sábado, 1 de noviembre de 2014

EN DIRECTO, LOCAS POR LA LANA,./ SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO, PASAJES DE LA EDAD,/ NOCHE AMOR, TELEFONOS QUE SIENTEN Y PADECEN,.

TÍTULO: EN DIRECTO, LOCAS POR LA LANA,.
  1. '3 en punto'

    La fiebre del knitting se extiende por el mundo; tanto que hasta se ha ... Y es que para algunos tratar con la lana es una terapia, pero otros lo ...foto,.
     Tres emprendedoras han dado una vuelta de tuerca a esta fibra tradicional que está de plena moda, para convertir su pasión por el punto en negocio.
    La lana vive una segunda juventud. Natural, renovable, ecológica, todo son bondades en esta fibra que se ha subido a las pasarelas como tendencia cool y que ha reinventado uno de los hobbies más ancestrales: hacer punto. La fiebre del knitting se extiende por el mundo; tanto que hasta se ha instaurado el Día Mundial de Tejer en Público, que se celebra en la primera semana de junio. Y es que para algunos tratar con la lana es una terapia, pero otros lo ven como una cuestión de orgullo nacional.
    Es el caso de Carlos de Inglaterra, que ha iniciado una campaña para impulsar esta industria, un testigo que han recogido Paul Smith, Hackett o Vivienne Westwood. En España, este sector no está tan arraigado, aunque cada vez surgen más iniciativas. Como ejemplo, las historias de estas tres mujeres.
    Mercedes Muñoz-Rojas, Nersa Montero y Macarena Muñoz-Rojas 
    Fundadoras de 3 en punto
    "Ofrecemos lo que no hay en el mercado" 
    La primera comunión de un sobrino fue el detonante de la tienda on line 3 en punto (www.3enpunto.es). “Me puse a buscar unas chaquetas de lana para mis hijos. Todo lo que había era ya de verano, pese a que hacía frío, y eran diseños rancios y de color flúor. Al final, fueron de prestado”, recuerda Mercedes. Aquella anécdota le hizo pensar: “Si no he encontrado en ninguna parte lo que buscaba, me dije, ¿por qué no lo fabrico yo?”.
    Y así empezó esta aventura. Su tienda acaba de cumplir un año, pero invirtieron otro en investigar: “Nos pateamos decenas de pueblos para buscar proveedores y talleres, investigamos calidades, nos formamos en diseño…”. El mercado confió en ellas: han pasado de seis modelos básicos a más de 20. “Hemos abierto un showroom en Madrid, acabamos de hacer la primera colección para adultos...”. Y no se duermen en los laureles. Según Mercedes y Nersa, “seguimos pateándonos la calle para ver lo que no hay en el mercado. El año pasado vendimos toneladas de jerséis de cuello alto y ponchos, dos prendas casi inexistentes para los peques. Es duro, pero nos apoyan nuestros maridos… y nuestros hijos, que a regañadientes nos sirven de cobayas”.
    Merche Grosso 
    Fundadora de Black Oveja 
    "Quién me iba a decir que esto me daría de comer..." 
    La falta de oportunidades laborales –Merche es arquitecta– y un espíritu inquieto se convirtieron en el cóctel ideal para crear Black Oveja, un concept store en Madrid que vende lanas especiales y ofrece talleres para aprender a tejer. “Hace tres años me quedé sin trabajo y, como entretenimiento, empecé a diseñar prendas que vendía en mercadillos. Allí, me ponía a hacer punto y mucha gente se paraba a mirar y me preguntaba si yo les podía enseñar”. En poco tiempo, Merche tenía varios grupos de “estudiantes”, y aquello no dejaba de crecer. “De repente, se puso de moda hacer punto. Algo que era visto como antiguo, empezó a ser trendy. Un buen día, Alfonso, mi marido, me dijo: “Si hay tanta demanda, por qué no abres un establecimiento”. Este año cumplimos tres años y hemos conseguido tener un catálogo muy interesante de lanas artesanas y comerciales, además de tintes naturales. Ahora estamos incorporado algodones orgánicos y telas japonesas”.
    Merche se sorprende echando la vista atrás y comprobando que ahora ella y Alfonso –también arquitecto en paro– viven de esta pequeña empresa. “Quién me iba a decir que esto nos iba a dar de comer. Nos ha costado mucho, porque trabajamos sin descanso, pero vale la pena”, explica esta emprendedora con más de 900.000 seguidores en Instagram. “Los materiales textiles orgánicos son el futuro”.
    Lucía Montojo 
    Creadora de Applecrosscashmere 
    "Mongolia me descubrió la lana"
    En 2002, Lucía, que tenía 25 años, se marchó a Mongolia para cumplir con su sueño de ser escritora. Allí encontró la inspiración para escribir dos libros... y descubrió las cabras del Himalaya. “Sé que suena surrealista –dice–. Pero, al volver a España, tenía claro que debía cambiar mi vida, así que convencí a mi amigo Gonzalo para montar una tienda con prendas de cachemir [la lujosa lana de esos animales]”.
    Empezaron en un sótano sin ventanas en el centro de Madrid, donde vendieron rápidamente toda la mercancía. Eso les enseñó que aún les quedaba mucho por aprender y que debían supervisar todos los procesos: verificar la pureza de la materia prima, revisar el tintado y el hilado y controlar el traslado. Luego se mudaron a un sótano mayor, “pero que daba a la calle”, abrieron en la Milla de Oro y, hace unos días, inauguraron su segunda tienda en la capital. Ahora se plantean crecer en el mercado internacional; de momento, venden en Francia, Bélgica, Chile y Argentina. Han pasado de fabricar solo jerséis a tener 50 referencias, desde los 95 € a los 350 € que cuesta un blazer. “Nuestro éxito reside en ser cercanos y honestos con el cliente, y conocer muy bien nuestro producto”, reconoce.
     
     TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO, PASAJES DE LA EDAD,.
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    Esta mañana, me llamó por teléfono una amiga con la que llevaba varios años sin hablar. Nos conocimos en los años 70, en Roma, donde, durante un período de tiempo, trabajamos juntas en la televisión. Teníamos, por entonces, poco más de 20 años y toda la vida aún por delante. Luego, cada una siguió caminos diferentes, pero manteniendo ese mínimo de frecuencia en la comunicación que nos permitiera seguir los pasos de nuestras recíprocas andaduras.
    Sin embargo, no sabía de ella desde hacía ya un tiempo y, cuando preguntaba a las amigas comunes, todas me contestaban que tampoco tenían noticia alguna. ¡Menuda sorpresa, pues, escuchar su voz esta mañana al otro lado del teléfono! Solo quería oír la mía, mi voz –según me dijo–, y también decirme que me quería mucho. Acto seguido, suspiró pensativa y añadió: “¿Sabes? ¡He cumplido 60 años! Me siento bastante perdida. Tengo un hijo de 20 años, que es como un extranjero para mí; una madre de 90, que no da tregua; y un trabajo que no me apasiona en absoluto.” Le dije entonces que también para mí la barrera de los 60 era como atravesar la barrera del sonido, y que miraba con incredulidad alucinada a todos aquellos amigos que habían superado ya esa marca.
    Es inútil negar que para nosotros, la generación de los nacidos en la década de los 50, aceptar el transcurso del tiempo es un hecho especialmente problemático. Nacimos en una época en la que aún no había llegado la televisión a las casas; crecimos durante los años de la bonanza económica y la Guerra Fría; sobrevivimos al cambio radical de costumbres que trajo consigo el año 68; y hoy nos vemos de pronto catapultados a la que tal vez sea la mayor revolución en la historia del hombre: la revolución tecnológica. De repente, lo que durante milenios se había considerado que era la naturaleza humana, es hoy objeto de discusión, así como de una hábil manipulación por parte de fuerzas a las que ni siquiera les vemos el rostro. Todos los sueños de paz y equidad social se están desmoronando ante el acecho de una economía que siempre tiende a hacer más ricos a los ricos y más pobres a los que ya lo son.
    A tenor de esta realidad opresiva, la idea de que el tiempo sea una flecha que apunta hacia el futuro ha quedado más que obsoleta. En su lugar, se ha entrometido un extraño sentido de la circularidad. La adolescencia se ha convertido en una suerte de eterna edad: da comienzo en torno a los 12 años y se prolonga prácticamente toda la vida, alimentada por las múltiples pantallas a las que vivimos pegados y que nos incitan día a día al juego, el consumo y la exposición pública y narcisista del yo. Pero el tiempo, en términos biológicos, no respeta nada de todo esto y, por eso, nuestro cuerpo, lo aceptemos o no, siempre empieza en algún momento a mostrar una serie de señales de erosión. 
    Y así resulta que no nos sentimos preparados para afrontar una edad que, en otra época, inspiraba un auténtico respeto en los demás, y que hoy la sociedad rechaza y fomenta que quien la sufre lo haga además con vergüenza culpable. A nadie le gusta reconocer que es viejo, una palabra que, en nuestros días, está totalmente prohibida. Sin embargo, se trata de un cambio natural en la existencia al que debemos resignarnos lo mejor posible. La mayor parte de nuestras vidas la llevamos ya a la espalda, y es más que probable que cada vez haya menos cosas que podamos hacer: razón de más para disfrutar con una mayor intensidad y plena conciencia de todo aquello que la vida nos ofrece todavía cada día.

