Manuel Gutiérrez Aragón: "Te voy a contar un par de cosas que no he dicho a nadie"
A sus 73 años, lleva casi una década
retirado del cine, pero igual de activo que siempre, abocado por entero a
la literatura. En esas estaba cuando fue recientemente elegido como
nuevo miembro de la Real Academia Española. «La distinción más
importante de mi carrera», dice. Nos lo cuenta.
Hace ocho años decidió retirarse del cine, «no quería verme envejecer a la vista de todos, es mejor que no te vean de viejo toreando», y reanudó su vocación literaria. «Ahora soy un joven novelista», aseguraba poco antes de conocer su elección como académico de la RAE, que afirma «es la distinción más importante de mi vida».
XLSemanal. Lo veo muy contento.
Manuel Gutiérrez Aragón. ¿Se me nota? Pues la elección de los académicos ha traído muchos disgustos. Este sillón de José Luis Sampedro fue el mismo al que aspiró Francisco Umbral, que luego nunca salió elegido. Allí hay sus más y sus menos, pero el resultado de mi votación ha sido halagador (22 votos a favor, 3 en blanco y ninguno en contra).
XL. Pues no siempre se han llevado bien los académicos con los cineastas que adaptan obras clásicas.
M.G.A. Por eso han metido a uno dentro [risas]. Pero he de decir en mi defensa que mi primera vocación fue literaria y que esto no lo he contado nunca tuve de profesor de Lengua y Literatura en el instituto a Samuel Gili Gaya, que era un gran lingüista y que luego fue académico. Con él me inicié en la tarea de escribir y con él, a los 18 años, pisé por primera vez la Academia, porque me invitó a conocerla.
XL. ¿Soñó entonces con ser uno de ellos?
M.G.A. No, no; para mí aquel era un sitio de sabios y yo podía ser de todo menos sabio. En este país, la Real Academia Española siempre ha generado y sigue generando toquemos madera mucho respeto; y esto está muy bien porque ya ni la Iglesia ni los políticos ni el Parlamento lo generan. La lengua es de las pocas cosas que podemos vender.
XL. No hace mucho, había sacerdotes y militares entre sus miembros. Ahora solo hay un militar y ningún religioso.
M.G.A. Está bien que haya de todo, que no sean solo lingüistas y escritores. En la Real Academia Española debe haber músicos, cineastas, actores... Fernando Fernán Gómez para mí, el mejor actor español fue el primero en ingresar. Y desde la muerte de José Luis Borau no había ningún director de cine. Pero sigue sin haber un músico, cuando en el diccionario se echan mucho en falta algunas entradas referentes a la música.
XL. Usted dirigió con éxito las dos adaptaciones más importantes que se han hecho del Quijote: una para TVE y otra para el cine. ¿Cree que esto ha pesado en la decisión?
M.G.A. Seguro que ha ayudado; pero yo voy a la Academia porque detrás de mí está el cine. El Quijote es una novela que asusta por su complejidad. Además, cuando eres pequeño, te engañan porque te dicen que es un libro divertido; y, cuando lo empiezas a leer, no lo ves nada gracioso. Yo creo que hasta los 40 o 50 años no le encuentras el punto irónico a sus diálogos ni aprecias la escritura tan bonita que tiene.
XL. ¿Es cierto que, en la adaptación del Quijote que hizo Camilo José Cela, este le propuso que lo protagonizara Fidel Castro y que usted le contestó: «No, que es capaz de decir que sí»?
M.G.A. Sí, sí, es cierto [ríe]. Pero te voy a contar otra cosa que tampoco he contado nunca: era difícil encontrar un actor de cierta edad que hiciera bien de Quijote y que, encima, montase a caballo y fuera casi un atleta para llevar puesta aquella armadura bajo el sol de La Mancha. Mi primera idea fue que lo hiciera Fernán Gómez, pero detestaba los caballos y dijo que no. Luego pensé en Fernando Rey, que, de entrada, no quiso. Entonces, Cela dijo: «Ya lo tengo, que lo haga Lola Gaos» [risas].
XL. ¡Pues no estaba mal tirado! [Risas].
M.G.A. A mí me hizo mucha gracia y me fascinó la idea; pero, evidentemente, no se nos ocurrió ponerla en marcha. Al final logramos convencer a Fernando Rey y nos olvidamos de Lola Gaos y de Fidel.
