Tali Sharot, la investigadora del optimismo
Cada vez, más científicos sugieren que a los humanos nos domina la intuición y no tanto la razón, y que el cerebro se las apaña para hacernos creer que controlamos nuestras acciones, cuando en realidad no es exactamente así. Tali Sharot es uno de ellos. Guiada por sus investigaciones, sostiene que vivimos inmersos en tres ilusiones que nos pintan el mundo de color rosa. Veámoslas.
Piensen si se creen más o menos diestros al volante que los demás. Probablemente estén convencidos de que lo hacen mejor. Según Sharot, el 93 por ciento de la población cree estar por encima de la media en cuanto a conducción, pero eso es imposible, pues no todos podemos ser superiores al promedio. Esto es lo que la científica denomina 'ilusión de superioridad'.
Otro ejemplo: estamos en plenas vacaciones y muchos dudan, sin embargo, entre realizar un viaje a algún lugar remoto o pasar un relajado estío en el pueblo de la costa de toda la vida. Sea cual sea el lugar escogido, seguramente darán con muchas razones lógicas (llámenlas 'excusas' si quieren) para creer y justificar que la elección tomada fue la mejor. Tendemos a pensar que nuestros motivos son fundados, y a este hecho Sharot lo llama la 'ilusión introspectiva'.
En tercer lugar, pese a los altibajos de la vida, sobreestimamos las experiencias positivas que nos depara el futuro e infravaloramos lo negativo. Seremos longevos, tendremos éxito profesional, gozaremos de una salud de hierro... En definitiva, el futuro será mejor que el presente. Quizá acabe siendo así, pero no tiene por qué; muchas veces las expectativas se tuercen. Es el llamado 'sesgo optimista', y este carácter nos permite salir adelante y no parar.
La mejor noticia es que podemos ser conscientes de esta visión optimista de la vida, ya que sucede lo mismo que con las ilusiones ópticas: que, aunque uno las entienda, no desaparecen. Así que ya saben: pónganse las gafas de cristales rosas y saquen partido a su optimismo.
¿Quién es?
Psicóloga. Profesora de Neurociencia Cognitiva en el University College London, donde también dirige el Laboratorio del Cerebro Afectivo. Sus estudios se centran en la motivación, las emociones y el optimismo. Es una gran divulgadora de la investigación en neurociencias, como hace en su libro The optimism bias, de 2012.
¿De dónde viene?
Nació en la década de los setenta en Israel. Se licenció en Psicología en la Universidad de Tel Aviv gracias al consejo de su abuela, médica, que fue su gran fuente de inspiración.
¿Qué ha aportado?
Ha constatado que los humanos somos optimistas por naturaleza, al gozar de un cerebro positivo irracional. Creer en un futuro mejor nos predispone a estar más sanos, a esforzarnos más, a perseguir metas con mayor perseverancia, a poner más empeño en nuestros proyectos. Es una cuestión de supervivencia. La anécdota Fue llegar a Londres para entrevistar a Tali Sharot y ¡patapam! Me fracturé tibia y peroné por un maldito traspié. Al final, nos la ingeniamos para grabarla por videoconferencia. Definitivamente, quien no está conectado es porque no quiere.
TÍTULO; ENTREVISTA, Bill Murray--ACTOR,
Bill Murray "¿Mi secreto? Cuanto más relajado estás, mejor lo haces"
Es el actor más excéntrico de
Hollywood. No tiene agente, ni coge el teléfono ni se deja ver en los
eventos 'oficiales'. Pero no tiene problema en presentarse en fiestas
universitarias para servir copas, besar en la boca a sus fans o aceptar
trabajos por los que ningún famoso apuesta. Ahora está nominado para los
Globos de Oro por su papel en 'St. Vincent'. Hablamos con un personaje
tan divertido como desconcertante.
