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No
es solo una novela sobre la culpa, aunque parezca el mayor parentesco.
No es solo una novela sobre el fracaso, aunque todo en ella se venga
abajo; tampoco es una novela sobre esa forma rara en que los hilos de
una misma sangre alimentan a la vez que envenenan. No es nada de eso.
Porque lo es todo a la vez.
La buena reputación (Seix Barral, 2014), de
Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), es una historia total. En sus páginas narra la vida de
tres generaciones de una familia española de origen judío; una saga que comienza y termina en
Melilla y que al retratar a unos, nos retrata a todos. Ya lo dice su autor:
“En las familias los agravios nunca prescriben”. Es cierto. Como en
los
países o los clanes, las heridas se heredan. Pasan de unos a otros,
como ese afecto que abrasa y mantiene a su merced de hogar y hornilla a
quienes lo comparten.
Tan hermosa como terrible, a veces; tan cruel como tierna; tan hecha de la vida como de literatura,
La buena reputación es una saga que revuelve el tiempo y sorprende al lector. Contada en
cinco novelas dedicadas a un miembro de cada generación y por las que se suceden desde la
Melilla de la que partió el alzamiento de los nacionales, pasando por
la
Barcelona y el Madrid del franquismo, la Málaga por la que se paseaba
María Félix o la
Zaragoza
de los ochenta. Aunque prevalece un narrador omnisciente, es sin
embargo un libro coral. En apariencia sencilla, es a la vez que
complejísima; una historia que se queda prendida, que empapa. Un atlas
humano de 600 páginas que se comporta como un retrato de grupo.
'La buena reputación' narra la vida de tres generaciones de una familia española de origen judío; una saga que comienza y termina en Melilla
Una herencia por cobrar
hace las veces de prólogo, la piedra que todo lo trastoca a la vez que
pone en marcha la pesada maquinaria del tiempo y los afectos. Así, uno a
uno, el lector se topa con la historia de
Samuel,
un próspero e incansable industrial de la Melilla del fin del
protectorado, quien se volcará en ayudar a los judíos que deben huir
hacia Israel; la de
Mercedes, su esposa, una mujer católica nacida en Zaragoza, quien hará las veces de columna y matriarca a lo largo de más 40 años;
Miriam,
la hija mayor de ese matrimonio, una mujer que intenta resistir,
mantenerse en pie y sobrevivir a las querencias que se revuelven; así
como
Elías y Daniel,
los nietos, quienes dibujan el cierre del círculo en la España de los
ochenta. A todos los veremos envejecer y cambiar; alejarse
y
acercarse; haremos nuestras sus demoliciones; caminaremos con ellos
hacia la búsqueda de las propias raíces, como si constatando las suyas
recuperásemos las nuestras.
Poco antes de comenzar esta entrevista,
Martínez de Pisón,
quien desde 1982 vive en Barcelona, fuma un cigarrillo –en verdad es
uno de esos puros enanos que parecen pitillos-. En el tiempo que tarda
en consumirse, entran y salen los temas de la conversación: una Cataluña
que tiene al escritor hasta la coronilla
–“si lo de la independencia prospera, me voy”,
asegura ese hombre cuyos hijos han crecido en esa ciudad-, pero también
las series de televisión, sucedáneos audiovisuales del realismo y, cómo
no, de
literatura, ese oficio en el que Martínez de Pisón acumula ya
más de una docena de libros
–entre cuentos y novelas- y en la que se mueve como un titán; uno que
no necesita presumir. Su sola voz es suficiente para levantar
una historia que vuelve sobre algunos de sus temas
–España, la familia, la memoria, el tránsito- pero que es a la vez
autónoma, firme, y en la que se reafirma como un escritor potente, capaz
de incluir en un mismo registro el alcance los muchos otros que domina:
el guión, el relato, la novela…
Es una novela tan hermosa como terrible, a veces; tan cruel como tierna; tan hecha de la vida como de literatura
-Tres
generaciones de una misma familia atraviesan la historia de España. A
todos les une la idea del regreso, la posibilidad de volver a las
raíces.
-El pasado sigue pesando en la vida de los
personajes. Como esa gente que tuvo una infancia feliz y necesita volver
a ella para reiniciarse. Es algo melancólico pero forma parte de los
atavismos del ser humano: la necesidad de volver a los orígenes, como si
temiésemos al futuro y buscáramos protección en los tiempos ya pasados.
-No
importa a la generación que sea, todos miran hacia atrás. Samuel lo
hace, también Mercedes; su hijas Miriam y Sara; incluso los nietos
regresan al lugar de origen de la familia.
