La pereza y la cobardía son las causas por las cuales una gran parte de los hombres permanece con gusto en minoría de edad a lo largo de la vida, no obstante que hace ya tiempo la naturaleza los liberó de ajena tutela (naturaliter maiorennes);3 y por eso es tan fácil que otros se erijan en sus tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que suple mi conciencia moral, un médico que me prescribe la dieta, etc., entonces no tengo necesidad de esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de pensar; otros se encargarán por mí de esa necesidad tan fastidiosa. -foto,,Aquellos tutores que tan bondadosamente se encargan de supervisar, cuidan también de que pasar a la mayoría de edad sea considerado como difícil, además de peligroso, por la gran mayoría de los hombres (y por todo el bello sexo). Después de haber amaestrado sus animales domésticos y procurar con cuidado que estas dóciles criaturas no puedan atreverse a dar un paso fuera del camino que se les ha señalado, les muestran el peligro que les amenaza si tratan de caminar por sí solos. Sin embargo, este peligro no es tan grande, pues lo cierto es que ellos aprenderían a andar pos sí solos después de algunas cuantas caídas; pero un ejemplo de esta índole les intimida y, por lo general, los escarmienta para desistir de todo intento futuro.
Por lo tanto, es
difícil para cada uno en lo individual lograr salir de esa minoría de edad,
convertida para él casi en estado natural. Incluso le ha tomado apego y se
siente verdaderamente incapaz de servirse de su propio entendimiento, porque
nunca se le ha permitido hacer la prueba. Principios y fórmulas, instrumentos
mecánicos del uso racional -o más bien, de abuso- de sus talentos naturales,
son los grilletes de una perpetua minoría de edad. Quien se desprendiera de
ellos, apenas daría un inseguro salto sobre la más pequeña zanja pues no está
acostumbrado a semejante libertad de movimientos. Por ello, son pocos los
hombres que han logrado, con el esfuerzo de su propia mente, salir de esa
minoría de edad y proseguir con paso firme.
En contraste, es más
posible que el público se ilustre a sí mismo y es casi inevitable en tanto es
dejado en libertad. Ciertamente siempre se encontrarán, incluso entre los
tutores de la gran masa, algunos pocos hombres que piensen por sí mismos,
quienes después de haberse liberado del yugo de la minoría de edad, diseminarán
en su entorno el espíritu de estimación racional del propio valor y de la
vocación de todo hombre a pensar por sí mismo. Pero aquí es de señalar: ese
público, al que anteriormente los tutores habían sometido bajo aquel yugo,
obliga, a su vez, a los propios tutores a someterse al mismo yugo; y esto es
algo que sucede cuando el público es incitado a ello por algunos de sus tutores
incapaces de toda Ilustración. Por eso es tan perjudicial propagar prejuicios,
pues al final terminan vengándose de sus mismos predecesores y autores. De aquí
que el público pueda alcanzar sólo lentamente la Ilustración. Acaso una
revolución pueda derrocar el despotismo personal y la opresión ambiciosa y
dominante, pero nunca producirá una verdadera reforma del modo de pensar; sino
que los nuevos prejuicios, tanto incluso como los viejos, servirán de riendas
para la gran masa carente de pensamiento.
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