EL BAR DE LA ESQUINA - COSTILLA AL VINO TINTO, fotos.
COSTILLA AL VINO TINTO,.
Una receta para hacer un plato principal de costilla al vino tinto
Tiempo de preparación: 150 minutos
Ingredientes para 4 personas
Ingredientes
- 1,5 kg de asado de tira de vaca
- 1 pizca de harina
- la parte blanca de 2 puerros
- 2 cebolletas,
- 8 dientes de ajo
- 2 clavos de olor
- 750 ml de vino tinto
- 1,5 l de caldo de carne
- 1 ramillete de cilantro
- 2 soperas de cacahuetes tostados
- 1 chile fresco
- 1 pizca de vinagre de sidra
- 1 chorrete de aceite de oliva virgen extra
- 6 chalotas en tiras muy finas
- los granos de 1 granada
- 4 puñados de hojas de ensalada limpias
PASO A PASO
1. Se pide al carnicero que nos corte la costilla por las juntas. Se salpimientan los pedazos y se pasan por harina, quitando el exceso. En una olla amplia con aceite se doran los pedazos de carne sin que se quemen, a fuego manso.
2. Se cortan en trozos gruesos los puerros y las cebolletas y se añaden a la olla. Se aplastan los dientes de ajo sobre la tabla con la palma de la mano y se incorporan con los clavos de olor. Se salpimienta y se le da unas vueltas para que la verdura se sofría un poco. Se vierte el vino tinto y se reduce a fuego suave para que pierda la acidez. Se cubre con el caldo caliente y se guisa cubierto unos 90 minutos.
Pasados, se retira la carne a un plato y se tritura la salsa con una batidora. Se pasa esta por un colador fino para que quede lisa y se devuelve a la cazuela. Si queda muy ligera, se reduce unos minutos a fuego para que espese. Se incorporan los pedazos de costilla y se hierven suavemente unos minutos para que la cazuela se integre bien.
3. Para la ensalada: se majan las hojas de cilantro con los cacahuetes y el chile en un mortero y se incorporan el vinagre, el aceite, las chalotas y la granada.
4. Se remueve, se salpimienta y se añade el aliño sobre la ensalada. Se sirve la ensalada con el guiso. ¡Y listo!,.
TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - EL CÓDIGO MODIGLIANI,.
EL CÓDIGO MODIGLIANI, fotos.
Demandas, investigaciones policiales y hasta amenazas de muerte… La fiebre por Amedeo Modigliani cuando se acerca el centenario de su muerte, que tendrá lugar en 2020, no solo ha resucitado el interés por la obra del artista, también ha desatado una trama de película.
Solía regalar sus dibujos como si fuera una pitonisa gitana. Se los daba a todo el mundo, y eso explica que, aunque pintó más de 50 retratos míos, yo solo tengo uno», contó en una ocasión el escritor francés Jean Cocteau sobre su amigo el artista italiano Amedeo Modigliani. En 1916, Modigliani retrató a Cocteau en la bodega del café de la Rotonde. Ninguno de los dos tenía dinero para llevarse el lienzo a casa en un taxi y el cuadro se quedó allí después de que el pintor Moïse Kisling lo comprara por cinco francos y lo utilizara para saldar una deuda con el dueño del local. Según Cocteau, años más tarde el retrato «se vendió por 17 millones de francos (unos 2,5 millones de euros actuales) en Estados Unidos. Podríamos habernos hecho ricos, pero nunca lo fuimos». En parte por el poco apego que Modigliani sentía por su obra y en parte por la proliferación de falsas piezas adjudicadas al artista, identificar sus cuadros y esculturas se ha convertido en una odisea.
