domingo, 18 de mayo de 2014

A FONDO, " COMO ESCAPÉ DE COREA DEL NORTE ".,/ ENTREVISTA, MARIAH CAREY, " NINGÚN HOMBRE VOLVERÁ A ROBARME EL ESPÍRITU. AHORA DECIDO YO",.

TÍTULO:  A FONDO, " COMO ESCAPÉ DE COREA DEL NORTE ".,


Los pocos que logran huir de Corea del Norte guardan silencio sobre lo que ocurre en su país. Lo hacen para proteger la vida de los ...
A fondo-foto

Jang Jin-sung: "Cómo escapé de Corea del Norte"

Los pocos que logran huir de Corea del Norte guardan silencio sobre lo que ocurre en su país. Lo hacen para proteger la vida de los familiares que quedan allí. El hombre de este reportaje, el poeta Jang Jin-sung, ha decidido cambiar las cosas. Este es su testimonio del horror.
Un camión se detiene en un solitario tramo de la carretera que une la ciudad china de Yanji con la frontera norcoreana. Un preso fuertemente custodiado desciende del vehículo: le han autorizado a hacer sus necesidades en un saliente rocoso, junto a un barranco. Nunca se sabrá qué dijo en ese momento, si es que dijo alguna cosa. Lo que se sabe es que, en lugar de orinar, el preso se tiró por el barranco. La escena tuvo lugar hace diez años. El detenido era Hwang Young-min, un joven y brillante músico de Corea del Norte que había actuado en la corte de Kim Jong-il, el dictador más temido del mundo. Dos semanas antes de precipitarse al vacío había huido de su país, corriendo por encima de la helada superficie del río Tumen en dirección a China, junto con su mejor amigo, un poeta llamado Jang Jin-sung.
Pero las cosas no salieron bien. Hwang fue detenido por la Policía secreta china y puesto en manos del servicio de inteligencia de Corea del Norte. Y acabó en el fondo de un barranco. «Yo hubiera hecho lo mismo dice Jang hoy, sin un atisbo de expresión en el rostro. Todo el que huye de Corea del Norte lleva consigo algo para suicidarse: un cuchillo o un frasco con matarratas. Todos lo tenemos clarísimo: si van a atraparte, te matas».
Unos 2000 norcoreanos intentan huir del país cada año. No todos los que son detenidos se suicidan. Algunos acaban en un campo de concentración. Los fugitivos de importancia, en cambio, son fusilados, y sus familias acaban entre rejas o ejecutadas. En estas circunstancias, el suicidio puede parecer una opción. Han pasado diez años, y Jang es libre para viajar, escribir y contarle al mundo cómo es el infierno que dejó a sus espaldas: un país que es un macrocosmos del gulag, que mata de hambre y tortura a sus gentes al tiempo que sus dirigentes se arman con bombas atómicas. Un reciente informe de la ONU comparaba sus campos de concentración con los de los nazis.
En seúl, cuatro guardaespaldas lo protegen en todo momento
Jang tiene la suerte de haberse librado de todo esto. No obstante, la suya es una libertad peculiar. Cuando viaja, solo lo acompaña su intérprete. Confía en que el servicio de inteligencia norcoreano no realice una ejecución sumaria en las calles de Europa. Las cosas son distintas en Seúl, donde reside. En la ciudad impera la Guerra Fría. Para Jang, eso se traduce en cuatro guardaespaldas pagados por el Gobierno surcoreano que lo acompañan día y noche. Y es que Jang no es un fugitivo normal. Cuando solo tenía 33 años, ya era conocido por la inteligencia surcoreana como el poeta preferido de Kim Jong-il.
Jang atrajo la atención de Kim gracias a una grotesca elegía centrada en la luz del sol y en las lágrimas. Grotesca, sí, pero muy adecuada para sobrevivir en el régimen. Fue llamado a comparecer dos veces ante el general, quien lo recompensó por su obra lírica. La primera vez con un Rolex. Cuando tuvieron noticia de que Jang se había fugado, todos los servicios asiáticos de inteligencia emprendieron una carrera contrarreloj para ser los primeros en dar con él. Jang decidió huir del régimen de Pyongyang por un despiste. Su empleo le facilitaba el raro privilegio de acceder a libros de Corea del Sur. Un buen día le prestó uno de esos volúmenes a su amigo Hwang Young-min, con quien posteriormente decidió escapar. La causa: Hwang perdió el libro y ambos sabían que eso se pagaba con la ejecución. La única salida para ellos era fugarse del país.