Alguien la trae, y Murray levanta su copa. «Me gusta el alcohol, pero no tengo una bebida preferida, y probablemente es la razón por la que no soy un alcohólico. Si tuviera una bebida favorita, seguramente lo sería. Anoche estuve bebiendo un combinado de algún tipo que llevaba ron».
El actor estuvo la noche anterior en una fiesta celebrada en el restaurante propiedad de su amigo el director Ivan Reitman, después del estreno de la última película de Murray, St. Vincent, en la que interpreta a un viejo cascarrabias que inesperadamente se hace muy amigo del niño de 12 años que vive en la casa de al lado. El estreno tuvo lugar la jornada que el Festival de Cine de Toronto declaró como Día de Bill Murray, en el que constantemente estuvieron efectuándose proyecciones gratuitas de sus películas más populares.
«Un día de locos», resume el actor, que hoy tiene 63 años. «Iba en bicicleta por las calles, y la gente no paraba de saludarme. Me encontré con un montón de personas a las que llevaba mucho tiempo sin ver. Y durante el estreno, el público también estaba como loco. Nunca había visto una cosa así, la verdad. Luego hicimos una fiesta y el DJ era buenísimo».
Estamos hablando en un hotel de Toronto y la entrevista ha sido arreglada por la Weinstein Company, distribuidora de St. Vincent. De otra forma es casi imposible arreglar algo con Bill Murray. No tiene agente, representante, relaciones públicas ni demás acompañantes habituales en las superestrellas del cine, de forma que quien quiera contactar con él tiene que llamar a un teléfono gratuito y dejar un mensaje. Si le apetece responder, Murray responde, pero lo normal es que no lo haga.
El actor no tiene problema en reconocer que su indiferencia le ha costado bastantes papeles en películas interesantes, pero el hecho es que ha aparecido en unos 60 filmes, entre ellos en comedias tan taquilleras y apreciadas como Los cazafantasmas, El pelotón chiflado, Atrapado en el tiempo y El club de los chalados, así como en el drama Lost in translation por el que fue nominado al Oscar al mejor actor y siete películas de uno de sus directores preferidos, Wes Anderson, desde Señorita Rushmore hasta El gran hotel Budapest.
Murray tiene un iPad, que según explica usa para jugar al Clash of clans con uno de sus hijos, y un teléfono móvil, que tan solo emplea para enviar y recibir mensajes de texto. «Sencillamente, no me gusta hablar por teléfono», dice.
Leyendas del personaje
Como tantos de sus personajes, Bill Murray es excéntrico e inconformista. Corren muchas historias sobre él y algunas son legendarias. Durante un tiempo solía sorprender a los desconocidos en la calle: se acercaba por detrás, les tapaba los ojos con las manos y, cuando el atónito transeúnte de turno se giraba, el actor le decía: «¡Nadie va a creerte cuando lo cuentes!». A lo largo de los años ha sorprendido a propios y a extraños subiendo a cantar en un bar de karaoke, presentándose por sorpresa en fiestas a las que no lo habían invitado, poniéndose a trabajar de barman porque esa noche le apetecía... Ivan Reitman, quien le dirigió en las películas Los incorregibles albóndigas, El pelotón chiflado y Los cazafantasmas, dice de él: «En su momento, Bill decidió llevar una vida independiente, ecléctica y original. Y se merece hacer todo lo que quiera».
No es de sorprender que su vida doméstica y sentimental resulte un tanto complicada. Nuestro hombre tiene casas en Los Ángeles, Martha's Vineyard y el norte del estado de Nueva York, pero hasta hace poco pasaba la mayor parte del tiempo en un piso en Greenwich Village, en Manhattan. Tiene seis hijos, de entre 14 y 31 años, de sus dos exesposas: Margaret Kelly, con quien se casó en 1981 y de la que se divorció en 1996 tras liarse con Jennifer Butler; y la propia Butler, con quien contrajo matrimonio un año después y de la que se divorció en 2008 en un proceso escandaloso en la que ella lo acusó incluso de violencia doméstica. Entusiasta jugador de golf, Murray también es copropietario de varios pequeños equipos de béisbol... Y más de una vez se ha presentado antes del partido de turno y se ha puesto a vender entradas en la ventanilla del estadio.