XL. Por cierto, ¿de dónde le vienen a usted las raíces cubanas?
M.G.A. Mi padre nació en Cuba y mi abuela era cubana cubana. A mi padre lo llamaban Manuel el Criollo porque era hijo de español y cubana; era muy alegre, muy simpático y muy bailarín. Cuando cumplió 14 años, como a todos los criollos pudientes, lo mandaron para España a estudiar, que era como mandar al niño a Oxford. Luego, mi padre se quedó aquí y se casó con mi madre, que era de Torrelavega y que compensa mi lado cubano con ese carácter adusto de los cántabros.
XL. ¿Cree que Obama logrará levantar el embargo a Cuba?
M.G.A. Lo que hay es un deseo enorme de los empresarios norteamericanos por invertir en Cuba, y esa sed desatada es la que motiva a Obama a dar los pasos que está dando. Pero, a la vez, hay otra sed de igual calibre dentro de Cuba porque entren los americanos. Sin embargo, hay un lobby de origen cubano en el exilio que se resiste e impide desde el Congreso que se levante el bloqueo. Más allá de los vaivenes políticos, siempre me va a quedar Cuba, aunque la vea con cierta distancia.
XL. Cuando dejó Torrelavega y se vino a Madrid a estudiar, se afilió al Partido Comunista.
M.G.A. Lo hice porque era la máquina más poderosa que había contra Franco. De aquel PC luego salieron socialistas, comunistas y también políticos del PP. Entonces, en la Universidad no había socialistas, allí solo estábamos los del PC y el resto. Éramos cuatro gatos.
XL. Ha dicho alguna vez que se consideraba un «afiliado cobarde».
M.G.A. [Sonríe]. Porque llegaba el último y me iba el primero. Me limitaba a cumplir con mis deberes de militante camarada de pura base, nunca tuve cargos; era un currito. Pero jamás he renegado de ello, como luego han hecho otros. Éramos militantes generosos que arriesgábamos nuestra libertad, y algunos su vida, por traer la democracia. Yo no tenía ninguna vis política, lo hacía por obligación moral.
XL. ¿Y esa misma obligación fue la que le hizo, después, darse de baja del PC?
M.G.A. La misma, sí. Cuando se legalizaron los partidos políticos, ya no hacía ninguna falta que estuviéramos allí. Es curioso porque entonces hubo quien no entendió que lo dejara, pero al cabo de un tiempo casi todos mis compañeros fueron expulsados del PCE por Carrillo, como Nicolás Sartorius o Cristina Almeida.
XL. Se convirtió entonces en el cineasta de la Transición.
M.G.A. Ese nombre me lo puso Vázquez Montalbán y lo acepto a mucha honra porque yo reivindico la Transición ahora que algunos la critican. No fue un pacto entre los militares y la monarquía, aunque pudo empezar así; fue el fruto del esfuerzo de mucha gente, de muchos años y de mucha generosidad. Ojalá se recuperara aquel espíritu ahora. Fue un momento en el que los españoles recuperaron la autoestima, esa cosa que siempre falta en nuestro país.
XL. ¿Y luego dice que no le gusta hacer cine político?
M.G.A. [Ríe]. Es que no me ha gustado nunca hacerlo, pero parece que siempre acabo haciendo las cosas que pensaba no hacer. En 'Camada negra', yo quería reflejar esa permanente tentación al fascismo que existe en los ciudadanos y que sigue estando ahí. Esa tentación también se da ahora, porque siempre hay quien está al borde del fascismo.
XL. Después de cuatro décadas en democracia, ¿reconoce intentos de dar marcha atrás?
M.G.A. La crisis y el paro tan grande que tenemos podían haber provocado un levantamiento popular que no se ha producido; pero, a cambio, han surgido unos movimientos políticos radicales bolivarianos que exigen un cambio total y que quieren matar al padre. Pero estos movimientos tan radicales, por otra parte, han logrado que la gente que se desentendía de la política haya vuelto a interesarse por ella. Yo prefiero esta opción política, por muy radical que sea, a un levantamiento popular. Como ya soy una persona mayor, lo veo como una etapa interesante y sin sangre. Aunque no creo que esta opción populista y radical dure mucho.
XL. Muerto Franco, terminó un tipo de cine muy concreto y les llegó la hora a los Bardem, Berlanga, Saura, Erice, Borau... y Gutiérrez Aragón.
M.G.A. Mi generación tuvo un momento bueno durante la Transición porque el público estaba muy reconciliado con su cine. Pero también ocurrió que el español se quitó de pronto el luto de 40 años y lo que le divirtió realmente fue la Movida. Nosotros pensamos que, tras la dictadura, la gente iba a querer ver películas comprometidas y no fue así; querían disfrutar de la vida, gozar del momento de libertad y no ir al cine para ver dramones sobre la guerra ni críticas políticas. Pese a eso, logramos mantenernos muy dignamente porque había público para todos.
