Estado islámico: Un periodista en el corazón del mal
Es el lugar más peligroso del planeta,
la gran amenaza terrorista. Durante diez días, un periodista recorrió el
territorio del Estado Islámico con combatientes ansiosos por cometer
asesinatos en masa. Entre su equipaje, cápsulas venenosas para
suicidarse... si fuera necesario. Este es, en exclusiva, su diario de
viaje.
Criticó sin tapujos a los Estados Unidos por intervenir en Afganistán e Irak. Su nombre se asocia en Alemania a reportajes y libros sobre el conflicto en Oriente Medio, región que ha visitado con frecuencia. Con estas credenciales, Jürgen Todenhöfer periodista, escritor y padre de tres hijos pasó
cuatro meses negociando con miembros del Estado Islámico (EI). A través
de Skype contactó con Christian E., un alemán de 1,80 metros y 150
kilos, que, tras convertirse al islam, responde al nombre de Abu Qatada. Todenhöfer quería viajar al corazón del califato,
y Qatada representante del EI ante los medios de comunicación en
tierras germanas era su hombre. Gracias a él, Todenhöfer y su hijo
Frederic viajarían con un salvoconducto sellado por la oficina del
mismísimo califa, Al-Baghdadi, líder absoluto del mayor grupo terrorista
sobre la faz de la Tierra. Con la seguridad, supuestamente,
garantizada, Abu Qatada les daba su primera instrucción: esperar en la
ciudad turca de Gaziantep, a 70 kilómetros de la frontera siria. Es lo
que hicieron durante días, hasta que una mañana apareció un hombre. Les
dio un número de teléfono y una clave: «Alí». Era hora de ponerse en
marcha. Este es su relato.
Primer día: sábado 6.12.2014.
Un coche nos recoge para llevarnos hasta Kilis, último enclave turco. Cerca de la frontera, nos desviamos hacia una granja, donde aguarda una furgoneta sin asientos. Subimos aprisa y nos lanzamos campo a través hacia la valla fronteriza. A cien metros del límite, se abre la puerta corredera y corremos hasta un hombre que nos señala un hueco en el alambre de espino. Acabamos de entrar en territorio del EI.
Unos metros más allá, tras unos árboles, aguardan varios vehículos. Nos reciben cinco hombres con el rostro cubierto. Deben ponernos a salvo cuanto antes; no nos explican el motivo. Subimos a un camión blanco. Dos milicianos del EI se sientan delante [...].
Llegamos a una casa y nos encierran en una habitación. Un marroquí nos cuenta que ya hay unos 50.000 extranjeros luchando con ellos. Lleva pistola y Kaláshnikov; un cinturón de explosivos rodea su cintura. Los combatientes menos en forma se lo ponen para las misiones; si ven que no pueden escapar de los soldados, se inmolan para llevarse por delante a la mayor cantidad posible de enemigos.
Segundo día: domingo 7.12.2014.
Un hombre llama a la puerta por la mañana y nos pregunta: «¿Queréis algo, chicos? ¿Huevos, té?». Al parecer, tenemos servicio de habitaciones. Vuelve a los diez minutos con huevos revueltos, atún en lata, mermelada, pan ácimo y té. «Aquí tenéis. El desayuno típico del Estado Islámico» [...].
A las 15 horas se abre la puerta. Allí está él, Christian E., alias Abu Qatada [...]. Salimos hacia la ciudad siria de Raqa, capital del autoproclamado EI, evitando las carreteras principales por seguridad. Llegamos de noche, aunque hay bastante gente en la calle. Pasamos por una plaza que hemos visto muchas veces en los medios. Aquí expusieron las cabezas de los enemigos decapitados. La vida en Raqa parece normal. Frederic pregunta por los cadáveres de los rehenes asesinados, James Foley y los demás. «Los enterraron en algún sitio», responde Abu Qatada sin inmutarse.
Avanzamos hasta un bloque de viviendas de varios de pisos. Nuestro alojamiento está en la segunda planta. No hay electricidad.
Abu Qatada nos explica que al final del viaje revisarán todo el material de vídeo y fotográfico. Lo normal en tiempo de guerra. Ponemos mala cara. El conductor, que mantiene su rostro oculto, repite las condiciones con brusquedad y una frialdad que pone los pelos de punta. ¿Lo hemos entendido? Reina un silencio gélido. El ambiente ha cambiado. No queda nada de la cálida bienvenida en el campo de reclutamiento del EI.