A Modigliani se lo conocía como ‘el príncipe de los bohemios’, porque era apuesto y encantador, pero también como ‘el ángel melancólico’, un personaje algo trágico al que le gustaba recitar ‘La divina comedia’
Amedeo Modigliani nació en Livorno en 1884 y salvó a su familia de la ruina. De origen judío sefardí, los Modigliani gestionaban una agencia de crédito, pero su fortuna se evaporó con una crisis financiera. Gracias a una antigua ley que prohibía embargar la cama de una mujer embarazada, la familia protegió sus enseres más preciados apilándolos encima de su madre, que se puso de parto poco antes de que los alguaciles llegaran a ejecutar el desahucio. Modigliani siempre tuvo una salud frágil: sufrió pleuritis, tuberculosis y superó una fiebre tifoidea siendo un niño. Durante aquellas convalecencias, se obsesionó con el arte renacentista y le enseñaron a leer a Nietzsche y Baudelaire. Luego estudió pintura y escultura en Venecia y Florencia.Modigliani con Picasso y el poeta André Salmon en París en 1916, fotografiados por Jean Cocteau
Con 22 años, Modigliani se trasladó a París. Se instaló en un modesto estudio de Montmartre y, antes de desarrollar su propio estilo, su primera obra estuvo influenciada por Toulouse-Lautrec y Cézanne.Retrato pintado por Modigliani de Jean Cocteau
Pero, poco después de llegar, dejó de pintar para concentrarse en la escultura y se trasladó a Montparnasse, donde asumió los usos y costumbres de aquella generación de artistas: bebía tanto que terminó alcoholizado, experimentó con psicodélicos hasta convertirse en politoxicómano y era un playboy irredento que conquistó a escritoras, artistas, musas y modelos.Quizá por sus crecientes problemas de salud o porque no tenía dinero, en 1914 Modigliani abandonó la escultura y volvió a coger el pincel. Tres años después inauguró su primera y única exposición en solitario en París.Cientos de obras atribuidas a Modigliani podrían ser falsas. Nadie se ha atrevido a identificarlas por miedo a la avalancha de demandas
En 2015, el coleccionista chino Liu Yiqian pagó 170 millones de dólares por ‘Desnudo acostado’, lo que lo convirtió en el segundo cuadro más caro adquirido en una subasta
Fue un escándalo (por los desnudos de sus cuadros y el vello púbico de las modelos que inmortalizó), y la Policía decidió clausurarla, pero la repercusión del evento no cambió nada. Modigliani siguió vendiendo su obra a cambio de una copa o de una comida caliente en cualquier restaurante de la ciudad. Y en 1920 murió de una meningitis tuberculosa a los 35 años. Al día siguiente, su amante y el gran amor de su vida, Jeanne Hébuterne, se arrojó por la ventana de casa de sus padres. Tenía 21 años y estaba embarazada de ocho meses. Ella y Modigliani ya eran padres de Jeanne, una niña de 13 meses que fue criada en Italia por la madre del artista.Tras la muerte, el caos
Aunque reconocido y admirado, Modigliani fue un artista pobre, pero tras su desaparición el valor de sus piezas empezó a multiplicarse. Y entonces empezaron los problemas. Su obra era extensa, pero estaba dispersa y era difícil de autentificar. Todavía hoy, muchos expertos solo se fían de ‘los Ceronis’. En 1958, el crítico y tasador de arte italiano Ambrogio Ceroni publicó un catálogo razonado sobre la obra del artista que actualizó por última vez en 1970 antes de morir. Desde entonces, el inventario, que identifica 337 piezas, se considera la biblia de Modigliani. Sin embargo, según varios especialistas es un listado incompleto y algunas de las que contiene podrían no ser auténticas, aunque nadie se ha atrevido a identificarlas por miedo a una avalancha de demandas.Jeanne Modigliani acababa de cumplir un año cuando su padre murió y su madre se suicidó a continuación. La crio su abuela. Dedicó su existencia a documentar vida y obra de su padre. Casada en tres ocasiones, tuvo dos hijas. Falleció en 1984