-Son movimientos que se cruzan en diferentes sentidos. Mientras para Mercedes el regreso es a Zaragoza,
la ciudad de su infancia; para Miriam, que nació en Melilla y siguió a
su madre hasta Zaragoza, el regreso será a Melilla. Eso me permitió
darle una estructura circular a la novela, que hace visibles los
cambios. Porque es verdad que existe la pulsión del regreso pero al
mismo tiempo ocurren cambios. En todas mis novelas narro la historia de
alguien y los acontecimientos decisivos que la convirtieron en alguien
diferente. Ese es parte del compromiso del escritor, crear personajes
que no sean de una sola pieza.
"Volver al origen es algo melancólico, pero forma parte de los atavismos humanos"
-En
sus libros predomina lo histórico; la recuperación de algo que ocurrió.
También lo familiar. ¿Es la escala que mejor le permite retratar a la
vez a los individuos y a una sociedad?
-En
La buena reputación la ciudad también forma parte de esa escala. En este caso es
Melilla,
que se trata de un mundo cerrado que refleja otro más grande. En ese
sentido sí hay una estructura de célula: la familia como ese lugar donde
las tensiones se magnifican y al mismo tiempo refleja las otras
tensiones del mundo. En la pareja, el hecho de que
Samuel sea judío y Mercedes católica
lo acentúa. Él decide trabajar por los judíos de Melilla; ella volver a
la Península. Esa frase: ‘todos tenemos que tener un sitio’…
-Que se repite además en boca de varios personajes….
-Sí, la dicen varios. De hecho, hay una afirmación
de Mercedes que es muy tramposa: "Un hijo no tendría que vivir tan lejos
de su padre como para que no pudiera llegar a tiempo a su entierro". Es
una frase muy redonda, a la vez que suena anticuadísima, como de Escarlata O’Hara.
Si algo tiene el mundo es que somos libres de viajar, de vivir o
movernos en cualquier sitio. La idea de que tenemos que estar apegados a
nuestras raíces es antigua.
"La familia es ese lugar donde las tensiones se magnifican y al mismo tiempo refleja las otras tensiones del mundo"
- Esta es, como las familias, una historia que se sostiene en los personajes femeninos.
-Los personajes hegemónicos son mujeres. Por mucho
que en algún momento Mercedes se queje y se presente como una víctima,
luego no sólo decide sino que se convierte en la manipuladora; la que
decide su vida y las de los demás, incluso desde el futuro. Porque desde
el más allá decide la vida de sus nietos. En un comienzo ella se queja
de no tener poder pero el que tiene es fundamental. Y por eso es una
novela de familia: los acontecimientos decisivos para las vidas de unos y
otros suceden en la casa.
-El
lector siente que la España de Samuel, en la Melilla de la guerra y
luego de la posguerra, es más clara que la España de la transición de
sus nietos.
-Los personajes de Daniel y Elías, por su edad,
están a medio hacer y la España en la que ellos viven tiene menos
grandeza. La clase media ya se ha asentado. De hecho, los nietos son
personajes atolondrados que en un principio no nos caen bien. Son unos
golfillos sin sustancia. Reflejan una generación como la mía en la que a nadie le faltó de nada,
mientras que las anteriores conocieron de cerca las carencias. Y eso
fue lo que se produjo en España, la generación de mi madre sabe lo que
fue la posguerra, los que nacimos en los sesenta vivimos la prosperidad.
No tenemos esa memoria ni esa cultura del esfuerzo que tuvieron otras
generaciones. Quizá por eso los personajes están a merced de la vida y
se quejan. En esta novela de hecho todo el mundo se queja. El único que
no se queja es Samuel.
"En las familias los agravios nunca prescriben. Siempre saldrá el reproche"
-Todos se quejan, sí, pero también todos esperan que el otro haga algo por ellos, incluso sin decírselo.
-Ya, como si hubiese esa especie de telepatía entre
los miembros de la familia; una telepatía que está interrumpida, porque
ninguno interpreta bien las necesidades, los deseos o las aspiraciones
de los otros. Eso coloca constantemente diques en las relaciones. Son
agravios que nunca prescriben. Ese es el problema de las familias. Los
delitos, cuando se cometen, se resuelven con una condena que se cumple
en la cárcel. En las familias los agravios nunca prescriben. Siempre saldrá el reproche: "Tú me dijiste… Sí pero hace 35 años. Me da igual, ¿tú lo dijiste o no lo dijiste?". Es lo que tiene la familia de prisión, pero también de refugio.
-¿Los países pueden llegar a comportarse como familias?
-En España tradicionalmente sí, por aspectos
culturales y religiosos. Por la propia importancia de la familia como
institución, por el mayor arraigo de la gente en los lugares. Desde
luego en Estados Unidos no es así; muy poca gente está arraigada en el
lugar en el que nació. De alguna manera España sigue funcionando como
una familia llena de tensiones. Y como toda familia, es grande e
imperfecta.
"Las familias me interesan tanto por lo que tienen
de diferentes y lo que tienen de parecido. Cualquiera puede llegar a ser
la nuestra"
-Seré más directa: la familia, en esta novela, ¿qué significa?