A nuestro grupo se une un joven fibroso: barba corta, gafas y una melena larga y oscura. Se llama Abu Lot. «¿De dónde viene el nombre?», pregunto. «Lot estaba en contra de la homosexualidad, por eso escogí este nombre». Frederic se esfuerza para contener la risa. Abu Lot es alemán, de raíces marroquíes. Nos cuentan que los yihadistas magrebíes juegan sobre todo al fútbol. Bromea diciendo que no tardarán mucho en conquistar Catar y que entonces ellos organizarán el Mundial.
Tercer día: lunes 8.12.2014.
La mañana arranca con una discusión. No podemos pasear por Raqa. Debemos quedarnos en la casa hasta proseguir viaje, hacia Mosul, en Irak. ¿No podemos ver al rehén inglés, el periodista John Cantlie? ¿O al decapitador Yihad John? «No», responde Abu Qatada [...].
El conductor de rostro cubierto dice que no se fía de los periodistas [...]. «¿Por qué insistís en ver a Yihad John, como lo llamáis, o al inglés? ¿Por qué no os interesáis por el sufrimiento de los musulmanes que viven aquí?». Propone grabar a Cantlie entregándonos cartas para su madre y el primer ministro David Cameron. Incluso podremos hablar con él. No aceptamos. Me gustaría verlo y tratar de ayudarlo, pero no tomaré parte en un show propagandístico del EI [...]. El conductor ya no quiere hablar. ¿Vamos a Mosul o volvemos a Turquía? [...].
En la habitación, a solas los dos, Frederic, blanco como la pared, se sienta y me susurra: «Creo que el conductor es Yihad John. Ojos entrecerrados, nariz aguileña, acento británico... Nunca olvidaré su voz». El corazón me da un vuelco: ¿el verdugo del periodista estadounidense James Foley y otros rehenes es nuestro conductor? Nos quedamos en silencio, mirándonos [...].
Cuarto día: martes 9.12.2014.
Seguimos hacia Mosul. Nos enteramos de que Abu Lot, uno de nuestros guías, llegó desde Alemania con Abu Qatada y otros cuatro jóvenes. Dos de ellos han muerto. Uno era Robert B. Quería participar en una «operación de martirio», no pensaba en otra cosa. Esperó varios meses hasta que se lo permitieron. Había otros 160 por delante de él en la lista. La demanda es muy alta. Robert B. se habría llevado a 50 personas con él al más allá [...].
Un arco negro y amarillo se extiende sobre una carretera de varios carriles. Estamos en el corazón del EI. Controlan la ciudad cinco mil combatientes, de unos dos millones de habitantes. Mosul transmite una odiosa sensación de normalidad. Es una ciudad viva, vibrante, con mucho tráfico y gente por la calle. No olvido que aquí se ha asesinado o expulsado a innumerables chiíes y yazidíes y que miles de cristianos tuvieron que huir. Pero el sufrimiento de los muertos y los expulsados no se ve [...].
Quinto día: miércoles 10.12.2014.
Vamos al hospital acompañados de tres vehículos y seis hombres. El edificio está decorado con emblemas y símbolos del EI. Pasamos por una sala de espera abarrotada.
Un médico lamenta la escasez de medicinas desde que Bagdad cortó los envíos. El suministro de agua se ha deteriorado. La del grifo ya no es potable. Con el EI no tiene problemas, asegura. ¿Qué podría decir? [...].
Cruzamos el Tigris hacia una comisaría. El jefe de policía no pasa de los 40 años y lleva uniforme nuevo verde oliva, un chaleco antibalas norteamericano, al igual que sus botas, cinturón con municiones y pistola. La atmósfera se corta con un cuchillo [...].
El policía explica, con florido discurso, que en la provincia de Nínive y Mosul hay seguridad y estabilidad gracias al EI. Tras años de anarquía, dice, la gente sale de sus casas sin miedo a asaltos o asesinatos. Aún hay robos, añade, pero su número se ha reducido drásticamente. Gracias a Alá y a la policía islámica.
