Robert Duvall saluda a Emilio Aragón con un efusivo abrazo. ... cuando rodaron en Texas la segunda película del director español. ... Pero para mí ha sido apasionante trabajar con alguien que tiene tantos kilómetros a sus espaldas. ... Aragón. No soy nada mitómano. Me quedo con lo que solía decir el ...
Emilio Aragón y Robert Duvall reviven "Una noche en el viejo México"
Robert Duvall, con 83 años y con 142
películas a sus espaldas, es un peso pesado del cine. Emilio Aragón, con
un único filme como director, casi un recién llegado. Ellos dos forman
la extraña pareja que ha llevado adelante "una noche en el viejo
méxico". En la granja que Duvall tiene en Virginia, los reunimos para
hablar de películas y de la vida.
Hablan de fútbol, recuerdan anécdotas y el director le hace notar al intérprete que ha dejado de fumar y ha adelgazado desde la última vez que se vieron. Duvall, que viste botas camperas y tiene andares de cowboy, le da su aprobación. Forman, sin duda, una extraña pareja. El español fue actor, payaso, humorista y presentador en su anterior vida, y ahora preside La Sexta y dirige los designios de Globomedia mientras escribe guiones, compone música y dirige películas. Robert Duvall es, a sus 83 años, una leyenda viva de Hollywood con un Óscar, por su papel en Gracias y favores, y una larga retahíla de títulos clásicos como Matar a un ruiseñor, las dos primeras entregas de El Padrino o Apocalipsis now. Y, aunque aparentemente no tienen demasiado en común, se entienden a la perfección.
XLSemanal. Tiene un rancho precioso, señor Duvall. ¿Desde cuándo vive aquí?
Robert Duvall. ¡Granja! ¡Es una granja! [Risas]. En Texas sería un rancho, pero aquí, en Virginia, es una granja. La compré hace 20 años. Estaba embargada y no me la podía permitir, pero un amigo me ayudó...
XL. ¿Qué es lo mejor de esta época de la vida, señor Duvall?
Duvall. Mi relación con mi mujer. Si no la tuviera, no sé qué sería de mí. No he tenido mis propios hijos, así que...
XL. ¿Es usted una persona difícil con la que convivir?
Duvall. No es que yo sea una persona difícil, pero tampoco sé si es fácil vivir conmigo. Cuando la conocí, le dije a mi amigo Wilford Brimley: «Me he echado una novia joven en Argentina. Es tan joven que la gente hará comentarios...». Y él, que fue guardaespaldas de Howard Hudges, me dijo: [imita una voz ronca] «Amigo mío, lo peor que le puede pasar a una hombre viejo... ¡es una mujer vieja!» [risas].
Emilio Aragón. [Carcajadas].
Duvall. Luciana suele decirme: «¿Cómo será hacernos viejos juntos?». Y yo le contestó: «¡Yo ya soy viejo!» [risas].
XL. ¿Le ha enseñado ella a bailar el tango?
Duvall. No, fue al revés. La mayoría de los argentinos no van a las milongas. Yo la llevé a esos clubes. Me encanta Buenos Aires... Hace tres años que no he ido, pero volveré. Aragón. Sí, es una ciudad maravillosa. Yo viví allí durante dos años. Fui al colegio allí y cuando llegué a España, con tres años, mi acento era argentino...
XL. Vayamos a la película: la verdad es que choca ver a Emilio Aragón dirigiendo una road movie en la frontera mexicana. ¿Le preocupa eso?
Aragón. No. Se trata de contar historias. Y da igual que sea en Texas o en Madrid. Uno siempre tiene que perseguir sus sueños. Es lo único que no pueden quitarnos. Además, tengo la suerte de tener una mujer que me anima. A veces se enfada porque dice que trabajo demasiado, pero ella alimenta mis sueños, no me los capa.
XL. ¿Se acuerdan de la primera impresión que tuvieron el uno del otro?
Duvall. Cuando conocí a Emilio... ¡el pobre estaba muerto de hambre! [risas].
Aragón. [Ríe]. ¡Sí, es verdad!
Duvall. ¡Tuvimos que ir a comprarle un bocadillo! Me di cuenta de que le gustaba mucho comer. ¡Es como yo! A mí también me encanta comer una buena hamburguesa...
Aragón. [Risas]. La primera impresión es muy importante. En cuanto miras a una persona, sabes si la cosa va a funcionar o no. Y lo que me gustó de Bobby es que te mira directamente a los ojos. Hubo buena química desde el principio.