XL. ¿Y ahora?
M.G.A. Ahora, me preocupa mucho que esa entente cordiale que había entre público y cineastas se haya venido abajo porque una parte de los ciudadanos consideran a la gente del cine del lado de los políticos. El posicionamiento ante la guerra de Irak fue definitivo. Se produjo entonces una tenaza entre cierto radicalismo de izquierdas y cierto radicalismo de derechas, unido a la actitud de algunos medios de comunicación que nos enfrentaron directamente al público, haciéndonos parecer unos subvencionados, una casta protegida por los distintos gobiernos.
XL. Pero el llamado grupo de la zeja...
M.G.A. Eso fue un error total que, además, no ayudó nada al cine. Hasta la guerra de Irak teníamos un buen entendimiento con el Gobierno, del color que fuera. Fue incluso el Ejecutivo de Aznar el que trajo la ley por la cual el cinco por ciento del presupuesto de las televisiones debía invertirse obligatoriamente en el cine. De hecho, ahora mismo es eso lo que permite que se hagan películas. Hay gente muy criticada por mis colegas, como Paolo Vasile, que son verdaderos entendidos y que hacen muy buenas películas desde sus cadenas, cosa que ocurre cada vez menos desde TVE. Y esa gran ayuda al cine fue gracias a una ley del Partido Popular, no a la zeja ni a Zapatero. Hay mucha desinformación con esto.
XL. ¡Lo veo muy suelto, ahora que ya no hace cine!
M.G.A. Claro, claro [se ríe]. Ahora puedo hablar bien de Vasile porque, como ya no hago películas, no necesito que me dé ninguna.
XL. En 2007 decidió retirarse, al terminar 'Todos estamos invitados'. ¿Reflejar en el cine el problema del terrorismo vasco era una forma de cerrar el círculo de sus obras sobre la Transición?
M.G.A. Siempre se nos acusó de no hacer películas contra ETA ni de apoyar suficientemente a las víctimas, y aquello no era del todo verdad porque se hicieron más de 50 películas sobre este tema. Pero yo pensé que ninguna de ellas hablaba de las víctimas, porque cinematográficamente son menos interesantes que los verdugos. Por eso me esforcé en hacer una película sobre las víctimas, pero no traté de hacer un análisis del problema.
XL. ¿Y después se cortó la coleta para siempre?
M.G.A. Bueno, he hecho algún documental pequeño; lo que se llama torear de corto, de festival y de salón [sonríe].
XL. Por su lenguaje, está claro que otra de sus aficiones son los toros.
M.G.A. En la plaza es de los pocos sitios donde todavía me emociono. En el teatro y en el cine, como me conozco muy bien el mecanismo, veo la máquina detrás. Pero en los toros no hay máquina, es el hombre contra la bestia... Aunque jamás se me ocurriría ideologizarlos ni hacer una defensa patriótica de ellos.
XL. De hecho, se opuso a que las corridas se declararán Bien de Interés Cultural.
M.G.A. Me opuse porque pienso que no tienen por qué prohibirse ni tampoco declararlos bien de nada. Detrás de esa decisión había una ideología política concreta, como la hay entre quienes quieren su desaparición. Yo creo que a los toros hay que dejarlos en paz, porque sobrevivirán, o no, sin necesidad de que entren los políticos a bendecirlos o a prohibirlos.
Premios y festivales. Gutiérrez Aragón conversa con Carmen Maura en el Festival de San Sebastián en 1988. Presentaba su película Malaventura.
La vida por delante. Gutiérrez Aragón, en los años 70. Poco después fue catalogado como «el cineasta de la Transición», título que él lleva «a mucha honra».
Privadísimo
1.- Es cántabro, de Torrelavega (1942), y vino a Madrid para estudiar Filosofía y Letras. Terminó graduándose en la Escuela de Cinematografía porque no logró plaza en la de Periodismo.
2.- De padre cubano, se siente caribeño. «En mi casa se comía congrí (alubias rojas con arroz) un día a la semana, se cantaba y se bailaba en cubano... Yo tuve una niñez muy cubana».
3.- «Soy muy mal actor, de los que miran todo el rato a la cámara. En 1962 hice una escena junto con Sánchez Dragó y Alberto Méndez, en La camisa. Y siendo Fernando y Alberto bastante malos, el peor de los tres era yo».
4.- «Yo traté de ser ecléctico, pero no tibio: yo era de Bardem, del cine italiano... y de Paco Camino».
5.- Lejos hoy de los rodajes, dice que empezará a pensar sobre el tema de su discurso de entrada en la Academia. Pero sin prisa, «me han dicho que tengo dos años por delante».