«Supongamos que apresan a un ladrón por robar algo de más de 40 dólares, ¿lo llevan a un tribunal? ¿Cuánto tiempo pasa hasta que le cortan la mano?». El jefe responde a mis preguntas: «El detenido permanece uno o dos días en comisaría, no más. Luego se lo lleva ante el tribunal islámico. Si lo robado supera el valor estipulado para la amputación de la mano, se procede, tal y como establece la ley islámica». Las amputaciones, dice, tienen un efecto intimidador. Robar ya no merece la pena [...].
Sexto día: jueves 11.12.2014.
Visitamos el tribunal. Hablamos con un juez que, entre otros asuntos, se encarga de temas penales. Tiene pendientes entre 30 y 40 casos, algunos de ellos en segunda instancia. Trabajaba como imán en una mezquita cuando el EI tomó Mosul. Le pregunto si quedan jueces que ya estuvieran antes de la llegada de los islamistas. «No, todos fueron ejecutados. Habían puesto las leyes de los hombres por encima de las leyes de Dios».
Abu Qatada nos ofrece asistir a una ejecución. «¿Qué preferís? ¿Un kurdo o un chií?». Se ríe mientras ofrece su catálogo de ejecuciones y amputaciones. Rechazo su propuesta. Frederic se ha quedado de piedra. ¡Qué cinismo! [...].
Nos llevan a una antigua base del Ejército iraquí. En la puerta hay media docena de hombres y niños, de una unidad especial de la policía, vestidos de negro y con boina roja. Portan M16 y Kaláshnikov. Los tres más jóvenes tienen, como mucho, 13 años. No cobran. Sirven por honor, aseguran. No podemos profundizar en el tema, nos avisan de que hay drones volando sobre nosotros. Los policías nos aseguran luego que no tienen miedo de los drones ni de los aviones. Solo temen a Alá. «Acabaremos visitando a Obama en su propia casa», afirman [...].
Nos conducen a la puerta de Mashqi, a las afueras de Mosul. Decimos que nos gustaría mantener una larga charla con Abu Qatada sobre los objetivos del EI. Acceden. Abu Qatada nos cuenta que el objetivo es establecer la sharía. El EI no sabe de fronteras, solo de frentes. Nada detendrá su expansión. «Un día acabaremos conquistando Europa, estamos seguros de ello». Los cristianos y los judíos pueden vivir en el EI si pagan un impuesto de protección. Los chiíes, por el contrario, son renegados y, si no se convierten, acabarán con ellos, al igual que con todos los musulmanes que no sigan al califato.
¿Cree que la esclavitud es un avance? «Un avance, una ayuda, como se quiera ver. Una esclava, una kafira, en manos de un musulmán es mejor que una suelta por ahí, fornicando con unos y otros». Los demás felicitan a Abu Qatada tras la entrevista.
Séptimo día: viernes 12.12.2014.
De mañana estallan bombas muy cerca. No podemos salir hacia Turquía.
Octavo día: sábado 13.12.2014.
Llegamos a Raqa. Los sirios bombardearon la zona hace unos días [...].
Noveno día: domingo 14.12.2014.
De 800 fotos, Abu Qatada la censura ha borrado diez y la entrevista al juez [...]. Abu Lot me pide que ruegue a David Cameron para que haga una oferta realista por el reportero británico John Cantlie. El conductor nos lleva hasta la frontera [...].
Décimo día: lunes 15.12.2014.
Avanzamos en camioneta hasta ver una torre de vigilancia turca. Salimos y echamos a correr. Mi corazón late enloquecido. Llamo a casa. Mi hija Nathalie me grita por no dar señales de vida y se echa a llorar. Ya pasó. «¡Estamos fuera!».
En tierra hostilEl periodista Jürgen Todenhöfer posa con un yihadista durante su viaje de diez días por el Estado Islámico. Todenhöfer cruzó la frontera turca y visitó las ciudades de Raqa, en Siria, y Mosul, en Irak. Todenhöfer cuenta su aventura en un libro, Inside IS, recién publicado en Alemania.
Las calles del horror
Niños, ley y orden. La nueva policía de Mosul, capital del Kurdistán iraquí ocupada por el Estado Islámico, cuenta con varios niños entre sus miembros. No cobran. Sirven por honor. Solo desean mantener la ley y el orden. Varios de ellos posan a las puertas de una base militar con sus M16 norteamericanos y sus Kaláshnikov rusos.