Una mañana de enero de 2004, Jang salió de casa de sus padres como si se dirigiera al trabajo. No podía despedirse, y menos revelarles su plan. «Me destrozaba pensar en la infinita tristeza en que se sumirían mis padres al enterarse de la súbita desaparición de su único hijo», escribe en Dear leader ('Querido líder'), su autobiografía. Y, sin embargo, «era mucho mejor que siguieran ignorándolo todo, para que pudieran enfrentarse a la Policía como absolutos inocentes. No, no iba a decirles adiós». Jang no ha vuelto a verlos desde entonces.
Durante 35 días huyó de sus perseguidores
Estuvo a punto de morir de frío varias veces. Cuando finalmente llegó a China, lo fio todo a una llamada telefónica a un periódico surcoreano con corresponsalía en Pekín. El corresponsal del diario lo puso en contacto con el servicio surcoreano de inteligencia. Pero Jang ni siquiera entonces podía estar seguro de no haber caído en una trampa de los norcoreanos. Aún hoy se niega a revelar con detalle su paso de Pekín a Seúl. Le pregunto por qué no. «Porque pondría en peligro a quienes hoy tratan de salir del país». El proceso para que un fugitivo de Corea del Norte pueda asentarse en la vecina del sur siempre es complicado. El trato nunca es muy amistoso, hasta que los surcoreanos deciden claramente de qué bando es realmente el recién llegado.
En el caso de Jang, el interrogatorio duró seis meses. Sus revelaciones sobre la composición del círculo íntimo de Kim y la estructura de poder del régimen los dejó atónitos. Sobre todo, cuando explicó que el verdadero centro de poder tras la dinastía Kim no es el ejército, como mantienen la mayoría de los especialistas, sino un ignoto organismo tentacular llamado Departamento de Organización y Guía, que controla a Kim Jong-il en lugar de ser controlado por este. Jang está considerado como uno de los diez refugiados más valiosos de los 26.000 que oficialmente han llegado al Sur desde el armisticio que puso fin a la guerra de Corea en 1953. Desde su huida, Jang ha trabajado como analista de inteligencia, ha establecido su propia agencia informativa sobre Corea del Norte y ha transmitido al mundo en primicia la noticia del asesinato de Chang Sung-taek, el tío del líder. Con sus padres no ha mantenido ningún contacto desde aquella mañana de hace diez años. Y teme que «terminen por morir en un campo de prisioneros».
En la excéntrica burbuja de la dinastía Kim
Jang no cree que Kim Jong-un tenga un contacto directo con el lado más sangriento del sistema. Da la impresión de que el déspota vive en una burbuja de horteradas y delirios grotescos. Lo vio claro cuando tenía 28 años y recibió una llamada a medianoche en su piso en Pyongyang, la capital del país. La razón del telefonazo era que su poema sobre un arma de fuego había sido del agrado del Líder Bien Amado. Su interlocutor le ordenó presentarse en su lugar de trabajo a la una de la madrugada. Cuando llegó a su oficina, un convoy le estaba esperando para su traslado a una «estación de primera clase», reservada para el uso exclusivo de la familia Kim. A continuación viajaron durante tres horas en un tren con las puertas selladas hasta llegar a un puerto de mar, donde una lancha rápida los trasladó a una isla.
Fue allí, bajo una carpa color blanco, donde Jang descubrió que el hombre al que todos creían con origen divino era en realidad un excéntrico bocazas que lloriqueaba al escuchar embelesado a un cantante folclórico ruso. Como segunda recompensa por su poema, Jang fue autorizado a volver a visitar su ciudad natal, Sariwon, al sur de la capital. Era la primera visita que realizaba después de una terrible hambruna de cinco años que acabó con la vida de dos de los 24 millones de habitantes del país. Jang vio cadáveres en las aceras y una «brigada de los fiambres», encargada de amontonar los esqueletos semidesnudos en un carro para después cubrirlos con heno. En la casa de un viejo amigo de su familia sufrió la vergüenza de ser invitado a una comida consistente en medio cuenco de arroz para compartir por todos.
