Los de Alcázar esperan conseguir el ascenso a Segunda B esta misma tarde y solapar de una vez por todas el triste recuerdo de Langreo,.foto
¿Qué hacía usted el último 22 de junio? Hagan memoria. Por ejemplo, a Mansilla se le escapaba un brazo por el área; a muchos del Mérida, varias lágrimas de impotencia en el Nuevo Ganzábal; a muchos más, abrazos de consolación en el parque López de Ayala; a servidor, escribir la crónica más triste del año... Cada uno tendrá sus recuerdos. Y aquel fue, hasta el momento, la peor decepción de este nuevo Mérida. Por eso, la final de esta tarde trata de recuerdos. No de perpetuarlos, sino de enterrarlos y empezar a disfrutar de un presente acorde con la historia del fútbol en la ciudad, con aquel pasado, con esta afición.De entrada, inquieta el cartel de claro favorito del Mérida, aunque el cuerpo técnico y los futbolistas lo han asumido con sensata normalidad. Cuando se les pregunta por los peligros del Laredo, repiten tres conceptos como un mantra: defienden muy bien, cuidado con las contras y el guardameta David Moral. Sencillo, quizás escasos, pero suficientemente efectivo como para haber conseguido frenar a uno de los mejores ataques de la Tercera española hace una semana. Eso sí, en San Lorenzo, los molinos vuelven a ser gigantes. Es decir, que atacarán más.
«Yo espero un partido similar al de la ida, sin muchas situaciones raras», se arranca Ángel Alcázar. «Espero también un Laredo más rocoso porque el campo es más estrecho. Y al ser más estrecho imagino que estarán más juntos y será más complicado romper su defensa que hace una semana. A lo mejor, por jugar en su casa, salen un poquito más, presionan más arriba, son más intensos. Pero el partido lo decidirán los detalles. En Mérida perdonamos y solo espero que en Laredo tengamos más acierto». «Yo, sin embargo, espero un duelo más igualado que el del Romano», responde Chiri, el técnico cántabro. «El gran favorito sigue siendo el Mérida, pero jugamos en nuestra casa y creo que se lo vamos a complicar más. Nosotros jugamos siempre de la misma manera, lo que pasa que en la ida nos dejaron hacer muy pocas cosas. Yo espero hacer más en San Lorenzo, evidentemente».
De favoritos y no
Durante la semana, el propio Chiri ha reconocido en varios medios que
le sorprendió más de lo que se esperaba el Mérida en el Romano, «porque
impuso un ritmo muy alto y no nos dejó hacer nada», y que el ambiente
que envolvió al choque «fue de otra categoría e incluso de otra época.
Da gusto participar de cosas así». «Pero los dos equipos vamos a salir
tranquilos, sin la obligación de hacer nada extraordinario. La única
diferencia es que nosotros no tenemos obligación de ganar y el Mérida
está concebido para ascender sí o sí», aclara el entrenador cántabro.
«Nosotros intentaremos hacer el mismo partido que hicimos aquí. Si
tenemos la tranquilidad necesaria que no tuvimos en la ida, haremos
algún gol. El mensaje es de optimismo y confianza», zanja Alcázar.En el Mérida la noticia es que no hay noticia, solo dos matices. Uno: que al estar sancionado Iván Matas, o Javi Chino o Carrasco ocuparán el pivote defensivo (¡ay las molestias de Javi Chino, ay!). Y dos: Alcázar dice que ha entrenado bien, pero Jesús Perera anda muy fastidiado. Su ausencia es una película de miedo, por el gol que tiene, por el enganche que ofrece y por lo que le aporta al equipo cuando toca balón. Pero no se preocupen, porque a preocupación les gana Alcázar. Seguro.
Alcázar... que solo él y sus jugadores saben si repetirá el esquema de la ida o volverá a los dos puntas. Alternativas tiene a puñados. Primero: a lo mejor mete a José Carlos en un carril, por contar con un perfil más conservador que Borja Romero y Jonhy. Segundo: si se decanta por los dos puntas, tendrá que descartar o a Dani Alonso o a Cristo. Tercero: si se decanta solo por uno, tendrá que decidir si Jesús Perera jugará de inicio o lo meterá al final. Cuarto: ¿está Troi, con una semana más de entrenamiento, para empezar de titular? Quinto: Joaqui Flores y Borja jugarán seguro.
Jugarán para que cuando en el futuro alguien pregunte qué hacía usted el 30 de mayo de 2015 la respuesta sea un trueno: celebrar el primer ascenso de este Mérida.
TÍTULO: EL HOROSCOPO, TOROS, EL PUBLICO SE RINDE A UN GENIAL TALAVANTE,.