Bienvenidos a Mosul. A la entrada de Mosul, un arco con la bandera negra del Estado Islámico e inscripciones en árabe dan la bienvenida al visitante. El mensaje queda bastante claro: «Califato bajo el camino del profeta. Estado Islámico. No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta».
Moda femenina. Las mujeres deben salir a la calle totalmente cubiertas. Un cartel explica que el velo ha de ser grueso, holgado, opaco e integral; no puede parecerse a ropa de hombres ni ser decorativo ni atractivo al estilo de los no creyentes. Queda prohibido, asimismo, usar perfume.
Oraciones callejeras. Las mezquitas de la ciudad están abarrotadas durante el rezo de los viernes. Cientos de creyentes se tienen que amontonar en las calles para la oración. A esas horas, todas las tiendas permanecen cerradas.
Matrícula de honor. Los vehículos utilizan matrículas como las de este Mercedes, donde se lee: «Estado de califato. Dios y su profeta». El vehículo condujo al hospital de Mosul a tres mujeres, a las que el fotógrafo Frederic Todenhöfer no pudo retratar. Se lo prohibieron.
Educación para la vigilancia. Este joven de 15 años es uno de los miembros juveniles del cuerpo de policía. Armado con su fusil Kaláshnikov, patrulla las callesdel centro comercial de Mosul, en la zona iraquí del territorio del Estado Islámico. «Estamos aquí para ayudar», dice.
150 kilos de fanatismo. Este orondo personaje llamado Christian E., alias Abu Qatada, fue el acompañante de Jürgen Todenhöfer durante su viaje. Es alemán y trabaja como representantedel Estado Islámico ante los medios de comunicación.
Un combatiente cuenta que ya hay unos 50.000 extranjeros luchando por su causa. Lleva un cinturón de explosivos. Lo usa si va de misión; si no puede escapar, se llevará consigo a los soldados enemigos.
Entrevista Jürgen Todenhöfer
XL. ¿Por qué el EI lo invitó justo a usted?
J.C. Yo también me lo pregunto. Circula el rumor de que pagué para que me invitaran. Es falso. Supongo que los yihadistas alemanes conocían mis libros.
XL. ¿No se planteó que quisieran usarlo para hacer propaganda?
J.C. Ese riesgo siempre existe. Yo quería descubrir la verdad sobre el EI. Quería datos, hechos. Y eso únicamente es posible sobre el terreno. Solo se puede vencer al enemigo si se lo conoce.
XL. ¿Y qué es lo que el EI quería de usted?
J.C. Lo que cualquiera que recurre a un periodista: explicarse, darse a conocer.
XL. ¿Por qué fue su hijo?
J.C. Frederic se oponía a mi plan e insistió en acompañarme. Tiene 31 años, pero ha hecho muchos viajes peligrosos. Es mi mejor consejero y amigo.
XL. Llevaba pastillas para suicidarse en caso de que fueran retenidos. ¿También para su hijo?
J.C. Llevé cuatro y se las enseñé, claro. No quería dejar en manos del EI la decisión de cuándo teníamos que morir.
XL. ¿Sacó las pastillas en algún momento?
J.C. No.
XL. Habla de normalidad. En Mosul, por ejemplo, ¿vio mujeres en la calle?
J.C. Pocas. Y totalmente cubiertas, salvo las que por edad ya no son 'un peligro' para los hombres. Es la aterradora normalidad del mal.
XL. Estuvo allí en 2003. ¿Ha cambiado mucho?
J.C. Para las mujeres, todo es distinto; además de la limpieza de chiíes y yazidíes que han llevado a cabo. Y que los cristianos tuvieron que pagar para salir...
XL. Los yihadistas, en su libro, hablan sin que usted les diga ni pío...
J.C. En tiempos fui juez: hay que escuchar antes de emitir un juicio. Además, yo no quería debatir, buscaba su confesión. Planean un genocidio, una limpieza religiosa que eclipsará todo lo que ha visto la humanidad. Debemos saberlo todo de ellos.
XL. Ha escrito una carta al califa Al-Baghdadi que se publicó en medios árabes. ¿Cree que le prestará atención?
J.C. En realidad no quiero convencerlo a él, sino a sus seguidores. Las ideologías no se pueden eliminar a bombazos. Hay que rebatirlas y privarlas del sustrato del que se alimentan: las injusticias que cometemos contra los musulmanes, la discriminación a la que los sometemos en Occidente, nuestras guerras en Oriente Medio al margen del derecho internacional...