Él era el hijo pródigo de la ciudad al que nunca le faltaba de nada. Mientras volvía a la estación del tren presenció el juicio y la ejecución pública de un campesino acusado de haber sustraído arroz (véase el recuadro Un día cualquiera en Corea). «Yo había presenciado otras ejecuciones antes, pero esta me abrió los ojos dice Jang. Había llegado todo lo alto que uno puede llegar en Corea del Norte y, cuando alcanzas esa posición, tan solo puedes mirar hacia abajo. Al hacerlo, me di cuenta de que el pueblo más pobre del mundo estaba gobernado por el líder más rico del planeta: ese hombre tenía acceso a todo cuanto quería mientras que el resto de la población no tenía nada en absoluto. Y comencé a dudar de nuestro líder».
De hecho, Jang por entonces disfrutaba de unas asignaciones alimentarias mensuales tan solo al alcance de un puñado de escogidos. Desde su pedestal de privilegio, otro día presenció una escena tan angustiosa como la de la ejecución: en un barrio miserable de Pyongyang, un grupo de vecinos se arremolinaban en torno a una mujer que estaba vendiendo a su hija de siete años de edad por 100 won, menos de 50 céntimos de euro. La mujer encontró un comprador y utilizó el dinero para comprarle a su niñita una última comida: algo de pan adquirido de estraperlo.
Para Jang, el final de la dictadura en Corea del Norte está cerca
Durante décadas, los pocos que lograron escapar de Corea del Norte mantenían un perfil bajo para salvaguardar a sus familiares. Pero eso está cambiando. La tecnología está haciendo que la coraza coreana sea cada vez más porosa. Para Jang, el régimen no puede durar mucho más tiempo. Cree que Kim Jong-un hace lo posible por mantener una autoridad en la que ya pocos creen, y la dramática purga de su tío es la confirmación de su debilidad. El último de los Kim no es un psicópata, dice Jang. «Es un chaval que no puede llevar una vida normal y que seguramente preferiría ir de visita a Disneylandia». Si está en lo cierto, se trata de otra razón para suponer que el hundimiento del régimen es solo cuestión de tiempo.
Hasta que llegue ese momento, Jang sigue llevando varias vidas paralelas. Una es la existencia tranquila de un hombre de familia, casado con una mujer surcoreana con la que tiene dos hijos. La otra, su vida como activista político que se inició en 2007, cuando un periodista de Seúl lo señaló como originario del Norte y el Gobierno norcoreano inició una cadena de amenazas contra su persona. Jang decidió entonces plantar cara. «Cuanto más me amenacen, más en público debo mostrarme», asegura. En parte por cuestión de supervivencia, pero también por una razón de honor. «Ahora que la batalla es pública, no puedo mostrarme débil. Si me mostrara débil, sería la peor traición a quienes no han sobrevivido».
Un día cualquiera en el infierno
Jang ha escrito un libro donde describe la vida en Corea del Norte. Por su interés reproducimos un extracto del mismo. El escritor regresa a Sariwon, su ciudad natal, autorizado por el régimen como premio a sus poemas a favor del dictador. Allí habla con un amigo de la infancia y descubre el horror...
Al ver los zapatos destrozados de mi amigo Young-Nam, me propuse comprarle un par nuevo antes de mi regreso a la capital. Sugerí que nos acercáramos al mercado. «No lo entiendes, ¿verdad? me dijo. Yo no tengo un futuro. Tú por lo menos estás en la capital, donde tu vida puede mejorar si trabajas duro. Aquí, yo no puedo hacer más que arreglármelas para conseguir algo de comida. Desde que me despierto no hago más que preguntarme si volveré a comer algo. Nuestras vidas no son mejores que las de los animales. Te acordarás del antiguo saludo: '¿Has comido ya?'. Hoy, nadie se saluda así porque ¿qué les vas a responder? 'No, ¿y qué coño piensas hacer al respecto?'».
