Bernie Madoff cumple una condena de 150 años por arruinar a miles de
inversores y ‘evaporar’ 45.000 millones de euros. Su mujer, que fue
declarada inocente, vive en una pequeña ciudad de Connecticut con la
mayor discreción posible.
Toco el timbre y se oye una vocecita: «¡Ya voy!». Llega corriendo con
una sonrisa en los labios. Es ella, pero distinta. Todo el mundo en
Estados Unidos conoce su cara de señora bien del Upper East Side de
Manhattan. Sin embargo, la mujer que tengo delante se comporta como una
anciana encantadora.
Menuda, vestida con mallas negras y top blanco ajustado; en el
rostro, una expresión indefinida que no coincide con su sonrisa. las
arrugas de la desgracia tal vez. Me presento, le recuerdo que entrevisté
a su hijo Andrew. Con solo decir su nombre, el semblante de esta mujer
cambia, como si entrara en un círculo muy íntimo y cerrado donde nadie
podrá penetrar jamás. Fui una de las personas que conoció a Mark y
Andrew, sus dos hijos.
Uno se suicidó, al otro se lo llevó un linfoma. Desaparecieron tras la quiebra del siglo, que arruinó a miles de ahorradores en todo el mundo.
Los Madoff en 2002 en su casa de
Montauk (Nueva York), una de sus muchas viviendas, donde solían pasar
los fines de semana y organizar fiestas
Ruth Madoff lo ha perdido todo: su marido, en la cárcel con una
condena de 150 años; su reputación; sus relaciones, en la alta sociedad
judía neoyorquina; sus apartamentos y villas en Nueva York, Florida, los
Hampton y la Costa Azul. Y lo más duro, sus hijos.
“Me llama por teléfono de vez en cuando. Le contesto por pena. Hablamos cinco minutos. Lee mucho”
Ruth vive sola con Dolce, una gata blanquinegra que acaba de adoptar.
La acompañan las fotos que se amontonan en las paredes y que le
«encanta mirar», reconoce con la voz apagada. Su hijo Mark de niño
vestido de astronauta en Halloween, de adolescente en su Bar Mitzvah y
de adulto en la isla de Nantucket posando con un pez enorme que acababa
de pescar.
Los hijos y su fatal destino: Madoff
con sus dos hijos. Andrew, el más joven (en el centro), murió en 2014
de cáncer, a los 48 años. Mark se suicidó en 2010, colgándose de una
tubería con la correa del perro. Tenía 46 años
Su hijo Andrew con su moto BMW y sus nietos. Pero ninguna de Bernie,
el mayor estafador de todos los tiempos. «Lo siento por él, pero lo ha
destruido todo. Jamás podré perdonarlo». Y se lamenta: «Me pregunto qué
necesidad tenía de actuar así. No supo salir de la trampa, pese a ser un
hombre muy inteligente; los departamentos de asesoría legal y de
trading de la empresa eran revolucionarios. Estaba muy orgullosa de él».
El hombre de su vida
Al principio, Ruth visitaba a su marido en la prisión de Butner, en
el estado de Carolina del Norte. «No había cambiado mucho físicamente.
Parecía tolerar bien la cárcel y sus compañeros son personas más o menos
sanas. Después dejé de ir a verlo. Todavía me llama de vez en cuando y
contesto porque siento pena por él. La última vez fue hace dos días.
Habla poco. Me pregunta por mí y por la gata. Sé que lee mucho. Le conté
que acababa de venir de Míchigan, donde asistí a la entrega de diplomas
de nuestra nieta. La conversación nunca dura más de cinco minutos».
“No soy buena compañía. Me da miedo que me sigan. Gracias a Dios no me han agredido”
Da la impresión de que Ruth no puede estar resentida por completo con
Bernie, el hombre de su vida. «Crecimos juntos. Tenía 13 años cuando lo
conocí [él, 16], ¿se da cuenta?». Durante la conversación, los únicos
momentos donde se ilumina su mirada azul y regresa su sonrisa es cuando
habla del que fuera socorrista. «Me parecía muy guapo. Entre nosotros
había una atracción física muy fuerte. Y me quería mucho, lo que
evidentemente me agradaba. Pero tenía 18 años cuando me casé con él y es
un error hacerlo tan joven. Por eso, nunca tuve una carrera. Estudié
nutrición, un tema que me apasionaba. Algunas mujeres de mi generación
tuvieron éxito. Yo no. Me arrepiento». Y añade: «Aunque podría haber
sido peor».