XL. ¿Qué es lo más importante que ha visto en este viaje?
J.C. El poder del mayor ejército terrorista del mundo. La convicción que muestran esos hombres te deja sin palabras. Quieren que Obama envíe tropas. Los combatientes sueñan con una batalla de tintes apocalípticos; creen que los americanos se lo harán encima.
TÍTULO: Basura Reciclan como chinos,.
foto
Casi todo en China es mayúsculo. Y paradójico. Son los
mayores recicladores del mundo. Pero de los residuos de otros, sobre
todo de los que se desechan en Estados Unidos y la Unión Europea. La
industria del reciclado es un negocio boyante que produce 500.000
millones de dólares al año. Por eso, en China hay ciudades-basurero. El
país produce en total 157.000 millones de basura doméstica cada año.
Pero el reciclado nacional no está bien organizado ni hay conciencia
ecológica ciudadana. Se hace a través de esforzados 'autónomos' como los
de estas fotos.
Primer día: sábado 6.12.2014.
Un coche nos recoge para llevarnos hasta Kilis, último enclave turco. Cerca de la frontera, nos desviamos hacia una granja, donde aguarda una furgoneta sin asientos. Subimos aprisa y nos lanzamos campo a través hacia la valla fronteriza. A cien metros del límite, se abre la puerta corredera y corremos hasta un hombre que nos señala un hueco en el alambre de espino. Acabamos de entrar en territorio del EI.
Unos metros más allá, tras unos árboles, aguardan varios vehículos. Nos reciben cinco hombres con el rostro cubierto. Deben ponernos a salvo cuanto antes; no nos explican el motivo. Subimos a un camión blanco. Dos milicianos del EI se sientan delante [...].
Llegamos a una casa y nos encierran en una habitación. Un marroquí nos cuenta que ya hay unos 50.000 extranjeros luchando con ellos. Lleva pistola y Kaláshnikov; un cinturón de explosivos rodea su cintura. Los combatientes menos en forma se lo ponen para las misiones; si ven que no pueden escapar de los soldados, se inmolan para llevarse por delante a la mayor cantidad posible de enemigos.
Segundo día: domingo 7.12.2014.
Un hombre llama a la puerta por la mañana y nos pregunta: «¿Queréis algo, chicos? ¿Huevos, té?». Al parecer, tenemos servicio de habitaciones. Vuelve a los diez minutos con huevos revueltos, atún en lata, mermelada, pan ácimo y té. «Aquí tenéis. El desayuno típico del Estado Islámico» [...].
A las 15 horas se abre la puerta. Allí está él, Christian E., alias Abu Qatada [...]. Salimos hacia la ciudad siria de Raqa, capital del autoproclamado EI, evitando las carreteras principales por seguridad. Llegamos de noche, aunque hay bastante gente en la calle. Pasamos por una plaza que hemos visto muchas veces en los medios. Aquí expusieron las cabezas de los enemigos decapitados. La vida en Raqa parece normal. Frederic pregunta por los cadáveres de los rehenes asesinados, James Foley y los demás. «Los enterraron en algún sitio», responde Abu Qatada sin inmutarse.
Avanzamos hasta un bloque de viviendas de varios de pisos. Nuestro alojamiento está en la segunda planta. No hay electricidad.
Abu Qatada nos explica que al final del viaje revisarán todo el material de vídeo y fotográfico. Lo normal en tiempo de guerra. Ponemos mala cara. El conductor, que mantiene su rostro oculto, repite las condiciones con brusquedad y una frialdad que pone los pelos de punta. ¿Lo hemos entendido? Reina un silencio gélido. El ambiente ha cambiado. No queda nada de la cálida bienvenida en el campo de reclutamiento del EI.
A nuestro grupo se une un joven fibroso: barba corta, gafas y una melena larga y oscura. Se llama Abu Lot. «¿De dónde viene el nombre?», pregunto. «Lot estaba en contra de la homosexualidad, por eso escogí este nombre». Frederic se esfuerza para contener la risa. Abu Lot es alemán, de raíces marroquíes. Nos cuentan que los yihadistas magrebíes juegan sobre todo al fútbol. Bromea diciendo que no tardarán mucho en conquistar Catar y que entonces ellos organizarán el Mundial.