«Decir que la situación del catálogo razonado de Modigliani es un desastre es un eufemismo», ha dicho Kenneth Wayne, que está preparando un catálogo propio en el que incluirá 50 obras que Ceroni nunca identificó. No es el único que lo ha intentado. Christian Parisot profundizó en la obra de Modigliani después de conocer a la hija del artista, Jeanne, en 1973. Siempre ha sostenido que ella le cedió el derecho moral sobre la obra del artista, lo que, según la ley francesa, le habilitaba a ser él quien identificara y autentificara las piezas. Parisot también afirma que Jeanne le cedió un archivo con más de seis mil documentos y fotografías que, según el experto, estaba custodiado en el Museo de Montparnasse, pero esos documentos nunca han aparecido. En 2010, Parisot fue condenado por fraude y más tarde fue puesto bajo arresto domiciliario después de que la Policía le confiscara 59 obras supuestamente falsas de Modigliani.El tercer experto en discordia es el historiador de arte Marc Restellini, que lleva dos décadas trabajando en su propio catálogo, pero en 2001 tuvo que aparcar su inventario de dibujos del artista cuando empezó a recibir llamadas de marchantes de arte amenazándolo de muerte si se atrevía a poner la autenticidad de sus Modiglianis en entredicho. También trataron de sobornarlo. Restellini publicará su catálogo de cuadros este año en formato digital. Recogerá 80 obras más que la biblia de Ceroni. Además, se ha aventurado en un terreno espinoso: identificar los falsos Modigliani. Según Restellini, podría haber más de un millar en todo el mundo. Elmyr de Hory, el famoso falsificador húngaro afincado en Ibiza, pintó muchos de ellos. Su asistente en aquella época, Mark Forgy, heredó más de 300 falsificaciones y varios Modiglianis falsos que sigue vendiendo on-line a precio de oro.Al historiador Restellini lo amenazaron de muerte por decir que publicaría un inventario con los auténticos dibujos de Modigliani
La ‘fiebre Modigliani’
Y, pese a todo, o quizá precisamente por la misteriosa leyenda que rodea a su obra, la fiebre por Modigliani es ahora más intensa que nunca. Las exposiciones retrospectivas sobre su obra se acumulan en el calendario y varios museos, como el Instituto de Arte de Chicago o el Guggenheim de Nueva York, han anunciado que examinarán minuciosamente las obras que poseen del artista. Pretenden descifrar el ‘código Modigliani’, pero no es una tarea sencilla. Para empezar, porque su obra apenas estuvo documentada. El análisis con rayos X e infrarrojos de sus lienzos debería arrojar más luz. Ya se sabe, por ejemplo, que ningún Modigliani auténtico contendría pigmento blanco titanio, que empezó a distribuirse después de su muerte. Y, sin embargo, casi cien años después de su desaparición, el artista sigue siendo un misterio que desafía a expertos, museos y casas de subastas.TRES EXPERTOS: TRES TEORÍAS
Christian Parisot asegura que la hija de
Modigliani le cedió el derecho moral sobre su obra, pero ha sido
condenado por fraude. Kenneth Wayne y Marc Restellini, principal asesor
de las casas de subastas sobre Modigliani, han anunciado sus propios
catálogos. Cada uno reivindica obras distintas del artista como
auténticas.
TITULO: REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - PEPE HABICHUELA,.
fotos , Pepe Habichuela: "Camarón y Morente estaban enamorados el uno del otro",.