“Tenía 13 años cuando lo conocí. Era muy guapo. Entre nosotros había una atracción muy fuerte”
Su apartamento es casi monacal comparado con el de Lexington Avenue, donde vivía. Los muebles son escasos y baratos.
Ha tenido que aprender a distinguir entre lo indispensable y lo superfluo:
una cocina americana que se abre al salón, una mesa de madera clara,
pocas sillas. Es obvio que Ruth Madoff no tiene muchas visitas. «No soy
buena compañía. Cuando salgo, me da miedo que me sigan. A veces me
reconocen en el tren. Gracias a Dios nunca me han agredido». Tampoco
vive en la miseria: el apartamento de dos habitaciones mide unos 80
metros cuadrados, con un balcón que da al jardín de una residencia de
Greenwich, ciudad elegante de Connecticut, a una hora de Manhattan. Un
exilio que ha escogido ella misma para estar cerca de sus nietos, su
única alegría.
«Francamente, habría podido vivir sin tanto lujo», admite. Como su
marido, nació en un barrio modesto de Queens y ni él ni ella se habían
imaginado llegar a ser tan ricos. Le encantaba viajar y lo aprovechó.
El matrimonio Madoff en 1981, cuando ya habían hecho fortuna gracias a los fondos de inversión
«Tenía oficinas en Londres, una ciudad que me encanta. Íbamos a
menudo. Mis mejores recuerdos son las vacaciones en Montauk. La casa
junto al océano que construimos por 750.000 dólares se revendió por
nueve millones sin que haya visto un duro… Todo fue a parar a las
víctimas», detalla. Una gota de agua en el océano de las pérdidas:
45.000 millones de euros. «También teníamos un apartamento en el cabo de
Antibes, modesto pero encantador. Pasábamos allí un mes en verano.
Teníamos amigos allí y nos íbamos con ellos en nuestro barco».
“No me sorprendería que hubiera tenido amantes. Era muy ligón. Por qué no lo dejé? Me sustaba estar sola. ¡Patético!”
Mimada por esa vida de ensueño, Ruth se anestesió. Del fraude de su
marido ni sabía nada ni había visto nada, concluyeron los investigadores
del FBI que la declararon inocente, al igual que a sus hijos, aunque
trabajaban en la sociedad. Y cuando le pregunto qué pensaba de la
confesión de Sheryl Weinstein, una financiera que escribió un libro en
el que afirmó haber sido la amante de Bernie, responde: «Ah, eso, es que
él era muy ligón. Quién sabe si no tuvo más. No me sorprendería…
Debería haberlo dejado. No sé por qué no lo hice. Me acuerdo del dibujo
de un humorista que decía. ‘El asesinato, vale, pero el divorcio jamás’.
Soy de esa generación. Y desde luego me asustaba estar sola. Nunca
había estado sola. ¡Es patético!».
Ruth Madoff no muestra rencor ni depresión. «Aquí, en Greenwich, los
vecinos son muy amables. Me han acogido muy bien». Su única inquietud es
el alzhéimer. «Mi padre cayó enfermo cuando tenía 70 años y yo tengo
76. Pierdo la memoria, me olvido de pegar los sellos en las cartas.
Tendré que hacerme pruebas». No está inactiva y pasa el día dedicada al
voluntariado. «Me encanta ser útil». Enseña inglés a inmigrantes y
colabora con una asociación que lleva alimentos a los ancianos que no
pueden salir de sus casas. Ella, que votó a Hillary Clinton, se
avergüenza de Donald Trump por amenazar con suprimir las subvenciones
públicas a esta obra solidaria. Se considera «feminista». Y libre.