El tipo más 'cool' del mundo
Ted Melfi, el guionista y director de St. Vincent, estuvo dejándole mensajes durante seis meses hasta que el actor finalmente convino en encontrarse con él en el aeropuerto de Los Ángeles. Y luego estuvieron hablando del guion durante ocho horas seguidas en el asiento trasero del coche de Murray y en una hamburguesería.
«Tengo claro que Bill es el tío más cool del mundo», dice Melfi, quien supo manejarse con las excentricidades del actor durante el rodaje en Nueva York. «Es la persona más generosa que he conocido en la vida. No tiene problema en dejar lo que esté haciendo y ponerse a hablar con quien sea. En Nueva York se pasaba horas seguidas dejándose fotografiar y hablando con desconocidos por la calle».
La historia narrada en St. Vincent basada en un hecho real se ajustaba a lo que Murray considera fundamental en un guion: «Me gustaba. Tenía un ritmo distinto y la historia era emocionante sin resultar sentimental, lo que yo considero importante. No sigo un plan prefijado en lo referente a mi carrera profesional. Simplemente, escojo los guiones que me gustan y no trabajo en superproducciones. Supongo que podría arreglármelas para que me dieran un papel en la última peli de Terminator, a cambio de trabajar gratis, pero resulta que este año he hecho tres películas y que las tres son bastante buenas».
Queda claro que a Bill Murray no le falta trabajo. Además de protagonizar St. Vincent, el actor ha aparecido también en Rock the Kasbah, el filme de Barry Levinson, y en la muy elogiada teleserie Olive Kitteridge. ¿Su próximo proyecto? Ponerle voz a Balú en la nueva versión de El libro de la selva.
Lidiar con la popularidad
Murray tiene las ideas claras en lo tocante a las responsabilidades que acompañan a la fama y al hecho de que la gente siempre lo reconoce allí donde va. «Como soy un personaje bastante conocido, la gente recuerda sus encuentros conmigo y las cosas que en ese momento hice, pero que yo he olvidado», dice con expresión seria. «Y me alegro de que la gente tenga un buen recuerdo de mí. Tengo un amigo que se acuerda de todas las cosas divertidas que he dicho y me parece estupendo. ¡Espero que este amigo no se muera nunca!».
«La fama es un fenómeno un poco raro, pero tengo la suerte de que las personas se acuerden de mí por unas cuantas cosas que hecho bien en la vida. Uno de los pocos aspectos buenos de la celebridad es que, si haces algo positivo, la gente se fija en ello». Han pasado 30 años desde que él, Reitman, Dan Aykroyd y Harold Ramis crearon el clásico Los cazafantasmas. Murray esboza una sonrisa malévola y dice: «Por entonces tenía claro que iba a hacerme rico y famoso y que vestiría las ropas que me diera la gana y lo haría todo a mi manera».
«Creo que la única razón por la que he podido disfrutar de una vida y una carrera profesional así estriba en que, muy al principio, cierta persona me contó unas cuantas verdades sobre la vida: cuanto más relajado estás, mejor eres y mejor lo haces».
El 'show' de murray
Ser fan de Murray nunca es aburrido. En un mundo donde las celebridades tienden a la uniformidad, él es único. Le encanta sorprender a desconocidos por la calle o entrar los cacahuetes: «Nadie va a creerte», bromea.
El enigma de 'Lost in translation'
Una de las cosas que más le preguntan es qué le dice a Scarlett Johansson al final de Lost in translation. Él ha dado todo tipo de respuestas; le encanta gesticular con manos y labios como si susurrase algo realmente clave, sin decir nada, claro... (Un detallado análisis de audio, que algún fan se ha molestado en hacer, permite escuchar: «Tengo que irme, pero no voy a dejar que eso se interponga entre nosotros, ¿vale?»).