Nació en una cueva, fue «siete minutos» a la escuela -lo justo para aprender a leer y escribir- y al poco de que su padre lo pusiera a trabajar le dijo: «Papa, enséñame a tocar la guitarra». Hoy tiene 73 años y es el último gran mito del flamenco. Piense en un cantaor, cualquiera; Pepe Habichuela les ha ‘tocao’ a todos. Por Fernando Goitia
La tristeza y la alegría. La hondura. Palabras capitales en el vocabulario de Pepe Habichuela que él no pronuncia, las proyecta su guitarra. Antes de sentarnos a la mesa en Casa Patas, José Antonio Carmona Carmona ha hecho sonar su instrumento en el patio de este templo madrileño del flamenco y escuchar esa artillería sónica hace que todo lo que va a contar después cobre más sentido todavía. No lo dude, ocasiones como esta no se presentan todos los días.Se cumplen 60 años ya desde que cogió su primera guitarra, con solo 13 años. Empezó a tocarla en las cuevas del barrio granadino de Sacromonte
Aquí tenemos al mito, a la leyenda, símbolo vivo de una época clave en la historia del flamenco, comiéndose unas lentejas y tomando una copa de tinto con los lectores de XLSemanal. Puede usted, por cierto, poner la música en su casa o escucharle este 30 de mayo en el Teatro Lara de Madrid junto con José Enrique Morente, el hijo menor del hombre al que mayores servicios prestó la guitarra del Habichuela.XLSemanal. Así, como para empezar, ¿de dónde viene el apodo de los Habichuela?
Pepe Habichuela. Pues hay dos versiones. Una de mi madre que dice que mi padre un día y otro pedía habichuelas para comer. Y la otra, que había un guitarrista antiguo, Juan Gandulla, Habichuela, acompañante de Antonio Chacón y de la Niña de los Peines, que fue maestro de mi padre y que como le gustaba tanto su toque pues él también se puso Habichuela.
XL. ¿Qué versión prefiere?
P.H. La de mi madre [se ríe]. Tiene más gracia. Mi padre era un tío fino al que le gustaba la mesa y vestir bien, aunque fuéramos pobres.
XL. Viniendo de familia flamenca, ¿aprender la guitarra fue una obligación?
P.H. Bueno, en casa, en la cueva, donde vivíamos, todos aprendimos. Una cueva con cinco habitaciones para nueve: mis padres y sus siete hijos. Para buscar las habichuelas en aquellos tiempos, pues todo el mundo a la calle. Primero Juan, el mayor, que me sacaba 11 años, con la guitarra. Luego mis hermanas, que bailaban; y yo a los 12, también con la guitarra.
XL. ¿Había trabajado antes?“Me vine a Madrid con 16 años. Y sin maleta. En casa no había dinero para una”
P.H. Con 10 años, sí, en un horno de pan. Fui a la escuela siete minutos; vamos, lo justo para caminar por la vida. Y luego estuve con un tío mío de aprendiz haciendo taracea, que es algo muy nazarí y muy difícil, donde ganaba 21 pesetas a la semana. Hasta que un día le dije a mi padre: «Papa, quiero que me compre una guitarra y que me enseñe». Cuatro meses después ya tocaba en el Sacromonte. ¡Madre mía, qué alegría! Fui aprendiendo los toques; me fijaba en los demás y así empecé.
Habichuela pertenece a una dinastía flamenca. En la foto, junto a su padre, José Carmona, y su madre Luisa
XL. ¿Tenían tocadiscos en casa, radio?P.H. No, allí todo era en vivo. De niño recuerdo a mi padre y a Juan, que llegaban de trabajar a las cuatro de la mañana y, en vez de irse a dormir, tocaban hasta el amanecer. Y ahí yo, dormío, escuchaba un sonido hermoso y a mi padre diciéndole: «Mira esta falseta que he sacado, Juan». Y se me confundía el sueño. Fue crecer con la música.
XL. ¿Pasaron hambre?
P.H. Hombre, yo cogía un currusco de pan de tres días y gozaba. Pillar un cacho de morcilla ya… Y, cuando mi padre se sacaba tres duros, nos traía churros y pegábamos unos saltos que no veas. Recuerdo días en que no tenía pantalones, porque Luis, que se había despertado antes, me los había cogido. Y yo me tenía que ir a tocar con unos más chicos, to’apretao. En fin. Fuimos pequeños adultos. Siempre con la guitarra. ¡No jugamos con otros niños! Fueron unas fatigas muy gordas, pero vivencias muy bonitas…
XL. Ustedes eran EL clan, no?
P.H. Totalmente, sí. Nos conocían todos y fuimos subiendo de cueva, porque había grados, hasta llegar a Manolo Amaya, la más importante. Al rato, mi padre compró un mulo y un carromato y nos fuimos a la sierra a buscarnos la vida por hoteles, terrazas y tabernas. Acabamos en un tablao de Almería y, al cabo de un mes, en 1961, me llamó Juan, que llevaba años en Madrid; se iba a Nueva York. «Pepe, vente que me vas a sustituir». Cogí el tren y no me traje ni maleta.