Su capital está seguro
Ruth conoció a
Michelle Pfeiffer, que interpreta su
papel en la película, para que la actriz pudiera impregnarse de su
personalidad. «Me gustó -dice con desenvoltura-. Creo que soy una buena
persona y quiero que eso se vea en la pantalla». Entre las víctimas de
su marido hay amigos, allegados e incluso miembros de su familia. ¿Y?
¿No es ella también una víctima? Todos estaban en el mismo barco sin
saber que el capitán estaba desquiciado. Y en el naufragio, cada uno a
lo suyo. Algunos viven en la indigencia y eso él se lo ha ahorrado.
Ruth en una foto reciente en Greenwich, la ciudad donde vive ahora
Ruth conduce un Toyota Prius. Evidentemente, nada que ver con un
Jaguar o un Mercedes, pero aun así le queda con qué vivir y alquilar
este apartamento de 2900 dólares al mes. Conserva incluso algunos signos
exteriores de riqueza, como un bolso de Goyard, el peletero de la plaza
Vendôme de París que chifla a los estadounidenses, y un reloj de
Cartier que jamás se despega de su muñeca.
Tras la condena de su marido y la liquidación de su fortuna personal,
el tribunal le atribuyó una cantidad de 2,5 millones de dólares. Ella
utilizó una parte para pagar a los abogados. El resto la invirtió.
Actualmente lleva sus propias cuentas. Asegura rotundamente que paga sus
facturas sin tocar su capital principal. «He invertido en productos muy
seguros», explica como una experta. Cuando uno se apellida Madoff, no
se fía de cualquiera.
La película
Bernie y Ruth Madoff fueron la pareja más detestada de Estados Unidos
y se han convertido en protagonistas de un filme. Michelle Pfeiffer y
Robert de Niro les dan vida en
El mago de las mentiras, que se emitirá en HBO. «Soy una buena persona y quiero que eso se vea en la película», dice Ruth Madoff.
TITULO: REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA -MIGUEL FALOMIR,.
fotos - MIGUEL FALOMIR,.
Miguel Falomir: mis rincones preferidos del Prado,.
El museo ha nombrado recientemente a un nuevo director. Miguel
Falomir es un hombre de la casa de toda la vida. Nadie como él para
guiarnos por los grandes secretos y retos de esta institución, que
pronto cumplirá doscientos años.
Tenía nueve años cuando visitó por primera vez el Museo del Prado.
Fue una tía suya la que lo llevó al museo en el que lleva trabajando 20
años. Todo un acontecimiento para este valenciano de nacimiento (1966),
pero ‘conquense-veneciano’ de sentimiento. «Uno de esos recuerdos que
quedan de por vida», dice.
Hace tres meses que Miguel Falomir es el nuevo director de uno de los
museos más importantes del mundo; el primer director elegido dentro de
la casa desde el año 60. Toda una carrera como brillante conservador de
pintura italiana y los dos últimos años como director adjunto de la
pinacoteca lo postularon como el candidato ideal después de la repentina
renuncia de Miguel Zugaza, al frente del Prado durante 15 años de
gestión.
Con un perfil mucho más académico que su antecesor, Falomir encara
con ilusión los grandes retos de un museo que, a punto de cumplir su
bicentenario, nunca había disfrutado de tan buena salud. Es el museo que
lo ha visto crecer desde los 31 años, donde se convirtió, como dijo
Zugaza, en «uno de los grandes historiadores del arte que hacen historia
en un gran museo». Ahora, también está dispuesto a hacer historia. Nos
lo cuenta mientras nos descubre los rincones de su Prado más íntimo y
personal.
XLSemanal. ¿Qué tal lo lleva? Supongo que anda aún un poco revolucionado.
Miguel Falomir. Al principio un poco asustado, pero
no deja de ser un honor dirigir una institución como esta. Con la
tremenda ventaja de llevar aquí 20 años.
XL. ¿Por qué escogió los estudios de Historia del Arte?
M.F. Desde que tenía siete años sabía que iba a
estudiar Historia. Y desde edad muy temprana sabía que quería dedicarme a
la época del Renacimiento.