Duvall. ¡Claro! Cuando Emilio me dijo que quería hacer esta película, yo le contesté: «Genial, pero conseguir el dinero para rodarla es otro cantar». Hoy en día es más fácil hacer un filme de cien millones de dólares, con grandes nombres como Brad Pitt o Johnny Depp, que sacar adelante un proyecto de dos millones.
XL. Cuando trabaja con un director que no conoce, ¿de qué le advierte sobre su método de trabajo?
Duvall. Hombre, trato de que no sea una advertencia, sino un diálogo. De todos modos, creo que en los rodajes a veces se habla demasiado. ¡No hables tanto! ¡Improvisa! A veces, ensayar está bien, pero... Para mí, la primera toma es el mejor ensayo.
XL. ¿Y qué les dice usted a sus actores?
Aragón. Les dejo claro que una voz más alta que otra nunca arregla nada. La vida es una negociación. En todo. En un matrimonio, en un trabajo y en un set de rodaje. Porque la película que pudiera tener Bobby en la cabeza y la que tenía yo, seguramente, no tenían nada que ver. Pero para mí ha sido apasionante trabajar con alguien que tiene tantos kilómetros a sus espaldas.
XL. ¿No se encoge uno ante una leyenda como Duvall?
Aragón. No soy nada mitómano. Me quedo con lo que solía decir el director de orquesta británico Sir Thomas Beecham: «Toco la pieza de principio a fin por primera vez y suena fatal. Y nos tomamos un té... Luego, la volvemos a tocar y suena algo mejor. Y nos tomamos otro té. A la tercera, suena maravillosamente. El poder del té es fantástico» [risas]. Lo que quiero decir es que, cuando trabajas con profesionales, tienes que dejarles hacer.
XL. Por cierto, señor Duvall, ¿cómo trata Hollywood a sus leyendas? ¿Se siente reconocido por la industria?
Duvall. Hay que tener cuidado de no ir de víctima. Cuando se termina tu momento, se termina. Yo he trabajado mucho, he hecho películas grandes y pequeñas, he conocido a personas buenas y otras que no lo eran tanto... He conocido a los hermanos Weinstein... Uuuhhh. Podría contarte muchas historias.
XL. Cuente, cuente...
Duvall. Algunas de las personas que controlan el negocio de Hollywood tienen poco gusto y falta de talento, pero sí poseen buen olfato. Los productores pueden ser muy turbios, pero debes trabajar con ellos.
XL. Ya veo... ¿Es un nostálgico de los viejos tiempos?
Duvall. No, para nada, aunque tengo buenos recuerdos de aquella época. Para mí, los actores jóvenes buenos de ahora son mejores que los de antes. Y los directores también, porque saben lo que el actor les puede ofrecer.
XL. ¿De qué hablaban entre escena y escena?
Duvall. ¡De comida! [Risas].
Aragón. ¡De caballos! [Risas].
XL. No sé si conocía la historia familiar de Emilio...
Duvall. No tenía ni idea. Sé que nació en Cuba, que fue a la universidad en Boston y que ha hecho muchos espectáculos en España. El otro día, alguien me comentó lo popular que era tu padre en España. Su muerte fue repentina, ¿verdad? Aragón. Sí, se fue en apenas una semana...Duvall. Qué lástima.
XL. Las relaciones familiares están en el epicentro de esta película. ¿Cuál es la moraleja?
Duvall. Mi experiencia con respecto a la familia me dice que no puedes salvar a nadie. Si alguien tiene debilidades, puedes ayudarlo, pero debes dejar que busque su propio camino. Las personas somos una isla. Llegamos solos a este mundo y nos vamos solos. El objetivo es hacer ese viaje lo mejor posible, sin hacer daño a demasiada gente.
Aragón. Cierto. Venimos solos y solos nos vamos, pero yo pertenezco a un clan muy grande y unido. Nosotros tratamos de construir nuestra familia cada día y, luego, cada uno tiene su vida.
Duvall. Yo no tengo una gran familia. Tiene que ser bonito. Ojalá la tuviera, pero no...
Aragón. Mi padre estaba comprometido con dos cosas: su familia y su trabajo.
Duvall. ¿Y logró que una no interfiriera en la otra?