XL. ¿Tan rápido salió?
P.H. Es que no había dinero para una. Me metió mi madre un pantalón, una tortilla y una hogaza en una bolsa y pa’Madrid. Vine con 16 años y sin ropa. Me ponía las cosas de Juan, que me estaba todo grande; arremangado salía [se ríe]. Daba igual, la primera noche ya me pagaron una fortuna, aunque a las figuras les pagaban mucho más.
XL. ¿Podría ser que el cantaor cobrara 20.000 pesetas y el tocaor, 500?
P.H. O 50.000, depende de quién fuera. Yo, por suerte, fui llamando la atención y me llamaron del Corral de la Morería, de Las Brujas…
XL. Y entonces llegó Morente…
P.H. [Se ríe]. Sí, sí. Y fue de sopetón. Se pasó una noche y me dijo que quería trabajar conmigo. Así empezó todo, tocando por todas partes para gente joven; haciendo trastadas.
Durante más de 30 años Enrique Morente fue el gran acompañante de Pepe. El guitarrista se convirtió en un miembro más de la familia Morente
XL. ¿Por ‘trastada’ se refiere, por ejemplo, al concierto tras la muerte de Carrero Blanco en el colegio mayor San Juan Evangelista?P.H. ¡Uy, sí, esa fue muy gorda! Estaba hasta arriba, todo el mundo borracho celebrando aquello, con una fila de grises a cada lado, y Enrique se cantó un fandango muy fuerte: «Pa’ese coche funeral | yo no me quito el sombrero | que la persona que va dentro | a mí me ha hecho pasar | los más terribles tormentos». Y, hala, pa’comisaría los dos [se ríe].
XL. ¿Se ríe?
P.H. Me río, claro, por qué no nos pasó nada. Bueno, a Enrique le pusieron una multa: 100.000 pesetas. Y no fue la única. Era muy rebelde, pero fino, que sabía bien lo que decía y cómo lo decía. Ah, por cierto, aquel fandango a Carrero era del gran José Cepero, que él se lo había dedicado a una mujer. «Que la mujer que va dentro…» cantaba Cepero, y Enrique cambió eso.
XL. Enrique fue amigo de gente como Paco Ibáñez, otro fino, con talento y fuerte compromiso político en los setenta…
P.H. ¡Paco, coño, qué casualidad! Soleá Morente, mi sobrina, me ha dicho que quiere que hagamos algo con él. Sí, tocamos con Paco en París muchas veces. Enrique se acercó mucho al Partido Comunista e hicimos cosas con Raimon, Lluís Llach, María del Mar Bonet, Aute, Elisa Serna, Manuel Gerena… Con todos esos he tocado yo. La gente de la protesta era muy intensa. Gerena era un valiente, porque le suspendían todo el rato los conciertos, lo censuraban y una vez le dijo a Fraga, ministro de Gobernación: «No quieres que cante en el teatro, pues voy a cantar en la calle». Y ahí nos pusimos, ante un montón de gente, y todos gritando: «Amnistía, libertad. Amnistía, libertad». Y yo. «¿Pero esto qué es?».
XL. Es que usted no pertenecía a eso. ¿En qué pensaba?
P.H. No te voy a mentir. Iba acojonao. Pensaba: «A ver si me van a dar…». Pero fue una época muy bonita. Además, hubo un despertar y la música permitió a mucha gente expresarse, compartir…
XL. Hablando de compartir, en su primer disco juntos, Homenaje a don Antonio Chacón, Morente puso su nombre y salieron juntos en la foto. Toda una rareza en la época, ¿no?
