Viva la vida - Piedad Bonnett: “Escribir desde las tripas es algo femenino”,.SABADO -12- Enero ,./ VIVA LA VIDA - Francisco González, el banquero ‘outsider’ y presidente del BBVA, dice adiós,. DOMINGO -13- Enero,.
TITULO: Viva la vida - Piedad Bonnett: “Escribir desde las tripas es algo femenino”,.SABADO -12- Enero ,.
El sabado -12- Enero a las 16:00 por Telecinco , fotos,.
Piedad Bonnett: “Escribir desde las tripas es algo femenino”,.
La escritora colombiana transita en su literatura los matices del
dolor, de lo estremecedor, para tratar de digerir la vida. Con la
honestidad como brújula, habla de sus propias heridas y las de su país,
golpeado por el narcotráfico e inmerso en un pedregoso proceso de paz
con la guerrilla tras décadas de violencia.
Hija, nieta y hermana de maestros, la escritora colombiana Piedad Bonnett
(1951) nació en Amalfi, un lugar “hermoso, aislado y relativamente
ilustrado, a ocho horas a caballo de Medellín, donde se podía llegar
montando o en avioneta”. Prolífica y polifacética —ha escrito poesía,
novela y teatro—, había dejado ver su impotencia y el temor a la muerte
de su hijo en algunos de sus versos —“No tengo cuerda ni red para
salvarte. Ni siquiera tengo orilla certera”— del poemario Las herencias (2008). Narró su suicidio en Lo que no tiene nombre (2013). Trató de ponerse en la piel de otros inadaptados en el poemario Los habitados (2017) y ahora ha colocado al protagonista de su última novela, Donde nadie me espera,
contra todo: sus miedos y un país hostil en una huida desesperada.
“Poeta por encima de cualquier cosa”, la suya es una literatura para
digerir la vida que indagaba en lo incómodo o en el descubrimiento de la
modernidad hasta que el suicidio de Daniel le dio la vuelta a todo.
Esta entrevista, en el hotel Palace de Madrid poco antes de que Bonnett
se reúna con el jurado del Premio Loewe de Poesía, dura algo más de dos
horas. “Los poetas tenemos una belleza extraña que atrae y que repugna”. ¿Por qué la poesía ha sido siempre veneno para la taquilla?
Los lectores de poesía somos una especie de secta perseverante. Durante
30 años di clase en la Universidad y siempre estaba el muchacho que
leía y escribía. Las necesidades expresivas de un adolescente pueden
atraerlo intuitivamente solo con que le golpeen tres versos, con que
alguna vez haya oído a Serrat, por ejemplo. Siempre hay seres con esa
necesidad.
Tal vez los colegios podrían añadir a Jaime Gil de Biedma al temario.
La literatura entra por la pasión. García Márquez decía que él llegó a
la buena literatura a través de la mala. Con 14 años yo escribía tanto
como leía: poemas desgarrados de adolescente atormentada que se despedía
de Dios. ¿Viene de una familia muy católica? Fui educada con
lo mejor y lo peor de la religión: en el rigor que le exige a uno ser
bondadoso y compasivo, pero invadida por la culpa. Me sentía pecaminosa
porque me expulsaron del colegio por hacer cosas de niña, como bajarme
del bus una parada antes. Temía más a mi papá que al colegio. Me
metieron en un internado. Las monjas no buscaban potenciarnos, querían
someternos. A su padre lo retrató en uno de sus poemas. “Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido”.
Eligió la forma más pragmática de vida. Tiene 93 años. Mi mamá, 96.
Ambos tenían esa concepción de que quien habla bien es culto. Nos
corregían todo el tiempo. Pensaron que la educación garantizaba el
futuro. ¿Qué lleva a alguien a escribir poesía? Saber del
milagro de otros. En clase utilizaba un verso de Miguel Hernández:
“Porque la pena tizna cuando estalla”. La ruptura de la lógica nos
estremece. Muchas veces un poema es una pregunta. He tenido tendencia a
decir la verdad sin pararme a pensar que pudiera de pronto molestarle a
alguien. Me he tenido que moderar. Veía una verdad y necesitaba decirla. ¿Para cambiar las cosas? ¿Para demostrar que era lista? Seguro que necesitaba que vieran que era lista. Pero hay maneras de decir la verdad. Como columnista en El Espectador
soy fustigante para desenmascarar algo o a alguien. En la poesía, la
verdad está abierta a interpretaciones. Tengo grandes amigos que la
resisten. Pero la amistad te deja ver hasta dónde pueden resistir los
otros y uno va midiendo y demuestra también así, callando, que es amigo. ¿Su padre ha leído el verso en el que lo describe?
Claro. Siempre les paso mis libros antes de publicarlos. Tuve la
tentación de arrancar esa página para no hacerle daño porque es un
hombre en el fondo muy frágil. Pero decidí que sería de una
deshonestidad aterradora. ¿Cómo se ve el miedo en un padre? Mi padre sentía náuseas los lunes, antes de ir al trabajo.
“El machismo siempre es una amenaza de desprecio
y violencia, pero, como se lee en las novelas de Gabriel García
Márquez, hace mujeres poderosas”
Eso le pasa a mucha gente. Excepto que para mi padre
la vida era el trabajo. Mi familia es cristiana estoica. Él creía que
el trabajo dignifica al hombre. Ha vivido la vida como si fuera una
carga. Mi madre en cambio ha sido valiente. Ha sabido convivir con una
persona con miedo permanente a la responsabilidad. ¿Colombia es un país machista? Sí. Por eso allí un
hombre no valiente es un problema para sí mismo y para los demás. Mi
padre rompió el papel de padre arquetípico. Superó ese miedo día tras
día hasta hoy, que le tiene miedo a la muerte. Pero mi madre tuvo que
ser fuerte y disimularlo. No había otra opción. Presuponemos que Latinoamérica es, si se puede generalizar,
machista y, sin embargo, ha habido mujeres presidentas de Gobierno en
Chile, Brasil, Argentina, Nicaragua, Costa Rica. El machismo
siempre es una amenaza de desprecio y violencia, pero, como se lee en
las novelas de García Márquez, hace mujeres poderosas. Los machistas se
desentienden de las obligaciones cotidianas y las mujeres asumen el
mando dentro de la casa. Hay niñas que cocinan y cuidan de sus hermanos.
