domingo, 13 de abril de 2014

EL BLOC DEL CARTERO, SALARIOS PARA POBRES,./ LA CARTA DE LA SEMANA, NO SUPIERON MORIR DE OTRA MANERA,./ SILENCIO POR FAVOR, ANA TORROJA , CANCION, A CONTRATIEMPO'

TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO, SALARIOS PARA POBRES,.


  1. Mientras la propaganda gubernativa se dedica a repetir machaconamente, hasta arrasarnos las meninges, que la «recuperación económica», ...-foto
    Mientras la propaganda gubernativa se dedica a repetir machaconamente, hasta arrasarnos las meninges, que la «recuperación económica», cual nuevo mesías, ha llegado, los aguafiestas de Cáritas nos recuerdan que la pobreza sigue creciendo en España. El informe de Cáritas ha provocado las iras gubernativas, que lo juzgan «provocador»; y, en efecto, es un informe que provoca la nefasta manía de pensar. ¿Cómo es posible que crezca la pobreza se pregunta el provocado si por primera vez en muchos años se reduce el paro y crece la contratación de trabajadores?
    La respuesta es bien sencilla: las condiciones del trabajo que se crea son cada vez más oprobiosas (¡pero legalísimas, oiga!) y su remuneración, cada vez más rácana. En esto ha consistido la llamada «flexibilización del mercado laboral», que según se nos dijo con cínica perversidad iba a «favorecer la contratación»; que es como decir que el divorcio favorece el matrimonio. ¡Y tanto que lo favorece, como que de un divorcio pueden salir dos matrimonios traspillados! Y lo mismo ha ocurrido con esta «flexibilización del mercado laboral», que de un puesto de trabajo ha sacado dos remunerados indecorosamente. Pero no quisiéramos arrojar sobre las espaldas enclenques de nuestros actuales gobernantes toda la responsabilidad del desaguisado: a fin de cuentas, solo son lacayos al servicio de fuerzas económicas que fueron desembridadas hace mucho tiempo; y, además, su flexibilización no es sino un paso más (¡progresando siempre!) en la depauperación del trabajo, convertido en mero instrumento de producción, que se inicia con los Pactos de la Moncloa, en los que se institucionalizó el contrato temporal y el despido libre, se recortó el poder adquisitivo de los salarios y se sentaron las bases del modelo sindical pesebrero.
    Desde que aquellos infaustos Pactos de la Moncloa, todos nuestros gobernantes han seguido depauperando (¡toma consenso democrático!) las condiciones del trabajador, lo mismo socialistas que conservadores, hasta llegar a la circunstancia presente, en la que los trabajadores españoles cobran la mitad que franceses o alemanes, aunque los precios sean aproximadamente los mismos (¡toma unión monetaria!). Y, mientras los sucesivos gobiernos consumaban esta fechoría, han ido entreteniéndonos con diversas golosinas inanes, «ampliando derechos», para que nos consolemos de nuestra laceria hociqueando en la cochiquera; y tupiéndonos la cabeza de morralla ideológica, hasta convertirnos en carnaza para la demogresca (¡y con conexión al interné, oiga, para que podamos tuitear exabruptos y nos quedemos relajadines!).
    «Si acaeciese alguna vez que el obrero, obligado de la necesidad o movido del miedo de un mal mayor, aceptase una condición más dura, que contra su voluntad tuviera que aceptar por imponérsela absolutamente el amo o el contratista, sería eso hacerle violencia, y contra la violencia reclama la justicia», escribía León XIII en Rerum novarum (¡pero ese era un papa preconciliar, oiga!). Con esa necesidad y ese miedo ha jugado la «flexibilización del mercado laboral»; con esa necesidad y ese miedo cuentan las nuevas condiciones de contratación, que empujan al trabajador a aceptar salarios indignos, por temor a quedarse en el paro y sabiendo que, detrás de él, hay otros cien dispuestos a recoger «las hierbas que él arrojó». Utilizando esa necesidad y ese miedo se hace, en efecto, violencia contra el trabajador; pero ¿qué justicia puede invocarse contra esa violencia, aparte de la divina? ¿Qué justicia se puede esperar de unas oligarquías políticas que, dejando a un lado sus aspavientos y jeremiadas, se han mostrado durante décadas muy solidariamente concordes en la depauperación de las condiciones de trabajo? ¿Qué justicia se puede esperar de unos sindicatos pesebreros, enfangados de corrupción hasta las cachas? ¿Qué justicia se puede esperar de unos jueces con sus negociados de izquierdas y de derechas (¡no se burle del asociacionismo judicial, oiga!) que, además, no pueden hacer otra cosa sino aplicar leyes que han sido elaboradas para revestir de respetabilidad la violencia que se prevale de la necesidad y el miedo? ¿Qué justicia, en fin, de unas instituciones europeas y supranacionales al servicio de la plutocracia, que no viven sino para ordenar a los gobiernos que se flexibilicen todavía más los mercados laborales?

     TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA, NO SUPIERON MORIR DE OTRA MANERA,.


