TÍTULO: BAR CAFÉ AL CAPONE.
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Al Capone cafe es un bar que esta en Madrid, sus clientes son como
politicos o terroristas, por que al Capone era, un jefe de la mafia muy
malvado.Pero tambien es una leyenda creeada entre la gente de este
barrio de Madrid para ser mas respectada y estar liberados de los
peligros.Sus ricos desayunos con tostadas de mantequilla y
mermelada,etc.Las comidas tambien a las 14.24 y cenas.No confundir con
hotel, no lo, es. Cuadros de la pelicula Los Intocables es donde sale Al
Capone y sus hombres.Con su gran pantalla para ver el futbol en su
salòn, sillones comodos,.Los clientes parecen vaqueros o empresarios en
los sillones leyendo la prensa o las revistas,tambien se puede leer
libros.Su belleza de vivir me lleva pensar que mi corazon correra gran
historias contadas por el camarero al dicirme como era este mafioso de
los años 70.Al irme solo quedo con la pena de saber que Al Capone es una
leyenda creada entre los clientes que entre este bar famoso.
TÍTULO: EL LADO TIERNO DE AL CAPONE:
TÍTULO: EL LADO TIERNO DE AL CAPONE:
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La sobrina del mítico mafioso se confiesa.
Fue el enemigo público número 1, el criminal más famoso del siglo XX y pasó a la historia como un hombre despiadado. Tanto que su apellido ha perseguido a su herederos durante años. Deirdre Capone, su sobrina- nieta, se ha atrevido ahora por primera vez contar en primera persona el lado familiar del mafioso más temido de América.
Ser una Capone ha marcado mi vida. Mi padre se suicidó, derrotado ante el estigma familiar. Mi hermano, también.
Jugábamos en el suelo si fuera un oso de peluche; me enseño a andas en bici, a nadar y a tocar la mandolina,.
Mi tía Maffie me dijo: tu tío al jamás daño a propósito a un inocente; pero si alguien quiere hacerte daño ¿ no debes defenderte?.
Había un código de honor - dijo mi abuelo: No importa cuánto odies a tus enemigos, su familia no se toca,. No todos cumplían ese código.,etc.
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En el fondo de un bullicioso café
inclinado sobre la mesa, está sentado un viejo:
con un periódico delante, sin compañía.
inclinado sobre la mesa, está sentado un viejo:
con un periódico delante, sin compañía.
Y en el abandono de su triste vejez
medita cuán poco gozó de los años
en que aún tenía vigor, verbo y belleza.
Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo ve.
Y sin embargo el tiempo en que fue joven le parece
ayer. ¡Qué poco tiempo hace, qué poco tiempo!
Ve cómo de él se burló la Prudencia;
y cómo en ella confió siempre -¡qué locura!-
que falaz decía: "Mañana. Tienes mucho tiempo".
Recuerda impulsos que contuvo y tanto
gozó como sacrificó. Cada ocasión perdida
se burla ahora de su sensatez sin seso.
...Pero de tanto pensar y recordar
el viejo cae aturdido. Y se duerme
apoyado en la mesa del café.
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Gualicho o walichu es el nombre que los indios pampas daban al genio del mal, al diablo, al hermano rebelde del creador Chachao. Pero también se llama gualicho a una hierba o filtro que suele usarse para enamorar por arte de hechicería.
Hoy ya casi nadie cree en estas cosas. Pero en mi pueblo sí creíamos.
Hace muchos años, llegó a Buenos Aires
un joven farmacéutico llamado Bejerman. Su verdadero nombre era
Tortorello, pero el hombre había comprado la antigua farmacia
``Bejerman`` y es sabido que los farmacéuticos llevan el nombre de su
farmacia. Tortorello venia de ser Katz en la ciudad de Azul y supe que
el verdadero Bejerman es ahora Tepliskyen en el pueblo de Pilar.
Pues bien, Bejerman vendía un yuyo que, agregado al mate producía el enamoramiento súbito del que se lo tomaba hacia el cebador.