XL. ¿Cómo podía tener tan claro a esa edad lo que quería estudiar?
M.F. Llegué a la Historia por las películas de Errol Flynn, que marcaron mi vida. Veía
Robin de los bosques,
El capitán Blood y me hacían vibrar. Recuerdo ver las películas y después ir a la enciclopedia a buscar quién era Ricardo Corazón de León.
“Robin Hood marcó mi vida”
XL. ¿Sus padres alentaron esa curiosidad?
M.F. Me llevaban a museos. Pero toda mi familia viene del mundo del Derecho. Yo soy la oveja negra [se ríe].
XL. Cuando llegó al Prado, hace 20 años, el Prado era muy diferente. Y usted también debía de serlo.
M.F. Era un magnífico contenedor de pinturas, pero
no daba los servicios que debe dar un museo del siglo XXI [no había
audioguías ni cartelas en inglés…]. Ahora es mucho más ambicioso; el
número de trabajadores ha crecido y el de los visitantes también. Yo
tenía 31 años cuando llegué y era bastante pardillo [se ríe].
XL. ¿Cuáles son sus prioridades?
M.F. Por lo pronto, cubrir la plaza del Departamento
de Pintura Italiana que he dejado vacante. Pero no es fácil porque el
español es reacio a estudiar arte no español. Si no, tendremos que
recurrir a buscar fuera de España. Yo siempre digo que esta es una
profesión con índices pavorosos de paro, pero invito a los estudiantes a
que abran fronteras. No hay nadie, por ejemplo, en estos momentos
especializándose en Rubens o Roger van der Weyden.
XL. ¿Cree que el museo ha sido elitista?
M.F. Los museos siempre lo han sido y ahora estamos
en el momento más democrático de su existencia. El Prado ha pasado de
los 900.000 visitantes en los años ochenta a los tres millones actuales.
Pero todavía las columnas de la fachada imponen demasiado respeto. Hay
que ampliar la base social. El arte se puede disfrutar sin tener una
preparación específica, es una cuestión de sensibilidad. Hay que venir
relajado, dispuesto a pasarlo bien.
“Cuando llegué al Museo del Prado, tenía 31 años y era bastante pardillo”
XL. Con la democratización de los museos también ha llegado el turismo de masas.
M.F. Sí, está el riesgo de que la visita se convierta en un tormento. Cuando voy al Louvre, en la sala de
Mona Lisa
no puedes ni entrar; y la última vez en el Museo Británico me di la
vuelta; ¡parecía una manifestación! Es uno de los grandes retos: que la
afluencia masiva no vaya en detrimento de la experiencia. Yo todavía no
he visto una respuesta eficaz.
XL. Philippe de Montebello -30 años como director del
Metropolitan de Nueva York- dice que el Prado es el museo mejor
gestionado del mundo. ¿Lo cree?
M.F. ¡Si lo dice Montebello! Hemos sido ambiciosos
sin volvernos locos. ¿Cuántos museos han tirado la casa por la ventana
para hacer unas ampliaciones maravillosas que los han llevado a la
bancarrota? No nos hemos embarcado en aventuras en Abu Dabi ni en
proyectos imposibles. No nos hemos dejado seducir por cantos de sirena.
XL. ¿Cuál es el llamado ‘método Prado’ del que hablan en otros museos fuera?
M.F. Cuando llegué al Prado, recuerdo un titular de
la prensa extranjera que decía. «El Prado: el museo enfermo de Europa».
Solo salíamos en los periódicos por goteras y todo tipo de desgracias.
El cambio ha sido brutal. He asistido a cosas que si me preguntan que
iban a pasar hace 20 años no me lo hubiera creído. He visto al Museo del
Louvre venir aquí para asesorarse sobre cómo abrir todos los días de la
semana, medida en la que el Prado fue pionero en Europa, y también a la
Gemäldegalerie de Berlín copiarnos el sistema de cartelas. Eso antes
era inconcebible.