Tercer día: lunes 8.12.2014.
La mañana arranca con una discusión. No podemos pasear por Raqa. Debemos quedarnos en la casa hasta proseguir viaje, hacia Mosul, en Irak. ¿No podemos ver al rehén inglés, el periodista John Cantlie? ¿O al decapitador Yihad John? «No», responde Abu Qatada [...].
El conductor de rostro cubierto dice que no se fía de los periodistas [...]. «¿Por qué insistís en ver a Yihad John, como lo llamáis, o al inglés? ¿Por qué no os interesáis por el sufrimiento de los musulmanes que viven aquí?». Propone grabar a Cantlie entregándonos cartas para su madre y el primer ministro David Cameron. Incluso podremos hablar con él. No aceptamos. Me gustaría verlo y tratar de ayudarlo, pero no tomaré parte en un show propagandístico del EI [...]. El conductor ya no quiere hablar. ¿Vamos a Mosul o volvemos a Turquía? [...].
En la habitación, a solas los dos, Frederic, blanco como la pared, se sienta y me susurra: «Creo que el conductor es Yihad John. Ojos entrecerrados, nariz aguileña, acento británico... Nunca olvidaré su voz». El corazón me da un vuelco: ¿el verdugo del periodista estadounidense James Foley y otros rehenes es nuestro conductor? Nos quedamos en silencio, mirándonos [...].
Cuarto día: martes 9.12.2014.
Seguimos hacia Mosul. Nos enteramos de que Abu Lot, uno de nuestros guías, llegó desde Alemania con Abu Qatada y otros cuatro jóvenes. Dos de ellos han muerto. Uno era Robert B. Quería participar en una «operación de martirio», no pensaba en otra cosa. Esperó varios meses hasta que se lo permitieron. Había otros 160 por delante de él en la lista. La demanda es muy alta. Robert B. se habría llevado a 50 personas con él al más allá [...].
Un arco negro y amarillo se extiende sobre una carretera de varios carriles. Estamos en el corazón del EI. Controlan la ciudad cinco mil combatientes, de unos dos millones de habitantes. Mosul transmite una odiosa sensación de normalidad. Es una ciudad viva, vibrante, con mucho tráfico y gente por la calle. No olvido que aquí se ha asesinado o expulsado a innumerables chiíes y yazidíes y que miles de cristianos tuvieron que huir. Pero el sufrimiento de los muertos y los expulsados no se ve [...].
Quinto día: miércoles 10.12.2014.
Vamos al hospital acompañados de tres vehículos y seis hombres. El edificio está decorado con emblemas y símbolos del EI. Pasamos por una sala de espera abarrotada.
Un médico lamenta la escasez de medicinas desde que Bagdad cortó los envíos. El suministro de agua se ha deteriorado. La del grifo ya no es potable. Con el EI no tiene problemas, asegura. ¿Qué podría decir? [...].
Cruzamos el Tigris hacia una comisaría. El jefe de policía no pasa de los 40 años y lleva uniforme nuevo verde oliva, un chaleco antibalas norteamericano, al igual que sus botas, cinturón con municiones y pistola. La atmósfera se corta con un cuchillo [...].
El policía explica, con florido discurso, que en la provincia de Nínive y Mosul hay seguridad y estabilidad gracias al EI. Tras años de anarquía, dice, la gente sale de sus casas sin miedo a asaltos o asesinatos. Aún hay robos, añade, pero su número se ha reducido drásticamente. Gracias a Alá y a la policía islámica.
«Supongamos que apresan a un ladrón por robar algo de más de 40 dólares, ¿lo llevan a un tribunal? ¿Cuánto tiempo pasa hasta que le cortan la mano?». El jefe responde a mis preguntas: «El detenido permanece uno o dos días en comisaría, no más. Luego se lo lleva ante el tribunal islámico. Si lo robado supera el valor estipulado para la amputación de la mano, se procede, tal y como establece la ley islámica». Las amputaciones, dice, tienen un efecto intimidador. Robar ya no merece la pena [...].
Sexto día: jueves 11.12.2014.