Esa asunción de obligaciones, incluso desde la infancia, que es fruto
del machismo, da fuerza. ¿La escritura permite ser más valiente que la propia vida? Por eso escribimos. A mis papás yo les muestro quién soy a través de mis libros, pero no en una conversación. ¿Por qué necesita que vean sus escritos? Es una
cuestión de lealtad. Cuando se los llevo les estoy diciendo: ustedes
querían hacernos personas consistentes, aquí está la prueba. Sobre todo
porque ellos descreyeron de mí cuando me enviaron al internado. Luego
fui a una Universidad privada de Bogotá. Mi papá hizo un esfuerzo
económico grande, pero se quedó tranquilo pensando que, en plenos años
setenta, la Universidad pública estaba muy politizada y, siendo
ultraconservador, tenía terror a que me volviera comunista. Para él eso
equivalía a ser terrorista, uno podía irse al monte en un rapto. Es
cierto que la gente se iba a la guerrilla. Yo nunca he militado, pero me
hice beligerante y de izquierda. Eso le hizo descreer de cualquier cosa
que yo pudiera hacer. Mis hermanos también se bajaron de la ideología
en la que nos habían criado y se hicieron personas liberales. En
Colombia ser liberal es un término relativo. No implica ser
desprejuiciado, pero sí ser menos conservador. Por eso le llevo los
libros, para que vea para qué sirvió su esfuerzo. “A los milicos les encanta joder a los ya jodidos”, se lee en
su última novela. ¿Se perdieron los límites entre los militares, la
guerrilla y la delincuencia común? Desafortunadamente, sí. Los
viejos líderes históricos tienen todavía una ideología, pero son
fanáticos y no han sabido estar a la altura de los tiempos porque uno
que se queda en el monte 50 años queda lógicamente aislado. No han
sabido comprender el rechazo violento de su país hacia sus acciones.
Perdieron el rumbo cuando se aliaron con el narcotráfico y cuando
pensaron que podían castigar secuestrando a personas durante ocho años. ¿Existe un negocio de la violencia que se adorna con reivindicaciones?
Totalmente. No se puede generalizar, pero en la guerrilla hay todavía
tipos que justifican que para financiar su idealismo deban recurrir al
chantaje, al secuestro y a la extorsión. La masa guerrillera queda
abducida, deshumanizada y convertida en delincuente. Muchas de las
disidencias de hoy de las FARC son puros delincuentes comunes. La serie Narcos identifica hoy tanto a Colombia como a García Márquez o Shakira. ¿Qué opina de la glamurización de la delincuencia y el narcotráfico?
Intelectualmente se discute cómo esa serie perpetúa el cliché sobre
nuestro país. Pero algunos de los guionistas son hijos de víctimas del
narcotráfico, como el hijo de Luis Carlos Galán, y sin embargo, a la
hora de construir los personajes, los combatientes del narcotráfico, los
“puros” —vamos a decir— resultan débiles, poco atractivos para los
espectadores. En cambio, personajes aterradores como Pablo Escobar o
Popeye le caen bien a un país donde la figura del pícaro es una
presencia permanente en la vida cotidiana. ¿Por qué? Porque el orden institucional es muy
frágil y la presencia del Estado es con frecuencia inexistente. Eso dio
pie a que la guerrilla empezara a impartir justicia. Venía la mujer a la
que el marido estaba pegando y el tipo de las FARC iba y lo castigaba. Ofrecían una justicia alternativa. Y rápida. En nombre de la justicia actuaban las FARC y los paramilitares, y siempre en su versión más aterradora. Pablo Escobar hacía canchas de baloncesto, estadios y viviendas.
Cuando murió, una multitud delirante lo acompañó como un héroe. Fue el
Robin Hood colombiano. Pudo huir porque tenía a miles de personas que le
abrían camino. La serie Narcos pinta cosas que no podemos
eludir y a la vez nos mortifica. En Colombia hoy la naturaleza está
invadida, no es un refugio. Nos robaron el país, el paisaje, la
posibilidad de huir de todo. ¿En qué punto está el proceso de paz? Fragilizado
hasta el extremo. Lo que hizo Santos estuvo muy bien: es imposible salir
de un conflicto sin negociar, sin conceder, sin dialogar. El problema
es que no dejó preparado el territorio del posconflicto. El dinero
destinado a reinsertar a los arrepentidos sin sacarlos del lugar donde
viven no ha llegado porque el subdesarrollo consiste, entre otras cosas,
en no lograr nunca que la teoría se convierta en realidad. Ha habido
desbandada de guerrilleros que no saben qué hacer con su vida. Se fueron
con 15 años, vuelven con 35 y ¿qué oficio tienen? Uno no puede decir
por ahí que es guerrillero. Hay gente que espera con paciencia. Y ha
habido también disidencias que se han quedado con el negocio del
narcotráfico. Pero el pueblo de Colombia no estuvo a la altura de las
circunstancias. Votó que no. Eso es.
“Si leo mi poesía trazo la línea de mi vida, de mis desconciertos a mis inconformismos. Me leo a mí misma”
Y luego bajo la presidencia de Iván Duque han votado en contra de la consulta anticorrupción.
Hay que tener en cuenta que Venezuela está al lado. Hemos visto cómo se
hacía trizas por un populismo de izquierdas mal llevado. La gente de
clase media y las bases populares, aterrorizadas de que suceda lo mismo,
se han hecho conservadoras. Está pasando en todas partes, pero aquí no
quisimos dialogar y luego ganó las elecciones el enemigo mayor de la
democracia que tiene este país: Álvaro Uribe. Lo consiguió a través de
un hombre bienintencionado y relativamente bien preparado, pero que
jamás se imaginó presidente con cuarenta y pocos años. Por eso Duque es
un presidente vacilante. ¿Qué hacer para que la vida humana valga más?
Educación. Ahora hay huelgas continuas de los alumnos reclamándola. Se
nos prometió que, terminada la guerra, todo el presupuesto de defensa
iría a la educación. ¿Le llama abiertamente guerra? Era una guerra. Álvaro Uribe fue el único que no quiso decir nunca la palabra conflicto. Decía terrorismo, pero era guerra. ¿No teme represalias? Hay muchas Colombias. Yo estoy
en la del centro. Pero hay que tener cautela, sobre todo con el
narcotráfico y con los militares. No está siendo cauta. Esto es una entrevista. Lo sé.
En Colombia hay posibilidades de expresión para los periodistas. Todos
sabemos que una parte de los militares estuvo involucrada con cosas
ilícitas, no todos. Y ahora estamos mucho mejor. ¿Qué lo ha hecho posible? No se puede generalizar.
Hubo muchos militares a favor de la paz. Pero en las regiones más
apartadas, un periodista corre riesgo de que lo maten mañana. ¿Quién? La guerrilla, el narcotráfico o los paramilitares. Y nunca se sabrá quién fue. El suicidio de su hijo Daniel dio la vuelta no solo a su vida, también a su trabajo como escritora… La literatura tiene la capacidad de hacer que nos conozcamos a posteriori. Si leo mi poesía trazo la línea de mi vida, de mis desconciertos a mis inconformismos. Me leo a mí misma. ¿Siempre ha sido sincera? Si algo traigo de mi
crianza es ese valor ético, jamás he impostado. ¿Usar la literatura para
mentir? ¿Para qué? El que engaña es el primero que se engaña. ¿Va a estar Daniel ya siempre en lo que haga? Sí. En
un momento digo: no me quiero perpetuar como la mamá que perdió un
niño. Soy una entre miles y mi labor no es misionera. Hablé con madres,
contesté cartas porque el libro me lo pidió. Pero eso lo tienes que
parar porque te arrolla. La literatura es el camino también para
salvarme, ¿cierto? Entonces decido salir de mí, pensar en colectivo. En Los habitados
hablo de Hölderlin, de Sylvia Plath, de otros que han estado
atormentados. Paso de lo íntimo a lo colectivo. Esta nueva novela nace
de una frase que nos dijo Daniel. Nos pidió que lo dejáramos, que iba a
vivir como un indigente. Yo siempre tuve inquietud por el indigente.
Siempre me pregunto cuándo se perdieron estas personas. En Lo que no tiene nombre lo cuenta: regresan de Brasil. Hacen escala en Lima y Daniel les pide que se vayan, decidido a vivir en la calle. Yo, que siempre me había preguntado todo eso, pensé: es así. Llegan porque no pueden más. La desprotección se convierte en el refugio. Huyen
de las responsabilidades de la vida. No sé si conoce al filósofo coreano
Byung-Chul Han. Dice que la nuestra es la sociedad del cansancio y la
depresión.
Y de la autoexplotación. Eso, llevarse uno al límite
retado por uno mismo. Eso nace de la exigencia colectiva de éxito. He
querido hacer un personaje que se resiste a entrar en esa carrera. Lo
que se espera hoy de un artista es figurar y competir. Mi hijo, como
pintor, se sintió siempre fuera de lugar. Una profesora le dijo que la
pintura estaba muerta. ¿A usted no le dijeron nunca que la poesía lo estaba? Jamás. La novela lleva muriéndose toda la vida, pero continúa demostrando que sigue viva. El arte del siglo XX no precisa ni demuestra la destreza del artista. La pintura, sí, pero el arte se ha hecho daño. La academia artística opina casi legislando. Que el performance
deba negar la pintura me resulta sospechoso. Y que la destreza no tenga
papel frustra y hunde a la gente dotada para pintar y dibujar. Es
aniquilador. Sé que los dibujantes son compulsivos. Dibujar es muy
salvador, implica relacionarse con el mundo de una manera muy física. El
cuerpo está conectado al papel. En cambio, la literatura pasa por la
cabeza. En el poema Lección de supervivencia habla de un pepino de mar que para sobrevivir se queda vacío. En Perlas:
“No hay cicatriz por brutal que parezca que no encierre belleza” o “Lo
oscuro pare luz y eso consuela”. Pero una cosa es escribir el dolor y
otra publicarlo, comerciar con él. ¿Cómo se da ese paso? No es
fácil. La literatura impúdica, confesional y desgarrada es muy molesta
si traspasa una frontera de respeto con el lector. O si se victimiza el
que está narrando. Supe que podía compartir si lo que hacía tenía
dignidad literaria. La literatura ha sido siempre un vehículo para el
dolor. Lo autobiográfico es una manera de llegar a la literatura. Alimentarse de las propias entrañas. ¿Los escritores solo saben de sí mismos?
Creo que, en general, escribir desde las tripas es algo femenino. Las
mujeres no hemos tenido esa censura, la contención del sentimiento que
han sufrido los hombres. La madre llorando es la Pietà. El padre
llorando ¿qué es? ,.
TITULO: VIVA LA VIDA -Francisco González, el banquero ‘outsider’ y presidente del BBVA, dice adiós ,. DOMINGO -13- Enero,.
El domingo -13- Enero a las 16:00 por Telecinco , fotos,.
Francisco González, el banquero ‘outsider’ y presidente del BBVA, dice adiós,.
Francisco González abandona la presidencia del BBVA el 31 de
diciembre tras dos decenios al frente de uno de los grandes grupos
bancarios españoles. Su legado deja luces, sombras y una apuesta de
futuro basada en el negocio digital. El País Semanal ha sido su sombra durante las últimas semanas al frente de la entidad
ESTA ES LA historia de un hombre solo. Llegó a la banca con apenas un
par de amigos en el negocio y se va sin ninguno. Su larga trayectoria
en la cima del mercado financiero, donde irrumpió sin apellidos ilustres
ni tradición familiar, es la de un outsider tenaz e
implacable. Acabó liderando durante dos decenios uno de los grandes
grupos bancarios españoles. Fulminó a decenas de ejecutivos que no
estuvieron a la altura del talento exigido según sus criterios.
Catapultó a otros tantos que para él demostraron arrojo y personalidad.
No le tembló el pulso a la hora de cambiar consejos de administración de
arriba abajo. Dijo “no” a las presiones de Gobiernos socialistas y
populares. Se negó a participar en la salida a Bolsa de Bankia. Y a financiar la Sareb, el banco malo,
en momentos durísimos de la debacle económica. Cuando dice “sí” es
porque vislumbra beneficios. Sí a la expansión internacional. Sí a la
transformación digital. Sí a montar la mejor aplicación de banca móvil
del mundo, según el informe The Forrester Banking Wave.
Francisco González Rodríguez, de 74 años, gallego de Chantada que pasó
parte de su infancia en Buenos Aires, uno de los españoles más
poderosos, influyentes e inaccesibles, abandona la presidencia del BBVA.
Deja un rastro de luces y sombras. Se va con la certeza de haberlo
hecho todo a su manera. Y de haber abrazado la soledad a cambio del
poder. “Desde que entré, entendí muy rápido que un banquero no puede
tener amigos. Conservo los íntimos, con los que viajas, juegas…
Conocidos, miles. Amigos, una docena. ¿En este negocio? Ninguno. En el
momento en que los tienes empiezas a perder tu independencia”.
“Un banquero no puede tener amigos. Si los tienes, empiezas a perder tu independencia”
Como ocurre desde hace años, uno de sus últimos días al frente del
banco empezó a las siete de la mañana. A esa hora suena el despertador
en su vivienda en la colonia madrileña de El Viso, una casa de líneas
vanguardistas donde predominan las obras de arte y una exquisita
decoración supervisada por su esposa, Carmen Ordóñez Cousillas, con la
que lleva casado 46 años. Allí está también el rincón donde desconecta
leyendo libros y publicaciones en formato digital con una tableta que
también va con él a todas partes. Pocos minutos antes de las ocho, el
coche negro que le recoge en su casa llega a toda velocidad al
aparcamiento subterráneo de autoridades en la flamante sede del BBVA,
proyectada por los arquitectos Herzog & de Meuron al norte de la
capital gracias a una inversión de varios cientos de millones de euros.
Mientras una fría niebla rodea el exterior de las instalaciones, un
joven vestido de negro espera en el punto exacto donde Francisco
González baja del vehículo. El escolta que va de copiloto abre la puerta
trasera derecha y González sale ágilmente aferrado a su tableta. Viste
americana marrón de Brunello Cucinelli, camisa celeste, pantalones
grises y zapatos deportivos. Camina en largas zancadas hacia un pesado
portón que alguien ha tenido la prevención de mantener abierto. El
tronco inclinado hacia delante marca el rumbo. El cráneo despejado, con
el cabello blanco de las sienes humedecido, es un mascarón de proa.
Nariz prominente. Gesto adusto. Más le vale al séquito conocer el
itinerario. Francisco González es un adicto a la puntualidad. Y las
puertas se abren a su paso.
Vista de la planta de 400 traders que operan en banca de inversión en BBVA.
Su despacho en la sede del BBVA está en la planta 16ª del edificio
principal del complejo, conocido como La Vela: una silueta elíptica de
casi 100 metros de altura conectada con otras dependencias a través de
pasajes, patios y jardines que evocan el ambiente de una ciudad al más
puro estilo de los campus tecnológicos que operan en la Costa Oeste de
Estados Unidos. Entre los varios miles de trabajadores que albergan
estas instalaciones reina la informalidad de atuendo, los horarios
flexibles y la ausencia de despachos o de simbología estatutaria. Salvo
la guarida del jefe supremo hasta hoy. La diáfana y amplia estancia en
la planta 16ª quedará ahora vacía de los libros en varios idiomas y los
regalos en forma de estatuillas que pueblan las estanterías de madera
oscura. Y las obras de arte. Y las primeras páginas de periódicos
enmarcadas, como una del Financial Times donde firmaba un
artículo sobre su gran obsesión en torno al desafío digital que afronta
el negocio bancario. Y su foto con los reyes Felipe y Letizia. Y la gran
mesa central, con documentos, un ordenador portátil, cubiletes con
bolígrafos, un par de piezas estilográficas Montblanc, dos botellas de
agua Solán de Cabras y un taco de periódicos coronados por un reciente
ejemplar del semanario The Economist con la portada de un casco
militar con componentes tecnológicos implantados bajo el titular ‘Chip
Wars. America, China and silicon supremacy’ (La guerra de los chips.
América, China y la supremacía del silicio). Esta mesa no la usa tanto.
Suele trabajar en otra redonda, pegada a uno de los dos ventanales de la
estancia, que tiene un reloj suizo incrustado en el centro. En el otro
extremo de la sala, junto a otro ventanal gemelo, sobre una alfombra,
cuatro sillones Eames de maderas claras con dos reposapiés aledaños. Y
cerca de ellos, la cartera de Gucci de piel negra, curtida y rota por
uno de los extremos, con la que ha dado cien veces la vuelta al mundo en
el último decenio. “Es el único objeto que conservo. Entró aquí conmigo
y se irá conmigo. No tengo manías, pero esta cartera sí lo es. Va
conmigo a todas partes. Dentro llevo de todo. Mis gafas, mis auriculares
para cuando voy al gimnasio… Se parece al bolso de una mujer”.
La primera reunión de aquella mañana estaba concertada a las 8.30. Cónclave de estrategia macro
en una sala vecina de su despacho, vestida con lienzos de Antonio López
y Barceló, además de varias esculturas. Alrededor de una mesa redonda
presidida por Francisco González, los economistas Jorge Sicilia y Álvaro
Martín. A la derecha de González, Fernando Gutiérrez, adjunto al
presidente del BBVA y su hombre de confianza desde hace dos decenios.
Ninguno lleva corbata. Norma no escrita de la casa. Se avanzan los temas
a tratar. Desde la cumbre del G20 en Argentina hasta la fragilidad del
proyecto europeo o la guerra comercial entre China y Estados Unidos.
“¿Cómo organizamos el mundo para que China sea importante, pero no
arrolle?”, dice González. Un mercado, por cierto, donde el BBVA entró y
salió escarmentado por la falta de resultados. Durante el encuentro, los
economistas esbozan una foto del mundo basada en fuentes propias,
informes y artículos periodísticos. Un licuado para extraer conclusiones
de rentabilidad en los mercados globales donde opera esta compañía que
emplea a más de 126.000 personas y cuenta con 8.000 oficinas y 75
millones de clientes repartidos en más de 30 países, un tercio de los
cuales son digitales. González escucha con rostro serio las
exposiciones, dando paso a los ponentes con su voz baja y ronca. Y
pregunta: “¿Cómo se posiciona nuestro negocio en este nuevo mundo?”.
Francisco
González, con Carlos Torres Vila, su sucesor en la presidencia
ejecutiva del BBVA, tras una reunión en la sede del banco en Madrid.
Hoy sueña con bancos capaces de competir con mastodónticos operadores
de servicios digitales como Amazon, Google y Facebook. Según su
profecía, los competidores que no sepan adaptarse a las nuevas formas de
consumo basadas en la economía digital morirán. Esa apuesta será su
mejor legado. Así lo cree el portugués António Horta-Osório, presidente
del británico Lloyds Banking Group y antiguo hombre de confianza de
Emilio Botín, que conoció a González durante sus años como alto
ejecutivo del competidor Banco Santander. “Paco González es un
visionario. Uno de los primeros en el mundo en desarrollar la banca
digital, buscando ser una compañía tecnológica más que un banco
tradicional. El BBVA es, además, una gran entidad en el ámbito global,
con fuerte presencia en México, Estados Unidos y Turquía. Paco lo ha
liderado durante 20 años y su impacto ha sido decisivo para convertirlo
en lo que es hoy. Y ha conseguido consolidar la sucesión”.
González no sabe todavía qué es lo primero que hará cuando se levante
ya como expresidente. Pero cree que apartarse del poder no será
complicado de gestionar. “No nos engañemos: yo me tenía que haber
retirado antes”.
—¿Y por qué no lo hizo?
—Porque no fui capaz de ensamblar al equipo determinante para la
transformación digital. A los 65, decidimos alargar la edad de
jubilación. Cuando Carlos Torres Vila, mi sucesor, fue nombrado
consejero delegado en 2015, empecé a vislumbrar que la transformación
iba a ser viable. Además, tengo 74 años. Antes pasaba aquí 14 horas al
día. Ahora, 12 o 12 y media. El 1 de enero me voy a tener que enfrentar a
muchas cosas. Primero, a gestionar mi patrimonio. Por cierto: en casa
del herrero, cuchillo de palo.
“Lo más difícil de abandonar el poder será levantarme y no estar obligado a hacer cosas”
—¿Qué va a ser lo más difícil de abandonar el poder?
—Levantarme por la mañana y no tener la obligación de hacer cosas.
Tendré que alimentar esa disciplina en el orden personal y profesional.
—Y su pensión es de 79,7 millones de euros.
—Antes de impuestos.
—¿Le parecen razonables las jubilaciones multimillonarias en la banca con la que ha caído y seguirá cayendo?
—La jubilación se determina en 2009. Todo es opinable, pero mi
remuneración ha estado comparada con la de otros presidentes de
entidades en el mundo. En aquel momento, parecía razonable porque estaba
comparada con esos estándares y con la cuenta de resultados.
—Otro asunto espinoso son los supuestos pagos del BBVA al excomisario
Villarejo, hoy encarcelado, de más de cinco millones de euros durante
cinco años.
—Ese tema para mí no tiene relevancia. Lo hace el departamento de seguridad con normas muy estrictas.
—¿Tuvo conocimiento de esos pagos?
—No. Me entero cuando aparece la primera noticia hace unos meses. Yo
sabía que el banco llevaba a cabo trabajos de inteligencia para
defenderse. Hasta donde sé, se han hecho las cosas como hay que
hacerlas.
El camino hasta llegar aquí empezó, muy probablemente, en una cena
orquestada en un restaurante de Madrid por Manuel Pizarro, veterano
ejecutivo, miembro de diversos consejos de administración de grandes
compañías, íntimo de Francisco González y magno asesor económico del
expresidente del Gobierno José María Aznar. Era 1995, pocos meses antes
de las elecciones generales que llevaron al Partido Popular a La Moncloa
tras los sucesivos Gobiernos socialistas de Felipe González. Así lo
recuerda el expresidente Aznar durante una conversación en la sede
madrileña de la Fundación FAES: “Pizarro dijo que me quería presentar a
unas personas a las que consideraba relevantes. Organizó una cena con
César Alierta y Francisco González. Me parecieron personas que, por sus
conocimientos, su dedicación, su edad y entendimiento del proyecto,
podían cooperar en lo que fuese necesario. Llegué a la presidencia del
Gobierno y tocó el turno de tomar una decisión respecto a Argentaria, una entidad destinada a privatizarse.
Luego vino la fusión de Argentaria con el BBV para crear el BBVA. Pero
esa es otra historia, relacionada con un marco de integración financiera
para buscar dimensiones que pudieran ofrecer mayor rentabilidad”.
José María Aznar: “Participaba de nuestro proyecto político-económico liberalizador”
Rodeado de fotos con mandatarios internacionales como George W. Bush,
Aznar recuerda en la sede de FAES el momento en que su primer gabinete y
el Ministerio de Economía presentaron candidatos a liderar Argentaria.
“Se nombró a González para presidir Argentaria como se nombró a Alierta
para presidir Altadis. Yo quería gestores profesionales. Desde que lo
conocí y hasta ahora, Francisco González me parece una persona seria.
Había tenido una sociedad financiera exitosa como FG Inversiones
Bursátiles, que daba garantía de que no estábamos haciendo experimentos.
Participaba completamente del proyecto político-económico que queríamos
desarrollar: liberalización de la economía, privatización de empresas
públicas, reformas fiscales, nuestra idea de entrar en el euro… Eso
facilitaba mucho las cosas. Me parecía también una persona reservada; lo
sigue siendo. No demasiado simpático; lo sigue siendo. Mantiene unos
criterios sólidos. Unas veces acierta y otras se equivoca. Pero siempre
ha sido independiente. ¿Un outsider? Hombre, un tío de Chantada, presidente del BBVA…, ¡pues sí que es un outsider!”.
Francico González,.
Nada de todo lo que pasó habría sucedido, asegura González, si
hubiera recibido la llamada para presidir Argentaria unos meses antes.
La leyenda como inversor, sintetizada en sus iniciales, empezaba a
difuminarse entre partidos diarios de golf, su gran pasión, tras la
venta de la firma financiera FG Inversiones Bursátiles. FG se había
convertido en un cincuentón prejubilado de oro tras embolsarse 12.000
millones de pesetas (72 millones de euros) por la operación con Merrill
Lynch. Antes de fundar su sociedad de valores, participó en la creación
de la todavía vigente Renta 4. Un salto al que precedieron trabajos como
programador de los ordenadores IBM 1401, donde nació su obsesión por la
tecnología, así como unas oposiciones a corredor de comercio y agente
de cambio y Bolsa. De los tiempos de Renta 4, Juan Carlos Ureta recuerda
a FG como “alguien que tiene las ideas muy claras y la firmeza de
llevar su propia visión hasta las últimas consecuencias”. Algo que
algunos altos ejecutivos que trabajaron después a sus órdenes y cayeron
abatidos por la pérdida de confianza traducen como un carácter
implacable, admitiendo puntualmente de forma confidencial el mal
recuerdo que guardan de su figura. El mal humor que ha estallado en
momentos difíciles también forma parte de la leyenda. “¿Duro? No sé si
lo suyo es dureza o carácter”, recuerda un antiguo adversario durante su
mandato al frente del BBVA. “Pero los valores esenciales de un banco
han de ser inflexibles”.
Algunas de sus decisiones en situaciones de tensión extrema forman ya
parte de la historia de la banca española. Como la que tomó a
principios del nuevo milenio y supuso el fin de la copresidencia del
BBVA tras la gestión bicéfala entre Emilio Ybarra y Francisco González
por la fusión entre Argentaria y el Banco Bilbao Vizcaya. El clan vasco
de la cúpula abandonó la nueva compañía tras la denuncia de González
sobre unas cuentas ocultas en Jersey de varios consejeros. Aquel fue
para FG uno de los peores momentos de su gestión, aunque propició su
ascenso a presidente único desde diciembre de 2001 hasta hoy.
“Los momentos complicados han estado generalmente asociados a malas
prácticas o a corrupción. En cuanto a las malas prácticas, sitúo lo de
las cuentas secretas. El banco estuvo a punto de colapsar. Gracias a
Dios se tomaron las decisiones que había que tomar. Cuando hablo de
corrupción me refiero al asunto de Sacyr,
años más tarde: una pequeña empresa constructora, en medio de la
confusión entre lo político y lo empresarial, quiso quedarse con el
banco para desmembrarlo y enriquecer a algunos actores. Oponernos a las
malas prácticas y a la corrupción ha definido mi presidencia y el
carácter del consejo de administración y de mis ejecutivos. No recuerdo
haber tomado una decisión en contra de ellos”.
Francisco
González, presidente del BBVA hasta el 31 de diciembre, sube a un coche
durante un reciente viaje a Washington con motivo del evento organizado
por OpenMind en la capital de EE UU.
El sucesor de Pedro Luis Uriarte como consejero delegado tras el caso
de las cuentas secretas fue José Ignacio Goirigolzarri. El clan vasco
del banco llegó a ver en él a un posible sucesor de González al frente
del BBVA. Estaba en el puesto cuando, en 2004, la constructora Sacyr se
dirigió a él para plantear sus exigencias sin que estuviera al tanto.
Salió de la entidad en 2009. Hoy lidera Bankia.
—¿Se sintió traicionado por Goirigolzarri por haber recibido a Sacyr antes de aquella operación para quitarle de en medio?
—Traicionado no me he sentido. José Ignacio era un hombre leal a la
casa. Otra cosa es saber medir las actuaciones o ciertas situaciones. Sí
es verdad que el poder político en aquel momento empujaba muchísimo, y
ahí me considero con más experiencia que José Ignacio por edad para
saber aguantar la presión en esa situación. Pero no creo que José
Ignacio tuviera idea de traicionar a nadie.
El sucesor de Goirigolzarri como consejero delegado fue Ángel Cano,
elegido para liderar la transformación digital en ciernes. Fue
destituido en 2015.
—En una reciente entrevista con EL PAÍS, Cano ponía en duda la transformación digital del BBVA. ¿Se ha sentido decepcionado por esas declaraciones?
“Esta
es mi pasión”, dice Francisco González al borde de un green. El golf va
a ser una de sus dedicaciones cuando abandone la presidencia del BBVA.
—No. Ángel ha estado aquí, trabajando conmigo, ha sido un gran
colaborador y luego las necesidades fueron otras. La historia es el
mejor testigo de lo que dice cada uno.
El sucesor de Cano como consejero delegado fue Carlos Torres Vila. Ha
ejercido el cargo desde 2015 hasta su reciente nombramiento como legatario de la era FG.
Nacido en Salamanca hace 52 años, ingeniero formado en el MIT con
experiencia previa en la consultora McKinsey, el nuevo presidente del
BBVA no es propiamente un banquero. Ni las entidades van a ser como las
hemos conocido, repite insistentemente FG. “Creo que Francisco González
me ha elegido porque soy genuino, digo lo que pienso y trato de dirigir
en beneficio del banco sin otra agenda”, dice Torres Vila. “Él es el
futuro”, insiste FG. “No era un banquero, pero lideró la división
digital y vi que era la persona adecuada. Y ha elegido como consejero
delegado al turco Onur Genç, que también cuenta con una enorme formación
y mucha inteligencia, incluida la emocional. Son perfiles nada fáciles
de encontrar en la banca. Onur no habla español, pero lo hará pronto”.
—La acción del BBVA no da muchas alegrías. ¿Cuál es el reto para consolidar su futuro?
“Emilio Botín fue un gran competidor. Pero nuestro comparador son las fintech de turno”
—El sistema bancario ha tenido muy mal comportamiento en los últimos
15 años. Después de la crisis del año 2008, nuestra evolución en general
es mejor que la de nuestros competidores, pero es negativa porque la
acción está muy débil en este momento. Hoy está afectada por temas
estructurales. Nos han doblado el capital; sin haber doblado el capital,
la acción valdría el doble. Y luego está la geopolítica. La
inestabilidad de Turquía nos ha afectado. Y México: hasta que el
presidente López Obrador no avance en sus políticas hay incertidumbre, y
eso los mercados lo ponen en el precio de la acción.
—¿Quién ha sido para usted el fallecido presidente del Banco Santander Emilio Botín?
—Un gran competidor, sin duda.
—¿Superará alguna vez el BBVA al Santander?
—¿En qué?
—En capitalización, valor en Bolsa…
—Eso no lo sé. El Santander tiene una gran capitalización en este
momento. Y un modelo de negocio distinto. Ha hecho otras compras que
nosotros no hemos hecho, ampliaciones de capital que nosotros no hemos
hecho… Pero no es nuestro benchmark [comparador]. Ni el Santander, ni el Citibank ni ningún otro. Nuestro benchmark son los Google y las fintech
[compañías de tecnología financiera] de turno. El precio de la acción
es una derivada de todo esto. Focalizarse en el valor de la acción a
corto plazo es importante, pero tienes que combinar el largo plazo. Si
no hay riesgos de crisis políticas o regulatorias, el BBVA va a ser
espectacular.
“Los bancos no hemos hecho bien las cosas. Los
supervisores, tampoco. Los políticos, tampoco. La gente está enfadada
con razón. Los bancos tienen que salir a la plaza y explicar su papel”
—¿Recuperarán su reputación ante los ciudadanos tras la imagen cosechada durante la crisis económica?
—Se irá recuperando la confianza, pero va a ser muy lento. Este es un
negocio muy complicado. Trabajamos con dinero. Y decimos que no el 70%
de las veces. Si algo va mal, enseguida tenemos la culpa. Los bancos no
hemos hecho bien las cosas. Los supervisores, tampoco. Los políticos,
tampoco. Pero el gran fenómeno hoy es que si algo va mal con la banca se
multiplica el efecto negativo a través de las redes sociales. Ha pasado
últimamente con las sentencias de las hipotecas, con las cláusulas
suelo, los actos jurídicos documentados [AJD]… El AJD es un impuesto que
recaudamos para el Estado: no es un beneficio, pero parece que hayamos
sido los autores de este problema.
—Si las prácticas hubieran sido otras en la crisis…
—Venimos de unas malas prácticas. La gente está muy enfadada, con
razón. Lo he dicho aquí dentro: los bancos tienen que salir a la plaza
pública y explicar su papel.
—Eso no se ha hecho nunca.
—Pero siempre he sido partidario. Algunos colegas no han querido
porque pensaron que era un juego peligroso. En algunas cosas tendremos
razón y en otras no. Pero no podemos ser un actor pasivo del gran juego
de la opinión pública. Participamos en un sistema. Y si el sistema está
mal te arrastra la imagen.
—¿Qué le provoca la noticia de una persona que se suicida antes de ser desahuciada?
"Yo no soy de derechas. Me gusta la democracia. Y
el libre mercado. Creo que el Estado tiene que formular las reglas del
juego. Y el partido lo tiene que jugar el sector privado. ¿Eso es de
derechas o de izquierdas? No lo sé"
—Mucha tristeza. En la primera parte de la crisis, en 2009 y 2010,
nos faltó sensibilidad. Yo pensaba: “Hay leyes, hay garantías y se
tienen que cumplir”. Pero faltó sensibilidad hacia los casos de
exclusión social. Deberíamos haberlos identificado para buscar
soluciones, como luego se hizo: con el alquiler social, no ejecutando…
—Y desde el otro lado, ¿qué siente al ver entrar en la cárcel a Rodrigo Rato?