P.H. Sí, sí, yo había grabado con gente con la que me ponían muy pequeño o ni me ponían. El primer cantaor que puso en la portada al guitarrista, de igual a igual, fue Enrique. También porque nos pasamos seis meses trabajando en su casa. «Tú te mereces aparecer en la portada, porque yo no he visto a un guitarrista con tanta afición y ahínco como tú». Tuvo categoría. La relación siempre fue muy de compañeros.
XL. O sea, que hay un montón de discos de flamenco grabados con chavales que no han visto un duro en su vida…“Morente y Camarón pusieron el flamenco patas arriba y por eso le dieron hachazos”
P.H. Era lo habitual. Cosa de unas jerarquías y tal… Pero a Enrique le ofrecían 50.000 pesetas y las compartía. Que eso no lo ha hecho nadie. Nunca.
Junto a Camarón y Tomatito durante la grabación del disco de este último ‘Rosas del amor’ (1987). Los tres se conocían desde los años 70, cuando Madrid era un herbidero flamenco
XL. Cuando Enrique llegó a Madrid, despertaba tanta admiración como críticas, ¿no?P.H. Sí, porque cantaba diferente a todos y creaba. Hacía fandangos de Morente, alegrías de Morente, o sea, que inventó. La gente se maravillaba, pero le hacían unas críticas fatales y los otros cantaores lo tenían cruzado. Y Enrique, callado, que era Enrique Prudente [se ríe]. ¡Es que no le hacía caso a ninguno! Excepto a Camarón…
XL. Ambos fueron almas gemelas…
P.H. Sí, sí, estaban enamorados el uno del otro. Eran los dos jóvenes que se lo estaban disputando a los mayores y encima rompiendo. Aunque nosotros provocamos antes que Camarón, porque Despegando, nuestra revolución, es dos años anterior a La leyenda del tiempo.
XL. Con La leyenda del tiempo, mucha gente se fue a las tiendas a devolver el disco. ¿Fue usted de esos?
P.H. Me pareció maravilloso, valiente, pero me sorprendió mucho. Y es que Camarón había hecho discos de flamenco puro con Paco de Lucía y, de pronto, ¡cantaba por rumbas! Fue chocante, claro, pero era puro coraje y querer romper. Enrique y Camarón lo pudieron hacer porque se conocían todos los cantes como nadie. Y lo pusieron todo patas arriba, porque, si no hacen eso, el flamenco se habría estancado. Recibieron palos y hachazos, pero resistieron. Enrique era así: «Yo estoy aquí, sé lo que hago y por qué».
XL. Hablemos de otras estrellas de su vida. ¿Dónde conoció a su mujer?
P.H. En Holanda nos hicimos novios, en el 65. Era bailaora y su padre, Miguel Bengala, era banderillero y cantaor. Ya ves, siempre con flamencos.
Pepe conoció a su mujer, la bailaora Amparo Niño, en el año 1965 y se casaron meses después en la iglesia sevillana de Santa Ana. Pepe tenía 21 años y a la boda asistieron «todos los flamencos de Sevilla»
XL. ¿Cuánto estuvieron de novios?P.H. Nada, siete minutos, porque mi suegro dijo que nos teníamos que casar ya. Después, en 1969 nos fuimos a Tokio un año. Nos llevamos en el baúl garbanzos, lentejas, pestiños… y a mi madre le dije que nos íbamos tres meses a Europa porque ni siquiera sabía dónde era Japón.
XL. ¿Y cómo les fue?
P.H. Triunfamos. Nos iba tan bien que Amparo se quedó embarazada y, como no queríamos dejar de trabajar, lo perdimos… Pero, bueno, estamos felices con el hijo que tenemos, Josemi, que vale por siete [se ríe].