    1. Me quedan vivos un par de amigos espías, o que lo fueron, o están a pique de dejar de serlo. Espías de verdad, quiero decir, de los de antes, ...-foto,
       
      Me quedan vivos un par de amigos espías, o que lo fueron, o están a pique de dejar de serlo. Espías de verdad, quiero decir, de los de antes, con alguno de los cuales comparto intensos recuerdos africanos que, hace ya diez o quince años, mencioné por encima en esta misma página. Con otro de ellos, más reciente, comí hace poco para charlar de nuestras cosas; y en el transcurso de la conversación me pidió que algún domingo dedicara un recuerdo a los siete compañeros que -noviembre de 2003, hace poco se cumplieron diez años- murieron en el combate de Latifiya, Iraq. Y aquí me tienen ustedes. Cumpliendo.
      Eran espías de verdad, no hurones de cloaca especialistas en Corinnas, Bárbaras y braguetas reales. Tengo ante mí en este momento la carta de uno de ellos a su familia; y yo mismo, que vivo de contar historias, no podría narrar mejor lo que aquellos siete compatriotas nuestros, más el que sobrevivió del grupo, hacían allí, en un podrido rincón del mundo. Si han visto ustedes aquella película -buenísima- de Leonardo DiCaprio y Russell Crowe sobre agentes en Iraq, dejarán poco espacio a la imaginación: hacían exactamente lo mismo, con la diferencia de que, en vez de tener detrás el respaldo de la nación más poderosa del mundo, tenían lo que ustedes y yo tenemos aquí. Fotografiaban a miembros de Al Qaeda cuando salían de las mezquitas, se entrevistaban con líderes chiítas radicales, vestían como árabes, trataban con traficantes de armas y asesinos, falsificaban los documentos de sus propios coches, bebían cerveza camuflada en latas de refresco, dormían con una pistola debajo de la almohada y salían cada día a la calle, a hacer su trabajo -eran humildes soldados de España, sin uniforme, en misión en el extranjero- pensando que quizá ése iba a ser el día en que los secuestraran y llevaran a una casa remota, escondida; y allí, donde nadie pudiera oír sus gritos, los torturaran durante días, como a bestias, antes de degollarlos ante una cámara de vídeo para que sus padres, mujeres e hijos pudieran verlo a gusto en Internet. Hacían todo eso que dije antes, cada día, recorriendo Bagdad, tragándose el miedo mientras escuchaban canciones de Sabina en el radiocasete del coche, o como se llame eso ahora. Hacían su trabajo con valor y decencia. Se ganaban el jornal. Hasta que un día, en la ruleta de la suerte, o de la vida, salió su número.
      Hay por ahí unos viejos versos un poco cursis, pero cuyo final es hermoso: No supieron querer otra bandera / no supieron morir de otra manera. Y así sucedieron las cosas aquel día en la localidad de Latifiya, cuando los malos -en toda guerra, no importa el bando, el malo siempre es quien te dispara- les tendieron una emboscada. Iban cuatro comandantes, dos brigadas y dos sargentos: ocho hombres en dos coches. Los estaban esperando y los achicharraron a tiros. No fue un atentado de hola y adiós, sino un ataque militar prolongado, con intensa potencia de fuego: Kalashnikovs contra pistolas y un par de subfusiles de corto alcance. Con los coches a un lado de la carretera, medio volcados y hundidas las ruedas en el barro, los supervivientes se reagruparon como pudieron, manteniendo la cohesión del grupo según habían aprendido en la escuela militar, tumbados en el fangal, defendiéndose como gatos panza arriba, tiro a tiro. Tres ya estaban muertos, otro se desangraba. Los supervivientes enlazaron con Madrid por teléfono satélite, pero allí sólo pudieron transmitir las coordenadas a los americanos y escuchar disparos hasta que se cortó la comunicación. Prosiguió el combate bajo un fuego intenso, ya sin otra esperanza que vender caro el pellejo, no regalarlo. Sin munición, encasquillado el subfusil, un sargento recibió orden de buscar ayuda o encontrar un coche que funcionara. «Si sales ahora te van a freír», le dijeron. Lo último que oyó, a su espalda, fue: «Me han dado». Después, disparando sus últimos cartuchos, los que aún podían disparar lo cubrieron mientras corría agazapado. Casi lo matan cien veces, pero logró salir de la zona de fuego. Los otros siguieron disparando hasta agotar la munición y morir uno tras otro. Los atacantes tuvieron que rematarlos con granadas. Cuando el superviviente volvió al lugar con una patrulla de la policía iraquí, sus compañeros estaban muertos. Todos, exactamente en el mismo lugar en que los había dejado combatiendo.
      Eran ocho españoles. Estaban muy lejos de casa, haciendo su trabajo, y murieron resignados y profesionales, como quienes eran. Como supieron ser. Se llamaban Zanón, Merino, Martínez, Lucas, Baró, Rodríguez, Vega y Sánchez. No está de más que hoy los recordemos en esta página.


      TÍTULO: SILENCIO POR FAVOR,   ANA TORROJA , CANCION, A CONTRATIEMPO',.

       ANA TORROJA ,-foto,.

      Vaya por dios, que tonta estoy,
      se me ha vuelto a caer, el alma por la puerta.
      podría ser que he vuelto a ver,
      quizá fue sin querer, aquellas cartas viejas.
      Vaya por dios, que tonta estoy,
      se me ha vuelto a llenar, el corazón de lluvia.
      podría ser que he vuelto a ver,
      quizá fue sin querer, aquellas fotos tuyas.
      Y caer la tarde, y entran ganas de llamarte.
      La soledad es una estación de madrugada;
      un beso al viento, una canción desesperada.
      No sé si fue una buena idea el decir adiós;
      y es que uno no es bastante.
      iré a mirar desde el balcón como se esconde el sol;
      ya no es lo mismo que antes.
      Por mucho que intento, no recuerdo tus defectos
      La soledad es una estación de madrugada;
      un beso al viento, una canción a contratiempo.
      Y hemos quedado hoy a las diez,
      vuelve a latir mi corazón;
      como la primera vez.
      Y a contraluz me rindo al temblor de tus deseos;
      y la humedad impone su ley a contratiempo.
      A contratiempo
      a contratiempo
      a contratiempo



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