En las paredes del mercado había lemas en letras mayúsculas en color negro donde antes estaban los precios de los artículos en venta: «¡Muerte por fusilamiento a quien cometa una infracción de tráfico!». «¡Muerte por fusilamiento a quien acapare alimentos!». «¡Muerte por fusilamiento a quien malgaste electricidad!». «¡Muerte por fusilamiento a quien difunda la cultura extranjera!». No me había dado cuenta de cuántas normas nuevas se habían implantado en nuestra nación. Decidí comprar los zapatos y salir de allí en cuanto pudiera. Pedí a Young-Nam que escogiera un par. Se resistió. Al final seleccionó un modelo barato. Pedí al vendedor que sacase el más caro de la tienda. Pero hasta ese par, hecho en China, resultaba miserable. Le metí a Young-Nam en el bolsillo el cambio y el resto del dinero que me quedaba en la billetera. Pero antes de que pudiéramos salir de allí, una sirena empezó a sonar. «¿Qué es lo que pasa?», pregunté. Young-Nam había cerrado los ojos.
Su expresión era de exasperación. «La puta que los parió», musitó. Era una ejecución, me dijo. «¿Cómo?», contesté yo. El vendedor dejó de lustrar un zapato y me comentó: «Usted no es de por aquí, ¿verdad? Pues ha tenido mala suerte, eso es todo. Van a celebrar un juicio popular. Nadie puede salir del mercado hasta que haya terminado». Young-Nam me aseguró que estas ejecuciones tenían lugar a un ritmo casi semanal. Me estremecí al ver que el reo no vestía uniforme carcelario, sino ropas de paisano. Era una forma de mandar un mensaje a los vecinos: cualquiera de ellos podría encontrarse en la misma situación. Bajo los párpados caídos y las cuencas huesudas, los ojos del hombre miraban aterrados. Tenía los labios manchados de sangre.
El juicio popular terminó en menos de cinco minutos. En realidad no fue un juicio. Un oficial militar se limitó a leer la sentencia. El crimen del reo fue descrito como el robo de un saco de arroz. Como el país entero estaba sujeto a la doctrina Songun por la cual el estamento militar tiene prioridad absoluta, todo el arroz de la nación era propiedad de los militares, por lo que incluso los delitos menores eran castigados con la ley marcial. «¡Muerte por fusilamiento!».
Tan pronto como el juez pronunció esta frase, uno de los dos soldados metió algo en la boca del condenado. Se trataba de un muelle en forma de V que se expandía en el interior de la boca, impidiendo que el reo hablara de forma inteligible. Este aparato era de uso oficial en todas las ejecuciones públicas, para que los condenados no pudieran expresar proclamas subversivas en los momentos finales de su vida.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! La sangre se me heló en las venas. Sin atreverme a mirar al condenado en el momento de su muerte, elevé los ojos al cielo. No se veía una sola nube. Pero los rostros de los vecinos obligados a presenciar la ejecución no podían ser más sombríos.
Los campos de la barbarie
Unos 80 testigos y víctimas de los campos de concentración de Corea del Norte describieron para un informe de la ONU unas escenas de barbarie nunca vistas en un gulag soviético: niños obligados a delatar a sus padres y a presenciar sus ejecuciones; hileras de presos agonizantes de hambre y con pústulas confinados en celdas más pequeñas que la caseta de un perro. Algunos realizaron estos dibujos para mostrar el terror.


TÍTULO: ENTREVISTA,  MARIAH CAREY, " NINGÚN HOMBRE VOLVERÁ A ROBARME EL ESPÍRITU. AHORA DECIDO YO",.

  1. Al estilo de su admirada Marilyn Monroe, Mariah Carey no tiene reparos en ... En la suite donde se celebrará la entrevista, sin embargo, no hay ...
    Entrevista

    Mariah Carey: "Ningún hombre volverá a robarme el espíritu. Ahora decido yo"

    Tiene más números uno que Elvis. Ha vendido más de 200 millones de discos. Y su fortuna supera los 500 millones de dólares. Ahora, madre de mellizos tras un embarazo que la hizo ganar 30 kilos de peso, lanza unnuevo asalto a las listas. En esta charla, la diva lo canta todo a 'XLSemanal'.
    Cuatro horas. Al estilo de su admirada Marilyn Monroe, Mariah Carey no tiene reparos en hacerse esperar. Dan las 11 de la noche de un lluvioso día neoyorquino cuando una asistente anuncia que Carey recibirá, al fin, a XLSemanal.