Josemi (a la derecha) y su sobrino, Juan Carmona, que formaron parte del grupo Ketama
XL. Pues a ver qué le parece esta cita de su hijo: «Trabajar con mi padre es un gusto. El problema es cuando nos vamos de marcha, que no hay quien lo acueste».P.H. [Se muere de la risa]. Yo aburro a los jóvenes, es verdad. Empiezan ellos y, claro, me caliento el pico y ya nadie me para [se ríe]. Soy un flamenco de los de siempre, y ya está, de los que después de una gran actuación, con esa felicidad que no te cabe dentro; ¿cómo te vas a dormir? Te vas de copas, claro, con los amigos o con el que pilles. Y cuando no te ha ido muy bien, te vas amargado a dormir y a rumiar [ríe].
XL. Dicen que los Ketama, si no es por usted, que les dio caña, no hubieran triunfado…“A Ketama los puse firmes. Si no les meto caña, no hubieran triunfado…”
P.H. Así es, sí. Los puse firmes, porque Josemi vendía laca de uñas y Antonio Carmona, mi sobrino, iba a los bares a vender vasos, hasta que les dije. «¿Queréis hacer eso o subir a un escenario?». Y me los llevé a casa. Todos los días a las cuatro a tocar. Ni fútbol ni na. Y Juan Carmona, el otro sobrino, el mayor, estaba también ahí, pero agilipollado [se ríe]. Si no les meto caña, no…
XL. Ahora está con José Enrique Morente. ¿Usa también el puño de hierro?
P.H. Puño de hierro no, pero con Kiki igual, sí, lo tengo que meter en vereda. Le digo: «Ahora, te vas a hacer un cante tú solo». Y se acojona. Lo pongo un poco al borde del precipicio para que salte. Su padre también se lo hacía. Pero nadie más. Y él lo aprecia, porque lo necesita. Estoy impresionado con José Enrique, lo hace de puta madre, tiene una voz hermosa, una afinación, una cosa…
El próximo 30 de mayo Pepe Habichuela tocará en el Teatro Lara de Madrid junto a José Enrique Morente, el hijo pequeño del que fue su compañero
XL. Toca con jóvenes como Rocío Márquez o ahora Morente. ¿Es clave para mantenerse?P.H. Sí, claro. Rocío Márquez, Silvia Pérez Cruz, Arcángel… En octubre me hacen un homenaje en el Price, en Madrid, y vienen los tres Morente: Estrella, Soleá y el Kiki. José Mercé, Poveda, Farruquito…, la lista es larga.
XL. Ha tocado por todo el mundo y ha vivido en Japón, Toronto y Venezuela. ¿Qué hay de cierto en eso de que al flamenco se lo respeta más fuera?
P.H. No es un tópico. Los españoles somos muy burros, la gente va a ver a un artista y se pone a hablar. Paco de Lucía no quería tocar en España por eso. Somos un país muy atrasado en materia de educación, de respeto, de modales. Que se vayan a tomar un café, que les va a salir más barato [se ríe].
XL. El flamenco, por cierto, une, que también gusta a vascos como yo, catalanes y gallegos…
P.H. Ah, sí, sí. Y mucho, pero es que esto no se arregla solo con la música y la cultura, que es lo que nos une. Mira, Fernando, cuando dos quieren, se alejan y se separan y, cuando dos quieren, se acercan y viven en paz. Así es y siempre ha sido así. En tu tierra, por ejemplo, el público es muy respetuoso. Allí, el flamenco gusta mucho. Y con lo bien que se come, coño, pues venga, que nos llamen que nos vamos [se ríe].
P.H. ¡Madre mía! Nada que ver. La guitarra es la pasión mía. Todo el mundo te pregunta que cuándo te retiras, pero, oye, aquí estaré hasta que el cuerpo aguante. El año que viene ya estamos preparando para ir a Estados Unidos. Si llego, claro [se ríe].
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