El despacho en el Casón del Buen
Retiro: “Está aún poco vivido, porque Zugaza estaba en el edificio de
oficinas -Aldeasa- detrás del museo. Apenas pasaba por este, pero yo lo
prefiero; estoy más tranquilo”
XL. ¿Y cuál es el talón de Aquiles?
M.F. La financiación. A pesar de las limitaciones
legislativas, al no haber una ley de mecenazgo, el Prado ha llegado en
una década a un increíble 72 por ciento de autofinanciación a fuerza de
poner la máquina a todo meter. La máquina está caliente caliente y puede
aguantar un tiempo, pero en estos momentos necesitamos que la partida
de asignación estatal crezca.
XL. En su toma de posesión, el presidente del Patronato, José
Pedro Pérez-Llorca, dijo que el Prado es un símbolo irrenunciable. Es
de los pocos consensos políticos que existen en España.
M.F. Sin el pacto parlamentario del año 1995, si no
hubieran decidido un consenso todos los políticos que, además, han
cumplido de forma escrupulosa, hubiera sido imposible para el Prado
haber dado el salto que ha dado. Ningún partido político ha intentado
aprovecharse de la institución para hacer política. En ese sentido, ha
habido una gran generosidad. Debería haber un ‘modelo Prado’ de consenso
para los grandes asuntos de este país.
“¿Cuántos museos han tirado la casa por la ventana y están en bancarrota? El Prado no se ha dejado seducir por sirenas”
XL. ¿Está de moda el arte antiguo?
M.F. La pintura antigua no está de moda. Pero, sobre todo, el arte anterior a Goya no está de moda aquí ni en ningún otro sitio.
XL. ¿Hay que remar a contracorriente frente a tantos museos de arte contemporáneo?
M.F. Es necesario intentarlo. Hay que conseguir que
la gente venga y que no crea que esto es una anticuaria, sino que piense
que tiene algo que decirle, que puede emocionarle. Es una institución
que va a cumplir 200 años y quiero pensar que seguirá viva otros 200,
pero tampoco podemos cambiarla por los gustos de cierta parte de la
población porque te vuelves loco. Y tampoco puedes estar de espaldas a
la sociedad. Hay que conseguir ese equilibrio.
“La financiación es nuestro gran talón de Aquiles. Necesitamos que crezca la partida de asignación estatal”
XL. ¿De ahí la importancia de incorporar el arte contemporáneo?
M.F. Es una de las muchas formas. Hay que invitar a
otras miradas, pero no se puede mostrar arte contemporáneo per se porque
para eso está el Reina Sofía. A mí lo que me interesa es que el museo
siga siendo una fuente de estímulo para el arte contemporáneo. Lo fue
para los artistas del XIX, para los impresionistas, para Picasso y tiene
que seguir siéndolo.
XL. Usted ha dicho que el perfil de Zugaza no tiene nada que ver con el suyo. ¿En qué sentido?
M.F. Somos bastante distintos. Su perfil es el del
un gestor puro, mientras que el mío hasta ahora ha sido de historiador
del arte, excepto los dos últimos años como director adjunto. Nuestras
trayectorias anteriores también son muy distintas. Una presencia más
cosmopolita por mi parte, pero en lo esencial estamos de acuerdo.
XL. ¿A qué se refiere con una presencia cosmopolita?
M.F. En 1994 me fui a Nueva York, con una beca
Fulbright, y allí conocí a mi mujer, que es de madre argentina y padre
de Teruel, pero se educó y vivió en Estados Unidos. Soy valenciano de
nacimiento, pero sentimentalmente ‘conquense-veneciano’. En Cuenca pasé
mi niñez porque mi padre estaba destinado allí. En Cuenca y Venecia es
donde he sido más feliz en mi vida.
XL. ¿Esa ambición de la que piensa que el Prado no puede prescindir, se traducirá también en el programa de exposiciones?
M.F. La mayoría de las exposiciones que ha celebrado
el Prado han sido un rotundo éxito de crítica y también de público. Ese
es el camino. Pero es posible que estemos haciendo más exposiciones de
las que debiéramos.
“Ningún partido ha hecho política con el museo. Debería haber un ‘modelo prado’ para los grandes asuntos del país”
XL. Más que un museo de pintura o enciclopédico, el Prado es
un museo de pintores, lo que provoca que existan notables lagunas dentro
de la colección. ¿Qué ausencias le gustaría cubrir?