Visitamos el tribunal. Hablamos con un juez que, entre otros asuntos, se encarga de temas penales. Tiene pendientes entre 30 y 40 casos, algunos de ellos en segunda instancia. Trabajaba como imán en una mezquita cuando el EI tomó Mosul. Le pregunto si quedan jueces que ya estuvieran antes de la llegada de los islamistas. «No, todos fueron ejecutados. Habían puesto las leyes de los hombres por encima de las leyes de Dios».
Abu Qatada nos ofrece asistir a una ejecución. «¿Qué preferís? ¿Un kurdo o un chií?». Se ríe mientras ofrece su catálogo de ejecuciones y amputaciones. Rechazo su propuesta. Frederic se ha quedado de piedra. ¡Qué cinismo! [...].
Nos llevan a una antigua base del Ejército iraquí. En la puerta hay media docena de hombres y niños, de una unidad especial de la policía, vestidos de negro y con boina roja. Portan M16 y Kaláshnikov. Los tres más jóvenes tienen, como mucho, 13 años. No cobran. Sirven por honor, aseguran. No podemos profundizar en el tema, nos avisan de que hay drones volando sobre nosotros. Los policías nos aseguran luego que no tienen miedo de los drones ni de los aviones. Solo temen a Alá. «Acabaremos visitando a Obama en su propia casa», afirman [...].
Nos conducen a la puerta de Mashqi, a las afueras de Mosul. Decimos que nos gustaría mantener una larga charla con Abu Qatada sobre los objetivos del EI. Acceden. Abu Qatada nos cuenta que el objetivo es establecer la sharía. El EI no sabe de fronteras, solo de frentes. Nada detendrá su expansión. «Un día acabaremos conquistando Europa, estamos seguros de ello». Los cristianos y los judíos pueden vivir en el EI si pagan un impuesto de protección. Los chiíes, por el contrario, son renegados y, si no se convierten, acabarán con ellos, al igual que con todos los musulmanes que no sigan al califato.
¿Cree que la esclavitud es un avance? «Un avance, una ayuda, como se quiera ver. Una esclava, una kafira, en manos de un musulmán es mejor que una suelta por ahí, fornicando con unos y otros». Los demás felicitan a Abu Qatada tras la entrevista.
Séptimo día: viernes 12.12.2014.
De mañana estallan bombas muy cerca. No podemos salir hacia Turquía.
Octavo día: sábado 13.12.2014.
Llegamos a Raqa. Los sirios bombardearon la zona hace unos días [...].
Noveno día: domingo 14.12.2014.
De 800 fotos, Abu Qatada la censura ha borrado diez y la entrevista al juez [...]. Abu Lot me pide que ruegue a David Cameron para que haga una oferta realista por el reportero británico John Cantlie. El conductor nos lleva hasta la frontera [...].
Décimo día: lunes 15.12.2014.
Avanzamos en camioneta hasta ver una torre de vigilancia turca. Salimos y echamos a correr. Mi corazón late enloquecido. Llamo a casa. Mi hija Nathalie me grita por no dar señales de vida y se echa a llorar. Ya pasó. «¡Estamos fuera!».
En tierra hostilEl periodista Jürgen Todenhöfer posa con un yihadista durante su viaje de diez días por el Estado Islámico. Todenhöfer cruzó la frontera turca y visitó las ciudades de Raqa, en Siria, y Mosul, en Irak. Todenhöfer cuenta su aventura en un libro, Inside IS, recién publicado en Alemania.
Las calles del horror
Niños, ley y orden. La nueva policía de Mosul, capital del Kurdistán iraquí ocupada por el Estado Islámico, cuenta con varios niños entre sus miembros. No cobran. Sirven por honor. Solo desean mantener la ley y el orden. Varios de ellos posan a las puertas de una base militar con sus M16 norteamericanos y sus Kaláshnikov rusos.
Bienvenidos a Mosul. A la entrada de Mosul, un arco con la bandera negra del Estado Islámico e inscripciones en árabe dan la bienvenida al visitante. El mensaje queda bastante claro: «Califato bajo el camino del profeta. Estado Islámico. No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta».
Moda femenina. Las mujeres deben salir a la calle totalmente cubiertas. Un cartel explica que el velo ha de ser grueso, holgado, opaco e integral; no puede parecerse a ropa de hombres ni ser decorativo ni atractivo al estilo de los no creyentes. Queda prohibido, asimismo, usar perfume.