Aragón. Sí, fue su gran éxito. Y yo ahora como padre y como abuelo, pues acabo de tener un nieto, veo que hacer malabarismos con ambas cosas no es fácil. Pero él hacía su espectáculo y volvía a casa. Hubo ciertos aspectos de este negocio, como las fiestas y esas cosas, que nunca tocó.
Duvall. ¡A mí me encantan las fiestas! [Ríe]. Pero entiendo lo que dices... ¿Trabajasteis juntos sobre el escenario?
Aragón. Sí, mi padre nos enseñó su pasión por este negocio. Decía: «El día que pierdas la ilusión por este oficio, déjalo y haz otra cosa». Y es cierto, tienes que amarlo.
XL. ¿La pasión va y viene?
Duvall. Sí, va y viene. Alguien me preguntó en una ocasión qué hacía cuando era joven para no volverme loco entre una película y la siguiente. Y yo le dije: «Hobbies y más hobbies. Te mantienen alejado de los vicios» [risas]. Mira, por ejemplo, lo que le ha pasado al maravilloso Philip Seymour Hoffman...
XL. El mentor de Emilio fue su padre. ¿Quién fue el suyo?
Duvall. Mi padre era militar, así que no cumplió ese papel para mí. Creo que, en cierto sentido, mi mentor fue Marlon Brando. Hace un par de noches volví a ver Un tranvía llamado Deseo. ¡Vaya pedazo de actor! Cuando Dustin Hoffman, Gene Hackman y yo vivíamos juntos en Nueva York, siempre estábamos hablando de él. Era nuestro héroe. Creo que es bueno tener héroes, no tienes que copiarles; pero sin héroes, no creces.
XL. Usted pudo trabajar con su héroe. ¿Cómo era?
Duvall. [Lo imita]. Una vez me llamó a su camerino y charlamos. Era un tipo extraño. Lo normal es que no te dijera ni 'hola'. ¡Bueno, quizá si eras mujer! [Ríe]. Era una prima donna. Creo que con los años se convirtió en un malcriado.
XL. Emilio, ¿volvió a ver El Padrino antes de rodar la película?
Aragón. La he visto muchísimas veces y me encanta, pero antes de rodar no quise verla. Quería llegar fresco.
XL. Por cierto, señor Duvall, ¿se arrepiente de no haber formado parte de la tercera parte?
Duvall. No. Fue mi decisión. Le dije a Coppola que si le iba a pagar a Al Pacino el doble que a mí, que no pasaba nada, ¡pero no tres o cuatro veces más...! Un día, Coppola vino a casa. Cociné un pastel de cangrejo que solía hacer mi madre, le encantó y le apunté la receta. Hablamos un rato de El Padrino 3 y, después de haberse ido, me llamó por teléfono. ¡Se había dejado la receta! Estaba más preocupado por eso que por saber si quería hacer la película [risas]. Además, esta parte no fue tan buena como las anteriores.
XL. Por cierto, ¿qué pasa con Don Quijote? ¿Se hará por fin?
Duvall. Me encantaría, pero no creo. Terry Gilliam vino aquí a verme para hablar del proyecto. Yo le dije: «¡Hagámoslo!». Pero me temo que no es capaz de reunir el dinero necesario.
Aragón. Había leído que estaba intentando ponerla en marcha...Duvall. Sí, ojalá.
XL. Así que de retirarse ni hablamos, ¿no?
Duvall. No lo descarto. Ocurrirá, y no pasa nada. Mi amigo Gene Hackman ya está retirado. Pero incluso entonces podría salir algún proyecto como este. Además, yo tuve un éxito tardío. Mis últimos 20 años han sido los mejores de mi vida.
Aragón. Lo bonito es no dejar de aprender nunca. La vida te sorprende. Yo siempre quise dirigir películas. De pronto se me presentó la oportunidad de rodar Pájaros de papel y eso me llevó a hacer esta película. Y ahora me ofrecen otras cosas, me envían guiones... Eso, hace cinco años, no me ocurría.
Duvall. O sea, que es bonito estar confundido...
Aragón. ¡Exacto! Es importante ser honesto con lo que haces. Yo trato de serlo. El día que decido hacer algo, me remango y me pongo a trabajar. Porque es mi vida... Estoy en un momento muy bonito de mi carrera. Yo apunté hacia la dirección de cine hace doce o catorce años y ha tardado en llegar. Pero si siembras, tarde o temprano recoges los frutos.