M.F. Siendo realistas, creo que hay cosas que no
vamos a cambiar nunca. Por ejemplo, nunca vamos a tener una gran
colección de pintura holandesa, nunca vamos a tener otro Rembrandt y,
evidentemente, nuestra colección de pintura del Quattrocento italiano es
muy difícil de completar. Puedes tener gloriosas incorporaciones como
La Virgen de la granada, de Fra Angelico, pero son cosas contadas. No
creo que el museo pueda paliar sus lagunas, yo creo, al revés, que tiene
que hacerse fuerte en lo que tiene.
XL. Los museos son hoy más importantes que nunca, pero corren el riesgo de que la burbuja estalle…
M.F. Sí, nunca han tenido tantos visitantes ni han
tenido tanta presencia en los medios de comunicación ni han movido tanto
dinero. Pero algunos han entrado en una fase de ‘elefantiasis’, de
crecimiento permanente. El Metropolitan es un ejemplo magnífico. Y sí,
llega un momento en que la burbuja estalla. El Prado ha ido creciendo
poco a poco. A veces no haces cosas tan espectaculares, pero a la larga
es un crecimiento más sólido.
XL. ¿En qué otro museo se pierde? O realmente prefiere perderse en otro lugar que no sea un museo…
M.F. Le tengo mucho cariño a la Galería Nacional de
Arte de Washington D. C. Viví allí dos años. Tiene algo del Prado. Uno
de esos museos reposados, en el que puedes hacer una visita sin agobio.
‘Venus y adonis’, 1554. Tiziano
Sala de pintura italiana
«Tiziano es uno de mis pintores favoritos y al que más tiempo he
dedicado. Como dijo un inglés. ‘Tiziano es el padre del Prado’. Sin él
no se explicaría la antigua Colección Real ni tampoco el propio museo.
Conocerlo es la mejor manera de adentrarse en su ADN. Uno de los
proyectos que, a pesar de haber asumido la dirección, voy a completar es
el Catálogo Razonado de Tiziano. Me da vergüenza poner una fecha de
conclusión. Llevo años diciendo que lo voy a acabar.
Venus y Adonis es una de sus mejores obras y una de mis favoritas,
aunque los gustos van cambiando. La primera vez que vine al museo, a los
nueve años, el cuadro que más me gustó fue La rendición de Breda, de
Velázquez. Y todavía me sigue gustando mucho».
Sala de lectura de la biblioteca del Casón del Buen Retiro
«Por aquí paso todos los días. El ambiente es maravilloso. Es el
corazón intelectual del museo y donde vienen profesionales de la
universidad, de otros museos… Es también una de las salas de lectura más
bellas de España. Está cargada de simbolismo porque la pared central es
donde estaba colgado el Guernica cuando llegó del MOMA de Nueva York.
La modernización del Prado se ve también en su biblioteca, que era muy
discreta hace 20 años y ahora es una de las mejores de pintura antigua».
‘Grupo de San Ildefonso’, siglo I d. C. Anónimo clásico
Salas de escultura clásica
«Siempre me ha gustado el arte clásico y, en particular, el
helenístico. La contemplación de la escultura clásica me produce una
sensación peculiar en la que se aúnan placer estético, pasmo por la
habilidad técnica y cierta atemporalidad.
Estas salas suelen estar vacías. La escultura está eclipsada por la
pintura en el Prado y estas salas ponen en evidencia que el problema de
los visitantes no es el número, sino que tienden a acumularse a
determinadas horas y en determinados sitios. De los 3.150.000 visitantes
que tuvo el museo el año pasado, es casi seguro que 3.145.000 pasaron
por delante de las Meninas y a lo mejor unas 10.000 pasaron por delante
del Grupo de San Ildefonso».
TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - ESCUELA O BARBARIE,.
foto - reloj - ESCUELA O BARBARIE,.
