TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - DESAYUNO - CENA - MARTES - MIERCOLES - EL DESTINO DE NUESTROS AHORROS,.
EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - DESAYUNO - CENA - MARTES - MIERCOLES - EL DESTINO DE NUESTROS AHORROS, fotos.
EL DESTINO DE NUESTROS AHORROS,.
Si entre mis lectores se cuenta algún modesto ahorrador, habrá
observado que desde hace algún tiempo los bancos ya no le pagan
intereses; o, en todo caso, le pagan unos intereses birriosos, que ni
siquiera mitigan los efectos de la inflación. Si este modesto ahorrador
se queja en el banco donde guarda sus ahorros, le responderán -tratando
de excitar su codicia- que, si desea obtener mayor rendimiento, deberá
meter sus ahorros en un ‘fondo de inversión’. Pues la consigna de la
canalla financiera es obligar a los ahorradores a participar de estos
enjuagues, so pena de que sus ahorros se devalúen. Conviene, sin
embargo, que sepamos cuál es el destino de nuestros ahorros, antes de
dejarnos excitar por la codicia.
En otras épocas, los bancos recibían el dinero de sus depositantes y
lo empleaban para hacer préstamos a empresas y particulares, a cambio de
un interés que servía para que el dinero de sus depositantes no se
devaluase, así como para que el banco obtuviese unos legítimos
beneficios. Tales préstamos, además, eran concedidos a empresas y
particulares próximos, pues los bancos tenían un radio de acción
restringido; de tal modo que el dinero de los depositantes servía para
dinamizar las economías locales; y si el banco tenía una función social,
como ocurría con las cajas de ahorro, podía incluso socorrer a familias
necesitadas, o financiar instituciones benéficas. Este funcionamiento
sano de los bancos se vio muy perjudicado cuando se impuso la banca de
reserva fraccionaria, que permitió la multiplicación del dinero
circulante y su conversión en una ‘niebla de las finanzas’ errabunda. Y
esta ‘niebla de las finanzas’ auspició el surgimiento de ‘productos
financieros’ que, por supuesto, ya no sirven para dinamizar las
economías locales, sino más bien para destruirlas. Esteban Hernández lo
explica muy elocuentemente en su excelente ensayo Los límites del deseo,
que ya hemos recomendado. Nuestros ahorros, conducidos por los bancos
hacia los llamados ‘fondos de inversión’, son empleados para adquirir
acciones de muchas empresas, de manera que luego puedan desplazarse
fácilmente de unas a otras, como quien cambia de número jugando a la
ruleta. ¿Y cómo se consigue que las empresas resulten atractivas a los
‘fondos de inversión’? Pues generando una rentabilidad máxima a corto
plazo, aunque tal rentabilidad haga inviable la subsistencia de la
empresa a medio y largo plazo. Hay que lograr que las acciones de esa
empresa se disparen; y, para lograrlo, estos ‘fondos de inversión’
presionan para que la empresa despida trabajadores, adquiera materias
primas más baratas, se ‘deslocalice’ y se haga más ‘versátil’,
reduciendo sus costes de producción. De este modo, las acciones de la
empresa participada por los ‘fondos de inversión’ engordan
artificialmente y nuestros ahorros se acrecientan. Pero, tras pegar el
pelotazo bursátil, muchas de estas empresas se deshacen como un suflé.
Para entonces, sin embargo, el ‘fondo de inversión’ ya habrá emigrado y
se habrá lanzado sobre otra empresa, a la que de inmediato hará también
‘rentable’; y, una vez que la haya ordeñado hasta dejarla exhausta, se
lanzará sobre otra, eligiendo preferentemente empresas en situación más
débil, a las que ‘saneará’ imponiendo reestructuraciones de personal,
venta de activos y otros birlibirloques infames. Así nuestros ahorros se
acrecientan, a la vez que enriquecen a especuladores y arrasan la
economía productiva.
Porque nuestros ahorros, que antaño se empleaban en potenciar la
economía local, hoy se ponen al servicio de flujos de capital que se
mueven más rápido que nube de langostas o bandada de vampiros, en busca
de lugares donde poder rapiñar un beneficio inmediato. Nuestros ahorros
hoy sirven para que los fondos de inversión compren empresas y las
obliguen a despedir trabajadores o trasladarse a un paraíso fiscal.
Nuestros ahorros hoy sirven para comprar deuda de un país en aprietos y
obligarlo a priorizar la devolución del préstamo (con unos intereses
usurarios) sobre su gasto en sanidad. Quienes excitan nuestra codicia,
proponiéndonos que invirtamos en “productos financieros”, nos ocultan el
destino de nuestros ahorros; pero conviene saberlo, para que nuestra
decisión sea verdaderamente moral.
Por supuesto, a veces puede ocurrir que estos peligrosos enjuagues
financieros fracasen; y entonces nuestros ahorros se esfuman. Pero,
antes de esfumarse, han contribuido a destruir puestos de trabajo en una
empresa de Sebastopol, o a que los hospitales de un pequeño país ignoto
en los arrabales del atlas se queden sin partida presupuestaria. En el
pecado llevamos la penitencia.
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