TÍTULO: A FONDO - Cupido te espera en Las Vegas,.
Cupido te espera en Las Vegas
¡Tiembla, París! La verdadera ciudad
del amor es... Las Vegas. Mientras algunos casinos cierran sus puertas,
sometidos por la crisis, la industria de las bodas exprés vive una
constante expansión. Más de 80.000 personas -entre ellas, muchos
famosos- se casan aquí cada año. Lo hacen en alguna de estas capillas
donde (casi) todo está permitido.
Casarse en marcha
En el túnel del amor puedes casarte sin bajar del coche. La oferta es parte de la Little White Wedding Chapel, decana de las capillas locales. Abierta en 1951, ha celebrado más de 800.000 matrimonios. Entre ellos, el de Bruce Willis y Demi Moore y alguno de los de Frank Sinatra, Judy Garland, Mickey Rooney, Michael Jordan o Britney Spears.
Hagan jue... no, hagan el amor
Ante la crisis cierran casinos, se cancelan proyectos... y, mientras tanto, el amor goza de buena salud. En una ciudad de medio millón de habitantes y 70 capillas se celebran 80.000 bodas que mueven 600 millones de dólares al año.
El filón de San Valentín
El Día de San Valentín es temporada alta en Las Vegas. Se celebran más de 3600 bodas en un solo día. En la Little White Wedding Chapel, por ejemplo, hay un enlace cada 15 minutos y se trabaja hasta la medianoche. Su récord: 127 bodas en un día.
Control de alcoholemia
En enero de 1994, Britney Spears se casó aquí, 'pasadísima de vueltas', con un amigo. Desde aquella boda, anulada a las 55 horas, las capillas deben comprobar que los novios estén sobrios en el momento de darse el «sí, quiero».
Donde manda la extravagancia
La oferta no tiene límites: una boda entre tumbas oficiada por la mismísima parca; en la piscina de un acuario; en una góndola; vestido de pirata, de Elvis... Y nadie se extraña. Ya se sabe: todo lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.
'Love me tender, Love me sweet...'
Ingleses, canadienses y alemanes encabezan la lista de foráneos que se casan aquí. Esta pareja germana, por ejemplo, quería algo al 'estilo americano'. La víspera anduvieron en Harley, una limusina los condujo a la ceremonia y los casó Elvis.
Antes del 'sí quiero'
Casarse en Las Vegas es sencillo y barato. Basta con identificarse y decir que no estás casado, pagar 60 dólares y obtener la licencia de matrimonio, que otorga el juzgado, abierto hasta medianoche. Pese a ello, hay siempre largas colas.
En el túnel del amor puedes casarte sin bajar del coche. La oferta es parte de la Little White Wedding Chapel, decana de las capillas locales. Abierta en 1951, ha celebrado más de 800.000 matrimonios. Entre ellos, el de Bruce Willis y Demi Moore y alguno de los de Frank Sinatra, Judy Garland, Mickey Rooney, Michael Jordan o Britney Spears.
Hagan jue... no, hagan el amor
Ante la crisis cierran casinos, se cancelan proyectos... y, mientras tanto, el amor goza de buena salud. En una ciudad de medio millón de habitantes y 70 capillas se celebran 80.000 bodas que mueven 600 millones de dólares al año.
El filón de San Valentín
El Día de San Valentín es temporada alta en Las Vegas. Se celebran más de 3600 bodas en un solo día. En la Little White Wedding Chapel, por ejemplo, hay un enlace cada 15 minutos y se trabaja hasta la medianoche. Su récord: 127 bodas en un día.
Control de alcoholemia
En enero de 1994, Britney Spears se casó aquí, 'pasadísima de vueltas', con un amigo. Desde aquella boda, anulada a las 55 horas, las capillas deben comprobar que los novios estén sobrios en el momento de darse el «sí, quiero».
Donde manda la extravagancia
La oferta no tiene límites: una boda entre tumbas oficiada por la mismísima parca; en la piscina de un acuario; en una góndola; vestido de pirata, de Elvis... Y nadie se extraña. Ya se sabe: todo lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.
'Love me tender, Love me sweet...'
Ingleses, canadienses y alemanes encabezan la lista de foráneos que se casan aquí. Esta pareja germana, por ejemplo, quería algo al 'estilo americano'. La víspera anduvieron en Harley, una limusina los condujo a la ceremonia y los casó Elvis.
Antes del 'sí quiero'
Casarse en Las Vegas es sencillo y barato. Basta con identificarse y decir que no estás casado, pagar 60 dólares y obtener la licencia de matrimonio, que otorga el juzgado, abierto hasta medianoche. Pese a ello, hay siempre largas colas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario