El fulgor intelectual y el oprobio criminal convivían hace poco más de un siglo en Viena. En la elegante capital austriaca en la que Freud ...
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El fulgor intelectual y el oprobio criminal convivían hace poco más de un siglo en Viena.
En la elegante capital austriaca en la que Freud articulaba el
psicoanálisis, Schönberg la música dodecafónica, Otto Wagner
racionalizaba la arquitectura y el modernismo y Klimt y la Secession
daban la vuelta al guante de la pintura, se daba la mayor concentración
de burdeles y asesinos de Europa. Se sucedían crímenes horrísonos que dejaban en nada los de Jack el Destripador.
Entre la sensualidad y el boato de la ópera yla filarmónica, los
valses, polkas y lejanos ecos de Sissi y su decadente impero, y la
sordidez de los más brutales asesinatos y las salas de autopsias se
mueve 'La piel dorada' (Plaza & Janés). Es la tercera novela de Carla Montero
(Madrid, 1973), que tras la 'Tabla esmeralda' vuelve a tirar del hilo
del arte para desentraña un mudo desconocido y fascinante, el de las
modelos de los grandes pintores sin las que el arte de Klimt, Egon
Schiele y tantos otros genios - "que las usaron y despreciaron"- no
hubiera alcanzado escala universal.
"Fueron mucho más que maltratadas. Eran despreciadas y utilizadas como meros objetos para su inspiración, como una herramienta más, y hasta como juguetes sexuales" explica Montero ante el edificio de la Mariahilfer Strasse donde estuvo el taller de Emilie Flöge, la diseñadora y amante 'oficial' de Gustav Klimt, un genio de la pintura "pero un ser abominable en el trato con las infinitud de mujeres a la que pintó". "Se acostaba con todas y las embarazaba para abandonarlas a su suerte con unos hijos que no reconocía" explica la escritora en un recorrido por los escenarios vieneses donde transcurre esta novela cuyos pilares son "la intriga criminal y la pasión".
"No es una novela negra. Eso no es lo mío" aclara Montero ante deliciosas porciones de tarta Sacher y Apfelstrudel en el centenario café Landtmann. Se ha inspirado en Klimt para crear al personaje de Aldous Lupu, un pivote de esta historia truculenta y esperanzada que derriba clichés. Discurre entre la pompa de los salones de la decadente aristocracia vienesa, el foyer y las bambalinas de la Staatsoper y la Musikverein, los estudios de los pintores y los depravados tugurios donde la sífilis y demás males venéreos se agazapan entre cuerpos sudorosos, vaharadas de alcohol y un humo denso y pegajoso como la pez.
Todo se disparó en la cabeza de la autora en una fugaz visita al museo del Prado. Cedido por el moscovita museo Pushkin exhibía 'La acróbata de la bola', joya de la picassiana época azul pintado en 1905. "¿Quién era la joven equilibrista? ¿Por qué se acercó a Picasso? ¿La escogió él? ¿Cuántas cómo ellas hubo en París y la Viena que estrenaban el siglo XX?" Las preguntas y sus pesquisas condujeron a Montero a la ciudad del Danubio, los bosques y el Prater. La pujante Viena de Sigmund Freud, Arthur Schnitlzer, Otto Wagner, Richard Strauss, Gustav Mahler y la seductora Alma que atrajo a las mentes más privilegiadas de su tiempo, la torturada familia Wittgenstein y un sinfín de dispares genios como el criminólogo Hans Gross "que se mezclaban en salones y cafés intercambiaba saberes"
TENEBROSA
"Las modelos se desnudaban ante los pintores en un sociedad tan reprimida como perversa y quise saber si lo hacían por mera supervivencia, por afán de protagonismo o para seducir a los artistas y entrar en su mundo y su cama sin ser tenidas por prostitutas" plantea Montero. Ató cabos ante los inquietantes frescos de Klimt para el 'Friso de Beethoven' en el pabellón de la Secession de Olbrich, en el Belvedere que alberga 'El beso', la sensual e icónica pintura que define una época, junto a las lienzos y dibujos conmovedores y magníficos de Schiele del museo Leopold, en los cafés y cafetines que aun mantienen algo del aquel aire entre lujurioso y canalla, y el Ring, la imponente avenida que, a punto de cumplir 150 años, dio alas y prestancia a la capital imperial. Pero descubrió entre tanto brillo un Viena "tenebrosa y apasionante".
"Desde antes del Renacimiento, las modelos son cruciales para el arte. Que seria de 'El nacimiento de Venus' y todo Botticelli sin Simonetta Vespucci. El 'Almuerzo sobre la hierba' de Manet no seria nada sin Victorine Murent, o la pintura prerrafaelita no existiría sin las modelos". "Pero aún así son seres anónimos y olvidados. Lo poco que sabemos de ellas es a través de terceros, por lo común unos artistas que las querían sumisas y calladas, que las despreciaban intelectualmente, aunque tuvieran la llave de la magia de su lienzos". "Las atacaba por libertinas y amorales una cínica sociedad que trataría de salvarlas, pero nadie les da voz. Ni siquiera ellas mismas, de modo que a novela se la da en alguna medida", concluye Montero.
Con dos millones de habitantes frene a los 1,7 de hoy, Viena era la quinta ciudad del mundo y el epicentro intelectual de la Europa en la que se fraguan rupturas definitivas para el arte, la ciencia, la medicina el pensamiento o la sexualidad. Quedó conmocionada en 1904 por una serie de asesinatos tan cruentos como inexplicables. Todas las víctimas son hermosas y jóvenes modelos de dudosa reputación ligadas a 'La Maison des Manequins', creada por la amante y musa de del afamado pintor Lupu, la enigmática y bellísima Inés sobre la que recaerán todas las sospechas.
Será el detective Kasl Sehlackman quien desentrañe la madeja de odios, pasiones, traiciones y locuras en una historia en la que nada es lo que parece. "Es un pionero de la criminalística, que como tantas cosas, se desarrolló en aquella Viena dual y crepuscular en la que el mayor lujo y convivía con la miseria; una ciudad plagada de criminales en al que la pobreza supera con mucho a la exquisitez, la elegancia y el genio" explica la narradora en el corazón de Viena a las puerta del Albertina, el espectacular museo con una de la mejores colecciones de dibujo del mundo. Su policía tendrá que resolver el caso más escabroso y complejo de su carrera en el que los sospechosos son su gran amigo de la infancia, el decadente y depravado Hugo von Ebenthal y la mujer de la que se han enamorado irremediablemente.
Se mueve por esa tétrica Viena "plagada de zumbados y asesinos que dejan al Destripador a la altura del betún" como se puede constatar en el museo del crimen. "Además del psicoanálisis, en Viena eclosionó también la ciencia forense". "Muchas de las técnica que hoy aplican los CSI se crearon allí gracias al talento de Hans Gross, tenido por el padre de la criminalística y tan brillante en su campo como Freud, Klimt o Wittgenstein en los suyos" explica Montero.
La pasión y los crímenes en la Viena de Gustav Klimt
- -foto,.Carla Montero desentraña en 'La piel dorada' el oscuro mundo de las modelos
"Fueron mucho más que maltratadas. Eran despreciadas y utilizadas como meros objetos para su inspiración, como una herramienta más, y hasta como juguetes sexuales" explica Montero ante el edificio de la Mariahilfer Strasse donde estuvo el taller de Emilie Flöge, la diseñadora y amante 'oficial' de Gustav Klimt, un genio de la pintura "pero un ser abominable en el trato con las infinitud de mujeres a la que pintó". "Se acostaba con todas y las embarazaba para abandonarlas a su suerte con unos hijos que no reconocía" explica la escritora en un recorrido por los escenarios vieneses donde transcurre esta novela cuyos pilares son "la intriga criminal y la pasión".
"No es una novela negra. Eso no es lo mío" aclara Montero ante deliciosas porciones de tarta Sacher y Apfelstrudel en el centenario café Landtmann. Se ha inspirado en Klimt para crear al personaje de Aldous Lupu, un pivote de esta historia truculenta y esperanzada que derriba clichés. Discurre entre la pompa de los salones de la decadente aristocracia vienesa, el foyer y las bambalinas de la Staatsoper y la Musikverein, los estudios de los pintores y los depravados tugurios donde la sífilis y demás males venéreos se agazapan entre cuerpos sudorosos, vaharadas de alcohol y un humo denso y pegajoso como la pez.
Todo se disparó en la cabeza de la autora en una fugaz visita al museo del Prado. Cedido por el moscovita museo Pushkin exhibía 'La acróbata de la bola', joya de la picassiana época azul pintado en 1905. "¿Quién era la joven equilibrista? ¿Por qué se acercó a Picasso? ¿La escogió él? ¿Cuántas cómo ellas hubo en París y la Viena que estrenaban el siglo XX?" Las preguntas y sus pesquisas condujeron a Montero a la ciudad del Danubio, los bosques y el Prater. La pujante Viena de Sigmund Freud, Arthur Schnitlzer, Otto Wagner, Richard Strauss, Gustav Mahler y la seductora Alma que atrajo a las mentes más privilegiadas de su tiempo, la torturada familia Wittgenstein y un sinfín de dispares genios como el criminólogo Hans Gross "que se mezclaban en salones y cafés intercambiaba saberes"
TENEBROSA
"Las modelos se desnudaban ante los pintores en un sociedad tan reprimida como perversa y quise saber si lo hacían por mera supervivencia, por afán de protagonismo o para seducir a los artistas y entrar en su mundo y su cama sin ser tenidas por prostitutas" plantea Montero. Ató cabos ante los inquietantes frescos de Klimt para el 'Friso de Beethoven' en el pabellón de la Secession de Olbrich, en el Belvedere que alberga 'El beso', la sensual e icónica pintura que define una época, junto a las lienzos y dibujos conmovedores y magníficos de Schiele del museo Leopold, en los cafés y cafetines que aun mantienen algo del aquel aire entre lujurioso y canalla, y el Ring, la imponente avenida que, a punto de cumplir 150 años, dio alas y prestancia a la capital imperial. Pero descubrió entre tanto brillo un Viena "tenebrosa y apasionante".
"Desde antes del Renacimiento, las modelos son cruciales para el arte. Que seria de 'El nacimiento de Venus' y todo Botticelli sin Simonetta Vespucci. El 'Almuerzo sobre la hierba' de Manet no seria nada sin Victorine Murent, o la pintura prerrafaelita no existiría sin las modelos". "Pero aún así son seres anónimos y olvidados. Lo poco que sabemos de ellas es a través de terceros, por lo común unos artistas que las querían sumisas y calladas, que las despreciaban intelectualmente, aunque tuvieran la llave de la magia de su lienzos". "Las atacaba por libertinas y amorales una cínica sociedad que trataría de salvarlas, pero nadie les da voz. Ni siquiera ellas mismas, de modo que a novela se la da en alguna medida", concluye Montero.
Con dos millones de habitantes frene a los 1,7 de hoy, Viena era la quinta ciudad del mundo y el epicentro intelectual de la Europa en la que se fraguan rupturas definitivas para el arte, la ciencia, la medicina el pensamiento o la sexualidad. Quedó conmocionada en 1904 por una serie de asesinatos tan cruentos como inexplicables. Todas las víctimas son hermosas y jóvenes modelos de dudosa reputación ligadas a 'La Maison des Manequins', creada por la amante y musa de del afamado pintor Lupu, la enigmática y bellísima Inés sobre la que recaerán todas las sospechas.
Será el detective Kasl Sehlackman quien desentrañe la madeja de odios, pasiones, traiciones y locuras en una historia en la que nada es lo que parece. "Es un pionero de la criminalística, que como tantas cosas, se desarrolló en aquella Viena dual y crepuscular en la que el mayor lujo y convivía con la miseria; una ciudad plagada de criminales en al que la pobreza supera con mucho a la exquisitez, la elegancia y el genio" explica la narradora en el corazón de Viena a las puerta del Albertina, el espectacular museo con una de la mejores colecciones de dibujo del mundo. Su policía tendrá que resolver el caso más escabroso y complejo de su carrera en el que los sospechosos son su gran amigo de la infancia, el decadente y depravado Hugo von Ebenthal y la mujer de la que se han enamorado irremediablemente.
Se mueve por esa tétrica Viena "plagada de zumbados y asesinos que dejan al Destripador a la altura del betún" como se puede constatar en el museo del crimen. "Además del psicoanálisis, en Viena eclosionó también la ciencia forense". "Muchas de las técnica que hoy aplican los CSI se crearon allí gracias al talento de Hans Gross, tenido por el padre de la criminalística y tan brillante en su campo como Freud, Klimt o Wittgenstein en los suyos" explica Montero.
- TÍTULO: DISCULPA PERSONAL POR PRIMERA VEZ
El Papa pide perdón por el daño de «bastantes sacerdotes» contra niños-foto
Es la primera vez que se disculpa personalmente por el escándalo y también que un pontífice cuantifica los abusos sin minimizarlos
Francisco volvió a condenar ayer el escándalo de la pederastia en el clero, y no es la primera vez, como ya lo hicieron en su día Juan Pablo II o Benedicto XVI. Pero le dio dos matices novedosos. Uno, personal, al pedir perdón por primera vez por lo ocurrido, como sus predecesores. Otro, de apreciación, inédito en el Vaticano, al darle una entidad cuantitativa al fenómeno, aunque fuera con un adverbio: «Me siento interpelado a hacerme cargo de todo el mal que algunos sacerdotes, bastantes -bastantes en número, no en comparación con la totalidad-, hacerme cargo de pedir perdón del daño que han hecho por los abusos sexuales de los niños».Puede parecer irrelevante, pero hasta ahora todos los pronunciamientos de Juan Pablo II y Benedicto XVI se movían en el terreno de lo abstracto y de los adjetivos. A la hora de las cifras predominaba la defensa y siempre se aseguraba que los casos denunciados eran un porcentaje mínimo del total de sacerdotes. Pero para Francisco son «bastantes», aunque no deje luego de añadir ese matiz.Bergoglio hizo esta reflexión improvisando en español en un discurso ante una delegación de la Oficina Internacional Católica de la Infancia (BICE). No aparecía en el texto preparado, pero el Papa quiso insistir en el asunto: «La Iglesia es consciente de este daño; es un daño personal y moral de ellos, pero hombres de Iglesia. Y no vamos a dar un paso atrás en el tratamiento de estos problemas y a las sanciones que se deben poner. Debemos ser muy fuertes, con los chicos no se juega». En otro discurso, también ayer, calificó el aborto de «delito abominable».Estas palabras llegan a los dos meses del duro informe del Comité de los Derechos de la Infancia de la ONU, que criticó el secretismo del Vaticano en el escándalo. La Santa Sede encajó mal la crítica y, de hecho, Francisco pareció replicar a la polémica en una entrevista en el 'Corriere della Sera'. Dijo que la pederastia se daba en muchas esferas sociales pero que la Iglesia es «quizá la única institución pública en haber reaccionado con transparencia y responsabilidad, nadie ha hecho más, y sin embargo la Iglesia es la única atacada».Le valió de nuevo críticas de las asociaciones de víctimas de los abusos. Después incluyó por primera vez a una víctima, la irlandesa Mary Collins, de 66 años, en un organismo vaticano contra el fenómeno, una nueva comisión que velará por la protección de la infancia.
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