—[Toma aire y constriñe el gesto] Pues mucha pena. Creo que Rodrigo
fue un gran político, pero desgraciadamente las cosas no se han hecho
bien. Entonces… Sí, pena.
—Y a Manuel Pizarro, ¿qué le debe?
—¿Qué le debo? Lo que él me debe a mí: la amistad.
—Ha coincidido al frente del BBVA con varios presidentes del Gobierno. ¿Con cuál se ha entendido mejor?
—Con algunos me he entendido muy mal. Y con otros me he entendido un poquito mejor. Vamos a dejarlo así.
—Usted es un hombre de derechas de toda la vida.
—No. Yo no soy de derechas. Me gusta la democracia. Y el libre
mercado. Creo que el Estado tiene que formular las reglas del juego. Y
el partido lo tiene que jugar el sector privado. ¿Eso es de derechas o
de izquierdas? No lo sé.
—Ha tenido más afinidad con los Gobiernos del PP.
—He tenido más afinidad porque ellos, en teoría, defienden más ese
modelo. Pero no soy del Partido Popular. Ni de ningún partido.
—El candidato de Vox a las autonómicas andaluzas dijo la noche electoral que ha empezado “la reconquista”.
—Ni Vox ni Podemos habrían llegado donde lo han hecho si no fuera por
las nuevas plataformas digitales. No me gustan los extremos que
irrumpieron en Europa y ahora lo hacen en España. Y lo que me preocupa
con vistas al futuro es el nuevo equilibrio geoestratégico con el avance
de China.
La
Vela, al norte de Madrid, es un sueño de Francisco González proyectado
por los arquitectos Herzog & de Meuron en forma de vanguardista
ciudad financiera.
Con esta inquietud, FG realizó uno de sus últimos viajes a
Washington. Fue en plenas elecciones de medio mandato. González estuvo
al frente del evento organizado por la plataforma OpenMind del BBVA en el Atlantic Council. El título de las ponencias, La era de la perplejidad,
fue el mismo que el del último libro que publica OpenMind y donde
prestigiosos expertos reflexionan sobre el auge de los
nacionalpopulismos, el desafío de regular el ecosistema digital, el
impacto de la inteligencia artificial… Asuntos que González siguió
abordando al final de la jornada en un encuentro con varios analistas de
la Brookings Institution. A mitad de la reunión, el presidente de este think tank,el general de cuatro estrellas John R. Allen,
entró en la sala y llevó a cabo un intercambio dialéctico con González
que convirtió la escena en una extraordinaria representación del poder
entre sombras.
Para González, asiduo al Foro de Davos y ligado al Fondo Monetario
Internacional, visualizar el estado del mundo ha formado parte de su
negocio. “Como en todos los sectores, el de la banca está sometido a una
transformación brutal. El cambio afecta a la salud, a la educación, a
los órdenes económicos, políticos y sociales… El sistema bancario estará
basado en plataformas, ecosistemas complejos en manos de pocos
jugadores y donde los clientes tendrán mucha información para concebir
sus propios productos. Y cuando quieran contacto físico o de consejo,
este llegará mediante robots. Esos ecosistemas no solo darán información
financiera: de salud, de educación, entretenimiento… Las barreras entre
sectores se derrumban”.
Días más tarde, de nuevo en Madrid tras regresar a bordo de un jet
de la entidad, González jugó unos hoyos a primera hora en uno de los
tres campos de golf donde suele quedar los fines de semana con amigos y
apostarse el aperitivo. “Aquí nunca hablamos de negocios”, aseguraba al
borde de un green. “Siempre hemos comentado cosas sin importancia, como
la política”. El Mediterráneo es otra de sus debilidades. Hace 20 años
compró una vivienda de veraneo en Mallorca. “No tengo hipotecas
bancarias. Cuando era soltero me compraba un coche y lo pagaba a plazos,
pero desde que me casé todo lo he pagado al contado. Y si no lo tengo
al contado, no me lo compro. Punto”. Seguidor del Real Madrid, ni
siquiera ahora que tendrá más tiempo le gustaría ser presidente del
club. “¡Lo que me faltaba! Salir de una empresa como esta y meterme en
el Real Madrid. Es complejísimo. Mucho más que el BBVA. Aquí trabajas
con gente madura y racional. En el fútbol lo haces con gente muy joven,
algunos de ellos muy ricos y con muchas tentaciones”.
“No tengo hipotecas bancarias. Cuando era
soltero me compraba un coche y lo pagaba a plazos, pero desde que me
casé todo lo he pagado al contado. Y si no lo tengo al contado, no me lo
compro. Punto"
Padre de dos hijas y abuelo de seis nietos, en su casa siempre quedó
claro que él es un empleado. Nadie tuvo la tentación de plantearse
seguir sus pasos en el BBVA. Religioso, “pero no mucho”. Frugal y
enemigo de los excesos. Ahora tendrá tiempo de saciar su curiosidad por
la cosmología. Y de invertir en algún proyecto relacionado con la salud.
“Me gustaría encontrar a dos o tres ingenieros, biólogos y médicos para
hacer algo relacionado con la excelencia en la investigación: una start-up que tenga visos de éxito”. Todo lo llevará a cabo en zapatillas y jerséis. “Este año ya no me hice ningún traje”.
—¿Cuál ha sido el peor error de su gestión?
—No involucrarme más en la parte de ingeniería cuando en 2007
empezamos a realizar acciones precisas en el camino digital. No montar
la primera plataforma basada en La Nube fue un error. Ni haber decidido
tener una arquitectura más flexible para que la transformación iniciada
desde 2012 fuera más fácil.
—¿Se siente como el último superviviente de la banca en España como la hemos conocido hasta ahora?
—Por edad, sí. Cuando entre aquí era el más joven. Ahora soy el mayor. Quizá soy el último de lo que antes se consideraba como la gran banca. Pero ese concepto se acabó. Ya no existe.
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