Me ha resultado muy gratificante e instructiva la lectura del ensayo
Escuela o barbarie
(Ediciones Akal), escrito al alimón por los profesores Carlos Fernández
Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo Fernández. En
Escuela o barbarie
se denuncia la imposición de un «Nuevo Orden Educativo», diseñado desde
organismos supranacionales y jaleado por una camarilla de pedagogos
charlatanes, que pretende condenar a los alumnos a una nueva forma de
servidumbre. Aunque los autores no ocultan sus afinidades ideológicas
(que a veces los empujan a alguna intemperancia), la lectura de este
ensayo brindará iluminaciones a cualquier persona preocupada por el
deterioro de la enseñanza, muy especialmente a los maestros y profesores
que asisten inermes a la depauperación de su noble oficio.
El Nuevo Orden Educativo desea modelar individuos entrenados en
diversas «competencias», «destrezas» y «habilidades» técnicas y
emocionales que faciliten su encaje en el mercado laboral. De este modo,
la escuela (y, con ella, la universidad) se convierte en un centro de
selección de personal y deja de alimentar el anhelo de saber (la más
noble aspiración humana, según nos enseñase Aristóteles), orientando la
formación de los alumnos hacia aquellas áreas de la economía que
favorezcan su «empleabilidad». Así, la transmisión cultural queda
aparcada, o incluso vedada, para formar «emprendedores» flexibles y
adaptables, siempre prestos a la movilidad geográfica, que no sepan nada
de filosofía o latín pero en cambio sepan inglés, informática y
«educación financiera» (si el oxímoron es tolerable), que es lo que
interesa a las multinacionales.
Para lograr alumnos sin anhelo de saber, el Nuevo Orden Educativo
emplea técnicas pedagógicas que conciben al ser humano en un mero
procesador de información. El alumno no debe atesorar conocimientos que
afilen su juicio crítico sobre la realidad, sino centrarse en «aprender a
aprender», hasta convertirse en un dócil y «empático» receptor de
cualquier tipo de adiestramiento que garantice su eficiencia económica.
Para ello, el Nuevo Orden Educativo favorecerá una educación lúdica que
supla la odiosa transmisión de conocimientos. Los autores de
Escuela o barbarie
son especialmente inclementes en la denuncia de las pedagogías
herederas de Rousseau, que tratan de «rescatar» al hombre de la cultura y
de la historia, exaltando su imaginación y sus motivaciones
particulares (de ahí que los charlatanes al servicio de este Nuevo Orden
Educativo den tanta importancia al «pensamiento positivo» y a la
«inteligencia emocional»), para que la adquisición de las destrezas se
desarrolle siempre en un ambiente buenrrollista. Por supuesto, se
evitará que los alumnos aprendan nada por puro interés intrínseco; y se
utilizarán siempre cebos psíquicos que les hagan morder el anzuelo, como
si el saber fuese una amarga medicina que hubiese que enmascarar para
que resulte digerible. Todo ello con metodologías que favorezcan una
infantilización de las mentes, hasta convertir la escuela en una mezcla
de guardería y gimnasio laboral, vaciada de todo contenido que permita
crecer intelectualmente.
¿Y qué papel se reserva a maestros y profesores en este Nuevo Orden
Educativo? Los autores de Escuela o barbarie reproducen varios
documentos de órganos mundialistas que hielan la sangre en las venas.
Así leemos en un documento de la UNESCO: «Al cambiar la imagen del
profesor, de considerarlo como fuente e impartidor de conocimientos a
verlo como organizador y mediador del encuentro de aprendizaje, aparecen
nuevas competencias que deberán ser los componentes de la nueva función
docente». De este modo, el profesor se convierte en una suerte de
«orientador» encargado de la formación «transversal y psicoafectiva» del
alumno. Para ello, primero deberá «descualificarse» (es decir,
olvidarse de las disciplinas en las que está versado), para después
recualificarse conforme a los parámetros exigidos por la nueva
pedagogía. El profesor estará sometido a un reciclaje permanente, en
condiciones laborales cada vez más precarias, huérfano de toda autoridad
en el aula, hasta degenerar en un «mediador del encuentro de
aprendizaje», en un
coach, en un animador sociocultural, en un
gestor administrativo; en definitiva, en un zascandil siempre presionado
por sus alumnos-clientes y hostigado por las directrices gubernativas.
De este panorama espeluznante se nos habla en este espléndido y combativo ensayo contra la barbarie.
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