La aventura mexicana de Robert y Emilio
Después de que se proyectase su primera película, Pájaros de papel, en la Muestra de Cine Español de Los Ángeles, unos productores estadounidenses se pusieron en contacto con Emilio Aragón para preguntarle si tenía inconveniente en leer algún guion. Les dijo que no y le mandaron el de Una noche en el viejo México. Lo leyó y le gustó. Luego le contaron que Duvall estaba en el proyecto, y eso acabó de convencerlo. El rodaje, en Texas, durante 23 días de 2012 y en inglés, puso a Aragón al frente de su segunda película una road movie sobre un abuelo (Robert Duvall) y su nieto (Jeremy Irvine) que acaban de conocerse, en la que también participan actores conocidos en España como Luis Tosar o la colombiana Angie Cepeda.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO, HÍMNICA,.
Hímnica, foto, la chica rubia,.
Con ocasión del funeral de Adolfo Suárez, Rosa Díez
afirmó que se le antojaba «completamente inapropiado» que sonase en un
funeral de Estado el himno de España durante la consagración. De
inmediato, sus palabras fueron contestadas muy acremente desde tribunas
que podríamos englobar bajo el marbete 'derechista', desde la derecha
pagana a la que la religión se la refanfinfla hasta la derecha neocon de
tufillo proyanqui, pasando por la derecha democristiana más pinturera. Algunos
detractores se envolvieron en la bandera, en un ejercicio de
patrioterismo ful; otros tacharon la política de 'laicista'; los hubo
que adujeron, en su frenético delirio liberal, que, siendo el difunto de
credo católico, había que respetar su «órbita de libertad», sin que
nadie entrara a decir cómo tenía que ser la misa; y, en fin, no
faltaron quienes sostuvieron que el himno había sonado por 'tradición'
(curiosa tradición, que consiste en envolver con música el vacío), como
ocurre en las romerías de pueblo, y que esta 'tradición' había que
respetarla. Reacciones, en fin, penosísimas, donde se demuestra
que los presuntos paladines del catolicismo en los medios de
adoctrinamiento de masas tienen mucho menos conciencia de las cuestiones
religiosas que la 'laicista' Rosa Díez.
Leyendo y escuchando las paparruchas de estos presuntos paladines recordé un pasaje del gran Leonardo Castellani, en el que glosa cierto pasaje de un libro de Havellock Ellis, El alma de España, en donde el autor celebra farisaicamente una misa cantada, considerándola un egregio espectáculo operístico, una creación artística y cultural de primer orden, una 'tradición' que debe conservarse... podada, naturalmente, de «la pequeña superstición que tiene dentro ahora». Resulta, en verdad, muy pero que muy llamativo que todos los detractores de Rosa Díez olvidasen en sus diatribas mencionar el hecho sustancial que, según la fe católica, ocurre durante la consagración; y que, a la hora de justificar que sonase el himno, escamoteasen tal hecho, aduciendo que se trataba de una vacua 'tradición', de una soplapollesca 'órbita de libertad' y no sé cuántas majaderías más; prueba inequívoca de que no creen ni por el forro que allí esté ocurriendo nada digno de adoración. Ignoro si Díez cree o no, pero al menos sabe lo que, según la fe católica, está ocurriendo; y sabe también lo que significa que en un funeral de Estado suene en ese momento el himno nacional: significa que la nación española se pone de hinojos, en señal de adoración, ante Cristo real y verdaderamente presente en las especies eucarísticas. Cosa que en un Estado católico sería completamente apropiada; y en un Estado aconfesional que así se proclama el nuestro en la 'Constitución de la concordia' unánimemente aplaudida por todos los que denostaron a Rosa Díez «completamente inapropiada», como afirmó la política.
Rasgarse las vestiduras por palabras como las de Rosa Díez es un signo de fariseísmo de la peor estofa; y un ejemplo más de lo que es poner tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Porque el Estado aconfesional que todos los detractores de Díez consideran un invento fetén puede reconocer derecho a subsistir y propagar su doctrina a toda confesión religiosa (¡siempre que no choque con el ideal democrático, oiga!),urante la consagración del pan y del vino. incluso puede llegar a subvencionar sus prácticas (¡sobre todo si tienen valor artístico y cultural!); pero en modo alguno se le puede reclamar al Estado aconfesional que muestre adhesión a ninguna religión, ni mucho menos que se ponga de rodillas reconociendo la presencia real de Cristo en la eucaristía, que es lo que significa tocar el himno nacional en la consagración durante un funeral de Estado; porque lo propio del Estado aconfesional es la neutralidad religiosa o, si se prefiere, el pluralismo religioso igualitario, donde todas las religiones valen lo mismo (o sea, nada, salvo en lo que sirvan para realzar el patrimonio histórico). Y, por supuesto, es propio del Estado aconfesional fomentar y garantizar la libertad religiosa, incompatible (¡faltaría más!) con poner de rodillas a toda la nación durante la consagración del pan y del vino.