Una gran corrida de Juan Pedro Domecq, la mejor de la feria. Importante Finito y muy fácil Luque,. foto
Todos los toros de hierro Veragua de Juan Pedro Domecq eran cinqueños. El sobrero, del hierro de Parladé, también. Y otro jabonero claro, casi albahío, sexto de sorteo, que fue devuelto por flojo o cojo. Fue con diferencia la mejor corrida de la feria. Para empezar, la estampa. Las hechuras del segundo eran, dentro de la línea Tamarón, soberbias. De todos los toros negros de San Isidro, que está siendo este año minoría frente a los rubios, éste fue el más bello de todos. Como hecho a molde.Hondura y cuajo, cabos finos, piel lustrosa. Y la expresión, que tanto importa en un toro. Atacó en el caballo -picó muy bien el joven Cid-, galopó en banderillas y tuvo en la muleta dos docenas y pico de embestidas muy serias. Los cincuenta y tantos viajes del toro Jabatillo de Alcurrucén de anteayer han dejado marcadas la semana y la feria. Punto y aparte. Otra línea ganadera. Este segundo juampedro sacó tanto fondo como los dos negros de tan buena nota de Parladé jugados el 15 de mayo en tarde de vendaval.
La fijeza, señal mayor de esta otra corrida, tuvo en ese segundo toro particular relevancia porque la faena de Talavante, brillante, improvisada, ligada en tandas cortas sujetas a variaciones caprichosas, muy seguida y hasta precipitada, tuvo algo de jugar al ratón y el gato, y el toro -¿el gato?- respondió de bravo en todas las bazas. Faena que encendió a la gente desde el primer cite de largo y una primera tanda casi de lazos hasta el mismo final, cuando a Talavante se le atragantó la espada -cuatro pinchazos, entera tendida, un aviso- y el toro partió el palillo de la muleta en dos como si saltara una alarma.
Ese segundo, que ni hizo por Valentín Luján cuando perdió pie a solas junto al burladero del 7, fue tan noble como el que más de un conjunto marcado a partes iguales por la nobleza y la fijeza. Lo particular del desfile es que no hubiera dos toros iguales a pesar de ese latido común. Un primero algo cabezón y muy armado, de embestida a lo Murube, como al trantrán, y cumplidamente lucido por una faena tan científica como caligráfica de Finito, bella de ver, valerosa y asentada, muy segura y compuesta, librada al hilo del pitón, templada y bien rimada, de magníficos remates -el kikirikí gallista ya casi olvidado, las trincherillas, los broches de medio pecho- y, sobre todas las cosas, pautada con rica calma. Rigor de torero esteta con muñecas engrasadas. Torear con los dedos. El bellismo sin relamerse.
Un tercero de eléctrico brío -y una coz al caballo de pica-, galope formidable en banderillas y una entrega sin reservas, solo que, muy claro por la mano derecha, acusó por la izquierda algún vicio de manejo y precisaba del toque a tiempo. O ser abierto. Luque salió empalado y volteado solo en el segundo muletazo -un estatuario- de una faena rota a veces por las protestas del toro al revolverse por su mano difícil. Esa dificultad sobrevenida le puso a la faena una nota de emoción. Sin contar con la entereza del torero de Gerena para superar el susto primero. Una última tanda en trenza y sin espada -cinco muletazos en la suerte natural y dos de remate- fue de alboroto. Una estocada desprendida y tal vez atravesada. La única oreja de una tarde tan propicia y abundante en toros.
El cuarto fue el que más impreso llevaba en el porte el sello de la edad. Casi 600 kilos y lo parecía. Hizo hasta un amago de irse toriles antes de ir al caballo. Finito lo lidió con capotazos de gran calidad y sentido. Fueron unos cuantos. Todos buenos. Árnica que sedujo al toro, que pareció encogerse a los diez viajes de muleta y luego amagó con aplomarse. Muy distinguido el trabajo de Finito: las distancias, lección del llamado toreo de toques, paciencia cuando el toro tardeó, preciosas guindas de cambios de mano por delante y de nuevo la firma del kikirikí. La serenidad supina de un autoquite al tropezar y caer inerme en la cara del toro. Temple mayor. Una estocada trasera al segundo intento.
La gente estaba rendida con Talavante -se habría pedido hasta la segunda oreja para su primera faena- y se lo hizo sentir nada más asomar el quinto, que fue, después del segundo, el de mejor nota de corrida. De salida Talavante toreó muy encajado con el capote: cinco mandiles, dos tijerillas y una larga de látigo. El toro apretó en la segunda vara pero salió de ella quebrado, se recobró en banderillas, sabia brega de Trujillo y otra faena de Talavante abierta como una caja de sorpresas y fuegos de artificio -una primera tanda de rodillas por alto con una arrucina intercalada- y salpicada en tandas mixtas de formidables desparpajo y encaje, no pocos muletazos a pies juntos, muy despacioso el toreo con la derecha y por abajo, imprevistos cambios de mano, de pronto un natural de frente y, el muletazo de la tarde, otro con la zurda enroscado en la cintura misma para abrochar una celebrada tanda de mondeñinas. Un volcán la plaza. Perfilado en la suerte contraria y cerrado en tablas, Talavante volvió a marrar con la espada. Como si arrastrara una vieja lesión de codo.
Y, luego, el sexto y el sobrero, pero ya pesaba la tarde, Talavante se había convertido en protagonista único y Luque solo pudo apuntar sin disparar con un sobrero de Parladé que romaneó en el caballo y se empleó sin llegar a romper. Cosa liviana.
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