaron y 14.685 murieron. Las consecuencias sobre la población obligaron a reclutar marineros en una leva que el militar José de Mazarredo describió así: «Llenamos los buques de una porción de ancianos, de achacosos, de enfermos e inútiles para la mar». Y con buques cuyo estado era tan lamentable que algunos capitanes españoles sufragaron de su bolsillo las reparaciones y la pintura de sus barcos.
Hacía más de 50 años que no se actualizaba la flota de guerra, que si bien se mantenía en pie para intentar defender el Imperio, ya no estaba en condiciones de sostener enfrentamientos a gran escala contra la más moderna de las flotas. El general Antonio de Escaño escribió: «Esta escuadra hará vestir de luto a la nación en caso de un combate, labrando la afrenta del que tenga la desventura de mandarla». No fue el único en avisar.
La derrota se reseñó antes de que esta sucediera. Algunos propusieron una estrategia de dilación en el puerto, esperando que la flota inglesa pudiera verse debilitada en la mar por las tormentas invernales. Pero al análisis cauto y realista de los españoles se contrapusieron objetivos de otra índole, los de Napoleón y de su almirante Villeneuve. Napoleón despreciaba a Villeneuve y había decidido descartarlo dejándole llevar a cabo una batalla que se daba de antemano por perdida. Por su parte, Villeneuve, que esperaba recuperar la confianza perdida con una gran victoria, no quiso retrasar la batalla. Ocurrió lo previsto. Villeneuve perdió la batalla, lo exiliaron y lo ejecutaron. Con aquella historia que me contó Mary, aprendí que la plaza de Trafalgar recuerda una batalla que ocurrió por objetivos dispares y que se llevó adelante a pesar del aviso de derrota. Tal vez por ello no recordé nada concreto cuando como esta mañana atravesé la plaza de Trafalgar para ir a la National Gallery.
TÍTULO: VIERNES CINE, El abogado del diablo,.
¿Cuántas
personas de las que pasan por Trafalgar Square conocen el cabo de
Trafalgar, en la provincia de Cádiz, entre Conil y Barbate?
Ocurrió lo previsto. Villeneuve perdió la batalla, lo exiliaron y lo ejecutaron.
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Ocurrió lo previsto. Villeneuve perdió la batalla, lo exiliaron y lo ejecutaron.
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