Rosa Díez, en fin, fue consecuente con las ideas que profesa, amén de consciente de lo que la consagración significa; sus detractores, por el contrario, demostraron ser fariseos que, a la vez que defienden como fieras la libertad religiosa y el Estado aconfesional, pretenden absurdamente que el himno nacional suene durante la consagración de un funeral de Estado, prueba inequívoca de que no creen en lo que allí se adora. Lo más paradójico (y asquerosín) es que tales fariseos se aprovechan de la fe de los sencillos para enardecerlos, hacer clientela y llenar las arcas de sus chiringuitos.
Leyendo y escuchando las paparruchas de estos presuntos paladines recordé un pasaje del gran Leonardo Castellani, en el que glosa cierto pasaje de un libro de Havellock Ellis, El alma de España, en donde el autor celebra farisaicamente una misa cantada, considerándola un egregio espectáculo operístico, una creación artística y cultural de primer orden, una 'tradición' que debe conservarse... podada, naturalmente, de «la pequeña superstición que tiene dentro ahora». Resulta, en verdad, muy pero que muy llamativo que todos los detractores de Rosa Díez olvidasen en sus diatribas mencionar el hecho sustancial que, según la fe católica, ocurre durante la consagración; y que, a la hora de justificar que sonase el himno, escamoteasen tal hecho, aduciendo que se trataba de una vacua 'tradición', de una soplapollesca 'órbita de libertad' y no sé cuántas majaderías más; prueba inequívoca de que no creen ni por el forro que allí esté ocurriendo nada digno de adoración. Ignoro si Díez cree o no, pero al menos sabe lo que, según la fe católica, está ocurriendo; y sabe también lo que significa que en un funeral de Estado suene en ese momento el himno nacional: significa que la nación española se pone de hinojos, en señal de adoración, ante Cristo real y verdaderamente presente en las especies eucarísticas. Cosa que en un Estado católico sería completamente apropiada; y en un Estado aconfesional que así se proclama el nuestro en la 'Constitución de la concordia' unánimemente aplaudida por todos los que denostaron a Rosa Díez «completamente inapropiada», como afirmó la política.
Rasgarse las vestiduras por palabras como las de Rosa Díez es un signo de fariseísmo de la peor estofa; y un ejemplo más de lo que es poner tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Porque el Estado aconfesional que todos los detractores de Díez consideran un invento fetén puede reconocer derecho a subsistir y propagar su doctrina a toda confesión religiosa (¡siempre que no choque con el ideal democrático, oiga!),urante la consagración del pan y del vino. incluso puede llegar a subvencionar sus prácticas (¡sobre todo si tienen valor artístico y cultural!); pero en modo alguno se le puede reclamar al Estado aconfesional que muestre adhesión a ninguna religión, ni mucho menos que se ponga de rodillas reconociendo la presencia real de Cristo en la eucaristía, que es lo que significa tocar el himno nacional en la consagración durante un funeral de Estado; porque lo propio del Estado aconfesional es la neutralidad religiosa o, si se prefiere, el pluralismo religioso igualitario, donde todas las religiones valen lo mismo (o sea, nada, salvo en lo que sirvan para realzar el patrimonio histórico). Y, por supuesto, es propio del Estado aconfesional fomentar y garantizar la libertad religiosa, incompatible (¡faltaría más!) con poner de rodillas a toda la nación durante la consagración del pan y del vino.
Rosa Díez, en fin, fue consecuente con las ideas que profesa, amén de consciente de lo que la consagración significa; sus detractores, por el contrario, demostraron ser fariseos que, a la vez que defienden como fieras la libertad religiosa y el Estado aconfesional, pretenden absurdamente que el himno nacional suene durante la consagración de un funeral de Estado, prueba inequívoca de que no creen en lo que allí se adora. Lo más paradójico (y asquerosín) es que tales fariseos se aprovechan de la fe de los sencillos para enardecerlos, hacer clientela y llenar las arcas de sus chiringuitos.
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