MURRAY CUANDO BESA...
El director de St. Vincent, Theodore Melfi, cuenta que, al llegar al aeropuerto de Atlanta, una mujer se acercó a Murray y le dijo lo mucho que le gustaba. Él respondió que también la quería mucho y la besó. «Pero no un beso en la mejilla. Un beso en los labios, en condiciones. Le alegró el día».
DOTES NATURALES
Antes del estreno de Hyde Park on Hudson, en el que interpreta a Roosevelt, el estudio quiso hacer una prueba con audiencia. Murray estaba presente. Uno de los espectadores comentó la escena en la que Roosevelt nada en una piscina y se aprecia la discapacidad de sus piernas. Y pregunta cómo habían logrado que las piernas parecieran tan enclenques, qué efectos especiales habían usado. No había efectos especiales. Tras las risas generales, Murray apostilló: «¿Ves?, 'eso' es actuar».
EL AMERICANO VIVO MÁS GRANDE.
Su personaje real favorito es Ralph Nader. Además de comprometido activista y de haber sido candidato presidencial independiente, es quien impuso el uso obligatorio del cinturón de seguridad en los coches. «En 1965 había 55.000 muertos al año en las autopistas. Nader ha salvado a un par de millones de personas hasta ahora. Y esa es solo una de las cosas que ha hecho. Hicieron una película sobre un alemán que salvó a cientos de judíos. Un gran hombre, sin duda. Merecía la película. Pero de este tipo, Ralph, ¡no hay ningún filme hecho! Y ha mejorado la calidad de vida del mundo entero».
Gran comunicador...
Cuando rodó 'Atrapado en el tiempo', se estaba divorciando de su primera esposa. La cosa estaba complicada y él desaparecía durante horas. El director y el estudio le pidieron que contratase un asistente personal, para gestionar mejor su relación con el equipo. Contrató un asistente sordo, que solo se comunicaba por lenguaje de signos.
¿GARFIELD?
Uno de los grandes misterios sobre Murray es por qué, justo después de ser nominado al Oscar en 2004, aceptó poner voz a Garfield. Según él, leyó por encima el guion y vio que estaba firmado por Joel Coen. Reconoció el nombre como uno de los autores de 'Fargo' y 'El gran Lebowski' y aceptó. Cuando empezó a grabar su papel, vio que el texto iba de mal en peor. «Pero qué coño estaba pensando Coen?», dijo. Entonces le explicaron que el guion era de Joel Cohen, no Coen. (En 2006, Murray hizo la segunda parte de Garfield, con conocimiento de causa...).
Dos tipos con mucho humor Bill Murray con Dan Aykroyd en 1985. Ese año arrasaban en taquilla con 'Los cazafantasmas'. El éxito de la película consagró a Murray como actor cómico, papel que para los norteamericanos ya bordaba desde 1977 en el programa 'Saturday night life'.
SOLTERO, PERO NO SOLITARIO
Murray ha estado casado dos veces. Su segundo matrimonio, con Jennifer Butler, diseñadora, duró 26 años, pero terminó de mala manera. Butler, que ahora tiene 48 años, pidió el divorcio en 2008 y lo acusó de violencia doméstica, infidelidad y adicción al sexo, a la marihuana y al alcohol. Luego retiró las acusaciones. El divorcio se saldó con el pago de siete millones a Butler, además de los gastos de sus cuatro hijos. Desde entonces, a Murray no se le conoce pareja. Él insiste en que no quiere tener novia. No es que no pueda o no tenga ocasión, bromea, pero no se siente con ánimo. Asegura que no se siente solo. Tiene, para empezar, seis hijos (dos de su primer matrimonio). Como invitado a la boda de George Clooney y Amal Alamuddin, le preguntaron si no se animaría él y respondió: «Sí, sería bonito pasar por algo así, pero hay ciertas cosas que yo ya no estoy dispuesto a hacer».Dos tipos con mucho humor.
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