-En algún momento de su vida, el escritor tiene que
escribir sobre su familia. Todos hemos tenido alguna vez un problema
con nuestro padre, nuestra madre o nuestros hijos y me resisto creer que
un escritor no sienta la tentación de escribir al respecto. En ese
sentido, las familias me interesan tanto por lo que tienen de diferentes
y lo que tienen de parecido. Por eso escribimos sobre la familia y
seguiremos haciéndolo: cualquier familia puede llegar a ser la nuestra.
-Mientras
los escritores más jóvenes no encuentran ningún sentido a la novela
realista, hay quienes afirman que ya solo se escriben novelas de
escritores que escriben sobre escritores.
-Pero es que esa una de las funciones de la
literatura: dar una idea a los lectores del futuro de la sociedad en la
que vivió ese escritor y eso es lo que siempre ha hecho la novela
realista y todavía lo sigue haciendo.
-¿Y sobre la idea de la crisis de la novela, nos la creemos?
-Cada poco tiempo decimos que la novela ha muerto
pero vemos las librerías llenas de ellas. No acaba de morir nunca. Tiene
una salud de hierro. Siempre habrá gente a la que le gusta contar
historias y gente a la que le gusta que le cuenten historias. Es una
necesidad mutua.
"Cada poco tiempo decimos que la novela ha muerto pero vemos las librerías llenas de ellas. No acaba de morir nunca".
-Ha
habido una epidemia de novelas sobre la crisis en las que predomina la
idea del engaño: “la democracia no es lo que nos prometieron”. Su
novela, que atraviesa tres generaciones enteras, no transmite desengaño
alguno.
-Porque los tenemos cincuenta y tantos hemos vivido
el franquismo y valoramos la democracia imperfecta en la que vivimos,
frente a los que ya nacieron en ella. Mis hijos piensan que la
democracia española es muy defectuosa, y lo es, pero la francesa también
lo es, y la italiana y la alemana. Nadie vive en el mejor de los
mundos, acaso los suecos porque son muy altos muy guapos y muy listos.
La democracia es esto. No existe la democracia Disney World, perfecta,
en la que todos somos ciudadanos ejemplares y nos comportamos de forma
ejemplar. La mayoría de la gente piensa que el dinero que paga a
Hacienda va para que se lo repartan Bárcenas con sus amigos. Por eso
existe esa desconfianza ácrata hacia las instituciones en España. Lo que
tenemos que hacer es buscar hacer una democracia más fuerte y que, por
ejemplo, los inspectores de Hacienda cobren a quienes tienen que cobrar.
-Dice
usted que los agravios familiares nunca prescriben, pero en las
sociedades ocurre lo mismo. ¿No es eso lo que ocurre en Cataluña?
-A ver, estamos en el 2014. Se está dedicando todo
el año a conmemorar una derrota que ocurrió hace 300. Se utiliza la
historia de manera que Cataluña como ente inamovible en el tiempo tiene
que homenajearse a sí misma por una derrota de hace tres siglos y cuando
utilizan argumentos sobre el presente, entonces son capaces de decirte
que los catalanes actuales no votaron la Constitución en 1978 y por
tanto hay que rehacerla. La Cataluña de hace 300 años… ¿Esa sí que es
una Cataluña real? No recuerdo a nadie que esté vivo desde hace 300 años
y que haya estado en esa guerra. Cuando interesa se habla de la
Cataluña eterna y cuando no, se habla de los ciudadanos, pues del mismo
modo en que existe esa Cataluña derrotada, habría que decir, de la misma
forma, que toda Cataluña (de forma entusiasta) votó a favor de la
Constitución. Me molesta la constante manipulación, ese juego en el que
cogen el resquicio de una verdad para crear otra nueva.
Ignacio Martínez de Pisón
nació en Zaragoza en 1960 y reside en Barcelona desde 1982. Es autor de
una docena de libros, entre los que destacan la colección de cuentos
El fin de los buenos tiempos (1994), las novelas
Carreteras secundarias (1996) –que fue llevada al cine en dos ocasiones, una por Emilio Martínez Lázaro y otra por el francés Manuel Poirier-,
María bonita(2001),
El tiempo de las mujeres (2003) o El día de mañana (2011), además del ensayo
Enterrar a los muertos (Seix Barral, 2005), que
obtuvo los premios Rodolfo Walsh y Dulce Chacón y fue unánimemente
elogiado por la crítica en varios países europeos. A diferencia de otros
escritores, la España que refleja Pisón en sus libros no se conforma
con el ejercicio histórico, tampoco es enunciativa, sino
un algo
más complejo que impregna sus historias, por lo general libros
autónomos que no dependen de lo narrado; ellas, en sí mismas, se
convierten en la caja en la que resuenan.
Contadas por otro, sus novelas serían sólo novelas. En sus manos, él las convierte en vida.
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