En el pueblo empezó a comentarse la eficacia casi obscena de aquel producto que Bejerman vendía con fingida reserva.
Todas las tardes, los jóvenes se
reunían a tomar mate en galpones apartados. Las ruedas se iban achicando
vuelta tras vuelta, ya que los repentinos ardores iban excluyendo
del concurso a los sucesivos cebadores y a sus objetos de deseo que, a
su turno, marchaban al galope hacia los yuyales de la vecindad.
Al parecer, el efecto del gualicho
duraba apenas unas horas. Esto lo hacia más atractivo porque permitía
disfrutar de los deleites urgentes sin tener que soportar los trámites
penosos de la ulterioridad.
Con el tiempo, las personas de mayor edad y aun algunos grupos
de matrimonios se aficionaron al uso del yuyo de Bejerman, hasta que
llegó un momento en que todo el pueblo andaba engualichado.
Las idas y vueltas del mate caprichoso solían dibujar fugaces laberintos de amores cruzados.
En ocasiones, alguien recibía mates sucesivos de distintos cebadores.
Otras veces, el cebador que engualichaba a alguien era engualichado a su vez por otra persona.
También había mates tomados por error, manotazos usurpadores y hasta chupadas por turno de un mismo cimarrón.
Yo, en aquel tiempo, no sabia a quien
amaba. Le había dado mate a todas las chicas del pueblo. Pero a decir
verdad, todos habían mateado con todos.
Un día cambiaron al comisario. Nombraron a un tal Barrientos que, ni bien se enteró de estos asuntos, prohibió redondamente el gualicho.
El pueblo se resistió. Las mateadas se
hicieron clandestinas. Pero con Barrientos no se jugaba. En cualquier
momento aparecía en medio de la rueda con cuatro o cinco vigilantes,
secuestraba las pavas, las yerberas y los mates y si se hallaban rastros
de gualicho, los metía a todos en el calabozo.
Por fin el intendente negoció un
acuerdo. El gualicho quedaría prohibido, salvo un día por año dedicado a
la celebración de La Fiesta del Mate. Durante toda esa jornada se podía
engualichar libremente.
Así en mi pueblo, todos los 11 de
agosto nos enamorábamos una o varias veces. La gente tomaba mate en las
calles. Cualquier desconocido podía ser convidado.
Unos años más tarde, para simplificar
las cosas, se instaló un gigantesco mate en la plaza, con miles de pavas
e innumerables bombillas, de suerte que todos cebaban y todos tomaban.
Es decir, todos se enamoraban de todos.
Las orgías de La Fiesta del Mate aún
se recuerdan. Y, por cierto, hay en el pueblo centenares de muchachos
que no saben de qué mate son hijos.
Una noche, no hace tanto tiempo, visité a Bejerman en su casa.
A falta de mate, tomamos un licor que nos sirvió su mujer. A la tercera copita, el farmacéutico cayó en estado confidencial.
—Si me promete no decírselo a nadie, voy a contarle algo: el gualicho no existe.
Lo que traje a este pueblo es un yuyo cualquiera, creo que contra el
resfrío. Pero la gente creyó que enamoraba. Y enamorarse es creer que
uno se enamora. Todos pensaban que algo los empujaba. Y era cierto. Pero
ese algo, si me permite el lugar común o acaso la
grosería, lo llevaban dentro. Además hay algo que lamentar entre tanta
polvareda. En todos estos años nadie se enamoró de verdad. Todos creían
ser victimas del gualicho y los amores eternos duraban dos horas. El
único que se salvó de esa desgracia fui yo. Yo sabía que no había yuyo
que valiera y entonces viví amores puros, sin trampas ni gualichos. Y por
eso estoy al lado de esta mujer, por una decisión soberana de mi
corazón. Nadie me hechizó. Nadie me cebó un mate embrujado...
En ese momento, la mujer, que volvía de la cocina, le dijo mientras le ponía la mano en le hombro:
—Eso es lo que vos te creés.
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