Oraciones callejeras. Las mezquitas de la ciudad están abarrotadas durante el rezo de los viernes. Cientos de creyentes se tienen que amontonar en las calles para la oración. A esas horas, todas las tiendas permanecen cerradas.
Matrícula de honor. Los vehículos utilizan matrículas como las de este Mercedes, donde se lee: «Estado de califato. Dios y su profeta». El vehículo condujo al hospital de Mosul a tres mujeres, a las que el fotógrafo Frederic Todenhöfer no pudo retratar. Se lo prohibieron.
Educación para la vigilancia. Este joven de 15 años es uno de los miembros juveniles del cuerpo de policía. Armado con su fusil Kaláshnikov, patrulla las callesdel centro comercial de Mosul, en la zona iraquí del territorio del Estado Islámico. «Estamos aquí para ayudar», dice.
150 kilos de fanatismo. Este orondo personaje llamado Christian E., alias Abu Qatada, fue el acompañante de Jürgen Todenhöfer durante su viaje. Es alemán y trabaja como representantedel Estado Islámico ante los medios de comunicación.
Un combatiente cuenta que ya hay unos 50.000 extranjeros luchando por su causa. Lleva un cinturón de explosivos. Lo usa si va de misión; si no puede escapar, se llevará consigo a los soldados enemigos.
Entrevista Jürgen Todenhöfer
XL. ¿Por qué el EI lo invitó justo a usted?
J.C. Yo también me lo pregunto. Circula el rumor de que pagué para que me invitaran. Es falso. Supongo que los yihadistas alemanes conocían mis libros.
XL. ¿No se planteó que quisieran usarlo para hacer propaganda?
J.C. Ese riesgo siempre existe. Yo quería descubrir la verdad sobre el EI. Quería datos, hechos. Y eso únicamente es posible sobre el terreno. Solo se puede vencer al enemigo si se lo conoce.
XL. ¿Y qué es lo que el EI quería de usted?
J.C. Lo que cualquiera que recurre a un periodista: explicarse, darse a conocer.
XL. ¿Por qué fue su hijo?
J.C. Frederic se oponía a mi plan e insistió en acompañarme. Tiene 31 años, pero ha hecho muchos viajes peligrosos. Es mi mejor consejero y amigo.
XL. Llevaba pastillas para suicidarse en caso de que fueran retenidos. ¿También para su hijo?
J.C. Llevé cuatro y se las enseñé, claro. No quería dejar en manos del EI la decisión de cuándo teníamos que morir.
XL. ¿Sacó las pastillas en algún momento?
J.C. No.
XL. Habla de normalidad. En Mosul, por ejemplo, ¿vio mujeres en la calle?
J.C. Pocas. Y totalmente cubiertas, salvo las que por edad ya no son 'un peligro' para los hombres. Es la aterradora normalidad del mal.
XL. Estuvo allí en 2003. ¿Ha cambiado mucho?
J.C. Para las mujeres, todo es distinto; además de la limpieza de chiíes y yazidíes que han llevado a cabo. Y que los cristianos tuvieron que pagar para salir...
XL. Los yihadistas, en su libro, hablan sin que usted les diga ni pío...
J.C. En tiempos fui juez: hay que escuchar antes de emitir un juicio. Además, yo no quería debatir, buscaba su confesión. Planean un genocidio, una limpieza religiosa que eclipsará todo lo que ha visto la humanidad. Debemos saberlo todo de ellos.
XL. Ha escrito una carta al califa Al-Baghdadi que se publicó en medios árabes. ¿Cree que le prestará atención?
J.C. En realidad no quiero convencerlo a él, sino a sus seguidores. Las ideologías no se pueden eliminar a bombazos. Hay que rebatirlas y privarlas del sustrato del que se alimentan: las injusticias que cometemos contra los musulmanes, la discriminación a la que los sometemos en Occidente, nuestras guerras en Oriente Medio al margen del derecho internacional...
XL. ¿Qué es lo más importante que ha visto en este viaje?
J.C. El poder del mayor ejército terrorista del mundo. La convicción que muestran esos hombres te deja sin palabras. Quieren que Obama envíe tropas. Los combatientes sueñan con una batalla de tintes apocalípticos; creen que los americanos se lo harán encima.
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