    En la suite donde se celebrará la entrevista, sin embargo, no hay rastro de ella. El aire acondicionado está al máximo no, lo siguiente, y botellas de vino y champán descansan en una cubitera. Cuando aparece, pasados otros 15 minutos, el frío ya es insoportable. Ella, con escotazo, manga corta y sandalias de tacón, no parece estar de acuerdo. Antes de empezar, ofrece burbujas y una ayudante llena su copa. No parece ser la primera. En todo caso, ebria o sobria, Carey podría tirarse horas hablando.
    Del lado turbio de la industria; del racismo vivido por la hija de un negro y una blanca sus vecinos envenenaron a su perro e incendiaron el coche familiar; o de cómo, con 19 años, conoció a Tommy Mottola, supercapo de Columbia Records, para ser lanzada a la estratosfera al precio de ceder el control de su carrera y de su vida entera. Ahora, a los 44, se siente libre. Madre de mellizos tras una complicadísima gestación, publica el 27 de mayo nuevo disco de autoafirmativo título: Me. I am Mariah... The elusive chanteuse ['Yo. Yo soy Mariah... La tonadillera esquiva'].
    XLSemanal. Hubo un tiempo en que cada canción y cada álbum que lanzaba eran número uno. Para usted, ¿será un fracaso no lograr otro bombazo con su nuevo trabajo?
    Mariah Carey. Eso me da igual. A muchos artistas les gustaría decir: «¡Eh, una vez tuve un número uno», pero yo ni sé qué puesto han ocupado mis canciones en las listas. Lograr un número uno es subjetivo. Vale, un día tu canción es la más escuchada en la radio, ¿y qué?
    XL. ¿Pensaba así cuando obtuvo el primero, hace 25 años?
    M.C. A ver, no pienses que no estoy agradecida por mi éxito. Es fantástico, pero te contaré algo: muchos de mis números uno no están en la lista de mis 20 canciones favoritas. Durante un tiempo no era yo la que elegía qué single lanzar, porque entonces otros decidían por mí.
    XL. ¿Se refiere a su exmarido, Tommy Mottola, capo de Sony Music por 15 años y el hombre que la descubrió?
    M.C. Bueno, digamos que hubo un tiempo en que a nadie le importaba un pimiento mi opinión. Mi actitud era: Vale, guay, haz lo que quieras. Mira, llevo en este negocio 25 años. Empecé siendo una chavalita y me he codeado con los grandes. La gran lección es que todo lo relativo a mi música debe ser decisión mía. Es básico para ser libre como artista. No puedes confiar en la gente de la industria, que creen saberlo todo del negocio.
    XL. Dijo una vez que, en aquel tiempo, vivía esperando que alguien la secuestrara para escapar de todo aquello. ¿Nunca le dio miedo volver a casarse?
    M.C. Al principio, sí; todo el concepto del matrimonio... Pero hoy estoy en un momento diferente. Ningún hombre volverá a robarme el espíritu. Soy feliz y sigo queriendo hacer cosas que me hagan feliz. Ahora yo decido.
    XL. Por cierto, se suponía que podría escuchar su nuevo disco antes de esta entrevista, pero ha cancelado la audición. ¿Tiene miedo de que se lo pirateen?
    M.C. Es que no quiero que nadie empiece a decir que tal y que cual y bla-bla-bla... Estas canciones muestran quién soy hoy y quiero que los fans perciban por sí mismos todas mis emociones. Nadie lo escuchará hasta que salga a la luz. Tengo preparada toda una extravaganza, cariño.
    XL. En su vida actual hay un nuevo marido y dos mellizos: Moroccan y Monroe. ¿De eso hablará en su disco?
    M.C. Hay una canción, Supernatural, que empieza con la señorita Monroe [su hija] cantando sobre la melodía: «Guu, guuu, guuuu». Para su edad, posee un vibrato bien firme [se ríe]. Es toda una diva. Tengo una ecografía en que sale posando así [brazos en jarras y pierna estirada]. Y ahora, si le haces una foto, dice: Voy a posar como mamá, y se pone así. Y él es muy protector conmigo. No veas cómo imita a los de seguridad. «Venga, venga, chicos, rápido» [se ríe].