    TÍTULO: NOCHE AMOR, TELEFONOS QUE SIENTEN Y PADECEN,.

     
    Resulta que he descubierto que los teléfonos sienten y padecen. Bueno, no lo he descubierto yo sino un investigador de la Universidad de ... foto,.

    Vivo aterrorizada con la idea de que algún día mi teléfono, ese dispositivo electrónico con el que comparto cama, mesa y mantel, y que lleva en sus tripas buena parte de mi vida íntima, deje de quererme. El teléfono es una extensión de mí misma y no podría soportar que no me viera de la misma manera. No estoy dramatizando. 
    Resulta que he descubierto que los teléfonos sienten y padecen. Bueno, no lo he descubierto yo sino un investigador de la Universidad de Berlín que se dedica a romper la barrera que nos separa de los aparatos tecnológicos. Lo que intenta hacer este buen hombre llamado Fabian Hemmet es desarrollar un teléfono que interactúe emocionalmente con su dueño. Que si un día, en medio de un cabreo monumental, lo lanzas al sofá, él pueda devolverte el golpe bloqueando el Whatsapp o mandando un mensaje por ti capaz de destrozar tu vida social. Eso nos obligaría a ser mucho más considerados con nuestros teléfonos. Por ejemplo, yo tendría que dejar de maltratar a mi telefóno con mis tácticas de evitación para contestar compulsivamente a los mensajes. ¿Por qué lo hago? Después de consultar a varios expertos matrimoniales, se me ha aconsejado que haga esperar a los que se ponen en contacto conmigo a través de Whatsapp (y me gustan).
    “Los hombres solo reaccionan al No contacto”, se me ha dicho. Así que, para controlar mis impulsos cuando llega ese mensaje, suelo hacer dos cosas: 1. Meter el móvil debajo del colchón. 2. Lanzarlo a lo más alto de la estantería. El objetivo es perderlo de vista y desviar la atención hacia otra actividad que me absorba durante al menos 35 minutos. Entonces, y solo entonces, me permito contestar al mensaje. Se trata de dar una imagen de autonomía y algo de desidia. Dicen que funciona. En caso de que de repente mi móvil se tornara humano, seguramente tramaría una venganza contra mí. A nadie le gusta que lo metan debajo de un colchón, y mi móvil sería claustrofóbico y ansioso.
    El prototipo de móvil humano que se está desarrollando en la Universidad de Berlín está dotado de un corazón que late más o menos rápido, según esté relajado o emocionado. Así que imagino a mi móvil con los latidos acelerados y tomándose la justicia por su mano. O bien haciéndome la pelota con mensajes estimulantes del tipo: “¡Qué guapa eres!”. Dicen que el nuevo teléfono puede temblar en tu mano de forma amorosa, vibrar de indignación o tomar vida propia y convertirse en tu peor enemigo. Miedo me da, así que igual recupero mi viejo Nokia.

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