    XL. Durante años sostuvo que nunca tendría hijos. ¿Qué le hizo cambiar de opinión?
    M.C. Conocer a Nick, mi marido. De niña, siempre decía: «Jamás me casaré ni tendré hijos». Y ahora me pregunto: «¿Habría sido mejor para mí si mis padres hubieran seguido casados?». Ni hablar. Fue difícil, crecí por mi cuenta; ya sabes, la menor de tres hermanos y con padres divorciados, pero ellos no eran felices juntos. Recuerdo, con nueve años, una promesa que me hice. Mi madre había discutido con su novio de entonces, de algún modo me metieron en medio y me dije: «Nunca olvides lo que siente un niño cuando a nadie le importa lo que siente». Es como si tu opinión y tus sentimientos no significasen nada.
    XL. ¿Recuerda con tristeza aquellos años?
    M.C. A ver, en muchos sentidos mi infancia fue estupenda. Y en otros, no tanto. Pasé mucho tiempo sola, pero eso me ayudó a desarrollar mi voz. Y fui siempre la que cuidaba de los demás, desde antes de ganar dinero. Ahora, Roc y Roe [Roc and Roe, en inglés, suena a rock and roll] son la razón de mi existencia. Nadie les preguntó si les gusta mi estilo de vida, pero ahí están y todo es distinto. Tras un show ya no puedo decir: «Bueno, adiós, me voy a tomar algo por ahí».
    XL. Shakira, que también fue madre hace poco, me dijo que con el embarazo su voz mejoró. ¿Le ocurrió algo así?
    M.C. ¿Shakira ha tenido un hijo? ¡Ah! Bueno, yo no sentí eso. Mi voz es muy sensible y delicada, pero puede ser muy fuerte. Es muy divertido porque los críos me dicen: «¡Mamá, cantas muy alto! ¡Para, para!».
    XL. ¿Le mandan callar?
    M.C. Sí [se ríe]. Pero les digo: «Mejor que se escuche bien, porque cuanto más fuerte suene, más ropas y juguetes tendréis. Así que ¡no me digáis que canto alto!» [se ríe]. Son geniales. No tienen filtros, dicen lo que piensan. Es estupendo.
    XL. ¿La gente no suele decirle lo que realmente piensa?
    M.C. Ah, no sé. Mis niños sí que se muestran tal y como son. ¿Sabes que subieron conmigo al escenario? Cuando estaba embarazada, canté para los Obama en su celebración navideña [se ríe]. Fueron los primeros en saber de mis mellizos, porque lo supe poco antes de verlos.
    XL. Con mellizos siempre es embarazo de riesgo. El suyo fue de los de mucho riesgo, ¿no?
    M.C. Así es. Pero, pese a los problemas que tuve [sufrió preeclampsia, diabetes gestacional y tensión alta], siempre me sentí feliz y agradecida. No sé si sabes que antes perdí uno. Bueno, pues después de aquello llevé una vida más zen, con acupuntura y tal. Luego tomé progesterona hasta la semana diez para reducir la posibilidad de otro aborto.
    XL. Y vinieron dos de una vez...
    M.C. [Se ríe]. Llevar dos bebés dentro es algo que no se puede explicar. No es solo que no te veas guapa e hinchada; lo que un embarazo puede hacerle a tu cuerpo es... Llegó un día en que no me podía levantar de la cama. Pensé que no volvería a caminar normal. No pasaré otro embarazo así.
    XL. Creo que convirtieron el paritorio en una discoteca...
    M.C. [Se ríe]. No exageres. Nick llevó un equipo de sonido y, cuando estaban naciendo, pinchó Fantasy, mi canción, en la versión en vivo, para que resonaran los aplausos [se ríe].
    XL. Antes hablaba del presidente Obama. Él, como usted, tiene sangre blanca y negra...
    M.C. Sí, su madre también era blanca. Es increíble tener un presidente que es birracial, como yo. La noche de su primera elección fue de las más emocionantes de mi vida. ¡Es que en los sesenta éramos ciudadanos de segunda! El mundo con Obama tampoco es perfecto, es imposible, siempre habrá racistas. Pero soy feliz por haber participado en su campaña y mis niños presumirán de que las primeras personas que los conocieron fueron el primer presidente negro y su hermosa primera dama.
    XL. ¿De qué modo esa mezcla de razas afectó a su infancia?
    M.C. Mucho. De niña, en los setenta, fue algo muy difícil, la gente puede hacer cosas terribles, pero bueno... todo te curte. La gente me decía: «Chica blanca», y yo respondía que yo no era eso. Con el tiempo aprendí a no dejar que me afecte lo que dicen los demás.
    XL. Cuando lanzó su primer disco y se puso a batir récords, tenía 20 años. ¿Cómo le afectaba lo que decían los demás?
    M.C. Lo primero es que trabajé sin parar para conseguirlo. Eso te prepara para la vida, te ayuda a madurar. Pensé ayer en todo eso; en cómo he dedicado mi vida a llegar aquí y aún he de esforzarme para que la gente entienda adónde voy y lo que quiero hacer.
    XL. ¿Se siente usted una diva?
    M.C. Soy una mujer fuerte que trabaja muy duro para tener la vida que quiero. Si eso me hace una diva, pues vale.
    XL. Su madre cantaba ópera, ¿no pensó en seguir sus pasos?
    M.C. Siempre me atrajo más el rhythm & blues. ¿Sabes cuando tus padres quieren que vayas en una dirección y tú vas por la contraria? Aunque siento todo el respeto por la ópera, porque sé la disciplina que conlleva.
    XL. ¿Es eso, la disciplina, lo que la echó para atrás?
    M.C. No. Yo tengo disciplina y ambición, pero siempre quise interpretar mis propias canciones. No sé si sabes que escribo mis canciones...
    XL. Sí.
    M.C. Ah, es que hay mucha gente que no lo sabe.
    XL. Volviendo a su madre. Fue ella la que le introdujo el gusanillo de la música, ¿no?
    M.C. Me enseñó mucho, pero la mayor contribución, aparte de la cuestión genética, claro, vino de mi padre por esa disciplina y ambición. A mi madre no le hará gracia esto, pero bueno, como se publicará en español, no se enterará [se ríe].
    XL. Su madre la crio, la enseñó a cantar...
    M.C. Yo empecé a hablar y a cantar a la vez, y mi madre lo que sí hizo fue apoyarme todo el tiempo. Me dijo: «Tú vas a ser una estrella». Sabía que tenía talento, me puso Mariah Carey pensando en darme un buen nombre artístico y me inculcó que podría hacer todo lo que me propusiera. Y mi padre, Alfred Roy Carey, como militar que era, fue un hombre estricto... y eso vino bien. No sé si sabes que trabajó en la NASA, fue ingeniero aeroespacial, de cohetes, en el proyecto del Apollo 11. Fue uno de los primeros negros que trabajó para la agencia espacial. Hizo lo que se le daba bien.
    XL. ¿Y cuándo se fue de casa?
    M.C. En realidad, mi madre se fue antes que yo. Se casó de nuevo cuando tenía unos 16 años, aunque yo ya trabajaba. Grababa mis demos, hacía de corista para otros artistas; vivía un poco como una vagabunda, durmiendo donde podía y esas cosas. Persiguiendo mi sueño, digamos.
    XL. Una última cuestión. ¿Actuará en España?
    M.C. Me encantaría [mira entonces a una de sus ayudantes, al fondo de la suite]: «¿Tienes ahí la foto con mis fans españoles?». [La mujer le pregunta: «¿La del día que fuiste al Museo del Prado?»]. ¿He ido yo al Museo del Prado? No sé, bueno... Esta foto que digo fue en un viaje muy glamuroso, cuando un amigo, mejor dicho, un examigo, me regaló un hermoso brazalete.
    XL. ¿Se refiere a Luis Miguel?
    M.C. Sí, bueno, tampoco un examigo, porque siempre será alguien muy especial para mí. El caso es que los fans españoles están llenos de pasión. Íbamos a Puerto Banús y tenían que cerrar el lugar. En Ronda, donde grabé hace años, había chicas haciendo guardia a la puerta del estudio durante días. Sí, me encanta España, sobre todo en verano. Y adoro Ibiza. ¡Las playas son tan hermosas!

No hay comentarios:

Publicar un comentario